Marco Briones
El “síndrome de la división” es una de sus cartas mayores que jugará la derecha para ganar las elecciones del 2011. Ese mal congénito, esa manía de la izquierda peruana de dividirse por “quítame esa paja”.
La derecha conoce bien el servicio que le puede prestar este “síndrome” y por ello, al tiempo que desarrolla una campaña de “psicosociales” contra Ollanta y los nacionalistas, utiliza todos los medios para inocular el “virus de la división”.
En un reciente artículo titulado Las elecciones que la derecha quiere, Javier Diez Canseco– aunque obviando su autocrítica – se ha referido a esa tragedia de la izquierda peruana y a los peligros de hoy: (La República 19.10.2009)
“La derecha, consciente de la ilegitimidad y desprestigio del sistema político (abuso de poder, corrupción y entreguismo), quiere destruir las opciones de cambio…chantajean a quienes aspiran a ser opciones de cambio y alientan su fraccionamiento. Titulares para las divisiones y conflictos. Silencio a los esfuerzos unitarios. La derecha, que se sabe ella misma sobrepoblada de candidaturas, sin éxito en su afán de moverse al “centro”, necesita dividir a las fuerzas del cambio, socavar sus liderazgos e impedir la unidad, para cerrarle opciones en la segunda vuelta del 2011.
“Y, como bien lo señalara Nelson Manrique hace unos días, esta operación parece contar con una casi entusiasta cooperación de fuerzas que se definen por el cambio. Algunos ganados por la idea de su “destino manifiesto”, otros jugándose una “rifa política” (si Fujimori pudo...), y alguno jugando el papel del guión divisionista de la derecha. Parece haberse aprendido poco de las lecciones de la historia reciente.
“Hace 29 años, en setiembre de 1980, se fundó Izquierda Unida, aprendiendo de la derrota electoral, ese año, de las fuerzas de izquierda que habían sumado (separadas) primera votación en la Constituyente de 1978. El fracaso del 80 abrió paso a la unidad. En tres años, IU ganó la Municipalidad de Lima con Barrantes y luego dirigió 50% de los gobiernos regionales, un tercio de los municipios y fue la segunda fuerza electoral el 85.
“La unidad demostró ser condición de avance y victoria. Pero debía cultivarse. El sectarismo, el maltrato de las diferencias, la falta de democracia interna, el cuoteo partidario de puestos, viejos estilos de gestión de los gobiernos ganados, la falta de renovación programática y organizativa, de trato horizontal con las organizaciones populares, de mujeres y de jóvenes, la falta de conciencia de ser país plurinacional, el impacto del terrorismo senderista que la derecha machacaba como de izquierda y, sobre todo, la falta de voluntad de poder y de capacidad de poner por delante el cambio del Perú, nos llevaron a la disgregación de la izquierda más grande de América del Sur.”
El 2006, una avalancha por el cambio volvió a abrir una oportunidad que se perdió por un pelo, pero la lección de unidad y organización fue escasa. ¿Se refundarán las fuerzas del cambio o se cumplirá el libreto de la derecha?
A esas reflexiones de Javier podría agregar estas otras, que corresponden a mi punto de vista como “no partidarizado” de Izquierda Unida:
La victoria en las elecciones municipales de 1983 y el constituir la segunda fuerza electoral el año 1985, le mostro a la izquierda peruana la magnitud de su poderío electoral e influencia social. Tal fenómeno no era una casualidad, era el resultado de la conjunción de un sentimiento unitario y voluntad transformadora gestados en el seno del pueblo peruano a lo largo de muchos años de lucha. Los partidos integrantes de Izquierda Unida (IU) no comprendieron la esencia ni la trascendencia de tal hecho histórico. Muchos años de vida interna marcada por el dogmatismo, normas de funcionamiento antidemocrático y deterioro de la ética socialista, explican en parte esa incapacidad.
Así resultó un hecho paradójico, los partidos de la IU no solo fueron incapaces de incorporar en sus filas a los nuevos contingentes de adherentes al socialismo sino que, por el contrario, sufrieron la deserción de decenas de sus militantes. El universo de los “no partidarizados” resultó siendo mayoritario en la estructura base de IU, mientras que los organismos de dirección permanecieron en manos de los partidos, convertidos en escenarios de pugnas internas mezquinas. Por ello, la lucha por la democratización interna, contra las manías burocráticas y manipuladoras de los partidos, devino imprescindible y la consigna “un militante un voto” la hicieron suya miles de izquierdaunidistas. A esa contradicción (partidos versus “no partidarizados”) vino a agregarse otra que la desplazaría: la pugna entre el “socialismo democrático” y el “ socialismo dogmático y sectario”. La renuncia obligada del Dr. Alfonso Barrantes Lingán a la Presidencia de IU, en 1987, fue sin duda una victoria de los sectores que lo acusaban de “reformista”.
“Izquierda Unida” llegaría al año 1988 sin resolver sus contradicciones. La cercanía a la contienda electoral agudizó la lucha interna y la ruptura quedó consumada a comienzos de 1989, en el Primer Congreso Nacional de IU. Se había perdido una oportunidad histórica para ser gobierno. La derrota de la izquierda en 1990 fue catastrófica. Era el castigo que las masas daban a sus dirigentes por haber destruido un bien tan preciado como es el sentimiento unitario y por haber frustrado sus esperanzas de cambio, tan ansiadas durante largos años de lucha sacrificada. A ese “síndrome”, Alfredo Bryce Echenique en su “Permiso para sentir ( Antimemorias 2) le dedicó las siguientes líneas de crítica mordaz:
“… toda aquella izquierda unida que jamás iba a ser vencida y que el desborde popular y su falta de credibilidad, de vergüenza y de todo, dejó cual caminito que el tiempo ha borrado, en inútil busca de un tiempo irremediablemente perdido en broncas y entreveros y escisiones mil. Porque la verdad, creo yo, jamás en la historia de la humanidad se ha dividido y escindido nada tanto como la izquierda peruana. Y, a título de mordaz ejemplo, viene a cuento intercalar aquí la historia que me contó un amigo sobre uno de estos líderes, muy izquierdista y siempre escindido, él. De nombre de pila Santiago Pinelo y de nombre de combatiente —desde las trincheras de la revolución—, el santoral entero, porque a cada escisión nuevo nombre de combate y clandestinidad, el tal Santiago Pinelo heredó de su padre un paquete de acciones del Club de Regatas Lima, que lo hizo socio de esta prestigiosa institución casi automáticamente. A las pocas semanas, contaba mi amigo, ya había Club de Regatas Lima y Club de Regatas Lima Rebelde, fruto de una escisión, en cuyo origen, cómo no, estaba Santiago Pinelo, que, por lo demás, siempre abandonaba las reuniones antes de tiempo, con el pretexto de que tenía —sí, tal como me lo contaron, lo cuento—: tenía una cita con la historia. "
Tomar conciencia de ese “síndrome” y combatirlo es una tarea del presente. Urge recuperar el sentimiento de unidad destruido hace veinte años. Y esta es una oportunidad para los militantes de la antigua izquierda, de reivindicarse y expiar sus culpas. No les está negado el derecho a construir nuevos partidos, pero nada justifica hacerlo a costa de desprestigiar a otros del mismo campo, a “vestir un santo desvistiendo otro” o a frustrar la reconstrucción del sentimiento unitario generada a partir del esfuerzo de Ollanta Humala. Nada justifica fomentar el divisionismo en el campo popular.
El “síndrome de la división” es tan letal que sería saludable inscribir en nuestras banderas este nuevo lema profiláctico: ¡Sin unidad no hay victoria!
El “síndrome de la división” es una de sus cartas mayores que jugará la derecha para ganar las elecciones del 2011. Ese mal congénito, esa manía de la izquierda peruana de dividirse por “quítame esa paja”.
La derecha conoce bien el servicio que le puede prestar este “síndrome” y por ello, al tiempo que desarrolla una campaña de “psicosociales” contra Ollanta y los nacionalistas, utiliza todos los medios para inocular el “virus de la división”.
En un reciente artículo titulado Las elecciones que la derecha quiere, Javier Diez Canseco– aunque obviando su autocrítica – se ha referido a esa tragedia de la izquierda peruana y a los peligros de hoy: (La República 19.10.2009)
“La derecha, consciente de la ilegitimidad y desprestigio del sistema político (abuso de poder, corrupción y entreguismo), quiere destruir las opciones de cambio…chantajean a quienes aspiran a ser opciones de cambio y alientan su fraccionamiento. Titulares para las divisiones y conflictos. Silencio a los esfuerzos unitarios. La derecha, que se sabe ella misma sobrepoblada de candidaturas, sin éxito en su afán de moverse al “centro”, necesita dividir a las fuerzas del cambio, socavar sus liderazgos e impedir la unidad, para cerrarle opciones en la segunda vuelta del 2011.
“Y, como bien lo señalara Nelson Manrique hace unos días, esta operación parece contar con una casi entusiasta cooperación de fuerzas que se definen por el cambio. Algunos ganados por la idea de su “destino manifiesto”, otros jugándose una “rifa política” (si Fujimori pudo...), y alguno jugando el papel del guión divisionista de la derecha. Parece haberse aprendido poco de las lecciones de la historia reciente.
“Hace 29 años, en setiembre de 1980, se fundó Izquierda Unida, aprendiendo de la derrota electoral, ese año, de las fuerzas de izquierda que habían sumado (separadas) primera votación en la Constituyente de 1978. El fracaso del 80 abrió paso a la unidad. En tres años, IU ganó la Municipalidad de Lima con Barrantes y luego dirigió 50% de los gobiernos regionales, un tercio de los municipios y fue la segunda fuerza electoral el 85.
“La unidad demostró ser condición de avance y victoria. Pero debía cultivarse. El sectarismo, el maltrato de las diferencias, la falta de democracia interna, el cuoteo partidario de puestos, viejos estilos de gestión de los gobiernos ganados, la falta de renovación programática y organizativa, de trato horizontal con las organizaciones populares, de mujeres y de jóvenes, la falta de conciencia de ser país plurinacional, el impacto del terrorismo senderista que la derecha machacaba como de izquierda y, sobre todo, la falta de voluntad de poder y de capacidad de poner por delante el cambio del Perú, nos llevaron a la disgregación de la izquierda más grande de América del Sur.”
El 2006, una avalancha por el cambio volvió a abrir una oportunidad que se perdió por un pelo, pero la lección de unidad y organización fue escasa. ¿Se refundarán las fuerzas del cambio o se cumplirá el libreto de la derecha?
A esas reflexiones de Javier podría agregar estas otras, que corresponden a mi punto de vista como “no partidarizado” de Izquierda Unida:
La victoria en las elecciones municipales de 1983 y el constituir la segunda fuerza electoral el año 1985, le mostro a la izquierda peruana la magnitud de su poderío electoral e influencia social. Tal fenómeno no era una casualidad, era el resultado de la conjunción de un sentimiento unitario y voluntad transformadora gestados en el seno del pueblo peruano a lo largo de muchos años de lucha. Los partidos integrantes de Izquierda Unida (IU) no comprendieron la esencia ni la trascendencia de tal hecho histórico. Muchos años de vida interna marcada por el dogmatismo, normas de funcionamiento antidemocrático y deterioro de la ética socialista, explican en parte esa incapacidad.
Así resultó un hecho paradójico, los partidos de la IU no solo fueron incapaces de incorporar en sus filas a los nuevos contingentes de adherentes al socialismo sino que, por el contrario, sufrieron la deserción de decenas de sus militantes. El universo de los “no partidarizados” resultó siendo mayoritario en la estructura base de IU, mientras que los organismos de dirección permanecieron en manos de los partidos, convertidos en escenarios de pugnas internas mezquinas. Por ello, la lucha por la democratización interna, contra las manías burocráticas y manipuladoras de los partidos, devino imprescindible y la consigna “un militante un voto” la hicieron suya miles de izquierdaunidistas. A esa contradicción (partidos versus “no partidarizados”) vino a agregarse otra que la desplazaría: la pugna entre el “socialismo democrático” y el “ socialismo dogmático y sectario”. La renuncia obligada del Dr. Alfonso Barrantes Lingán a la Presidencia de IU, en 1987, fue sin duda una victoria de los sectores que lo acusaban de “reformista”.
“Izquierda Unida” llegaría al año 1988 sin resolver sus contradicciones. La cercanía a la contienda electoral agudizó la lucha interna y la ruptura quedó consumada a comienzos de 1989, en el Primer Congreso Nacional de IU. Se había perdido una oportunidad histórica para ser gobierno. La derrota de la izquierda en 1990 fue catastrófica. Era el castigo que las masas daban a sus dirigentes por haber destruido un bien tan preciado como es el sentimiento unitario y por haber frustrado sus esperanzas de cambio, tan ansiadas durante largos años de lucha sacrificada. A ese “síndrome”, Alfredo Bryce Echenique en su “Permiso para sentir ( Antimemorias 2) le dedicó las siguientes líneas de crítica mordaz:
“… toda aquella izquierda unida que jamás iba a ser vencida y que el desborde popular y su falta de credibilidad, de vergüenza y de todo, dejó cual caminito que el tiempo ha borrado, en inútil busca de un tiempo irremediablemente perdido en broncas y entreveros y escisiones mil. Porque la verdad, creo yo, jamás en la historia de la humanidad se ha dividido y escindido nada tanto como la izquierda peruana. Y, a título de mordaz ejemplo, viene a cuento intercalar aquí la historia que me contó un amigo sobre uno de estos líderes, muy izquierdista y siempre escindido, él. De nombre de pila Santiago Pinelo y de nombre de combatiente —desde las trincheras de la revolución—, el santoral entero, porque a cada escisión nuevo nombre de combate y clandestinidad, el tal Santiago Pinelo heredó de su padre un paquete de acciones del Club de Regatas Lima, que lo hizo socio de esta prestigiosa institución casi automáticamente. A las pocas semanas, contaba mi amigo, ya había Club de Regatas Lima y Club de Regatas Lima Rebelde, fruto de una escisión, en cuyo origen, cómo no, estaba Santiago Pinelo, que, por lo demás, siempre abandonaba las reuniones antes de tiempo, con el pretexto de que tenía —sí, tal como me lo contaron, lo cuento—: tenía una cita con la historia. "
Tomar conciencia de ese “síndrome” y combatirlo es una tarea del presente. Urge recuperar el sentimiento de unidad destruido hace veinte años. Y esta es una oportunidad para los militantes de la antigua izquierda, de reivindicarse y expiar sus culpas. No les está negado el derecho a construir nuevos partidos, pero nada justifica hacerlo a costa de desprestigiar a otros del mismo campo, a “vestir un santo desvistiendo otro” o a frustrar la reconstrucción del sentimiento unitario generada a partir del esfuerzo de Ollanta Humala. Nada justifica fomentar el divisionismo en el campo popular.
El “síndrome de la división” es tan letal que sería saludable inscribir en nuestras banderas este nuevo lema profiláctico: ¡Sin unidad no hay victoria!
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