lunes, 25 de mayo de 2020

UBI HOMO MINOR CESSAT

Siempre hemos considerado al ser humano cumbre y colofón del proceso evolutivo. Ahora ya sabemos que las cosas no son precisamente así, pero nada, nos cuesta mucho aceptarlo. Dr Zaius (Maurice Evans), en el Planeta de los Simios de 1968 
Todas las culturas y sociedades siempre han percibido que, en los tiempos remotos de sus orígenes, hubo cambios potentes y misteriosos. En nuestro caso, la hipótesis más probable sobre estos acontecimientos se llama teoría de la evolución, y su pilar es el principio de selección natural, que prima la capacidad reproductiva como valor absoluto para el éxito de un grupo o de un organismo. Esta teoría representa un fundamento de nuestra ciencia desde hace por lo menos un siglo y medio, se ha demostrado robusta y coherente, y ha sentado las bases de nuestra visión del mundo natural. A la hora de contar toda esta historia, los humanos siempre nos hemos puesto en un pedestal, siendo jueces de nuestro mismo proceso, así que las primeras iconografías de estos cambios se basaban en una línea recta que, después de un largo recorrido, culminaba en nuestra especie. La evolución se veía como un proceso gradual, lineal y progresivo. Gradual porque pasaba por todas las formas y etapas intermedias, lineal porque había un camino único y rectilíneo, y progresivo porque era un camino que iba desde criaturas imperfectas hasta formas cada vez más adaptadas. La cumbre de este proceso, por ende, teníamos que ser nosotros. Luego hemos descubierto que la evolución no siempre es gradual porque a veces cambia rápidamente, o que incluso las especies pueden sufrir variaciones discretas de su organización biológica. Tampoco es una evolución lineal, porque cada especie comparte antepasados con las otras, pero luego todas han emprendido un camino individual, paralelo a las demás, independiente. Así que no hay una línea, sino muchos, muchos linajes. Finalmente hemos entendido también que la evolución no progresa desde especies más malas hacia especies más buenas o «mejores». Todas las especies están adaptadas a su medio ambiente, solo que luego el medio ambiente cambia por alguna razón y las especies tienen que cambiar con él, emigrando a lugares más apropiados o, si se quieren quedar, mudando sus estructuras y sus funciones. Y los cambios del medio ambiente no siguen un esquema, van sin rumbo, a veces al azar, así que nada de progresión hacia una dirección específica o preestablecida. Fue así como hemos pasado de la iconografía de una «línea» a representar la evolución como un «árbol», y finalmente como un «arbusto». Claro está que, con estos cambios de perspectiva, nuestra posición de cumbre evolutiva empezaba a peligrar, por no decir que ya no aguantaba un pelo. Somos una especie muy particular, no cabe ninguna duda, pero, por lo menos a nivel del esquema filogenético, somos una especie entre un millón y medio de animales, un mamífero entre cuatro mil, un primate entre los trescientos y pico que habitan actualmente este planeta. 
Todo esto no es algo nuevo. Los paleontólogos empezaron a perfilar este escenario en los años 50-60, y, en los años 70, evolucionistas como Stephen Jay Gould dejaron el tema bastante aclarado, a nivel teórico (los conceptos) y práctico (los ejemplos). Entonces, si ha pasado tanto tiempo desde que hemos cambiado esta perspectiva, ¿por qué seguimos encontrando todavía en museos y libros los esquemas lineales, graduales y progresivos de antaño, como si no hubiera existido medio siglo de investigación zoológica y evolutiva? La respuesta podría ser bastante sencilla, y basarse en dos aspectos. Primero, sinceramente, no nos gusta esta solución y, a pesar de todas las evidencias, queremos seguir representándonos como cumbre de la escala de la naturaleza, sí o sí. Incluso queremos defender esta perspectiva en nombre de la ciencia, pero, dado que la ciencia ya no la apoya desde hace décadas, presentamos una iconografía evolucionista con medio siglo de antigüedad para justificar nuestro sesgo cultural. Segundo, un esquema lineal, gradual y progresivo es mucho más sencillo de explicar. Entrar en detalles y explicar cómo están las cosas de verdad es mucho más complicado y difícil, y requiere un esfuerzo didáctico que no todos pueden o saben o quieren hacer. Muchas veces el objetivo principal de un museo es vender entradas, de un periódico vender entretenimiento, y de un divulgador caer en gracia al público, así que ¿por qué complicarse la vida? 
Incluso dentro del mismo gremio científico, estudiantes e investigadores a menudo siguen utilizando los viejos esquemas lineales y progresivos, porque siempre lo han hecho, porque siempre se ha hecho, y la inercia cultural es un factor que afecta a la ciencia como a cualquier otro campo del saber. Claro está que todo esto se enfatiza aún más cuando hablamos de disciplinas que incluyen directamente al ser humano entre sus objetivos de estudio, como la antropología, la primatología o la neurociencia. Y si hablamos estrictamente de «árboles filogenéticos», es decir, de aquellos bonitos dibujos que posicionan las especies en un diagrama evolutivo, tenemos por lo menos tres tipos de sesgos gráficos que delatan nuestra percepción antropocéntrica y refuerzan (a estas alturas, de manera culpable) el falso mito de una evolución orientada al ser humano. 
En primer lugar, en estos esquemas, cuanto más nos acercamos a Homo sapiens a nivel zoológico, más se suelen afinar y etiquetar los grupos de clasificación del diagrama a un nivel más definido y reducido. Así que, por ejemplo, en un clásico esquema filogenético de los primates, tendemos a poner todos los prosimios en un megagrupo Prosimios (más de un centenar de especies), y los monos de Sudamérica en otro grupo gigante y muy diversificado, los Platirrinos (otro centenar y pico de especies). Luego, para los monos de África y Asia ya usamos el nivel más definido de superfamilia Cercopithecoidea (otro centenar y pico de especies), para los gibones y grandes simios detallamos el nivel de familia Hylobatidae (más de una docena de especies) y Hominidae o Pongidae (una media docena de especies), y, para nuestra especie, la subfamilia Homininae o incluso el mismo género Homo (una sola especie). Es decir, en el mismo gráfico agrupamos las especies lejanas a la nuestra en etiquetas amplias y genéricas, y a medida que nos acercamos a nosotros, dilatamos la lupa taxonómica más y más. El resultado de este subterfugio es un esquema con dos sesgos. Por un lado, parece que nuestra especie ocupa un papel proporcionalmente mucho más determinante. Por otro, da la impresión de que nuestra especie es reciente, mientras que los otros grupos son más antiguos (por definición, una agrupación más general habrá evolucionado antes que sus subgrupos más específicos). En un árbol filogenético de los primates se podría hacer el mismo truco con cualquiera de las trescientas y pico especies de primates vivientes, por ejemplo, ampliando el detalle de las etiquetas al acercarse al grupo de los calitrícidos, pequeños monos sudamericanos muy diversificados, y en este caso los humanos desaparecerían en un amontonado y primitivo grupo de monos afroasiáticos (los Catarrinos), mientras que los titíes serían los primates más recientes y especializados. Pero la jugada no se hace nunca con los titíes o con los colobos, sino siempre y solo con Homo sapiens. 
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Un segundo truco antropocéntrico en las representaciones evolutivas es volcar todas las ramas de los esquemas evolutivos hacia el ser humano. Cuando uno dibuja una separación no hay derecha o izquierda, arriba o abajo. Una bifurcación se puede dibujar en ambos sentidos, con lo cual la decisión gráfica es totalmente subjetiva o convencional. Pero no, los árboles evolutivos siempre se dibujan poniendo a la derecha el grupo más afín a los humanos, y por ende generamos la sensación de una progresión que se acerca a nuestra especie, y acaba en ella. Si las bifurcaciones se orientaran al azar, se perdería la apariencia de orden progresivo hacia lo humano, pero nos dolería en el alma acabar dibujados entre babuinos y monos aulladores. 
Y por último, el tercer sesgo en nuestros chanchullos filogenéticos, la verdadera guinda de las representaciones evolutivas: los iconos de las especies, que a menudo se representan «andando» en una dirección. No en una dirección cualquiera, claro, sino en la misma dirección a la que apuntan las etiquetas taxonómicas, y a la que se dirigen las orientaciones de las ramas: el ser humano. Todos nos siguen a nosotros, en un falso orden progresivo que respeta una supuesta (y profundamente incorrecta) secuencia de «primitividad». 
Una imagen vale más que mil palabras, y si tengo que sesgar el mensaje, todo ayuda. La clasificación que afina las etiquetas hacia nuestra especie, las ramas orientadas hacia nosotros, los demás animales que nos siguen en este paseo hacia un desenlace futuro... Todas ellas decisiones gráficas convencionales y subjetivas, pero que siempre acaban con las mismas elecciones que, mira tú por dónde, nos hacen parecer los reyes del mambo. Y no es suficiente confesar que, aunque sesgamos estas representaciones, sabemos de sobra cómo están las cosas, porque el problema no está solo en el fallo, sino —y sobre todo— en sus consecuencias. Imágenes y lenguaje probablemente no son un medio con el que expresamos nuestro pensamiento, sino que son las herramientas con que lo forjamos. Y entonces, si sesgamos términos y representaciones, estamos sesgando nuestra forma de pensar. 
Todas estas pequeñas astucias y trampas se deben a que queremos sentirnos parte de la naturaleza, pero marcando diferencias. No queremos ser parte del grupo: queremos encabezarlo. Y aunque sabemos que no es así, poco importa, porque la historia la cuentan los vencedores, y en este caso somos los únicos que tenemos el privilegio de poder contarla. Por lo menos a nosotros mismos. 

miércoles, 13 de mayo de 2020

BYUNG-CHUL HAN: VIVIREMOS COMO EN UN ESTADO DE GUERRA PERMANENTE

El filósofo coreano Byung-Chul Han en una
 fotografía facilitada por la Editorial Herder
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 Supervivencia, sacrificio del placer y pérdida del sentido de la buena vida. Así es el mundo que vaticina Byung-Chul Han después de la pandemia: "Sobrevivir se convertirá en algo absoluto, como si estuviéramos en un estado de guerra permanente", afirma en una entrevista con Efe el pensador coreano. Supervivencia, sacrificio del placer y pérdida del sentido de la buena vida. Así es el mundo que vaticina el filósofo coreano Byung-Chul Han después de la pandemia: “Sobrevivir se convertirá en algo absoluto, como si estuviéramos en un estado de guerra permanente”.  
Nacido en Seúl en 1959, Han estudió Filosofía, Literatura y Teología en Alemania, donde reside, y ahora es una de las mentes más innovadoras en la crítica de la sociedad actual. Según describe en una entrevista a EFE, nuestra vida está impregnada de hipertransparencia e hiperconsumismo, de un exceso de información y de una positividad que conduce de forma inevitable a la sociedad del cansancio. 
El pensador coreano, global y viral en su fondo y forma, expresa su preocupación porque el coronavirus imponga regímenes de vigilancia y cuarentenas biopolíticas, pérdida de libertad, fin del buen vivir o una falta de humanidad generada por la histeria y el miedo colectivo. 
"La muerte no es democrática", advierte este pensador. La Covid-19 ha dejado latentes las diferencias sociales, así como que “el principio de la globalización es maximizar las ganancias” y que “el capital es enemigo del ser humano”. A su juicio, “eso ha costado muchas vidas en Europa y en Estados Unidos” en plena pandemia. 
Byung-Chul Han, que publicará en las próximas semanas en español su último libro, "La desaparición de los rituales" (Herder), está convencido de que la pandemia “hará que el poder mundial se desplace hacia Asia” frente a lo que se ha llamado históricamente el Occidente. Comienza una nueva era. 
PREGUNTA: ¿La Covid-19 ha democratizado la vulnerabilidad humana?¿Ahora somos más frágiles? 
RESPUESTA: Está mostrando que la vulnerabilidad o mortalidad humanas no son democráticas, sino que dependen del estatus social. La muerte no es democrática. La Covid-19 no ha cambiado nada al respecto. La muerte nunca ha sido democrática. La pandemia, en particular, pone de relieve los problemas sociales, los fallos y las diferencias de cada sociedad. Piense por ejemplo en Estados Unidos. Por la Covid-19 están muriendo sobre todo afroamericanos. La situación es similar en Francia. Como consecuencia del confinamiento, los trenes suburbanos que conectan París con los suburbios están abarrotados. Con la Covid-19 enferman y mueren los trabajadores pobres de origen inmigrante en las zonas periféricas de las grandes ciudades. Tienen que trabajar. El teletrabajo no se lo pueden permitir los cuidadores, los trabajadores de las fábricas, los que limpian, las vendedoras o los que recogen la basura. Los ricos, por su parte, se mudan a sus casas en el campo. 
La pandemia no es solo un problema médico, sino social. Una razón por la que no han muerto tantas personas en Alemania es porque no hay problemas sociales tan graves como en otros países europeos y Estados Unidos. Además el sistema sanitario es mucho mejor en Alemania que en los Estados Unidos, Francia, Inglaterra o Italia. 
Aún así, en Alemania, la Covid-19 resalta las diferencias sociales. También mueren antes aquellos socialmente débiles. En los autobuses y metros abarrotados viajan las personas con menos recursos que no se pueden permitir un vehículo propio. La Covid-19 muestra que vivimos en una sociedad de dos clases. 
P: ¿Vamos a caer más fácilmente en manos de autoritarismos y populismos, somos más manipulables? 
R: El segundo problema es que la Covid-19 no sustenta a la democracia. Como es bien sabido, del miedo se alimentan los autócratas. En la crisis, las personas vuelven a buscar líderes. El húngaro Viktor Orban se beneficia enormemente de ello, declara el estado de emergencia y lo convierte en una situación normal. Ese es el final de la democracia. 
P: Libertad versus Seguridad. ¿Cuál va a ser el precio que vamos a pagar por el control de la pandemia? 
R: Con la pandemia nos dirigimos hacia un régimen de vigilancia biopolítica. No solo nuestras comunicaciones, sino incluso nuestro cuerpo, nuestro estado de salud se convierten en objetos de vigilancia digital. Según Naomi Klein, el shock es un momento favorable para la instalación de un nuevo sistema de reglas. El choque pandémico hará que la biopolítica digital se consolide a nivel mundial, que con su control y su sistema de vigilancia se apodere de nuestro cuerpo, dará lugar a una sociedad disciplinaria biopolítica en la que también se monitorizará constantemente nuestro estado de salud. Occidente se verá obligado a abandonar sus principios liberales; y luego está la amenaza de una sociedad en cuarentena biopolítica en Occidente en la que quedaría limitada permanentemente nuestra libertad. 
P:¿Qué consecuencias van a tener el miedo y la incertidumbre en la vida de las personas? 
R: El virus es un espejo, muestra en qué sociedad vivimos. Y vivimos en una sociedad de supervivencia que se basa en última instancia en el miedo a la muerte. Ahora sobrevivir se convertirá en algo absoluto, como si estuviéramos en un estado de guerra permanente. Todas las fuerzas vitales se emplearán para prolongar la vida. En una sociedad de la supervivencia se pierde todo sentido de la buena vida. El placer también se sacrificará al propósito más elevado de la propia salud. 
El rigor de la prohibición de fumar es un ejemplo de la histeria de la supervivencia. Cuanto la vida sea más una supervivencia, más miedo se tendrá a la muerte. La pandemia vuelve a hacer visible la muerte, que habíamos suprimido y subcontratado cuidadosamente. La presencia de la muerte en los medios de comunicación está poniendo nerviosa a la gente. La histeria de la supervivencia hace que la sociedad sea tan inhumana. 
A quien tenemos al lado es un potencial portador del virus y hay que mantenerse a distancia. Los mayores mueren solos en los asilos porque nadie puede visitarles por el riesgo de infección. ¿Esa vida prolongada unos meses es mejor que morir solo? En nuestra histeria por la supervivencia olvidamos por completo lo que es la buena vida. 
Por sobrevivir, sacrificamos voluntariamente todo lo que hace que valga la pena vivir, la sociabilidad, el sentimiento de comunidad y la cercanía. Con la pandemia además se acepta sin cuestionamiento la limitación de los derechos fundamentales, incluso se prohíben los servicios religiosos. 
Los sacerdotes también practican el distanciamiento social y usan máscaras protectoras. Sacrifican la creencia a la supervivencia. La caridad se manifiesta mediante el distanciamiento. La virología desempodera a la teología. Todos escuchan a los virólogos, que tienen soberanía absoluta de interpretación. 
La narrativa de la resurrección da paso a la ideología de la salud y de supervivencia. Ante el virus, la creencia se convierte en una farsa. ¿Y nuestro papa? San Francisco abrazó a los leprosos... 
El pánico ante el virus es exagerado. La edad promedio de quienes mueren en Alemania por Covid-19 es 80 u 81 años y la esperanza media de vida es de 80,5 años. Lo que muestra nuestra reacción de pánico ante el virus es que algo anda mal en nuestra sociedad. 
P:¿En la era postcoronavirus, nuestra sociedad será más respetuosa con la naturaleza, más justa; o nos hará más egoístas e individualistas? 
R: Hay un cuento,“Simbad el Marino”. En un viaje, Simbad y su compañero llegan a una pequeña isla que parece un jardín paradisíaco, se dan un festín y disfrutan caminando. Encienden un fuego y celebran. Y de repente la isla se tambalea, los árboles se caen. La isla era en realidad el lomo de un pez gigante que había estado inmóvil durante tanto tiempo que se había acumulado arena encima y habían crecido árboles sobre él. El calor del fuego en su lomo es lo que saca al pez gigante de su sueño. Se zambulle en las profundidades y Simbad es arrojado al mar. 
Este cuento es una parábola, enseña que el hombre tiene una ceguera fundamental, ni siquiera es capaz de reconocer sobre qué está de pie, así contribuye a su propia caída. 
A la vista de su impulso destructivo, el escritor alemán Arthur Schnitzler compara la Humanidad con una enfermedad. Nos comportamos con la Tierra como bacterias o virus que se multiplican sin piedad y finalmente destruyen al propio huésped. Crecimiento y destrucción se unen. 
Schnitzler cree que los humanos son solo capaces de reconocer rangos inferiores. Frente a rangos superiores es tan ciego como las bacterias. 
La historia de la Humanidad es una lucha eterna contra lo divino, que resulta destruido necesariamente por lo humano. La pandemia es el resultado de la crueldad humana. Intervenimos sin piedad en el ecosistema sensible. 
El paleontólogo Andrew Knoll nos enseña que el hombre es solo la guinda del pastel de la evolución. El pastel real está formado por bacterias y virus, que siempre están amenazando con romper esa superficie frágil y amenazan así con reconquistarlo. 
Simbad el Marino es la metáfora de la ignorancia humana. El hombre cree que está a salvo, mientras que en cuestión de tiempo sucumbe al abismo por acción de las fuerzas elementales. La violencia que practica contra la naturaleza se la devuelve ésta con mayor fuerza. Esta es la dialéctica del Antropoceno. En esta era, el hombre está más amenazado que nunca. 
P: ¿La Covid-19 es una herida a la globalización? 
R: El principio de la globalización es maximizar las ganancias. Por eso la producción de dispositivos médicos como máscaras protectoras o medicamentos se ha trasladado a Asia, y eso ha costado muchas vidas en Europa y en Estados Unidos. 
El capital es enemigo del ser humano, no podemos dejar todo al capital. Ya no producimos para las personas, sino para el capital. Ya dijo Marx que el capital reduce al hombre a su órgano sexual, por medio del cual pare a críos vivos. 
También la libertad individual, que hoy adquiere una importancia excesiva, no es más en último término que un exceso del mismo capital. 
Nos explotamos a nosotros mismos en la creencia de que así nos realizamos, pero en realidad somos unos siervos. Kafka ya apuntó la lógica de la autoexplotación: el animal arranca el látigo al Señor y se azota a sí mismo para convertirse en el amo. En esta situación tan absurda están las personas en el régimen neoliberal. El ser humano tiene que recuperar su libertad. 
P: ¿El coronavirus va a cambiar el orden mundial? ¿Quién va a ganar la batalla por el control y la hegemonía del poder global? 
R: La Covid-19 probablemente no sea un buen presagio para Europa y Estados Unidos. El virus es una prueba para el sistema. 
Los países asiáticos, que creen poco en el liberalismo, han asumido con bastante rapidez el control de la pandemia, especialmente en el aspecto de la vigilancia digital y biopolítica, inimaginables para Occidente. 
Europa y Estados Unidos están tropezando. Ante la pandemia están perdiendo su brillo. Zizek ha afirmado que el virus derribará al régimen de China. Zizek está equivocado. Eso no va a pasar. El virus no detiene el avance de China. China venderá su estado de vigilancia autocrática como modelo de éxito contra la epidemia. Exhibirá por todo el mundo aún con más orgullo la superioridad de su sistema. La Covid-19 hará que el poder mundial se desplace un poco más hacia Asia. Visto así, el virus marca un cambio de era. 
Carmen Sigüenza y Esther Rebollo 
https://www.efe.com/efe/espana/destacada/byung-chul-han-viviremos-como-en-un-estado-de-guerra-permanente/10011-4244280?fbclid=IwAR2ne52SQOW2_5-QTcmQkkXhosX2qXcdd-SmN9k9oKLuczfQ9yA2Jig9s70

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