EL BLOQUEO, EL ARMA COBARDE DE EEUU |
Por Pedro Santander
La
prensa mundial dedica a diario extensos espacios (de preferencia titulares y
columnas de opinión) para resaltar todas las dificultades por las que atraviesa
el pueblo venezolano. Al hacerlo, siempre culpa de ello a la gestión del
presidente, Nicolás Maduro. Periodistas, opinólogos, cantantes, actores,
académicos y políticos opinan con fruición en los principales medios del mundo
acerca de Venezuela. Pero esa obsesión mediática con el país caribeño siempre
oculta una variable clave para cualquier análisis mínimamente riguroso: el
bloqueo.
Al
igual que ha ocurrido por décadas con Cuba, se juzga y critica el proceso
político y la situación venezolana como si no existiera esa tremenda variable.
No es novedad que un país cuyo Gobierno intenta hacer una política interior y
exterior de manera independiente y que, además, plantea una crítica al sistema
capitalista sea bloqueado brutalmente. Le ocurre a Cuba desde hace más de 50
años. Le ocurrió al Gobierno de Salvador Allende quien, desde el inicio de su
mandato, tuvo que lidiar con un bloqueo económico internacional que impulsó el
congelamiento de las ventas del cobre en el exterior. De hecho, en su discurso
de diciembre de 1972 ante las Naciones Unidas, Allende denunció “el bloqueo
financiero y económico ejercido por los Estados Unidos”. Lo mismo hizo este año
el presidente Maduro en las 73aAsamblea General de las Naciones Unidas.
La
estrategia es la misma: bloquear política y económicamente a los países
disidentes (o sea, soberanos) y ocultar mediáticamente el bloqueo, así como sus
consecuencias, ante la opinión pública mundial. Le ha pasado a Cuba, le ocurrió
a Chile y le sucede a Venezuela.
Sin
embargo, en cada caso el bloqueo adquiere expresiones y modalidades
particulares. Para el caso de Venezuela podemos distinguir cuatro: 1) bloqueo a
través de decretos extraterritoriales, 2) bloqueo a través de intermediarios,
3) bloqueo mediante agencias de calificación de riesgo y, 4) bloqueo
informativo impulsado por las corporaciones mediáticas.
La
primera modalidad se formalizó el 9 de marzo de 2015, cuando Barack Obama firmó
un decreto ejecutivo que declaró a Venezuela como una “amenaza inusual y
extraordinaria”. Literalmente, este decreto dice: “Por medio de la presente,
informo que he emitido una Orden Ejecutiva declarando una emergencia nacional
con respecto a la amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad nacional y
la política exterior de Estados Unidos representada por la situación en
Venezuela”. Esa orden ejecutiva se ha ido extendiendo en el tiempo y ampliando
en sus efectos. En mayo de 2018, Donald Trump, en respuesta a la insolencia
chavista de convocar (una vez más) a elecciones, decretó sanciones del
Departamento del Tesoro para prohibir la compra, por parte de ciudadanos
estadounidenses, de cualquier deuda del Gobierno de Venezuela, incluidas las
cuentas por cobrar. Estas sanciones incluyen al Banco Central y a la estatal
petrolera PDVSA. Al día de hoy, Venezuela no puede hacer uso del Dólar como
moneda internacional, ni puede negociar ninguna transacción internacional a
través de dicha divisa. Esto implica la imposibilidad de negociar la deuda
externa, ya que la mayoría de los contratos de deuda pertenecen a jurisdicción
estadounidense.
En
esa línea, gran parte del sistema financiero internacional ha venido
propiciando, en los últimos años, un esquema de bloqueo hacia las operaciones
financieras de Venezuela. Se han sucedido cancelaciones unilaterales de
contratos de corresponsalía bancaria del Citibank, Comerzbank, Deutsche Bank,
etc. Desde julio de 2017, el agente de pago de los bonos emitidos por PDVSA,
Delaware, informó que su banco corresponsal (PNC Bank) en Estados Unidos se
negaba a recibir fondos provenientes de la estatal petrolera.
La
segunda forma, el bloqueo mediante intermediarios, es una expresión propia de
estos tiempos. El objetivo es evitar que cualquier intermediario que realiza
transacciones con Venezuela las lleve a cabo, impidiendo toda interacción y
relacionamiento de Venezuela con empresas de los Estados Unidos. Y no sólo de
allí: el Novo Banco (Portugal) notificó en agosto de 2017 la imposibilidad de
realizar operaciones en dólares con instituciones públicas venezolanas por
bloqueo de intermediarios. Se impide, así, que los intermediarios de pago
actúen, bloqueando cualquier acción de pago. Esta modalidad ha tenido
consecuencias humanitarias en tanto se han visto afectadas, por ejemplo, las
compras de medicamentos y de alimentos.
En
2017, 300 mil dosis de insulina pagadas por el Estado venezolano no llegaron al
país porque el Citibank boicoteó la compra de este insumo. El banco
estadounidense se negó a recibir los fondos que Venezuela estaba depositando
para pagar la importación de este inmenso cargamento, necesario para los
pacientes con diabetes. En consecuencia, la insulina quedó paralizada en un
puerto internacional, a pesar de que existían los recursos para adquirir el
medicamento. A eso se suma que el laboratorio colombiano BSN Medical impidió la
llegada de un cargamento de Primaquina, medicina usada para tratar la malaria.
Un total de 23 operaciones en el sistema financiero internacional fueron
devueltas (entre ellas 39 millones de dólares para alimentos, insumos básicos y
medicamentos). Finalmente, desde noviembre del año pasado, 1.650 millones de
dólares de Venezuela destinados a la compra de alimentos y medicinas están
secuestrados por parte de la empresa de servicios financieros Euroclear, en
cumplimiento de las sanciones del Departamento del Tesoro de EE. UU.
El
bloqueo de intermediarios no sólo apunta a las operaciones financieras. También
afecta la movilidad de los venezolanos en los más diversos ámbitos. Desde 2014
se han ido de Venezuela Air Canada, Tiara Air, Alitalia, Gol, Lufthansa, Latam
Airlines Aero México, United Airlines, Avianca, Delta Airlines, Aerolíneas
Argentinas, etc. Es cada vez más difícil llegar por aire a Venezuela.
También
las agencias de viaje se unen al cerco. Por ejemplo: 15 boxeadores venezolanos
no pudieron presentarse al evento clasificatorio para los Juegos
Centroamericanos y del Caribe 2018 (CAC), debido a la imposibilidad de llegar a
un acuerdo con las agencias, las cuales pusieron varias limitaciones, entre
ellas, el precio del pasaje: éste pasó de 300 a 2.100 dólares por persona al
enterarse la empresa que se trataba del traslado de la Federación Venezolana de
Boxeo. Cuando, luego, un privado ofreció un vuelo chárter para trasladar al
equipo, Colombia y Panamá no autorizaron el uso de sus espacios aéreos, por lo
que México también decidió negarse a ceder su espacio para el vuelo. Antes
había ocurrido una situación similar con la selección femenina de voleibol.
Este año, Guatemala negó visados a la selección de rugby venezolana para
participar en el Sudamericano 4 Naciones B y, también, a la selección nacional
de lucha para el Campeonato Panamericano.
También
se bloquea las expresiones culturales: a principios de año, el banco italiano
Intensa Sanpaolo bloqueó los recursos para la participación del pabellón de
Venezuela en la XVI Bienal de Arquitectura de Venecia. Como un “crimen
cultural” lo calificó el Ministro Ernesto Villegas quien logró, tras arduas
gestiones y denuncias, romper ese cerco.
Y
no sólo vemos trabas para que manifestaciones culturales y deportivas
venezolanas salgan al exterior y representen a su país, puesto que el boicot
también opera a la inversa: artistas y deportistas de otros países se niegan a
ir a Venezuela y, con desparpajo, hablan acerca del Gobierno venezolano y del
chavismo. Tal vez Miguel Bosé y Jaime Bayly son los ejemplos más esperpénticos
en ese sentido. Este boicot cultural y deportivo es muy efectivo a la hora de
incidir en la opinión pública mundial y una poderosa herramienta para la
construcción de un sentido común negativo hacia Venezuela, debido a la
popularidad de quienes como Miguel Bosé, Alejandro Sanz, Kevin Spacey, Gloria
Stefan o Francisco Cervelli (receptor de los Pittsburg Pirates) diseminan
propaganda negativa, en un contexto de bloqueo multidimensional.
La
tercera modalidad se expresa a través de la arbitraria e injusta calificación
de riesgo que hacen las agencias. El riesgo país (RP) otorgado por las agencias
de calificación es improcedente si observamos el cumplimiento de Venezuela con
el pago de la deuda externa. En los últimos 4 años la República ha honrado sus
compromisos de pago por un total de 73.359 millones de dólares. No obstante, el
RP ha seguido subiendo. Como denuncia el economista Alfredo Serrano, “van 32
meses en los últimos 14 años en los que el RP contra Venezuela ha subido, a
pesar del incremento del precio del petróleo. En la actualidad, el RP, dado por
JP Morgan (EMBI +), se encuentra en 4.820 puntos, es decir, 38 veces más de lo
que le asignan a Chile, aun cuando este país tiene una ratio de deuda/PIB
similar al venezolano. Todo esto encarece y prácticamente impide cualquier
posibilidad de obtención de créditos”.
Estos
tres bloqueos están teñidos de cinismo y paradojas: mientras que, por un lado,
la prensa mundial denuncia ‘hambruna y crisis humanitaria’ en Venezuela, por
otro, en acción coordinada, países e instituciones proestadounidenses bloquean
el ingreso de medicamentos y alimentos al país. Mientras el Grupo de Lima,
Estados Unidos y la Unión Europea muestran consternación por la emigración
venezolana, las lineas aéreas de esos mismos países abandonan el territorio. Y,
en tanto se cumplen los compromisos de pago, aumenta el riesgo país.
Es
una absurda inversión de la realidad. Sin embargo, por muy absurda que sea se
sostiene ideológicamente gracias a la cuarta modalidad de bloqueo: el
mediático. Este bloqueo también es muy paradojal pues Venezuela es el país del
que más hablan los medios de las corporaciones internacionales. Se trata, pues,
de un ‘bloqueo ruidoso’, diferente, por ejemplo, al bloqueo silencioso que hay
respecto de Guantánamo, de las masacres en Yemen y Palestina o de los
constantes asesinatos de periodistas en México. Por el contrario, con Venezuela
hay profusión informativa, continuidad de agenda escandalera y festín
verborrágico .
Efectivamente,
durante el 2017, sobre una muestra de 90 medios estadounidenses, se contabilizaron
3.880 noticias negativas sobre Venezuela, es decir, una media de 11 diarias,
encabezadas por Bloomberg y el Miami Herald. En cuanto a las agencias, Reuters
y AFP juntas reúnen el 91% de las noticias negativas. A su vez, el diario El
País de España mencionó a Venezuela en ¡249! de las 365 ediciones del 2017,
casi a diario y siempre negativamente. Y si eso parece una exageración, falta
el adjetivo adecuado para calificar lo de la cadena alemana Deutsche Welle
(DW): ésta publicó 630 noticias sobre el presidente Maduro…¡casi 2 diarias!
Para el caso de la prensa latinoamericana son los medios de México, Colombia y
Chile (es decir, los principales integrantes de la Alianza del Pacífico), los
que más y con menor rigor periodístico informan: 4.200 noticias negativas
aparecieron en México el 2017, 3.188 en Colombia y 3.133 en Chile.
¡NINGUNA MENCIONÓ
EL BLOQUEO!
El
cerco mediático opera generando inmenso ruido y, a la vez, invisibilizando
tanto al bloqueo como al pueblo chavista. Ambos no existen en los medios de las
corporaciones y, al no existir ambos, la opinión pública mundial, que
mayoritariamente accede a información sobre Venezuela a través de la agenda
informativa hegemónica, es proclive a formarse una visión sesgada de la
realidad.
Esa
es la fórmula del bloqueo actual, impulsado a modo de política exterior por los
Estados Unidos contra los países periféricos que, como Venezuela, buscan
construir con soberanía sus propios caminos. Podemos ver una continuidad con
los casos de Cuba y Chile durante el siglo 20, pero también vemos rasgos
característicos del siglo 21 y de esta etapa del imperialismo.
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