EE.UU. APRUEBA MATRIMONIO HOMOSEXUAL |
Escribe:
Claudia Cisneros Méndez
La monogamia es una rareza en
el reino animal. Menos del 5% de aproximadamente 4.000 especies de mamíferos
practica alguna forma de monogamia. Entre primates es apenas un poquito más: 6%
de las 300 especies de primates son monógamas. De hecho nuestros cercanos
chimpancés son todo menos monógamos. Más allá de cualquier explicación
biologicista o evolucionista, y aunque muchos argumenten que los humanos no son
monógamos por naturaleza, es evidente que una cultura de la monogamia se ha
extendido en la mayor parte de sociedades humanas. Se promueve incluso como un
ideal que se valida en la actualizada figura del matrimonio.
El matrimonio como institución
está bastante extendido quizás por ser una manera de ordenar nuestras
sociedades, de resolver necesidades afectivas y sociales, o en casos de prole
porque puede ser menos complejo el trabajo entre dos. El hecho es que las
constituciones del mundo recogen este ordenamiento y leyes se han escrito para
normar sus derechos y deberes, más allá del amor o el sentimiento.
Las leyes prescinden de la
parte emocional para legislar pero se entiende que la génesis de la institución
como es hoy, es lo sentimental. Es el afecto mutuo, lo emocional (nunca exento
de lo racional) entre dos personas lo que da valor, vigencia y nacimiento al
concepto contemporáneo de matrimonio. Un concepto actualizado a nuestros
tiempos y que deja atrás los antiguos matrimonios arreglados por castas o
conveniencias.
Hoy es el afecto compartido el
que se sustenta el sentido de unidad, el que cohesiona las vidas de dos
personas que apuestan por un proyecto de vida juntos en la figura del
matrimonio. Y los estados y las leyes existen para, en este caso, garantizar
los derechos y explicitar los deberes sociales y societales de los casados. Una
serie de derechos y beneficios sociales se relacionan directa e indirectamente
con el matrimonio y se desprenden de él. Y desde hace decenas de años, a miles
personas adultas que se aman les han sido negados esos derechos.
Que los más escépticos pensamos
que el matrimonio es innecesario, o que es un impracticable ideal, o inclusive
que es justamente la principal causa de que las parejas dejen de amarse, no es
relevante para el tema de fondo que es: el derecho de cualquier adulto a elegir
si quiere o no hacer uso de él. Si quiere o no unirse en ese ritual, por
derecho y por ley, a esa persona que ama y quiere amar por siempre.
Seamos o no los humanos
monógamos por naturaleza, el solo hecho de creer en la fuerza de un lazo
invisible capaz de abarcar toda una vida juntos, surcando momentos difíciles,
situaciones atentatorias o de tentaciones, altas y bajas, etc. es una
construcción inspiradora y conmovedora. El que dos humanos se profesen y
compartan tal sentimiento, tal respeto, tal felicidad, tal voluntad y tal
energía como para sellar su optimismo cumpliendo un rito que supone socializar
todos esos sentimientos y expectativas, es de una belleza arrobadora.
Es hasta esperanzador para la
raza humana, en medio de tanto egoísmo y falta de empatía en el mundo,
atestiguar ese compromiso y fe por extender la felicidad compartida que brilla
bajo el ropaje institucional y legal.
Y no quiero hablar acá de ser
o no homosexual porque más pronto que tarde nos dará vergüenza histórica que
alguna vez el debate fuera si los homosexuales debían ser considerados personas
para poder acceder al mismo derecho que asiste a los hétero. Es hoy tan absurdo
debate para muchos de nosotros como eventualmente lo será para todos.
El amor es una hermosa y
sublime construcción humana, con todas su complejidades, con todos sus retos,
limitaciones pero sobre todo con todas sus potencialidades. Mientras el
fundamentalismo religioso impide a muchos pensar por sí mismos, y mientras su
lobby se inmiscuya en los aparatos legislativos que debieran ser estrictamente
laicos, el camino es largo. Porque lo que la
Corte Suprema de EEUU ha hecho el viernes es inmenso y tendrá una gran
repercusión en el mundo –en algunos lugares más rápido que en otros– pero la
lucha continúa para que la ley pase a ser cumplida, entendida y respetada hasta
por los que la encuentran contraria a sus dogmas religiosos. Acá en el Perú
vamos –lentamente– venciendo barreras, pero queda mucho títere de odio por
desarmar. Por ahora, y aunque aún esos títeres no lo entiendan, el amor va
ganando. Seguimos, Perú.
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