Autor: Andrey Sequeira Cordero, neurobiólogo, docente de la Escuela de Medicina e investigador del Instituto de Investigaciones en Salud
No existen terapias ni
procedimientos para “curar” una manifestación establecida biológicamente desde
antes del nacimiento y que no requiere ser curada.
La orientación sexual se refiere al patrón de atracción sexual hacia otros y se manifiesta de forma diversa, desde heterosexuales exclusivos (atracción exclusiva hacia individuos del otro sexo) hasta homosexuales exclusivos (atracción exclusiva hacia el mismo sexo), pasando por varias posibilidades intermedias en las que la bisexualidad es solo una de ellas. Históricamente, cualquier forma de orientación sexual distinta a la heterosexualidad fue considerada una anomalía cuya manifestación se asociaba con una desviación moral o una enfermedad. Si la mayoría de seres humanos son heterosexuales, preguntan quienes aún defienden esas posturas, ¿por qué algunas personas dicen sentirse atraídas por individuos de su mismo sexo? Porque son gente perversa, responden, o porque son gente enferma.
La ciencia ha estudiado el tema enfocándose en la homosexualidad (aunque las conclusiones aplican para otras formas de orientación sexual).
De acuerdo con lo que sabemos, la conclusión es clara y tajante: la homosexualidad no es una enfermedad. Dicha conclusión es respaldada por organismos internacionales como la Organización Mundial de la Salud y la Asociación Americana de Psiquiatría.
La Organización Mundial de la Salud define trastorno mental como aquella condición que se caracteriza por alteraciones clínicamente significativas en la cognición, la regulación emocional o el comportamiento de un individuo, generalmente asociadas con malestar o deterioro en áreas importantes del funcionamiento. La definición es clara en cuanto al requerimiento de que para que sea una enfermedad, la condición en sí misma debe causar el deterioro significativo del funcionamiento del individuo al afectar negativamente la cognición, la regulación emocional y la conducta.
La homosexualidad es un asunto exclusivo de hacia quién se siente atraída sexualmente una persona y no existe evidencia de que más allá de eso induzca afectaciones cognitivas, emocionales o conductuales.
Ciertamente se ha observado que homosexuales (y en general personas pertenecientes a la comunidad LGTBIQ+) tienen mayor riesgo de trastornos mentales como depresión, ansiedad y dependencia de sustancias, así como de otros padecimientos incluidas las enfermedades cardiovasculares. No obstante, este riesgo incrementado no es inherente a la orientación sexual, sino a factores socioculturales.
Las personas con orientación sexual diversa reciben rechazo, maltrato y violencia generalizada por parte de las sociedades a las que pertenecen, lo que representa una altísima carga de estrés a lo largo de sus vidas. Y sabemos que el estrés intenso y prolongado es un factor de riesgo para el desarrollo de numerosas enfermedades, incluidas todas las mencionadas anteriormente. Además, se sabe también que el peso del estigma hace que personas con orientación sexual diversa enfrenten desigualdades en cuanto al acceso a salud.
Así pues, la violencia (en todas sus formas) ejercida sobre personas de orientación
sexual distinta se convierte en estrés crónico de alta intensidad cuyos efectos
fisiológicos negativos deterioran la salud.
Es importante mencionar también que la homosexualidad es muy frecuente en el mundo natural. Esta observación tiene relevancia desde el punto de vista biológico porque, si una característica que no genera perjuicio está presente en muchas especies, podría ser parte del repertorio natural de conductas de esas especies e, incluso, tener una función adaptativa.
De ser así, no podría considerarse, bajo ningún
concepto, una anomalía. Aunque se han establecido una serie de hipótesis que
tratan de explicar las posibles funciones adaptativas de la homosexualidad, dejaremos esas complicaciones teóricas de lado para enfocarnos en el hecho
de que se presenta en más de 1,500 especies desde insectos hasta mamíferos. Por
lo tanto, es posible considerarla solo una manifestación más de la diversidad
natural de las especies y no una anomalía.
Ahora bien, ¿por qué emerge la homosexualidad?
La respuesta a esta pregunta también es importante para respaldar que no es una enfermedad. Las neurociencias engloban diferentes disciplinas científicas dirigidas a comprender cómo funciona el cerebro y por qué los seres humanos se comportan de la forma en que lo hacen. Gracias a estas disciplinas se tiene una noción general de cómo se establece la orientación sexual.
En términos muy generales, durante el desarrollo embrionario y fetal la acción conjunta de hormonas y de otros factores fisiológicos generan diferencias en ciertas regiones del cerebro encargadas de controlar la respuesta de atracción.
Estas diferencias se establecen desde antes del nacimiento y solo terminan de madurar en la pubertad, y determinan tanto el patrón de atracción heterosexual (el individuo responde a señales sexuales emitidas por individuos del otro sexo) como el homosexual (el individuo responde a señales sexuales emitidas por individuos del mismo sexo), sin generar efectos negativos en otras funciones cerebrales.
Aunque aún falta mucho
por aclarar, el avance en la comprensión de estos procesos -y del hecho de que
no hay ningún efecto funcional negativo- respalda la visión de que la
homosexualidad es parte del continuo normal de la orientación sexual humana.
En resumen, distintas líneas de evidencia y enfoques científicos permiten respaldar la afirmación de que la homosexualidad no puede ser considerada una enfermedad, mucho menos una perversión o una anomalía moral.
Por lo tanto, no existen terapias ni procedimientos para “curar” una manifestación establecida biológicamente desde antes del nacimiento y que no requiere ser curada.
Por el contrario, las prácticas dirigidas a inhibir o supuestamente eliminar la conducta homosexual solo refuerzan la estigmatización y la violencia.
El rechazo de los demás y, quizás peor, de uno mismo, representa una carga de estrés que incrementa la probabilidad de desarrollar alguna(s) de la amplia lista de enfermedades para las cuales el estrés es uno de los principales factores de riesgo.
La violencia hacia las personas homosexuales es el verdadero problema y la solución requiere una educación basada en el conocimiento científico.
La convivencia amparada en
la aceptación y el respeto de nuestras diferencias llevará a una mejora sustancial
en el bienestar de las personas LGTBIQ+ y a sociedades más inclusivas y
saludables.
¿QUÉ
DICEN LOS ESTUDIOS CIENTÍFICOS SOBRE LA HOMOSEXUALIDAD?
Adolescentes
Se
han realizado investigaciones genéticas y psicológicas en las últimas décadas.
Existen varias teorías sobre los orígenes de la orientación sexual, pero
hoy día la mayoría de los científicos considera que es probablemente el
resultado de una compleja interacción de factores ambientales, cognitivos y
biológicos.
Así lo señala la Asociación Americana de Psicología (APA),
organización que explica que ser homosexual no es una enfermedad y en más de 35
años de investigaciones científicas, se ha podido demostrar que, de por sí, “no
está relacionada con trastornos mentales o problemas emocionales o
sociales”.
Otros estudios sobre el tema, también han comprobado que no existen cambios hormonales derivados
de la homosexualidad, señala la doctora María
Verónica Mericq, endocrinóloga infantil de Clínica Las Condes.
¿ES
HEREDITARIA LA HOMOSEXUALIDAD?
“Estudios
de pedigrí y gemelos indican que la homosexualidad tiene una herencia en ambos
sexos. Sin embargo, la concordancia entre gemelos idénticos es baja y los
estudios moleculares no han encontrado variantes genéticas patogénicas
asociadas”, indica.
Recientemente
se ha descrito que los efectos epigenéticos (modificaciones químicas del genoma
humano que alteran la actividad génica sin cambiar la secuencia de ADN) pueden
a veces influir en la orientación sexual, sostiene la especialista.
“Los
investigadores estudiaron 37 parejas de gemelos idénticos masculinos que eran
discordantes, lo que significa que uno era homo y el otro heterosexual; y 10
parejas que eran ambos homosexuales. Su búsqueda encontró cinco regiones del
genoma donde el patrón de metilación aparece muy estrechamente vinculado a la
orientación sexual. Un modelo que predijo la orientación sexual basada en estos
patrones fue casi 70% de precisión dentro de este grupo”, indica.
Algunos
estudios clínicos y epidemiológicos proporcionan evidencia que sugiere que los
mecanismos endocrinos, genéticos y epigenéticos que actúan durante la vida pre
o perinatal también podrían modular la orientación sexual humana. Sin embargo,
continúa siendo materia de discusión.
HOMOSEXUALIDAD ¿QUÉ DICE
LA NEUROCIENCIA?
El padre, colérico, le
reclama a la madre el exceso de mimos al hijo y la acusa de fomentar sus gustos
afeminados; ella por su parte, le reprocha la perenne desaprobación que muestra
ante todo lo que su primogénito hace, la rudeza exagerada en el trato y su
marcado desapego. El hijo, que escucha tras la puerta la discusión sobre su
homosexualidad, se pregunta si algo de lo que se dice allí es cierto o es que,
como lo indican sus recuerdos, sus preferencias nacieron con él.
Si la homosexualidad es
una conducta aprendida o no todavía no está claro para la ciencia. Genaro Coria
Ávila, especialista en neurociencia comportamental con más de diez años de
experiencia en la investigación de las preferencias sexuales, aporta datos al
respecto de esta disyuntiva.
“Sabemos que nuestro
cerebro se organiza desde antes de nacer, pero si observáramos este órgano en
un adulto homosexual no podríamos determinar si nació con esa organización o se
reordenó a partir de ciertas experiencias, porque está comprobado que el cerebro
va cambiando a lo largo de nuestra existencia”.
Estudios realizados tanto
en animales como en humanos que presentan preferencias de tipo homosexual han
revelado una organización intermedia del cerebro, es decir, que no se ordenó
completamente ni como macho ni como hembra, sino como una “mezcla” de ambos.
Esto podría suceder
porque aunque desde el momento de la fecundación queda determinado el sexo del
producto, durante las siete primeras semanas todos los embriones se desarrollan
como hembras y sólo después de este tiempo la expresión cromosómica determina
si se quedan como tal o se desarrollan como machos. Si alguno de los factores
genéticos gonadales no se completa, entonces el cerebro que requería
organizarse para un varón podría quedar al mismo tiempo como el de una mujer.
PREFERENCIAS
INNATAS VS CONDUCTA APRENDIDA
Hace más de medio siglo
que se habla de las preferencias innatas como un conocimiento científicamente
comprobado, sin embargo, en su laboratorio del Centro de Investigaciones
Cerebrales en la Universidad Veracruzana, Genaro Coria ha encontrado a partir de
su trabajo de experimentación con modelos animales que dicha predisposición
puede variar.
“Bajo una química
cerebral alterada (con dopamina), hemos logrado que un individuo adulto aprenda
a tener una preferencia de tipo homosexual en unas cuantas sesiones, lo cual
comprueba que aunque nacemos con un cerebro organizado de cierta manera, sólo permanecerá
así si las experiencias lo refuerzan”.
Es decir, que los
mecanismos neurales que nos predisponen para elegir a una pareja sexual no
obedecen necesariamente a una organización evolutiva, nuestras preferencias no
siempre están enfocadas a perpetuar nuestros genes, sino también a satisfacer
un deseo inmediato que en etología se conoce como “causas próximas del
comportamiento”. El caso de las preferencias homosexuales es un buen ejemplo de
ello.
NORMAL O ANORMAL
Hay más de 300 especies
de mamíferos acuáticos o terrestres en las que se expresan niveles de
homosexualidad, lo cual nos lleva a preguntarnos, ¿es natural?, ¿o es que hay
un porcentaje de anormalidad en cada especie?
Genaro menciona que hay
distintas teorías evolutivas que tratan de explicar la razón de ser de los
individuos que prefieren al mismo sexo. Una de ellas plantea que la
homosexualidad es buena para una especie porque hay momentos críticos en la
reproducción en los que es mejor tener individuos que no se reproduzcan para
que protejan al resto de la manada.
“Pero las preferencias
sexuales no dependen exclusivamente de las leyes de la evolución. Un adulto,
humano o de otra especie, es el resultado de lo que sus genes parcialmente le
dictaron hacer y lo que sus experiencias terminaron por definir y por eso es
que cada quien tiene preferencias diferentes y una historia distinta que
contar”, apunta Coria Ávila.
¿QUÉ NOS MOTIVA
SEXUALMENTE?
En su laboratorio, el
investigador confirma que experiencias tan sutiles como hacer cosquillas a un
infante (en este caso una rata de 35-45 días) afectan directamente su
preferencia sexual. “Si en la edad adulta ponemos a dos individuos, uno con una
señal olfativa que recuerda a las cosquillas de la infancia y otro sin ella, a
pesar de que los dos sean buenos prospectos para el sexo, todas las ratas
prefieren a aquel que les recuerda las cosquillas de su infancia”.
Los humanos también
aprendemos a formar patrones de preferencia basados en lo que vivimos cuando
éramos niños y consignamos qué es lo que nos gusta y lo que no. Cuando llegamos
a la edad adulta y es momento de que despleguemos una preferencia entre varias
opciones, resulta que nuestro cerebro no es nuevo en esa decisión, ya tiene
mapas que se formaron prenatalmente, pero también a partir de las experiencias
recompensantes en la infancia y con las primeras experiencias sexuales.
No obstante, las
motivaciones sexuales no siempre son positivas, también pueden ser negativas y
contribuir al desarrollo de conductas patológicas como la pedofilia, la
necrofilia y una larga lista de conductas sexuales no aceptadas socialmente.
“En experimentos
realizados con ratas, se ha demostrado que el sexo es capaz de revertir,
incluso, conductas genéticamente programadas cuando el cerebro aprende a
asociar estímulos que innatamente resultan aversivos con sensaciones positivas
y reforzantes”, señala el investigador.
Para ejemplificar lo
anterior, Genaro hace mención de un experimento que su profesor en la
Universidad de Concordia (Canadá), Jim Pfaus, realizó con ratas macho, cuyos
primeros encuentros sexuales fueron con hembras impregnadas ligeramente con
olor a cadaverina (sustancia producida por la carne en descomposición) y que
aprendieron a asociar este estímulo olfativo con sensaciones recompensantes.
“Las ratas de manera
natural le tienen aversión a la cadaverina, ya que supone un gran riesgo de
infección; sin embargo, las ratas expuestas a este olor en sus primeros
encuentros sexuales aprendieron a preferir a las hembras que tenían este aroma
e ignorar a las que no lo tenían”.
De ninguna manera se
puede decir que los resultados de éste u otros experimentos se puedan
extrapolar en humanos, aclara Genaro, “sin embargo, nos proveen de datos que
contribuyen al entendimiento de las bases neurales de la motivación sexual, un
conocimiento imprescindible en una especie como la nuestra, siempre dispuesta a
ejercer su sexualidad no sólo como medio de reproducción, sino también como una
forma de relacionarse y comunicarse”, concluyó.
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