Se exponen las diferentes
corrientes de pensamiento sobre el tema de la evolución de los seres vivos por
selección natural y las claves para entender el absurdo del enfrentamiento con
una teoría irrebatible, no necesariamente opuesta a la idea de un Dios
Creador.
Una vieja polémica
Es conocida la conmoción que
produjeron las ideas evolutivas en la época en que Charles Darwin (1809-1882)
las divulgó y defendió en su obra maestra “El Origen de las Especies” [1]. La
idea de un mundo cambiante parecía contradecir la creencia en una Creación tal
como había llegado hasta los países occidentales de cultura y tradición
judeo-cristiana. Un mundo creado directamente por un Creador, Dios, que no
admitía interpretaciones distintas a las que se plasmaban de forma literal en
el libro del Génesis. No obstante, la insaciable condena que hubo de sufrir la
teoría de la evolución no pudo contrarrestar por mucho tiempo ni la convicción
de los argumentos ni las evidencias de la acertada interpretación de la
“selección natural” en que se basaba el darwinismo. Tampoco parecía justa la
reprobación de la teoría de la evolución a priori por razones de creencia
religiosa tal como la expuso Darwin, pues Darwin no negó nunca la existencia de
un Creador, simplemente trató de explicar el método por el cual, cualquiera que
fuese la procedencia de los seres vivos, éstos se habían diversificado de forma
tan extraordinaria y asombrosa hasta llegar a la sorprendente diversidad de
formas de vida actuales. El problema era que entre ellas se incluía el
representante más digno, aquel que había sido creado a imagen y semejanza de
Dios y que había de someter la tierra, dominar los peces del mar, las aves del
cielo y todo animal que serpentea sobre la Tierra, según reza en el Capítulo 1
del relato bíblico del Génesis [2]. Sin embargo, ya en su época hubo
interpretaciones menos desfavorables y más acordes con una postura mantenida
con insistencia por muchos científicos, como veremos más adelante. A este
respecto, hemos de recordar al Cardenal católico inglés, de origen anglicano,
John Henry Newman, que señaló ya en 1868 que "la teoría de Darwin,
verdadera o no, no es necesariamente atea; al contrario, simplemente puede
sugerir una idea más grande de la providencia y de la habilidad divina"
[3].
En cualquier caso, en muchas
tradiciones religiosas se mantenía y se sigue manteniendo hoy la idea del
“creacionismo”, como una corriente opuesta al “evolucionismo” y según la cual
el Universo, la Tierra, la vida y la humanidad, fueron creados tal como han
llegado hasta nuestros días, por alguna forma de intervención sobrenatural por
un ser supremo, un Dios. Esta es la interpretación mantenida en algunos ámbitos
excesivamente escépticos, y a mi juicio injustificadamente receloso, con la
ciencia en todo lo que suponga una visión mínimamente distinta a la literalidad
de la Biblia. En su versión más próxima a la cultura cristiana de la época en
que expuso su famosa teoría Charles Darwin, el creacionismo defendía que el
Universo había sido creado en seis días y que cada una de las especies
biológicas sería el resultado de un acto particular de creación divina,
interpretando de forma literal el capítulo 1º del Génesis. Hoy cuatro Estados
de la unión americana, Minesota, Nuevo México, Ohio y Pensilvania mantienen en
los planes de enseñanza oficial un análisis crítico de la teoría de la
evolución, aunque sólo en términos generales. En Kansas se llega más lejos al
incluir en la enseñanza pública puntos concretos que, según los nuevos
creacionistas, revelan la debilidad de la teoría de la Evolución. Quienes
sostenían y aún sostienen esta teoría usan la Biblia como libro de ciencia y
por tanto confunden la verdad de la revelación cristiana, transmitida por medio
de un determinado género literario, con la ciencia.
La creación y la evolución son cuestiones diferentes
Es necesario insistir en la
necesidad de no confundir los ámbitos de explicación de los acontecimientos
naturales y ceñirse a lo que explica la teoría de la evolución, desligándolo
del marco más general o más amplio que puede plantear el origen del Universo,
que aún hoy plantea un inmenso enigma para la ciencia. Por ello, lo primero que
hay que señalar es que la creación y la evolución son asuntos diferentes. Que
la evolución como teoría científica no explica la creación del Universo,
ni el origen de la Tierra, ni siquiera el origen de la vida, sino solo la
variación de los seres vivos, la diversidad de la vida a lo largo del tiempo
desde hace algo menos de 4.000 millones de años en que hizo su aparición sobre
la Tierra el cenancestro [4], tras más de 10.000 millones de años de la etapa
prebiótica.
San Agustín (354-430) afirmaba
que «Dios creó el mundo con el tiempo y no en el tiempo, de modo que Dios,
eterno, queda fuera del tiempo”. Algo que no puede rebatir la ciencia,
pues en el modelo cosmológico, la ciencia corrobora que la materia, el espacio
y el tiempo son indisociables y que con la explosión primordial surgió todo, se
originó el Universo, el espacio y el tiempo. Dicho lo anterior es preciso
señalar que la teoría de la evolución tiene su parcela en el último tercio del
tiempo transcurrido desde la creación del Universo y por lo tanto no se plantea
cómo debió ocurrir el origen de la materia, ni siquiera el origen de la vida.
El tiempo forma parte inseparable de la historia del Universo y nace justo con
la creación, mientras que la evolución de los seres vivos es algo que, hasta
donde sabemos, tiene lugar solo en nuestro planeta tras una larga etapa prebiótica.
De este modo, la creación y la evolución son dos fenómenos diferentes separados
en el tiempo. No hay porque extender la explicación causal del origen y la
variación de los seres vivos a etapas anteriores, ni tampoco negar la
posibilidad de llegar a conocer algún día qué debió suceder hasta llegar al
origen de los seres vivos. Algo que es compatible con una profunda
transformación desde moléculas sencillas, aunque sorprenda el cúmulo de
acontecimientos que debieron ocurrir en un corto periodo de tiempo de unos
cientos de millones de años, desde que se consolidó la corteza terrestre,
aproximadamente hace 4.400 millones de años.
Un hecho a tener en
cuenta es que si bien la teoría de la evolución no abarca aspectos propios de
la explicación causal del origen de la materia o del espacio, adquiere todo su
realismo y hasta su sentido, como prolongación de dichos acontecimientos
extraordinarios. Es evidente que aunque la teoría de la evolución no se refiere
a los acontecimientos anteriores a los seres vivos, éstos son herederos y
consecuencia del mismo impulso creador que tendría su origen en la gigantesca
explosión conocida como “big-bang”. La aparición de los primeros seres vivos se
entiende hoy como el fruto de unas transformaciones sorprendentes de la materia
inorgánica, como algo procedente del mismo envite creador, consecuencia del
dinamismo y de las propiedades con que surgió la materia.
El principio de demarcación y
la neutralidad de la ciencia
En realidad, no existe
contradicción en los ámbitos específicos y distintos con los que la teología y
la ciencia explican el misterio de la creación de la materia, el Universo y la
vida. Aquella nos revela la causa, ésta nos describe el cómo. De este modo, dos
de las cualidades inherentes al ser humano, el sentido de trascendencia y la
búsqueda de una explicación por medio de la razón, encuentran satisfacción
complementaria en el esclarecimiento de la creación. Nuestro sentido de la
trascendencia nos lleva a admitir una intervención sobrenatural en la creación,
mientras que la ciencia explica que en el origen de todo hubo una gran
explosión seguida de la expansión de las partículas subatómicas, la formación
de los átomos, el enfriamiento de las masas gaseosas y la condensación en
miríadas de astros, en uno de los cuales, en un pequeño planeta de un suburbio
del inmenso espacio nos encontramos nosotros, producto final de una
extraordinaria y complejísima cadena de sucesos.
Por otra parte, la teoría de
la evolución, como todas las teorías científicas, es completamente neutra en lo
que concierne al pensamiento religioso. No surgió para oponerse a una idea de
trascendencia sino para explicar un fenómeno natural como es el de la
diversidad espacio-temporal de los seres vivos. Es curioso constatar que en el
momento actual vivimos un cierto reencuentro por parte de muchos científicos
con la religión, y que este reencuentro se da más entre los físicos,
particularmente los físicos teóricos, que entre los biólogos moleculares. Tal
vez por el reconocimiento en un poder infinitamente superior en el origen de la
materia y del Universo, del que puede explicar la aparición de la vida y su
diversificación a base de modificaciones graduales de los genes y los genomas.
De este modo, el físico se enfrentaría al enigma del paso de la nada al todo,
mientras que el biólogo molecular ha adquirido una posición de poder
manipulador sobre una naturaleza que nos ha revelado los secretos de su
plasticidad.
Lo cierto es que en el ámbito
de análisis de la realidad del Universo, el mundo y la vida, la metodología
utilizada para comprender su origen es diferente para la ciencia, la filosofía
y la teología, aunque todos persigan el mismo fin y traten de comprender el
sentido de la existencia. De esta manera queda reivindicado el principio de
demarcación, que establece los ámbitos específicos de actuación de todas las
ciencias, que en el caso de las positivas no admite ningún modo de pensamiento
que se aparte de la experimentación, pero que llevado a su extremo de negar
cualquier otra realidad supone caer en el Cientificismo, que al darle la
espalda a la filosofía y la teología renuncia a la legítima y necesaria
búsqueda de explicaciones de todo aquello que hoy no sabemos y la ciencia no es
capaz de explicar.
PRUEBAS EXPERIMENTALES DE LA EVOLUCIÓN
En cualquier caso, la Biología
como ciencia ha alcanzado un nivel de elucidación causal, en lo que a la
explicación de los seres vivos como entes que evolucionan se refiere, muy
superior al de la Física en relación con el origen de la materia o del cosmos.
La teoría de la evolución, explicada, confirmada y admitida por las
aportaciones de la Genética a lo largo del último siglo es, desde el punto de
vista científico, irrebatible. Los distintos elementos necesarios para entender
la teoría de la evolución por selección natural han sido ya sobradamente
demostrados por las contribuciones de la genética, la biología molecular y la
biología del desarrollo. Así, han quedado demostrados la flexibilidad de los
genomas y los mecanismos que contribuyen a aumentar la diversidad de los seres
vivos, como la mutación, el intercambio genético por medio de la transferencia
horizontal y la recombinación, seguida de la selección natural, que opera
cribando las poblaciones en el sentido de dar mayor oportunidad reproductiva a
los individuos portadores de las mejores combinaciones genéticas. Estos
mecanismos considerados independientemente son universales, con las variantes
propias de los distintos sistemas de organización biológica y coincidentes en
su conjunto, sobre todo porque todos los seres vivos comparten un mismo tipo de
moléculas informativas, el ADN, un código genético universal y unos mecanismos
de variación y expresión genética comunes, que no dejan lugar a dudas sobre el
origen monofilético de la vida. La evolución lo inunda todo y lo explica todo,
como señalaba el Profesor Theodosius Dobzhanski (1900-1975), Profesor de
Genética en la Universidad de California, Davis, considerado el fundador de la
Genética evolutiva experimental y autor entre otras de un importante ensayo
titulado La Genética y el Origen de las especies [5], cuando afirmaba que “todo
en biología tiene sentido a la luz de la evolución” [6].
Algunas veces se argumenta que
la evolución no es más que una teoría incapaz de ser demostrada
experimentalmente. Este argumento se aplica por igual para los fenómenos de
variación de una especie con el tiempo, la transformación de un ser vivo en
otro diferente o la diversificación y aparición de nuevas especies.
Paradójicamente, quienes piensan así para aferrarse a un creacionismo radical
inconscientemente están cayendo en una corriente totalmente opuesta, el
“cientificismo”, al asentar dogmáticamente que la única verdad aceptable es la
que se puede constatar en el campo científico. Sin embargo, tanto la
transformación de las especies como la aparición de una especie han sido
explicadas experimentalmente de forma reiterada a una escala temporal,
constatada en el laboratorio o en la propia naturaleza. Antes de continuar,
convendría precisar el significado del término evolución, que se puede definir
como una transformación de las poblaciones o las especies con el tiempo. De
este modo, las pruebas experimentales exigidas se han de referir a la
posibilidad de apreciar cambios genéticos en las poblaciones o en las especies
a lo largo de las generaciones, de forma tal que puedan ser apreciadas por el
hombre. Pues bien, las revistas de Genética publican anualmente miles de
trabajos que demuestran la flexibilidad de los genomas y la respuesta a la
selección, bien sea natural o artificial de cientos de poblaciones de plantas,
animales o microbios bajo análisis experimental.
Pensemos en la síntesis de una
nueva especie vegetal, obtenida por cruzamiento entre especies más o menos
distantes, seguida de la duplicación cromosómica para regularizar la
fertilidad. Ahí están las obtenciones de los trigos sintéticos, el triticale,
el algodón sintético, las brasicas y muchas otras formas inexistentes en la
naturaleza y creadas en pocas generaciones por las manos de los mejoradores de
plantas a imitación del mecanismo de la aloploidía [7], que ha enriquecido de
forma extraordinaria la evolución de las plantas superiores. Si deseamos algo
más natural, tenemos una evidencia clara en las modificaciones que se aprecian
en las poblaciones de las plagas de insectos, que llegan a hacerse resistentes
a insecticidas o pesticidas tras el uso reiterado de estos agentes sobre la
población, como consecuencia de una selección natural a favor de los genotipos
resistentes. Pensemos del mismo modo en la respuesta a la selección artificial
que explica las transformaciones de los animales salvajes y las plantas
silvestres hasta su constitución en especies domésticas. En el mundo de los
microorganismos es bien conocida la aparición de nuevas cepas de bacterias en
los hospitales, tras la utilización masiva de determinados antibióticos, lo que
provoca una selección natural de las formas genéticamente resistentes, o la
rápida aparición de cepas de virus patógenos, como el virus HIV causante del
SIDA, a partir de unas cepas no virulentas en apenas unas décadas.
Existen sobrados experimentos
demostrativos de las consecuencias de la variación genética y la selección
natural, seguida de diversificación, especiación o extinción de especies o
poblaciones. Si todos estos cambios obedecen a la selección natural y somos
capaces de apreciarlos en un período tan corto de tiempo, además de tratarse de
evidencias reales de la evolución ¿quién puede negar la existencia de
modificaciones evolutivas más profundas a más largo plazo? Aquí tampoco cabe
dudar, dada la evidencia de los cambios de formas de los seres vivos que se
aprecian en el registro fósil. Por ejemplo, los fósiles del Pleistoceno [8]
demuestran que la distribución geográfica de muchos animales derivó como
respuesta a las etapas glaciales e interglaciares, y hoy constatamos efectos
semejantes en la distribución de especies de plantas y animales a nuestra
escala temporal, en muchas ocasiones como consecuencia de los cambios
ecológicos y climáticos producto de la influencia humana. En resumen, la
certeza de la teoría de la evolución es tan axiomática como el cambio de los
sistemas estelares, la aparición y desaparición de estrellas y planetas, o las
modificaciones de las condiciones ambientales de las que tanto depende
precisamente la aparición de la vida y la biodiversidad.
El Génesis no se opone a la teoría de la evolución, la teoría de la
evolución no es contraria al Génesis
Para quienes encuentran un
punto de dificultad en la admisión de la teoría evolutiva por razones
religiosas, y más en particular en el contexto de la tradición cristiana, hay
que señalar que el Génesis no debe suponer una dificultad, ya que el relato bíblico
no es un libro de ciencia, ni expone una relación científicamente exacta de los
hechos cronológicos de la Creación del mundo, ciertamente no de forma súbita ni
simultánea para todos los seres, sino de manera ordenada y sucesiva hasta
llegar al hombre. Se trata de un relato sobre el origen de todo basado en la
Revelación divina, adaptado en cuanto a la expresión literaria a la forma de
pensar de la época en que fue escrita. El Profesor de teología de la
Universidad de Munich Romano Guardini (1885–1968), en su obra póstuma, recogida
a finales de los años sesenta [9], expresaba lo siguiente sobre el Génesis: “No
podemos tomarlo como texto científico al estilo de los que presentan nuestros
manuales y tratados. Lo cual no significa que sean algo fantástico o arbitrario.
Sería un esfuerzo vano, si como era habitual hace unos decenios, se quisiera
armonizar las distintas ideas de los relatos de la creación con los resultados
de la ciencia natural de cada época…”
Dejando por sentado el respeto
debido a los avances científicos en materia de evolución, es necesario añadir
que también debe ser respetado el derecho a la duda en aquellas cuestiones que
la ciencia no ha llegado a resolver experimentalmente. En este sentido hay que
reconocer que sigue siendo un misterio insondable el origen de la materia que
está en la base de la comprensión de todo cuanto nos envuelve.
La ciencia es demostrativa no intuitiva.
Su campo de aplicación es el
del estudio de los fenómenos naturales y dado que hay fenómenos naturales que
por ahora se escapan a la experimentación o a la demostración empírica, no se
puede ni se debe entrar en polémicas sobre cualquier idea que trate de dar una
explicación, incluso sobrenatural, simplemente porque se aparta del método de
análisis habitual de la ciencia. Deben cuando menos respetarse las ideas que
traten de explicar cualquier fenómeno de la naturaleza que permanezca
científicamente inexplicado, sencillamente porque la cualidad más genuina del
ser humano, la razón, le induce a buscar respuestas a todo lo que le obsesiona.
Es por tanto fundamental señalar que los descubrimientos científicos no han de
ser desatendidos o ignorados por quienes mantienen a ultranza una lógica de
trascendencia de la existencia de cuanto nos rodea, del mismo modo que no es propio
de la ciencia despreciar o ignorar cualquier idea que escape a su ámbito de
actividad, al menos hasta que no se demuestre lo contrario.
Sorprende por lo tanto el
hecho del enfrentamiento del creacionismo y el evolucionismo como dos
corrientes incompatibles, cuando en el fondo ambas se refieren a fenómenos
diferentes y en cierto modo se complementan en la visión del mundo del hombre
actual. El punto inexplicado por la ciencia no es el de la capacidad de
modificación y aun complicación de las formas de vida, sino de la procedencia
de todo, y ahí es donde encuentra su sentido la creencia en un Dios creador. A
esto se refería Isaac Newton (1642-1727) cuando afirmaba: "El conjunto del Universo
no podría nacer sin el proyecto de un ser inteligente".
En resumen, en cualquiera de
las vertientes de la actividad intelectual humana, deben quedar al margen los
prejuicios y ha de haber voluntad de analizar y en su caso, acomodar el
pensamiento a las verdades que nos ayudan a comprender el mundo que nos rodea.
Muchos científicos y grandes pensadores han adecuado su fe en un Dios creador a
la evidencia de la evolución y de los grandes descubrimientos sobre la
diversidad y complejidad de los seres vivos. Este es también mi punto de vista.
No tenemos por qué negar la existencia de un Dios creador de todo lo que nos
rodea y nos maravilla, sino maravillarnos de que lo que nos rodea es
precisamente el fruto del impulso creador y la capacidad de evolución con el
que Dios lo creó todo desde el principio de los tiempos. Es a lo que se refería
el Cardenal John Henry Newman, contemporáneo del propio Darwin. ¿Por qué ha de
haber incompatibilidad entre dos realidades como la creación y la capacidad de
evolución de aquello que fue creado?. La aparición del Universo, la Tierra, la vida
y el hombre son realidades tangibles e incuestionables, aunque el origen de
todo no haya sido explicado científicamente. La evolución de la naturaleza es
una realidad irrefutable aunque contradiga la literalidad de un texto que en
ningún modo trata de ser un tratado científico.
En mi opinión, no tiene
sentido expresar dudas sobre la capacidad de variación genética de las formas
de vida, que es lo que llamamos evolución, que queda perfectamente explicado
con los grandes avances de la Biología del siglo XX, solo porque no somos
capaces de dominar una teoría científica semejante para explicar el origen del
Universo. Es más si nos maravillamos con el orden de la Naturaleza, que hemos
ido desvelando, es porque la razón última del origen de todo queda oculto a lo
que somos capaces de entender y ante esta situación, sigue siendo perfectamente
válida una concepción que trasciende la ciencia.
La
Ciencia sin Religión es coja y la Religión sin Ciencia es ciega.
El gran físico cuántico Werner
Heisenberg (1901-1976), premio Nobel por su aportación en los avances de la
mecánica cuántica, afirmaba "Creo en Dios y que de Él viene todo. Las
partículas atómicas gozan de un orden tal que tiene que haber sido impuesto por
alguien. La teoría del mundo creado es más probable que la contraria desde el
punto de vista de la Ciencias Naturales. La mayor parte de los hombres de
Ciencia que yo conozco ha logrado llegar a Dios". Del mismo modo,
otro de los fundadores de la moderna física, premio Nobel por sus aportaciones
en el campo de la mecánica cuántica, Max Planck (1858-1947) participaba de una
opinión parecida: "No se da contradicción alguna entre Religión y Ciencias
Naturales; ambas son perfectamente compatibles entre sí". En la misma
línea de pensamiento se sitúa Albert Einstein (1879-1955), el más importante
físico teórico, también galardonado con el Nobel por haber dado una explicación
satisfactoria a la existencia del Universo a gran escala con su teoría de la
relatividad. Einstein afirmaba que "la Ciencia sin Religión es coja y la
Religión sin Ciencia es ciega. Me basta reflexionar sobre la maravillosa
estructura del Universo y tratar humildemente de penetrar siquiera una parte
infinitesimal de la sabiduría que se manifiesta en la Naturaleza para concluir
que Dios no juega a los dados. El científico ha de ser un hombre profundamente
religioso".
El elenco de físicos que
comparten opinión con los indicados es innumerable, por lo que baste con los
citados para revelar lo que podría ser una postura más generalizada de lo que algunos
pretenden. Pero dado que los ejemplos señalados corresponden a una época que
podría considerarse obsoleta o superada, debemos señalar que todo cuanto
aquellos autores descubrieron a principios del siglo XX sigue vigente a
comienzos del XXI y que no hay ningún dato nuevo que añadir a los fundamentos
científicos en que basaban sus afirmaciones en materia de fe en un Dios
creador.
El diseño inteligente se opone a la selección natural
En su versión moderna, en las
últimas décadas el creacionismo ha recibido un nuevo ropaje de apariencia
científica, dando paso a la teoría del “diseño inteligente”, según la cual el
diseño universal, las leyes cósmicas, son tan precisas, perfectas y puntuales
que prácticamente resulta imposible que se hubiera formado todo lo existente
por puro azar o casualidad. Esta corriente se resume en la pregunta ¿para qué
tanta precisión para algo sin propósito ni finalidad? Algunos científicos
actuales, con los datos de la física, la cosmología, la biología o las
matemáticas argumentan que lo más lógico es deducir que tuvo que haber un
Alguien, un Diseñador Inefable del Universo detrás de toda esta inmensa
realidad, que bosquejó de una manera tan inteligente su gran obra, que incluso
contempló en el diseño la posibilidad de que después de miles de millones de
años apareciese la vida y que de esa vida surgiera la vida inteligente,
consciente de sí misma y capaz de conocer el Universo,
Probablemente no habría mucho
que objetar a esta nueva corriente, próxima al creacionismo, sino fuese porque
ha sido presentada como opuesta al evolucionismo, en aquello que precisamente
constituye su elemento esencial, la selección natural que opera sobre la
diversidad surgida por azar. Uno de los pioneros de la defensa del “Diseño
Inteligente” fue el profesor de derecho de Berkeley Philip Johnson [10], que se
oponía a la aceptación del darwinismo y proponía unas afirmaciones que
realmente demostraban una falta de entendimiento de la teoría de la selección
natural. Afirmaba que para el darwinismo está implícita la inexistencia de
Dios, que la selección natural sólo es fruto del azar y de la casualidad y que
el azar y la casualidad son incompatibles con el diseño de un Creador. En
realidad, por las razones anteriormente expuestas, ninguna de estas suposiciones
es consustancial al darwinismo, ni hay ninguna incoherencia entre la creencia
en un Dios Creador del Universo y la selección natural. ¿Por qué no pudo Dios
incluir en su diseño creador la selección natural? Tal vez, porque para quienes
sostienen a ultranza el diseño inteligente como una nueva versión de un
creacionismo continuamente intervenido, la selección natural equivale a la
negación de un Creador.
Tal vez los dos científicos
que más han contribuido a la divulgación del Diseño Inteligente han sido otros
dos autores americanos, Michael Behe [11] y William Dembski [12], que
expusieron sus ideas en sendos ensayos publicados a finales de los años 90. Sus
argumentos tratan de desmontar la insuficiencia de la selección natural para
explicar la aparición de formas de vida tan aparentemente perfectas y complejas
como las que observamos en la naturaleza, y sus demostraciones se basan en su
propia experiencia como científicos de cierta reputación en los campos de la
bioquímica y las matemáticas, pero también de la filosofía y la teología.
Independientemente de la
profundidad de los argumentos de estos autores baste señalar aquí que no hay
que sorprenderse de la capacidad de la selección natural para generar diseños
tan perfectos como los que fundamentan la hipótesis del diseño inteligente. Por
ejemplo, Dembski duda de la capacidad de la selección natural para diseñar un
órgano tan perfecto como el ojo, que nos permite la visión. Sin embargo, hoy
sabemos que los cambios graduales y sucesivos, seguidos de la selección de los
más eficaces, son suficientes para explicar hasta el sistema visual más
complejo, que por cierto ha surgido en líneas evolutivas tan diferentes como
las que conducen a los insectos, los invertebrados marinos o los vertebrados,
con diseños distintos. En contra de la opinión de un diseño inteligente en este
órgano, o cualquier otro que pudiéramos escoger como ejemplo, llegaríamos a más
de un absurdo. Así por ejemplo, sin ir más lejos, el ojo humano, el órgano de
la visión del ser más perfecto de la naturaleza, no es ni con mucho el más
perfecto, ni el que permite la mayor agudeza visual de cuantos encontramos
entre los seres vivos. La ciencia de la genómica ha demostrado que el sentido
del olfato de todos los mamíferos investigados cuenta con cerca de un centenar
de genes a su servicio, que son los mismos, descendientes del ancestro común de
todos ellos. Pues bien, más de la mitad de los genes que intervienen en nuestro
olfato están atrofiados, mientras que en los primates más emparentados, la mayoría
son perfectamente activos. La explicación se encuentra precisamente en la
mayor o menor dependencia y necesidad de una función como la olfatoria, lo que
hace que la selección natural impida o permita la alteración de los genes que
la soportan. En un artículo anterior [13] traté el tema de la macroevolución y
expliqué como la información genética puede generar estructuras complejas y
eficaces en un tiempo relativamente corto de tiempo, utilizando la capacidad de
crear nuevos genes con piezas de genes viejos, o produciendo variaciones
temporales en la expresión de los genes. En resumen, la Genética y la Genómica
están aportando pruebas de la capacidad de creación de nuevas ordenaciones
morfogenéticas sobre las que operaría la selección natural para generar
cualquier estructura de un organismo vivo, por complejo que nos parezca.
Lo cierto es que si se acepta
el mecanismo evolutivo como la razón de ser de la biodiversidad y sí se acepta
su veracidad desde la perspectiva de una creación con dicha capacidad, no se
justifica el agnosticismo de muchos biólogos, al menos por razones
estrictamente científicas. Por otra parte, la evolución neo-darwiniana no se
considera un proceso imprevisto de variación arbitraria, sino que se puede
asumir en su devenir una direccionalidad, que sería a lo que se refiere el
diseño inteligente con la salvedad de que quienes sostienen esta corriente
niegan que se deba a selección natural. La ciencia simplemente constata la
existencia de tal direccionalidad en la evolución de los órganos y de las
especies y las explica por remodelación de genes y genomas en combinación con
la selección natural, pero no se pronuncia sobre las razones de esta
direccionalidad, ni presupone la necesidad de un diseñador, aunque tampoco
puede negarlo, simplemente porque no está entre sus competencias.
No se puede dar apariencia de
ciencia a la teoría del diseño inteligente, cuyos supuestos carecen de
explicación empírica o experimental. No se puede negar algo de lo que existen
evidencias científicas incuestionables, contrastadas y demostradas
experimentalmente, simplemente por la carencia de comprensión de una serie de
elementos causales. La idea de la trascendencia es algo a lo que los
científicos nos podemos adherir sin cuestionar los mecanismos, o el método por
el que el Creador, Dios, puede haber operado. Pero es que además, aquello que
la ciencia no ha demostrado, lo que falta por conocer, la comprensión del
tiempo necesario para llegar a donde estamos y todas las dudas que se nos
plantean, deben inducir no a rechazar lo que sabemos, fruto de una inteligencia
permitida por quien nos creó a su imagen y semejanza, sino a maravillarnos de
su obra.
Para un cristiano es una buena
noticia la Revelación divina plasmada en el libro del Génesis, que nos explica
la Creación como una secuencia de acontecimientos que no debe entenderse en su
expresión rigurosamente literal. También resulta gratificante el pensar
que la Iglesia Católica, tras las lógicas reticencias de una etapa de ciertas
dudas entre los propios científicos, admite sin paliativos la evolución, A este
respecto Juan Pablo II (1920-2005), apuntaló la compatibilidad entre la fe
cristiana y la teoría de la evolución cuando en un mensaje dirigido en 1996 a
la Academia Pontificia de las Ciencias, afirmaba que “la teoría de la evolución
de las especies debería ser considerada en la actualidad como algo "más
que una hipótesis", es decir, como una teoría válida siempre que no se
haga de ella "una interpretación exclusivamente materialista".
En cuanto al campo de la
Biología, me alineo a la opinión de muchos científicos que descubren cada día a
Dios al profundizar en lo intrincado de sus investigaciones. Resulta reveladora
al respecto la afirmación de Francis Collins, Director del Instituto Nacional
de Investigación del Genoma Humano, en los Estados Unidos, Premio Príncipe de
Asturias de la Investigación Científica en 2001 y principal investigador del Proyecto
Genoma Humano, Collins confiesa su agnosticismo hasta los 27 años en su libro
“El lenguaje de Dios” [14] y como el descubrimiento del genoma humano le
permitió vislumbrar el trabajo de Dios en la naturaleza. Afirma que cuando da
un gran paso adelante en el avance científico es un momento de alegría
intelectual; pero es también un momento donde siente la cercanía del Creador,
en el sentido de estar percibiendo algo que ningún humano sabía antes, pero que
Dios sí conocía desde siempre, por lo que opina que hay bases racionales para
un Creador y que los descubrimientos científicos llevan al hombre más cerca de
Dios, lo que le lleva a afirmar que "muchos científicos no saben lo que se
pierden al no explorar sus sentimientos espirituales”… “Yo no conozco ningún
conflicto irreconciliable entre el conocimiento científico sobre la evolución,
y la idea de un Dios creador.
Para concluir me gustaría
afirmar que en contra de quienes se aferran al llamado “diseño Inteligente”
como incompatible o contrapuesto a la teoría de la “selección natural”, cabe
invitarles a reflexionar sobre dos puntos. En primer lugar, deben asumir que la
selección natural es un hecho demostrado experimentalmente, bien asentado
científicamente e incuestionable como explicación causal de la diversidad y la
sucesión de formas de vida a lo largo de la historia de la vida en nuestro
Planeta. En segundo lugar les invitaría a reflexionar sobre la siguiente
cuestión ¿qué se opone desde la fe a admitir que Dios se valió de este medio
natural para dar lugar a todas las criaturas, que podrían estar previstas en el
propio plan divino del Creador desde antes del comienzo de los tiempos?, o como
se pregunta Francis Collins ¿Por qué no pudo Dios utilizar los mecanismos
evolucionistas para crear?”.
Nicolás Jouve de la Barreda
[1] Charles Darwin. On
the Origin of Species by Means of Natural Selection, or the Preservation of
Favoured Races in the Struggle for Life (1859).
[2] Génesis, 1,28.
[3] Texto incluido en una
conferencia dictada por el Jesuita George V. Coyne, Director del
Observatore Romano, titulada “Science Does Not Need God, or Does It? A Catholic
Scientist Looks at Evolution,” en Palm Beach Atlantic University, West Palm
Beach, Florida 31 de Enero de 2006.
[4] Recibe la denominación de
cenancestro el "ancestral común más reciente”, indicando el último
ancestral común antes de la divergencia de los linajes de todos los seres
vivos..
[5] Dobzhansky, Th.. Genetics
and the Origin of Species. Columbia University Press, New York. (1ª ed. 1937;
2ª ed., 1941; 3ª ed., 1951)
[6] Dobzhansky, Th..
"Nothing in biology makes sense except in the light of evolution" The
American Biology Teacher 35: (March): 125-129. (1973).
[7] La aloploidía es un
fenómeno que consiste en la formación de una nueva forma de vida por la adición
de las dotaciones cromosómicas de dos o más especies diploides. Se produce por
la duplicación cromosómica del híbrido resultante del cruzamiento de dos
especies. Así por ejemplo, entre los mejoradotes de plantas es conocido el caso
del triticale, un aloploide sintético obtenido por cruzamiento entre el trigo
(2n=28, o 2n=42) y el centeno (2n=14), dando lugar a formas con 2n=42 o 2n=56
cromosomas. La aloploidía ha generado un porcentaje elevado de las especies
naturales actuales de plantas, habiéndose descubierto en muchos casos las
especies diploides de que proceden.
[8] Epoca geológica de una duración aproximada de 1.800 millones de años correspondiente al cuaternario, desde 1.806 millones de años hasta hace 11.500 años. Engloba las cuatro glaciaciones más importantes del cuaternario:
[8] Epoca geológica de una duración aproximada de 1.800 millones de años correspondiente al cuaternario, desde 1.806 millones de años hasta hace 11.500 años. Engloba las cuatro glaciaciones más importantes del cuaternario:
Günz, Mindel, Riss y
Würm.
[9] Guardini, R. (1967). La
existencia del cristiano. Bibioteca de Autores Cristianos. Madrid
[10] Johnson, Ph. Darwin on
trial.. InterVarsity Press (1993).
[11] Behe, M. Darwin's Black
Box The Free Press (1996),
[12] Dembski, W. Intelligent
Design: The Bridge between Science and Theology. Cambridge University Press
(1998). http://www.arbil.org/103jouv.htm *.-Entidad del
embrión Humano. Una explicación genética del desarrollo embrionario y la
macroevolución. Por Nicolás Jouve. Arbil, 103 (2006).
[13]
http://www.arbil.org/103jouv.htm *.-Entidad del embrión Humano. Una
explicación genética del desarrollo embrionario y la macroevolución. Por
Nicolás Jouve. Arbil, 103 (2006).
[14] Collins, F. The
Language of God: A Scientist Presents Evidence for Belief. Simon & Schuster
Audio, (2006).
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