domingo, 28 de junio de 2015

EL AMOR ES MI PASTOR: #LOVEWINS

EE.UU. APRUEBA MATRIMONIO HOMOSEXUAL
Escribe:
Claudia Cisneros Méndez
La monogamia es una rareza en el reino animal. Menos del 5% de aproximadamente 4.000 especies de mamíferos practica alguna forma de monogamia. Entre primates es apenas un poquito más: 6% de las 300 especies de primates son monógamas. De hecho nuestros cercanos chimpancés son todo menos monógamos. Más allá de cualquier explicación biologicista o evolucionista, y aunque muchos argumenten que los humanos no son monógamos por naturaleza, es evidente que una cultura de la monogamia se ha extendido en la mayor parte de sociedades humanas. Se promueve incluso como un ideal que se valida en la actualizada figura del matrimonio.
El matrimonio como institución está bastante extendido quizás por ser una manera de ordenar nuestras sociedades, de resolver necesidades afectivas y sociales, o en casos de prole porque puede ser menos complejo el trabajo entre dos. El hecho es que las constituciones del mundo recogen este ordenamiento y leyes se han escrito para normar sus derechos y deberes, más allá del amor o el sentimiento.
Las leyes prescinden de la parte emocional para legislar pero se entiende que la génesis de la institución como es hoy, es lo sentimental. Es el afecto mutuo, lo emocional (nunca exento de lo racional) entre dos personas lo que da valor, vigencia y nacimiento al concepto contemporáneo de matrimonio. Un concepto actualizado a nuestros tiempos y que deja atrás los antiguos matrimonios arreglados por castas o conveniencias.
Hoy es el afecto compartido el que se sustenta el sentido de unidad, el que cohesiona las vidas de dos personas que apuestan por un proyecto de vida juntos en la figura del matrimonio. Y los estados y las leyes existen para, en este caso, garantizar los derechos y explicitar los deberes sociales y societales de los casados. Una serie de derechos y beneficios sociales se relacionan directa e indirectamente con el matrimonio y se desprenden de él. Y desde hace decenas de años, a miles personas adultas que se aman les han sido negados esos derechos.
Que los más escépticos pensamos que el matrimonio es innecesario, o que es un impracticable ideal, o inclusive que es justamente la principal causa de que las parejas dejen de amarse, no es relevante para el tema de fondo que es: el derecho de cualquier adulto a elegir si quiere o no hacer uso de él. Si quiere o no unirse en ese ritual, por derecho y por ley, a esa persona que ama y quiere amar por siempre.
Seamos o no los humanos monógamos por naturaleza, el solo hecho de creer en la fuerza de un lazo invisible capaz de abarcar toda una vida juntos, surcando momentos difíciles, situaciones atentatorias o de tentaciones, altas y bajas, etc. es una construcción inspiradora y conmovedora. El que dos humanos se profesen y compartan tal sentimiento, tal respeto, tal felicidad, tal voluntad y tal energía como para sellar su optimismo cumpliendo un rito que supone socializar todos esos sentimientos y expectativas, es de una belleza arrobadora.
Es hasta esperanzador para la raza humana, en medio de tanto egoísmo y falta de empatía en el mundo, atestiguar ese compromiso y fe por extender la felicidad compartida que brilla bajo el ropaje institucional y legal.
Y no quiero hablar acá de ser o no homosexual porque más pronto que tarde nos dará vergüenza histórica que alguna vez el debate fuera si los homosexuales debían ser considerados personas para poder acceder al mismo derecho que asiste a los hétero. Es hoy tan absurdo debate para muchos de nosotros como eventualmente lo será para todos.
El amor es una hermosa y sublime construcción humana, con todas su complejidades, con todos sus retos, limitaciones pero sobre todo con todas sus potencialidades. Mientras el fundamentalismo religioso impide a muchos pensar por sí mismos, y mientras su lobby se inmiscuya en los aparatos legislativos que debieran ser estrictamente laicos, el camino es largo. Porque lo que la Corte Suprema de EEUU ha hecho el viernes es inmenso y tendrá una gran repercusión en el mundo –en algunos lugares más rápido que en otros– pero la lucha continúa para que la ley pase a ser cumplida, entendida y respetada hasta por los que la encuentran contraria a sus dogmas religiosos. Acá en el Perú vamos –lentamente– venciendo barreras, pero queda mucho títere de odio por desarmar. Por ahora, y aunque aún esos títeres no lo entiendan, el amor va ganando. Seguimos, Perú.

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