Escribe César Hildebrandt
ASI DE MAL SE PORTO INGLATERRA CON PERÚ
Los ingleses le jugaron feo al Perú. El historiador Juan Luis Orrego nos recuerda que Inglaterra en 1854, invadió la isla guanera de Lobos, en Lambayeque, tal como lo hicieron con Las Malvinas. “Solo que en este caso logramos expulsarlos”, dice. Orrego recuerda también que los británicos hicieron una intensa campaña en Europa para bloquearle al Perú la compra de armamento en plena guerra del Pacífico. Para el historiador Daniel Parodi, Inglaterra apoyó a los chilenos, en el conflicto bélico para asegurarse con ellos la venta del guano y salitre, que estaba restringida en Perú por su política proteccionista. “Pedimos la anexión de Tarapacá a Chile, dando en cambio a Bolivia el puerto de Arica y al Perú el finiquito de su deuda externa”, rezaba un editorial del diario británico The Bullonist, en 1880. El gran historiador Jorge Basadre, en su publicación Sultanismo, Corrupción y Dependencia en el Perú republicano, resaltó, además, un lapidario editorial de The Times, publicado el 30 de mayo de 1879. “En cuanto a las razones de la guerra, no hace mucho que dijimos que estaban de parte de Chile y que los otros extranjeros deben concederles sus simpatías. La querella es mercantil y mientras Chile pelea por la libertad de comercio, el Perú ha tomado el partido de la restricción y del monopolio”, decía. Otros textos también retrataron el apoyo inglés al vecino país. Por ejemplo, en el libro Mi Manuel (1947), de Adriana de Gonzales Prada, se consignaba que los ingleses “avisaban a los chilenos dónde se encontraban los buques peruanos”.
NO ENVEJEZCAS ASÍ, MARIO
A todos nos trabaja el tiempo, nos roen los años, nos vuelan las horas como moscas. Yo mismo he llegado a ser un repentino aprendiz de viejo. Un viejo, en suma. Pero un viejo que se resiste y se resistirá a que el tiempo me convierta en un tono reconciliado con el mundo. La rebeldía es el mejor antioxidante. Si alguna cosa buena puedo decir de mí es que no estoy dispuesto a transar con la claque de quienes cortan el jamón. No me da la gana. Si la cordura consiste en ser neutral, opto por la locura. Si la sensatez es la segunda acepción de la palabra miedo, quiero morir en mis trece. Por todas estas consideraciones, la verdad es que me preocupa la vejez de Mario Vargas Llosa.
Mario está decidido a ser un patriarca de la ultraderecha mundial y un vocero de la tradición nativa. Su talento a borbotones, su labia de líder los dedica a decir, en todas partes, que la democracia de los votos y el mercado de las cosas nos hacen felices. Y si no lo somos es porque no queremos, porque somos flojos y autistas. Ha borrado de la historia el ciclo imperialista y propone que nos culpemos de todo lo que nos pasa. Como si no hubiesen hoy mismo barreras arancelarias, asimetrías gigantescas, préstamos internacionales de estafa, trabajadores sufriendo por empleos basura, programas de ajuste pagados por los de a pie (a los que hay que ver arrastrándose ante la policía). Como si no existiesen Grecia, España, Portugal. Como si no supiéramos de las hipotecas tóxicas, los bancos ladrones, el modelo de un consumo que está matando el planeta.
Entonces viene Mario y nos dice que somos una recua de cagones que se quejan, cuando el paraíso está a la vuelta de la esquina si persistimos en lo de hoy. O sea en lo que hizo su adversario Fujimori – a quien le niega mezquinamente haber puesto cimientos de esta tómbola -, su compadre en inglés Toledo t su exenemigo “bribón y caradura” Alan García.
Ahora a Mario le gusta Humala. Dice que lo está haciendo muy bien. Que vamos por el buen camino. Yo que Humala pondría algunas velas. Me miraría en el espejo. Me confesaría.
Mario es una máquina que no tiene el botón de apagado. Viaja, escribe, dicta, encauza, apostrofa. Se va a la India a un archi matrimonio y hace toda una crónica social sobre una fiesta de tres días y tres noches. Condena a los ecologistas. Difama a los gobiernos que no le gustan, que son precisamente todos los que no le gustan al departamento de Estado. En resumen: ha llegado a ser su papá aquel señor conservador que representaba a una agencia de noticias de los Estados Unidos y que le inculcaba que el mundo era como era y sin apelación.
Todo aquello que no sea de su tribu es hereje, sucio. Todo lo que no le sonríe al modelo que el defiende es blanco de sus diatribas: gobiernos populistas, presidentes demagogos, utopías arcaicas, socialismos podridos.
Y él parece Zeus en el Olimpo. Habla como si la pureza fuese su hermana y la verdad su amante. Pontifica sobre todo y avala todo aquello que pueden confirmar sus teorías.
Ha esperado ganar el Nobel para soltarse los moños y mostrarle al mundo qué político estaba detrás del gran escritor que siempre fue.
Acaba de producir en Lima un seminario internacional sobre América Latina. Lo ha auspiciado su propia ONG, la Fundación Internacional para la Libertad.
Y nos ha traído a embajadores, vicecónsules y francotiradores de la derecha continental. Entre ellos está Mariano Grondona, que es el Jaime de Althaus de los argentinos. O Carlos Alberto Montaner, que es el Eudocio Ravines de Miami.
Pero quien más ha destacado entre todas estas estrellas del pensamiento ha sido, sin duda, la señora Josefina Vásquez Mota, la precandidata del PAN a la presidencia de México. El PAN no es chancay de a 20. Es el partido del charro Vicente Fox, que parecía su hermano de George W. Bush maquillado por televisa. Es el partido de Felipe Calderón, el de los 50.000 finaditos, que llegó a la presidencia después de que el ente electoral le robó la elección a Andrés Manuel López Obrador.
La señora viene en representación de un partido que no es ni liberal ni decente. Y llegó a Lima de la mano de Vargas Llosa para decirnos que la fórmula que ella tiene es la que comparten los hombres serenos y razonables de todo el mundo. ¿Y los 40 millones de pobres que hay en México? ¿Y la maldición de ser maquiladores? ¿Y la política inmigratoria? ¿Y la corrupción, que en México es oceánica y que con el PAN se ha acentuado? Nada de eso: allí está el mercado, la inversión, el Estado desregulado haciendo lo suyo, cuates, no se me pongan bravos.
Esta misma Vásquez Mota es la que escribió en 1998, en un diario llamado El Economista, las siguientes palabras sobre Augusto Pinochet y su régimen de pandilleros asesinos:
“La economía chilena fue dejada en manos de un grupo de expertos que tuvieron que enfrentar una fuerte crisis a principios de los 80 y sus políticas públicas estuvieron apegadas en general a los principios de una economía de mercado que hasta hoy han tenido continuidad y se han venido reforzando y consolidando con el paso de los años… La dictadura chilena deja grandes lecciones y la historia se está encargando de dar a cada quien su tributo y responsabilidad. Hay otras dictaduras que son más peligrosas porque operan bajo una piel de cordero…”
Cuando el liberalismo se asusta, cuando los cholos se alzan, los rotos se cansa, los pelaos gritan lisuras, entonces vienen los tanques y ponen las cosas en orden. Y vuelta a empezar.
Será por eso que Mario dice ahora que Chile solo tiene problemas del primer mundo. Como si Camila Vallejo fuese Barbie y los mapuches fuesen los extras de Condorito y los paupérrimos sin casa tras el terremoto fuesen chusma invisible. Como si la desigualdad no se hubiese acentuado hasta extremos insultantes en el país que impuso el mercado bombardeando la sede de un gobierno que Nixon había jurado masacrar.
Mario fue comunista de muchacho, en San Marcos. Fue socialista habanero, después. Fue centrista cuando ocurrió lo del poeta Heberto Padilla. Fue centroderechista cuando polemizó con Rama o con Grass. Hasta allí, todo iba perfecto. Era el viaje previsible de un enorme escritor que empieza ganando una beca para irse a Europa y termina como novelista estelar en todo el mundo. Era la legítima trayectoria del desencanto.
Ahora, sin embargo, este Mario inmoderado, que invita a la segundilla del jurásico conservador, ¿quién es? No lo reconozco. Este Mario, que ataca a la Kirchner por peronista, a Correa por distinto, a Chávez por estatista, a Ortega por repitente y a Cuba por antonomasia, ¿por qué es tan estoico con las taras y podres del sistema que rige en el mundo?
¿No sabe de las taras? ¿No está informado de las podres? Claro que sabe y está informado. Lo que sucede es que está resignado a vivir en el Matrix embrutecedor del que nadie debe escapar. Decir que los viejo es nuevo, que el fracaso es éxito, que la mugre es blanca es algo que no se le puede creer ni siquiera a un novelista. Decir que la democracia y el mercado todo lo solucionan es un cuento merecedor de un premio. Y es una pena que nuestro Nobel esté haciendo el papel de un Pedro Beltrán ilustrado y a veces genial.
Mario, no envejezcas así. Te lo pide tu viejo y rendido lector de siempre.
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