martes, 19 de octubre de 2010

Perú: Ojo con Vargas Llosa y la estrategia del Imperio

Gustavo Espinoza M
El que el escritor peruano Mario Vargas Llosa haya sido galardonado con el Premio Nobel de la Literatura en fecha reciente, ha generado un gran debate en diversos escenarios.
En el calor de la discusión en torno al tema se han abordado diversos aspectos: la calidad literaria del escritor, la flexibilidad con la que se otorgan esos distintivos -en su momento Henry Kissinger recibió uno-, la circunstancia en la que ese Premio fuera otorgado, y hasta las concepciones políticas del autor de “Conversaciones en la Catedral” y otras obras conocidas en el ámbito internacional.
Más allá del reconocimiento formal a un escritor y a su obra, hay que tomar en cuenta, sin embargo, un hecho que se ha abordado más bien tangencialmente: la estrategia del Imperio, con relación Vargas Llosa y el manejo que se hace de su imagen en el escenario actual.
Porque, al margen de la mirada literaria o crítica con la que veamos sus escritos, se perfila el tema de las convicciones políticas del autor y el uso que hace de ellas en el marco de los problemas de nuestro tiempo.
Si quisiéramos resumir en pocas líneas aquello que más preocupa a la humanidad hoy y encontrar allí los puntos de definición del flamante premiado por la Academia sueca, podríamos aludir al modelo económico imperante, a los peligros de agresión y de guerra contra los pueblos, y a la insurgencia de proyectos nuevos en América Latina que ponen en riesgo la dominación imperialista.
Ante esos retos, Vargas Llosa responde no como un escritor de novelas, sino como el defensor de un sistema incompatible con la dignidad humana, la justicia y los intereses de las grandes mayorías. Y, por el contrario, asoma como un destacado exponente del pensamiento más reaccionario cuando no como uno de los más calificados voceros -en el ámbito intelectual- del “consenso de Washington” en las más diversas materias.
Vargas Llosa se inició en la política peruana integrando un núcleo universitario ligado al pensamiento marxista: el Grupo Cahuide, fundado por iniciativa de los comunistas en la Universidad de San marcos en los primeros años de la década de los cincuenta, cuando regía en un país sin esperanza la dictadura de Odría. Precisamente a esa época corresponde su obra “Conversaciones en la Catedral” en la que aparecen recordados luchadores sociales, como Félix Arias Schreiber, Lea Barba o Alfredo Abarca.
En la década siguiente, se identificó con la Revolución Cubana. Incluso con la lucha de los trabajadores. Yo recuerdo haber compartido con él un set de la televisión, en septiembre de 1967, cuando existía Unidad de Izquierda con derecho a un espacio electoral gratuito en el Canal del Estado. En esa circunstancia, nos presentamos ambos. El, para llamar al electorado a votar a favor de la candidatura de Carlos Malpica en los Comicios complementarios para una diputación por Lima, y yo para exhortar a la ciudadanía respaldar un Paro General de 24 horas decretado en ese entonces por el Comité de Defensa y Unidad Sindical.
Ciertamente en esa época Vargas Llosa seguía siendo un “intelectual de izquierda” aunque afloraba ya su crítica a Cuba que encubrió justificando sus diferencias por el “caso Padilla”. Se sabría después que su alejamiento del proceso cubano tuvo que ver mucho más con el destino del Premio Literario Rómulo Gallegos de las Letras venezolanas, que le confiriera en ese entonces el régimen de Acción Democrática en Caracas.
Darle la espalda a la Revolución Cubana fue sin duda el símbolo de su involución política. Porque a partir de allí, Vargas Llosa pasó a convertirse en un aguerrido defensor del sistema de dominación capitalista en todos sus extremos.
Y mientras más defendió ese modelo, más se alejó de la causa de los pueblos y de los trabajadores hasta asomar, a comienzo de los años 90 como el gonfalonero del shock neo liberal que pudo haber cumplido si Fujimori no le hubiera arrebatado la presidencia del país, ni robado el programa económico que había reservado a los peruanos.
¿En cuánto daño se ha traducido ese esquema de dominación para los pueblos? Baste saber que hoy en el mundo tres mil millones de personas viven bajo el límite de la pobreza y uno de cada seis es simplemente un mendigo. Baste saber que la riqueza de una sola persona equivale al Producto Bruto Interno de tres países de nuestra región. Baste saber que en Estados Unidos se gasta en alimentos para perros al equivalente de lo que se podría invertir en todo el continente africado para atenuar el hambre y la desnutrición.
Si la asimetría en el reparto de la riqueza es el símbolo de nuestro tiempo, es el silencio ante aquellas iniquidades lo que ha caracterizado el mensaje de Vargas Llosa en las cuatro últimas décadas de nuestra historia.
Pero eso es sólo una parte del tema. También está planteada la increíble guerra afgana y todas sus atrocidades; la intervención militar norteamericana en Irak, condenada hoy crecientemente por la opinión pública norteamericana; la política del régimen sionista de Israel contra los países árabes; el bloqueo yanqui contra Cuba y el cobijo de los servicios secretos norteamericanos a las bandas terroristas que operan contra el mundo desde Miami conducidas por Posada Carriles y sus cachorros; la vergonzosa condenada a los 5 héroes cubanos encarcelados desde hace doce años en las prisiones del Imperio.
En ninguno de estos temas el mundo ha conocido una sola palabra sensata dicha, o escrita, por Vargas Llosa.
Probablemente por eso es que hoy se ha convertido en uno de los símbolos más definidos en el enfrentamiento a las alternativas libradoras que surgen en nuestro continente.
Originalmente no tuvo Vargas Llosa una actitud negativa ante el proceso antiimperialista de Velasco Alvarado, lo que confirma la idea de que su prédica por la “irrestricta vigencia de la democracia representativa” es más bien discutible. Pero sí le declaró abiertamente la guerra a Cuba con odio creciente. Y, a partir de allí, enfiló sus baterías contra el proceso de transformaciones revolucionarias que se opera en Venezuela, contra los cambios en el Ecuador, y en Bolivia. Y también sus reservas ante otras experiencias latinoamericanas sucedidas en Brasil, Chile, Argentina o Uruguay.
En todos los casos, la línea de Vargas Llosa ha sido una sola: la hostilidad ante los avances de los pueblos y el anhelo de preservación de los privilegios de los ricos. Eso, no se puede negar.
Por eso se equivocan quienes, aturdidos por la propaganda imperante, se detienen en “los méritos literarios” del galardonado, y pierden de vista el papel del escritor en nuestro tiempo.
Vargas Llosa es una clara carta del Imperio. Y va a ser usada en su momento contra todos.
Que a nadie sorprenda que el flamante Premio Nobel asome después como el candidato presidencial de la derecha peruana para unir en un solo haz al hoy fragmentado -y en derrota- segmento conservador.
Aunque lo ha negado en sus más recientes declaraciones, bien sabemos que en materia de esas definiciones, quien tiene la palabra no es el títere, sino el titiritero. Y este maneja los hilos desde lejos.
Mario Vargas Llosa, al margen de su obra literaria, tiene su nombre escrito en la estrategia del Imperio.
* Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera

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