Por Oswaldo Albornoz Peralta
Todo conquistador trata de
justificar su conquista para esconder o aminorar la explotación y desmanes que
ejercen sobre los pueblos conquistados. Y para esto, la justificación más
socorrida, es que se trata de gentes inferiores, cuyas costumbres y
pensamiento, son sometidos a una crítica implacable a la par que inconsistente
desde un punto de vista ético y científico.
Esto, desde muy antiguo. Ya
Aristóteles en su conocido y célebre libro Política, habla de
pueblos bárbaros, de pueblos esclavos por naturaleza, cuyo destino
no es otro que el de ser conquistados y esclavizados para que trabajen y sirvan
a los griegos, derecho justo dada su superioridad racial. Y esta tesis se
difunde grandemente y sirve para la expansión de Roma.
De larga vida la tal tesis,
llega a América con la espada de los conquistadores y la cruz de los
misioneros. Y aquí, en algunos casos, se radicaliza hasta el extremo de
sostener que los indios americanos carecen de alma y no pertenecen a la especie
humana. El Papa, para no amenguar la labor evangelizadora, tiene que intervenir
y decir que sí tienen alma y que, por tanto, son hombres. Pablo III, en su
bula Sublimis Deus –1537– tiene que declarar esto:
Nos, que aunque indignos,
ejercemos en la tierra el poder de Nuestro Señor… consideramos sin embargo que
los indios son verdaderos hombres y que no solo son capaces de entender la fe
católica, sino que, de acuerdo con nuestras informaciones, se hallan deseosos
de recibirla. (1)
La bula papal es urgente e
imprescindible, porque es obvio que si los indios no pertenecen a la especie
humana, la evangelización de sus pueblos no tiene sentido. Si para ellos no
existe otra vida después de la muerte por carecer de alma, ¿para qué el
esfuerzo de su cristianización?
Empero, la singular bula
papal, es quizás más imperiosa y necesaria para la monarquía española. Para sus
reyes es un importante instrumento de conquista, pues una religión que predica
la resignación y el sometimiento, resulta un arma formidable para imponer el
dominio y consolidar la colonización. Es el cuchillo pontificio de
que nos habla nuestro obispo Gaspar de Villarroel. Por tanto, hay que imponer
el catolicismo a cualquier costo, para lo cual es forzoso arrasar las
religiones indígenas, como efectivamente sucede. Una cohorte de clérigos,
destruyendo todo lo que para ellos significa idolatría, se desplaza por todos los
rincones del nuevo continente para cumplir tan sagrado oficio. Un Diego de
Landa, por ejemplo, se destaca en el cumplimiento de este cometido por las
tierras mayas.
Tan fundamental es la
implantación de la religión católica, que muchos juristas y teólogos, la
consideran como justa causa para la conquista.
Pero si bien la bula aludida
saca de la animalidad al indígena, no por eso se libra de la inferioridad,
calidad indispensable para justificar la conquista. Así el dominico Francisco
de Vitoria, uno de los que sostienen que es justa causa de guerra la oposición
de los bárbaros a la propagación del Evangelio, dice esto
sobre los indios:
Esos bárbaros, aunque, como se
ha dicho, no sean del todo incapaces, distan, sin embargo, tan poco de los
retrasados mentales que parece no son idóneos para constituir y administrar una
república legítima dentro de los límites humanos y políticos. Por lo cual no
tienen leyes adecuadas, ni magistrados, ni siquiera son suficientemente capaces
para gobernar la familia. Hasta carecen de ciencias y artes, no sólo liberales
sino también mecánicas, y de una agricultura diligente, de artesanías y de
otras muchas comodidades que son hasta necesarias para la vida humana. (2)
El buen fraile –tan alabado
por ciertos historiadores– duda si este retraso mental es justo título para
la conquista. Menéndez Pelayo, dice que con él, ¡entró a raudales la
luz!
Más radical y menos dubitativo
es el famoso fray Ginés de Sepúlveda. En su Tratado sobre las justas
causas de la guerra contra los indios no se cansa de buscar motivos
para justificar el sometimiento de los indígenas americanos, para lo cual
acumula sobre ellos, junto con la consabida falta de razón, una serie de vicios
y defectos. Y para su condena a los que llama hombrecillos con apenas
vestigios de humanidad se basa, no sólo en Aristóteles, sino en San
Agustín, Santo Tomás de Aquino y algunos pasajes bíblicos. Oídle:
Con perfecto derecho los
españoles ejercen su dominio sobre estos bárbaros del Nuevo Mundo e islas
adyacentes, los cuales en prudencia, ingenio y todo género de virtudes y
humanos sentimientos son tan inferiores a los españoles como los niños a los
adultos, las mujeres a los varones, como gentes crueles e inhumanos a muy
mansos, exageradamente intemperantes a continentes y moderados, finalmente,
estoy por decir cuanto los monos a los hombres
La justa guerra es causa de la
justa esclavitud, la cual contraída por el derecho de gentes, lleva consigo la
pérdida de la libertad y de los bienes. (3)
Con estas tesis se enfrenta en
1550-1551 en la Junta de Valladolid a fray Bartolomé de las Casas, alto
representante de las ideas democráticas españolas, encerradas por desgracia en
esa época en los débiles círculos erasmistas, que para no ser reprimidos por la
Inquisición expresan su pensamiento con extrema cautela. Su combate se
fundamenta, principalmente, en el cristianismo primitivo. Y llega lejos. Al
final de su vida llega a plantear que se devuelvan a los indios "los
bienes robados y que los españoles abandonaran las colonias". (4)
A Sepúlveda le sonríe la buena
suerte. Los conquistadores del Cabildo de México, agradecidos, le regalan doscientos
pesos de oro en minas. Gran negociante llega a formar una inmensa fortuna
que hasta le permite fundar un mayorazgo.
También un obispo franciscano,
Francisco Ruiz, piensa que el indio "aunque es gente maliciosa para
concebir ruindad en daño de los cristianos, no es gente capaz ni de juicio
natural para recibir la fe ni las otras virtudes de crianza necesarias a su
conversión". (5) Otro religioso, Betanzos –conocido enemigo de Las Casas–,
propone que los indios sean repartidos preferentemente en las encomiendas, y
hasta se da tiempo para viajar a Roma, a fin de conseguir de la Santa Sede una
declaración que diga que los indígenas "eran incapaces de la fe, lo cual
justificaría su total sometimiento al español americano". (6) Más aún: presenta un memorial al Consejo de Indias donde
dice "que los indios eran bestias, que habían pecado, que Dios los había
condenado, y que debían perecer todos". (7) De estas últimas expresiones se retracta ante notario en su
lecho de muerte, retractación que para el escritor Juan Friede, no es sino
una póliza cómoda y barata, habitual en esa época para no ser
condenados en el juicio final. Y finalmente, para que no falte una afirmación
bastante cómica, es de anotar que el jesuita Paleotti, en voluminoso libro
continente de sus sermones, afirma también que los indios están eternamente
condenados por ¡descender del diablo y de una hija de Noé!
Otro religioso, el dominico
Tomás Ortiz, envía al Consejo de Indias una larguísima diatriba contra los
indios caribes, donde constan los dos pequeños párrafos que copiamos a
continuación:
Los hombres de tierra firme de
Indias comen carne humana, y son sodomíticos más que ninguna otra generación.
Ninguna justicia hay entre ellos, andan desnudos, no tienen amor ni vergüenza,
son como asnos, abobados, alocados, insensatos; no tienen en nada matarse ni
matar…
Cuando más crecen se hacen
peores; hasta los diez o doce años parecen que han de salir con alguna crianza;
pero de allí en adelante se vuelven como brutos animales; en fin, digo que
nunca crió Dios tan cocida gente en vicios y bestialidades, sin mezcla de
bondad o cortesía. (8)
Además, no son capaces de
doctrina, sus juicios son bajos y apocados, no tienen arte ni maña de hombres,
no quieren mudar de costumbres ni de dioses, son cobardes como liebres, sucios
como puercos, crueles, ladrones, mentirosos, haraganes, hechiceros,
micrománticos y numerosos defectos y vicios más. Hasta se anota que no tienen
barba… En fin, un verdadero padrón de deficiencias y perversiones.
Y todo esto, con una finalidad
concreta: demostrar la inferioridad del indio y conseguir su esclavización como
lógica consecuencia. Y por desgracia, el Consejo de Indias y el emperador, dan
oídos a la cruel petición y esos indios son convertidos en esclavos. Sólo
después de algunos años es derogada esa disposición.
También algunos cronistas
defienden la tesis de la inferioridad del indio y el tácito derecho de
conquista. Para esto acumulan e inventan taras, describen cuadros sombríos
sobre su vida y ponen en duda su capacidad para ser libres. Sin comprender, o
comprendiendo –que es peor– el grado de desarrollo de algunos pueblos de este
continente, sus religiones son consideradas idolátricas y, por tanto, indignas
de subsistir; varias costumbres son calificadas de pecaminosas e intolerables,
sus formas de gobierno son dura e injustamente criticadas. El caso más
frecuente es el que se refiere a las distintas formas de matrimonio aquí existentes,
formas por las que han atravesado todos los pueblos hasta llegar a la
monogamia, son perseguidas sin tregua por constituir pecado.
Nos vamos a referir brevemente
solo a dos cronistas, Fernández de Oviedo y López de Gómara, por ser quizá, los
ejemplos más notorios.
El primero, Fernández de
Oviedo, sirve de fuente a Sepúlveda para su demostración de la inferioridad del
indio. El cronista, en su Historia General y Natural de Indias, al
igual que Ortiz, dice que son ociosos, mentirosos, crueles, inhumanos,
sodomitas, de frágil memoria, inclinados al mal y con toda clase de vicios.
Agrega que nada se puede esperar de ellos, porque tienen un cráneo tan grueso y
duro que las espadas de los conquistadores se rompen cuando llegan a ellos…
Las Casas combate iracundo
estas afirmaciones. Refiriéndose a la acusación de sodomía, por ejemplo, dice
que acerca de "este asunto he hecho diligentísima pesquisa y he encontrado
que el nefando vicio de sodomía entre los Indios o no se da absolutamente o es
rarísimo", (9) añadiendo que ese "crimen" era castigado por las
mujeres de la Isla Española, ya que la acusación de Fernández de Oviedo alude a
sus habitantes. Dice que uno de los motivos para sus mentiras y difamaciones,
es que, por tener el cargo de veedor, "era uno de los
encargados de despojar a los indios y apoderarse del botín". (10)
López de Gómara, en su
voluminosa Historia General de las Indias, entre pequeñas críticas
a los abusos más notorios de los conquistadores, también desacredita y denigra
a los pueblos americanos. No en vano, para justificar la conquista, recomienda
la lectura de Sepúlveda.
Entre las varias acusaciones a
los indígenas de América, únicamente citaremos esta, referente a los indios de
la Isla Española:
Facilísimamente se juntan con
las mujeres, y aun como cuervos o víboras, y peor; dejando aparte que son
grandísimos sodomitas, holgazanes, mentirosos, ingratos, mudables y
ruines. (11)
Las Casas también combate y
desmiente a López de Gómara. Dice que excusa todas las maldades de Cortez –toda
la segunda parte de su libro está dedicado a la conquista de México– por ser su
sirviente y haber recibido sus favores. Afirma que su lenguaje infamatorio
contra los pueblos americanos es el de los españoles que quieren justificar las
violencias, robos y matanzas de la conquista.
Y esto es cierto. Este
cronista es sin duda uno de los mayores defensores de la dominación de los
indios y de la ocupación de sus tierras. "Ahora –dice refiriéndose a los
mexicanos– son señores de lo que tienen con tanta libertad que les daña. Pagan
tan pocos tributos, que viven descansados". (12) Hasta se atreve a decir que Dios les hizo merced en ser de
los españoles.
Desde luego, así como hay
sacerdotes que defienden a los indios, también hay cronistas que resaltan sus
valores y condenan la violencia de los conquistadores. Cieza de León por
ejemplo, si bien señala costumbres que son nocivas según su criterio, tiene el
mérito de admirar el gobierno de los incas y mostrar sus adelantos, y, sobre
todo, el mérito de dolerse por la destrucción de tantos "reinos"
americanos y de condenar varias crueldades de los españoles. Es de citar así
mismo al cronista jesuita José de Acosta. Dejando a un lado sus continuas
referencias a la intervención del demonio en la vida indígena, se distingue por
rebatir la tesis de inferioridad racial. En su Historia natural y moral
de las Indias dice que uno de los fines para escribir sobre las
costumbres y gobierno de los indios, es "deshacer la falsa opinión que
comúnmente se tiene de ellos, como de gente bruta, y bestial y sin
entendimiento o tan corto que apenas merece ese nombre", y que de este
"engaño se sigue hacerles muchos y muy notables agravios, sirviéndose de
ellos poco menos que de animales y despreciando cualquier género de respeto que
se les tenga" (13). Afirma que tienen cosas dignas de admiración, y que "su
capacidad para aprender, aventaja a muchas de nuestras repúblicas".
Más tarde, cuando ya nos
habíamos librado del coloniaje e iniciado la vida independiente, el científico
francés Alcides D’Orbigny, después de estudiar a la mayoría de los pueblos
indios sudamericanos, después de criticar a los autores que hablan de la
inferioridad del indio, dice esto:
El Americano no está privado
de ninguna de las facultades de los otros pueblos; sólo le falta la oportunidad
para desenvolverla. Cuando esas naciones sean libres, mostrarán mucha más
facilidad en todo género de actividad intelectual, y si hoy algunas de ellas no
son más que la sombra de lo que han sido, ello se debe solamente a su posición
social actual. (14)
Pone en alto las facultades
intelectuales de los pueblos que ha recorrido y estudiado. Elogia los adelantos
alcanzados por algunos antes de la conquista. Y, como se ve, condena la
explotación de que son víctimas, causa de su miserable situación.
Por desgracia, la falsa teoría
de la inferioridad inventada para justificar la conquista como tenemos dicho,
una vez terminada ésta y consolidada la colonia, se transforma en instrumento y
justificación de la explotación, porque según su lógica, el inferior es apto
sólo para la servidumbre y está condenado a servir al amo, al superior.
Y así, la explotación se
prolonga largamente. De la colonia pasa a la república y perdura hasta nuestros
días. Y por fuerza, junto a la explotación, subsiste la teoría de la
inferioridad, que unas veces se manifiesta en forma socapada y en otras con
todo descaro.
Mas a veces, la teoría espuria
de la inferioridad, adquiere apariencias "científicas". Este es el
caso, entre nosotros del escritor-terrateniente Emilio Bonifaz, autor de un
libro titulado Los indígenas de altura del Ecuador, donde basándose
en estudios extranjeros sobre todo –algunos de clara intención racista– pondera
las deficiencias del bajo cuociente de inteligencia de los indios de nuestra
serranía. Como remedio propone el mestizaje, que aporta nuevos genes, dice,
genes superiores desde luego. Forma de mejoramiento racial concebible como dice
Mariátegui en sus Siete Ensayos, sólo en la mente de un importador
de carneros merinos.
Los explotadores del indio,
empero, no solamente que lo discriminan como inferior, sino que se enfurecen y
combaten con todas las armas a los que denuncian la explotación. Cuando nuestra
literatura social empezó a reflejar la realidad de nuestro campo, se les
erizaron los pelos a los latifundistas y a sus sirvientes. Recuérdese lo que
sucedió con la novela Huasipungo de Jorge Icaza. Aparte de
encontrarle peros literarios por todos los lados, se dijo que constituía una
deshonra para el Ecuador, porque para ellos la deshonra y el pecado no era la
miseria del indio, sino el hecho de que se la destapara y mostrara al mundo. La
grita fue inmensa. Y hasta un arzobispo, según cuenta Icaza en una entrevista,
prohibe la lectura de sus novelas y cuentos por ser dizque, ¡engendro del
demonio!
Véase, entonces, las
consecuencias y la persistencia de la mentirosa doctrina de la inferioridad del
indio traída por los conquistadores.
Notas
- Mejía
Botero, William (comp.), Antología Histórica, Editorial Norma,
Bogotá, s. f., pp. 25-26.
- Idem.,
p. 39.
- Lipschutz,
Alejandro, El problema racial en la conquista de América, Siglo
veintiuno editores, México, 1963, pp. 72, 75.
- Grigulévich,
J., La Iglesia católica y el movimiento de liberación en América Latina,
Editorial Progreso, Moscú, 1984, p. 43.
- Hanke, Lewis, Más polémica y un poco
de verdad acerca de la lucha española por la justicia en la conquista de
América, Editorial Universitaria, Santiago de Chile, 1967, p. 42.
- Friede,
Juan, Bartolomé de las Casas: precursor del anticolonialismo, Siglo
veintiuno editores, segunda edición, México, 1976, p. 295.
- Hanke,
Lewis, Bartolomé de las Casas, EUDEBA, Buenos Aires, 1968, p. 16.
- López
de Gómara, Historia General de las Indias, t. I, Talleres Gráficos
Agustín Núñez, Barcelona, 1954, p. 365.
- De
Las Casas, Bartolomé y de Sepúlveda, Juan Ginés, Apología, Editora
Nacional, Madrid, 1975, p. 43.
- Idem.,
p. 379.
- López
de Gómara, Historia General de las Indias, op. cit., t. I, p. 51.
- Idem.,
t. II, p. 429.
- De
Acosta, José, Historia natural y moral de las Indias, Fondo de
Cultura Económica, México, 1962, p. 280.
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