jueves, 6 de septiembre de 2012

UN ECONOMISTA INDIGNADO



Entrevista con Javier Iguiñiz Echeverría,
(Secretario Ejecutivo del Acuerdo Nacional)
Por  Carlos Reyna y Abelardo Sánchez León
- Casi setenta años después de que viniera la Misión Kemmerer con la idea de ordenar la economía del Perú, estuvo en Lima la misión de la OEA, para ordenar la política.  ¿Qué te sugieren estas incursiones en la economía y la política nacional?
- Aparte de la misión de la OEA en la política, debo decir que en el campo de la economía el Perú ha renunciado a gobernarse a sí mismo y para ello ha hecho una subdivisión durante los noventa entre el Ministerio de la Presidencia, que sí era el ministerio donde el Presidente presidía, y el Ministerio de Economía y Finanzas y el Banco Central de Reserva, donde el presidente tenía muy poco que decir y eran manejados principalmente desde Washington. Nunca antes ha habido tanta injerencia del exterior, tan poca personalidad propia en el manejo de la política macroeconómica en el Perú como en los últimos lustros. O sea que no sólo se trata de lo político; también  en lo económico y en lo empresarial  hay ordenamiento foráneo.  El Perú ha pasado por un proceso de desmoralización respecto de su propia capacidad de administrarse en el mundo de la empresa y del Estado, lo que hace que estemos pagando para dejar de ser dueños, que estemos vendiendo empresas privadas y públicas, con lo que renunciamos a administrarlas.
- ¿Crees que es una corriente latinoamericana esta tendencia de renuncia a pensar la economía nacional?
- En América Latina un factor muy importante de esa tendencia fue el trauma de los ochenta. Esa década fue un período hiperinflacionario traumático en varios países; atemorizó a todos y eso fue bien aprovechado para cobrar el servicio de la deuda. La crisis de la deuda externa que destruyó todo lo que encontró en el camino. Si hubiera encontrado al neoliberalismo, igual lo iba a destruir; pero encontró otra cosa, y eso fue destruido. En el caso del Perú, el asunto ha sido más radical porque lo que el Perú ha hecho durante los noventa, sobre todo con el equipo de Boloña, es mostrarnos que no sólo no debemos gobernar nuestra economía, que no debemos poner la mano e influir en el curso de la economía, sino que debemos amputárnosla por si se nos ocurriera volver a hacerlo.
El principal peligro, para los fundamentalistas, no era hacer mal las cosas. ¡El principal peligro para esta élite neoliberal, acá y afuera, era que se nos ocurriera gobernar la economía al servicio de nuestra sociedad! ¡El peligro era que el Perú negociara en serio!
- Los neoliberales siempre han presumido de ser técnicos, de tener una verdad más allá de la política. 
- Yo creo que en países como el nuestro los neoliberales en el gobierno son técnicos de mando medio. A mí me impresiona la petulancia con la que algunos se exhiben como desempeñando un papel fundamental cuando son sólo guardianes de algo que no han creado, que viene premasticado y que sólo pueden ajustar ligeramente. Muchos economistas inteligentes terminan de expertos cocineros de una sola receta, de un solo menú para la mañana y el mediodía, para toda estación, para toda enfermedad.
- ¿Cómo ves en la década del noventa la relación entre los políticos, los  empresarios y los técnicos?
- Es un tema interesante, porque los técnicos oficiales en economía se han desconectado totalmente de los empresarios; no solamente porque hablan otro idioma, sino porque tienen una tarea en buena medida antiempresarial. ¿En qué sentido?  Estamos en un momento de baja del gran ciclo económico. En ese gran ciclo de baja los macroeconomistas se han convertido en lo contrario de lo que eran cuando se fundó ese campo de la especialidad. En vez de ser expertos en reactivar, lo son en frenar un vehículo del que sólo les ha permitido usar el freno. Son los administradores de la caída; eso al empresario le molesta, y al político también.
El tema de la demanda es un ejemplo. Para los expertos, la demanda es peligro y hay que reducirla; aunque haya caído fenomenalmente hay que bajarla, porque nunca se cura ningún problema sin bajarla.
¿Alguien ha escuchado últimamente que para curar a la economía hay que reavivarla?
No. A los enfermos se los cura deprimiéndolos. En cambio, para los empresarios la única cura es que aumente la demanda para poder vender y pagar deudas e impuestos. O sea, lo que es remedio para los empresarios es enfermedad para los expertos más influyentes en economía y con más acceso a los medios.  Lo mismo pasa con los políticos. El miedo a los políticos es total, de ahí el término «populista».
¿Por qué?
Porque para ellos el político tiene el peregrino deseo de ganar una elección; quiere ofrecerle algo a la población y el economista siempre está diciéndole: «no es posible», o «es irresponsable». «Si avanzas en esa dirección, el remedio es peor que la enfermedad».
¿Cuál ha sido la consecuencia de esa tensión entre expertos, empresarios y políticos?
Más desempleo y subempleo del necesario. El resultado de toda política «sensata» es siempre una caída de remuneraciones.  En 1979 los trabajadores del sector privado ganábamos tres o cuatro veces más de lo que ganamos ahora, con una economía de tamaño parecido a la actual. ¿Qué ha pasado?
Cada ajuste es una caída y una redistribución del ingreso en contra de los que viven de su trabajo. ¡Después dicen que se acabó la lucha de clases! Prácticamente cada  vez que se ha aplicado una política aprobada por el Fondo Monetario Internacional o inspirada en sus criterios, los salarios caen, las ganancias suben y la economía prolonga unos años más la crisis.
- Veámoslo, entonces, a la luz de las críticas que José Saramago hace de la globalización. Este proceso de globalización sería una nueva forma de dominación.
- Yo diría que hay dos globalizaciones que, a mi juicio, hay que separar.  Hay una globalización que es la de la clonación, de los chips, etc. Ese tipo de globalización no requiere lo que se ha hecho en el Perú: abrir unilateral e indiscriminadamente los mercados al exterior, utilizar sistemáticamente el retraso cambiario para bajar la inflación, producir una de las legislaciones laborales más brutales del continente. La globalización basada en el cambio tecnológico es la globalización «shumpeteriana», la de la «destrucción creadora»  y es la que avanza por la fuerza de la  innovación, no de las leyes. Esa es una globalización.  Pero la otra, la neoliberal, no innova nada sustancial. Es la que  surge de las crisis de Inglaterra y Estados Unidos, la globalización Thatcher-Reagan, que es la que comienza cuando sus países están en crisis competitiva y pretenden contrarrestarla forzando a los países a abrir unilateralmente sus fronteras para que puedan ampliar sus lánguidos mercados. Es una globalización piraña que quita a otros del camino para hacerse un sitio, pero sin traer novedades, sin traer tecnología, sin traer cultura. Se trata del neoliberalismo en venganza contra el mundo de la socialdemocracia. Es una revancha histórica.  Esa globalización es la que más hemos tenido nosotros durante los noventa. Salvo algunas inversiones extranjeras que han traído innovaciones, en servicios, por ejemplo, se ha tratado de insertar al mundo en nuestro mercado y no de insertarnos a nosotros en él. El Perú se abre y todo el mundo se inserta acá. Esas dos globalizaciones tienen un carácter distinto.  Una es destrucción creadora, la otra es depredadora.
¿Por qué?
 Porque nos arruina el camino: pasamos de la  industria al comercio, pone contra la pared y destruye a los pequeños y medianos empresarios, desincentiva la exportación, desperdicia habilidades, abandona la tecnología, trae casinos. Esa es la globalización neoliberal.
- Una de las cosas que se cuestionaba a los cuestionadores de los neoliberales, era la ausencia o la poca visibilidad de sus propuestas. ¿Qué respondes a eso?
- Supongamos que los críticos estábamos equivocados.
¿Por qué no se nos ha mostrado que lo estábamos, debatiendo en la televisión y dejándonos en ridículo?
Alan García tiene lamentablemente razón al acuñar el término «dictadura económica».  Es un buen término, en el sentido de que hemos tenido un manejo económico que no soporta la luz pública, un debate previo. Los del gobierno anterior saben que lo que ellos proponen es negativo para la población mayoritaria, saben que lo que ellos pueden manejar con más libertad es el freno. Tienen que venir el Banco Mundial y el BID para ofrecer el apoyo social necesario para parchar lo que la economía no es capaz de ofrecer. Si el carro aumenta de velocidad, como en el 93-97, es por una entrada de capitales que está fuera de control, como lo está luego su salida. Una feliz casualidad que atribuyen a la confianza. Las empresas no viven de confianza; viven de crecimiento económico y expansión de mercados. De ahí el enorme temor a hacer las cosas en público,  la desesperada avalancha de decretos al comienzo de la gestión de Boloña; había que cambiar las cosas antes de que la gente despertara del shock del final de la década. Por eso el mayor peso de los abogados respecto a los economistas. Se trataba de cambiar leyes, no de promover el cambio tecnológico. De ahí la enorme dependencia de los decretos legislativos, el pánico a la opinión pública, a poner en discusión si hay que hacer esto o lo otro.  Es un temor muy grande porque son operadores que ni desean ni tienen que rendir cuentas a la sociedad y, lo que es peor, parecen considerar positivo el que sea así.
- Es un razonamiento intelectual…
-  Miren, hay un elemento legítimamente intelectual que es el de la adaptación de una economía a las nuevas circunstancias de la competitividad internacional durante una crisis cíclica de larga duración. Pero hay, además, intereses de por medio; por ejemplo, el de pagar «religiosamente» la deuda externa. En este terreno el gobierno ha tenido mucha suerte.
¿Por qué?
 Porque si frenas en un momento en el que estás recibiendo mucho capital, como fue a mediados de los noventa, lo que estás haciendo es volver viable el pago de la deuda externa. Ambas cosas juntas se expresan en el superávit fiscal.  El superávit fiscal es una manera de succionar recursos al sector privado, una manera de frenar la economía con la finalidad de hacerle un sitio garantizado al pago de la deuda externa.
- Y estos tecnócratas empatan con Fujimori, que fue visto él mismo como un tecnócrata.
- Yo pienso que Fujimori no quería esto. Creo que sus ideas eran más cercanas a lo que dijo en su campaña. Pero cuando se es tan débil como él, las ideas no cuentan.
- Pero a Fujimori lo quieren los empresarios y los tecnócratas….
- A él lo quieren por otra razón. Yo creo que la relación, en este caso, entre gobierno y empresario es la relación antivelasquista.  Velasco les dio mucho dinero a los empresarios con protección del exterior, pero les quitó autoridad en la empresa.  Los empresarios estaban enfurecidos por ese estilo.  Lo que ha hecho Fujimori es devolverles la autoridad, pero teniéndolos contra la pared, dependientes de él. En realidad, la autoridad les ha traído una victoria pírrica, pues han tenido que vender, que someterse como ciudadanos. Con la política del SIN y de SUNAT, y de avisos y compras del Estado, de intervención en las negociaciones, ser empresario en el Perú durante la década pasada ha sido ser siervo, no  ciudadano. Se acabó el supuesto de que la propiedad es el camino a la libertad. En un país como el nuestro, ser propietario de empresas es vivir como dependiente.  Y eso no es liberalismo ni mercantilismo, eso es debilidad competitiva estructural de las empresas nacionales en un hostil contexto mundial agudizado a propósito por el gobierno. 
- Uno de los argumentos de los tecnócratas neoliberales para su opción autoritaria ha sido que las democracias producen inflación. ¿Qué tienes que decir al respecto?
-  Las democracias son un medio para que las demandas de la sociedad a la economía se hagan explícitas y fuertes, y para que la satisfacción de esas demandas constituya el canal para obtener legitimidad política.  Es muy difícil compatibilizar los progresos democráticos con la política económica neoliberal.  Estoy diciendo a propósito progreso.
 ¿Por qué?
Porque el significado de democracia también lo podemos ir cambiando y adaptando hasta que sea compatible con el neoliberalismo.  Por eso digo progreso democrático, o sea  lo neoliberal no es un factor que converge con la maduración  democrática y el progreso en ese campo de la política. Puede soportar la democracia, pero el neoliberalismo soporta a la democracia sólo cuando la ciudadanía ha renunciado a reivindicaciones de una manera muy profunda. En nuestro caso, sobre todo por el trauma de la gran crisis de los 80.  La sociedad ha quedado escaldada. Y en ese contexto democracia y neoliberalismo se hacen compatibles porque hay una ciudadanía traumada y temerosa. Por eso, los técnicos pueden decir: ¡Que nadie se meta en la macroeconomía! ¡Que nadie toque los precios relativos! 
-¿Es eso conveniente?
-  ¡No!
¿Por qué?
Porque esta política macroeconómica agudiza la pérdida de rentabilidad de los sectores productivos que compiten con el exterior.  Reduce la viabilidad del crecimiento económico. Tener políticas sectoriales con esta política macroeconómica significa producir subempleo, no empleo.
Pero también se dice en estos días que lo único estable es no cambiar nada.
Eso es no entender nada de la economía. La única economía estable es la que cambia. Ésta de acá, la del Perú, es la más inestable de todas las estabilidades, porque vamos establemente al desastre. Por eso hay que gritar: ¡rompan filas! Estos precios relativos: o sea, tasa de cambio, tarifas públicas, tasas de interés y salarios, que son los cuatro grandes precios de la economía, están seriamente desalineados. Tienen tal nivel que si los mantenemos estables no van a aumentar las exportaciones lo suficiente como para crecer y pagar la deuda pública y privada de empresas y bancos.  Y esta capacidad de pago y los residuos que quedarán para ellas son lo que determina las expectativas de la inversión nacional y extranjera; no los regímenes de excepción o los regalos. Pasada la farra del 93-97 y con la política antiexportadora incólume para no perjudicar a acreedores y empresas de servicios públicos, se genera una relación inversa entre compromisos de pago e interés de inversionistas. A más compromisos de pago de deuda pública externa, menos confianza de la inversión privada extranjera y menos inversión.
 No hay dólares para todos.
Esto es lo que una aproximación demasiado legalista a la economía no entiende. Si seguimos así, con esta estabilidad, vamos a tener crisis externa no sé si en meses o en un par de años, dependiendo de los calendarios políticos, de los programas de inversión, de la crisis internacional. 
- En una gestión alternativa, ¿cuál sería la gran diferencia entre esta manera de manejar el país y otra distinta que no termine en el barranco?
-  Yo diría que el problema principal es  político, no económico. Yo creo que los economistas estamos en condiciones de adaptarnos conceptualmente y con flexibilidad a un proceso democrático en el cual la población plantee sus prioridades; claro, no todas. No se trata de invitar a una farra sin ningún criterio, pero sí de reorientar el rumbo del barco sin necesidad de alterar un prudente equilibrio fiscal, externo y empresarial, incluyendo en todo ello la cuestión del emparejamiento de monedas y plazos en las relaciones financieras. Para que ello se produzca, el problema no es de inteligencia, de técnicos calificados, de qué presidentes tenemos o de qué ministros; es la presión social lo que cuenta. Creo que la única manera de que desde la economía se diseñen alternativas originales, capaces de compatibilizar una democracia vigorosa con crecimiento a largo plazo es  que haya dos cosas: presión social y un sector exportador muy dinámico.
- Los seguidores de Fujimori dicen que la década del 90 ha sido una década de progreso; Pedro Pablo Kuczinsky afirma en la revista Debate que la situación económica ha mejorado.  La evaluación de la década no resulta tan mala.
- No sé a qué se refiere. Pero si miramos todo desde el desastre al borde de los 80, nada puede parecer peor. Claro, si yo soy financista voy a  decir que la década ha sido buena.  Si soy de los pocos mineros importantes, con las concesivas condiciones que me han dado, también me parecerá bien lo ocurrido.  Depende, pues, dónde esté ubicado uno. No tenemos sino que mirar a CONFIEP y la transparente defensa de sus más influyentes socios. Pero, si yo hablo de empleo, ¿qué ha aumentado en los exitosos noventa? ¡El empleo ilegal! , ¡el empleo sin contrato y el empleo eventual! Empleo estable, o sea por tiempo indefinido, y a la vez legal, ha caído en 19%.  ¿Qué éxito es ése? ¿Éxito para quién?
- ¿Y hasta qué punto eres optimista respecto de la posibilidad de sacar adelante propuestas como las que estás mencionando?
-  Yo tengo un optimismo moderado, en el sentido de paciente.  En el corto plazo, creo que todavía tenemos tiempos malos por delante antes de ponernos en una ruta viable. La década de los noventa ha preparado una crisis y ha asegurado que cuando venga sea grande. Por un lado, tenemos una década antiexportadora y de borrachera importadora que no ha explotado porque la crisis asiática y las otras han frenado la economía de manera relativamente suave, pero en un equilibrio que nos estanca. Por el otro, la coalición antiexportadora es muy fuerte, pues está compuesta por acreedores externos, grandes empresas extranjeras de servicios públicos, empresarios endeudados en dólares con el sistema bancario, un Estado sin margen de acción y consumidores también endeudados en dólares. Eso quiere decir que el cambio en precios relativos para elevar la rentabilidad de las empresas que compiten con el exterior y generar nuestros propios dólares vendrá por medio de una crisis brusca. Si a eso le añadimos que la dependencia del sistema bancario de los créditos del exterior ha sido agudizada por la política del gobierno y que la dolarización actual obliga a recibir a pecho descubierto cualquier dificultad proveniente del mercado externo, tenemos un panorama que obliga a adoptar medidas difíciles para evitar peores crisis. Lo demás es confiar irresponsablemente en el casino financiero internacional.
Pero tengo, sin embargo, gran expectativa en la pequeña y mediana empresa que compite con el exterior. Las que hay han salido adelante a pesar de la política económica, del abandono por el sistema bancario y de la precariedad en infraestructura, a pesar de las tarifas de los servicios públicos y de las tasas de interés. Están bien curtidas para las exigencias. Yo estoy también optimista, pero a mediano plazo,  por el retorno de la democracia y del distrito múltiple. Habrá algo más de descentralización y formación de pequeña y mediana empresa, y de líderes políticos de provincias que se queden en ellas.  Cuando se aprobó el distrito electoral múltiple, me dije: «finalmente el político de provincias va a tener que rendir cuentas y ser eficiente en relación con el  productor de provincias». 
Pienso, no sé si en mi desesperación o con un realismo frío, que los verdaderos cambios van a venir desde fuera de la economía; desde la presión ciudadana, desde la lucha por los derechos  humanos, por la democracia, y por las regiones. Por todos los sectores considerados peligrosos para la economía durante las décadas pasadas.
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