domingo, 29 de noviembre de 2009

Tartufismo Político

Gustavo Benites Jara
Tartufo, personaje creado por Moliere, representa la hipocresía en su más desnuda y nauseabunda expresión. De ese paradigmático nombre deriva la palabra tartufismo que significa, según la Real Academia, hipocresía y falsedad. Y la hipocresía es el fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan.
Existe en la práctica política de nuestro país un tartufismo acendrado, cínico e inescrupuloso, encabezado actualmente por el partido aprista. Se finge, efectivamente, cualidades o sentimientos antagónicos a los que se dice tener o experimentar. Se alaba la democracia, sabiendo que no se es demócrata. Se afirma respetar los derechos humanos, conociendo que no hay ni se dará ese respeto. Se anuncia a los cuatro vientos que la educación es el eje principal para el desarrollo, y se recorta sistemáticamente su presupuesto. Se enfatiza que la ciencia y el conocimiento son los pilares del progreso, y se niega recursos para la investigación científica. Se alaba al maestro, y se le maltrata de diversos modos y en todos los niveles. Se dice que se trabaja por los pobres, pero se ampara, se promueve o se disimula su explotación. En fin, se promete y no se cumplen las promesas, plasmando como artículo de fe lo que dijo Maquiavelo: promete, promete, pero no cumplas tus promesas. Y todo ello se realiza conscientemente, sabiendo que se va a engañar, con una absoluta falta de respeto por el otro, en este caso, el ciudadano, el angustiado ciudadano que espera contra toda esperanza.
Otra muestra de esa práctica es el fujimorismo más ramplón y soberbio, acostumbrado al cuello inclinado y al besamanos de todo tipo y de todos los tipos, desde escribas y notarios rentados, pasando por inicuos parlamentarios hasta acobardados militares, como todos recordamos. Y claro, la memoria corta del pueblo no ha olvidado la sonrisilla aviesa del ciudadano japonés que negaba conocer lo que todos conocían, menos su tartufesca memoria. No deseo que vaya al infierno este gran hipócrita, sino que cumpla la condena de 25 años por ser el autor mediato de los crímenes de Barrios Altos y de La Cantuta, irrebatible ejemplo de un terrorismo estatal que él encabezó durante 10 años, junto a su socio, el de las mil corbatas. ¿O fueron dos mil?
Fatiga repetir lo que todo el pueblo sabe. Pero lo que indigna ahora es la política internacional del gobierno, liderado por Alan García, ese maestro del disimulo y del doble discurso, producto de una larga práctica partidaria conocida como la escopeta de dos cañones; política internacional, decía, que sin ningún rubor reconocerá los resultados de las fraudulentas elecciones de hoy domingo en Honduras. Pero los voceros apristas seguirán afirmando que son demócratas, que condenan todo acto o palabra que debilite la democracia en América Latina, y, al mismo tiempo, porque ya no pueden disimularlo, apoyan al golpista Micheletti, otro Tartufo detestable, ahora de licencia, y que ha entregado Honduras, como fue desde el principio, a la bota del General Romeo Vásquez Velásquez.
Sin embargo, los tartufos peruanos no están solos: Colombia y Estados Unidos también reconocerán las elecciones de los gorilas hondureños. ¿No estábamos en plena democracia global? ¿No era Norteamérica el paradigma democrático? ¿No encarnaba Barack Obama, Premio Nobel de la Paz, la esperanza de una democracia real para América Latina? ¡Qué ingenuos los que lo creyeron! El cinismo y la hipocresía compiten sin reparo. Pero no, en realidad todo cínico es hipócrita y todo hipócrita es cínico. Por eso, cuando ya no pueden disimular, manifiestan lo que siempre escondían, en este caso su profundo desprecio a la democracia. ¡El tartufismo político en su más descarnado y putrefacto rostro! Algo realmente patético y repulsivo. No podemos, no debemos callar. Es un imperativo ético denunciar esta canallada antidemocrática del actual gobierno. No hacerlo, también es cobarde complicidad.

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