Alberto Vergara |
Martín Tanaka, Alberto Vergara y
Félix Jiménez se han enfrascado en un candente debate acerca de la relación
entre las políticas económicas de los últimos 20 años y la debilidad de nuestras
instituciones políticas.
Todo empezó con la publicación
del último libro de Vergara, “Ciudadanos
sin República”. Debo aplaudir este debate pues eso es precisamente lo que
falta en nuestro folklore político: debates de fondo. No solo se trata de que
los medios y los candidatos eternos se enfrasquen en sus pequeñas agendas e
intereses y olviden los temas de fondo. Lo peor es que, cuando alguien hace un
esfuerzo analítico y – por ejemplo - publica un libro con algunos temas de
fondo, pasa desapercibido y es poco usual que genere mayor discusión, menos aún
en prensa.
El último artículo de Tanaka,
publicado este domingo en La República, busca refutar las posturas de Félix
Jiménez que son críticas al neoliberalismo. Pueden encontrar el texto de
Jiménez aquí, y las respuestas de Tanaka aquí y aquí. Quiero concentrarme en
este último texto. Dice Tanaka que en América Latina los gobiernos neoliberales
“implementaron reformas fundamentales para el logro de un crecimiento
sostenido, reducciones importantes de pobreza, fortalecimiento de
instituciones; incluso, de políticas de desarrollo que buscan la
diversificación productiva y menor dependencia de recursos naturales”. Lamentablemente, no se anima a entrar en
detalle a los ejemplos que propone.
Porque si lo hiciera, se vería que el “neoliberalismo” – entendido como
las políticas económicas del “Consenso de Washington”: privatizaciones,
liberalizaciones, menor rol del Estado, etc. - no es una explicación automática
para el crecimiento económico, la reducción de la pobreza ni mucho menos la
diversificación productiva.
Si miramos a Chile, por
ejemplo, los aspectos que le han dado solidez a su economía son precisamente
los aspectos no-neoliberales de su modelo, en particular la política industrial
que permitió el surgimiento del sector salmonero, papelero, frutero y vinero
con apoyo y planificación del Estado. En cambio, los aspectos netamente
neoliberales del modelo son los que vienen haciendo agua, por ejemplo la
privatización de la educación y el auge de las universidades con fines de
lucro, que han generado protestas gigantescas en los últimos años. Lo mismo puede observarse con Brasil, donde
hay un proyecto de Estado con fuerte intervención pública a través del BNDES; y
ni hablemos de Argentina, Bolivia, Ecuador o Venezuela donde fue precisamente
el fracaso económico y social del neoliberalismo el que permitió el auge de
otro tipo de modelos.
En el caso peruano, el
crecimiento de la última década tiene poco que ver con las reformas
neoliberales de Fujimori (tanto así, que todos nuestros vecinos no
-neoliberales vienen creciendo a tasas cercanas). Jiménez hace muy bien al
recordar que el crecimiento peruano entre 1990 y 1997 (el período dorado de las
reformas y privatizaciones) fue de apenas 3.9% en promedio. Otro dato
relevante: la pobreza a finales del gobierno de Fujimori estaba igual que al
inicio, afectando a la mitad de la población.
Es recién en la década de los
2000 (diez años después de las reformas) que se inicia el crecimiento económico
espectacular que vivimos ahora, y curiosamente coincide con el auge de los
precios de los minerales. De hecho, buena parte del crecimiento se
explica por la minería, y no porque esta haya mejorado su productividad sino
simplemente porque los precios subieron exageradamente. Otros sectores
importantes en ese crecimiento son la construcción (incentivada por el Estado a
través de sus programas de vivienda con subsidios públicos) y el turismo que
según datos muy interesantes publicados ayer por La República aporta casi 4 mil
millones de dólares en divisas. ¿Cómo se ha logrado atraer tantos turistas? Si
bien la liberalización puede haber contribuido a facilitar inversiones en ese
sector, lo cierto es que toda la propaganda estatal y la “Marca Perú” han
sido fundamentales en ese proceso, lo que puede considerarse una suerte de
subsidio público al turismo.
Más aún: como nos recuerda el
propio Jiménez, el crecimiento de los 2000 se produce tras las reformas
monetarias y fiscales impulsadas por el BCR por economistas críticos al
neoliberalismo. De hecho, entre ellos estaban los propios asesores del Humala
de la “gran transformación”. Así pues, es
demasiado simplista que Tanaka asocie directamente “neoliberalismo” y
“crecimiento” o “reducción de la pobreza”.
En toda la región, se está
produciendo un viraje hacia otros modelos. Desde el eje del ALBA – Bolivia,
Ecuador y Venezuela - hasta el Chile de Bachelet, pasando por el eje del
MERCOSUR – Brasil, Argentina, Uruguay - es evidente que el modelo neoliberal
está agotado y por ello se vienen impulsando – con diverso grado de éxito -
modelos post-neoliberales. En todas partes se recuperan empresas estatales y se
les da un nuevo rol en la economía; se garantizan derechos gratuitos
universales, especialmente la salud y educación; y el PBI sigue creciendo, en
la mayoría de los casos sin firmar TLCs y dejando de lado los dogmas del
“Consenso de Washington”.
En el mundo ocurre lo propio: Obama
ha logrado la entrada en vigencia de una reforma que implica un mayor rol del
Estado en salud, contraviniendo el fanatismo neoliberal de los
republicanos. Y el crecimiento de los países asiáticos – la actual
locomotora del mundo - está asociada a un rol protagónico del Estado en la
promoción de la industrialización, la planificación de la economía y la
garantía pública de ciertos derechos esenciales. Nada de neoliberalismo por
allí.
¿Tanaka no se ha enterado, o
no se quiere enterar de estos temas? ¿Cómo así puede en pleno año 2013 tener un
discurso económico tan noventero? Pero
Tanaka acaba su artículo diciendo algo realmente audaz: “la izquierda debería
dejar de pelearse tanto con “el modelo” en abstracto (pedir la renuncia de
Castilla), para concentrarse en hacer propuestas específicas en lo tributario,
fiscal, monetario, institucional, en políticas sociales, etc.”. Con esta frase, Tanaka se suma al cargamontón
de siempre – “la izquierda no tiene propuestas” - lo que es grave pues se trata
de un sambenito sin ningún asidero real. Es lamentable que un politólogo tan
bien informado no haga el esfuerzo de reunir esa información antes de realizar
afirmaciones ligeras.
La izquierda tiene propuestas específicas en lo económico (lo
tributario, lo fiscal, lo monetario) que
están incluidas en el programa de la Gran Transformación, que fue elaborado
precisamente por la izquierda. Además, en la reunión del Frente Amplio con
Jiménez presentó una serie de propuestas que pueden gustarle o no a Tanaka,
pero que no se pueden invisibilizar como si no existieran. Son solo dos
ejemplos: pretender que la izquierda “no tiene propuestas” es absurdo; lo que
debe hacer un analista serio es, en todo caso, discutir con esas
propuestas. ¿Por qué la obsesión con la
salida de Castilla? Pues precisamente porque son los talibanes del MEF los que
están dispuestos a bloquear cualquier propuesta alternativa, pues se consideran
los “guardianes del modelo”. Ese es el verdadero tema: propuestas hay, pero
mientras el MEF siga siendo el ministerio todopoderoso en manos de los
neoliberales, no tienen ninguna posibilidad de ser tomadas en cuenta. Por
eso es tan pertinente este debate.
LAS ALTERNATIVAS
AL NEOLIBERALISMO
Cierro esta semana, por el
momento, la discusión sobre el neoliberalismo, comentando algo sobre las
alternativas al mismo.
Después de la crisis
1998-2002, del “giro a la izquierda” ocurrido en muchos países de la región, y
de la crisis financiera de 2007-2008, me parece claro que predicar la libertad
irrestricta de los mercados y la minimización del papel del Estado suena
descabellado. Lo interesante es que en esto coinciden, en lo teórico, tanto
derechas como izquierdas. De un lado puede verse el libro de John Williamson y
nuestro conocido Pedro Pablo Kuczynsky (eds.), Después del Consenso de Washington.
Relanzando el crecimiento y
las reformas en América Latina (Lima, UPC, 2003).
Allí se sostiene que las
reformas centradas en la liberalización de los mercados y en la promoción del
crecimiento eran apenas una primera y parcial etapa de un proceso más ambicioso
de reformas, que deberían consolidarse con una segunda fase, con énfasis en la
equidad, mejoras en la distribución del ingreso y el fortalecimiento de las
instituciones.
Para esto resultarían
claves la reforma del servicio civil, la descentralización, la reforma
del Poder Judicial, de la educación, de la salud, del sistema político.
Desde la izquierda, lo que se busca es cambiar de lógica,
recuperando espacio para la planificación, el control y la iniciativa del
Estado, especialmente en áreas “estratégicas”.
Es justo resaltar que por lo
general no se plantea un retorno al pasado populista, sino que ese renovado
protagonismo estatal se ubica dentro de los márgenes de la disciplina fiscal y
de los equilibrios macroeconómicos, es decir, parcialmente dentro del canon del
“Consenso de Washington”.
El plan de gobierno de
Ollanta Humala de 2010, “La gran transformación”, podría ser un ejemplo de esto.
Dentro de este marco general, una parte de la izquierda busca “recuperar” para
el Estado el control de los recursos naturales para promover políticas de
redistribución y diversificación productiva, mientras que otros piensan que
debería abandonarse un modelo “extractivista” y buscar otras formas de
desarrollo. Esto explica la división de las izquierdas frente a gobiernos como
los de Evo Morales y Rafael Correa, por ejemplo.
En lo personal me parece
importante resaltar dos cosas. Primero, que desde la derecha parece tenerse más
que decir respecto a temas que interesan mucho a la ciudadanía, como la mejora
en los servicios que debe dar el Estado en cuanto a seguridad, acceso a la
justicia, a la educación y la salud. Desde la izquierda el énfasis está puesto
en conseguir recursos para esas áreas (impuestos directos, por ejemplo) con
fines distributivos, pero no tanto en cómo usarlos de manera eficiente.
Segundo, acaso lo mejor para el desarrollo de los países sea una alternancia
entre políticas con énfasis en el crecimiento y en la distribución, pero donde
prime la continuidad y el fortalecimiento progresivo de las instituciones,
antes que lógicas “refundacionales”.
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