martes, 16 de julio de 2013

BASTA DE HIPOCRESÍAS



Propongo que nos dejemos de tonterías y que no haya, para empezar, ni Defen­sor del Pueblo ni Tribunal Constitucional. El problema del Perú no es el nombre pomposo de sus insti­tuciones. El problema es la gente que suele ocuparlas.
¿Acaso el ministro de Cultura ejerce? ¿Lo hace el del Ambiente? ¿Y el que tendría a su cargo la segu­ridad?
No preside el Presidente de la repú­blica sino que lo hacen los poderes fácticos. No controla el Contralor sino que la inercia lo destituye.
Y la magistrada que tuvo sesenta meses un recurso de amparo en el caso Utopía, ¿a quién servía aparte de a Azizolahoff?
Cuando el TC admite que a Antauro Humala se le atribuya un delito no aplicado al resto de sus alzados, ¿de qué hablamos? De fraude procesal, por supuesto. Y cuando el actual presiden­te del TC acude presto a ayudar a Alan García en su propósito de volver a que­dar impune, ¿cuál es la vaina? Podre­dumbre, por supuesto.
Si la democracia consiste en que cada cinco años votamos por farsantes que depondrán sus promesas y gobernarán de acuerdo a los dictados de los que no necesitan ganar las elecciones, ¿de qué agujero negro conceptual estamos ha­blando? De aquel que se lo traga todo: el poder del billetón, San Dólar, la Santísi­ma Trinidad de la Confiep.
De una vez que venga la dulce y sen­cilla anarquía.
Propongo el fin de la hipocresía.
 “Si el poder es lo que representó Belaunde –ese mito caballeroso-, no quiero el poder. Y si es lo que representa García –ese tragaldabas del oro ajeno-, tampoco lo quiero. Y si fuera lo que Fujimori encarnó junto a su pandilla de asaltantes y geishas venéreas, también paso. Y si acaso fuera lo que Guzmán, el Pol Pot de Lucanamarca, soñó hacernos, paso con más ganas todavía”.
 Basta de hipocresías
Que viva el sabio desorden ancestral, el galope de las bestias libres. Prefiero las praderas que los edificios vacíos de sentido. Que mueran las solemnidades, los discursos, los recuentos anuales, las mentiras con membrete.
¿Para qué seguir engañándonos?
El Perú huye de la verdad como si de la peste se tratara. Sólo la autocomplacencia lo seda.
Pero ya es hora de que alguien de adentro se pronuncie.
Y me pronuncio, sin ninguna espe­ranza de ser escuchado. Sólo para dejar constancia.
Para ser una república deberíamos contar con ciudadanos. No los tenemos en número suficiente.
No somos una república sino una morisqueta.
Y, por lo tanto, no importa mucho a quiénes pongamos en el TC o en la DP (sí: amamos las siglas).
Del mismo modo que no importa demasiado quiénes estarán en el Con­greso. Al final, todos se alinearán con el poder del dinero.
¿Cuántos juicios perdió Dionisio Ro­mero en su vida?
Ninguno.
¿Es que tenía siempre la razón? No. Es que siempre tuvo la chequera sobrada.
Al final casi todo en mi país tiene un tufo de farsa, un guiño coqueto de impos­tura. Como si todos su­piéramos que nadie es lo que ostenta o lo que pare­ce o lo que finge o lo que detenta.
Como si fuéramos un eterno carnaval de enmascarados.
De modo que lo mismo da que el abo­gado del alcalde Burgos pertenezca al TC o que el señor Sardón -un auténtico cretácico conservador- esté allí. Al final, el TC hará lo que los medios, mandados por la derecha, propongan con sus lin­chamientos y sus voceríos tintineantes. Y lo que los encuestadores avalen con sus cifras extorsivas.
No importa cuánta burocracia cree­mos y de qué nombres apoteósicos nos valgamos para aparentar lo que pudi­mos ser: Ministerio de Justicia, Contraloría General de la República, Tribunal Constitucional, Honorables Miembros de la Corte, muchos etcéteras.
No importan las fachadas ni el pa­pel sellado. La ignorancia condena. La deshonestidad reclama lo suyo. Lo que el Perú necesita es una megacomisión que lo refunde, una revolución que lo establezca.
-FRANKLIN FLORES  F.

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