sábado, 2 de noviembre de 2013

EVOLUCIÓN ¿NEOLIBERALISMO?

Alberto Vergara
Paul Maquet
Martín Tanaka, Alberto Vergara y Félix Jiménez se han enfrascado en un candente debate acerca de la relación entre las políticas económicas de los últimos 20 años y la debilidad de nuestras instituciones políticas.
Todo empezó con la publicación del último libro de Vergara, “Ciudadanos sin República”. Debo aplaudir este debate pues eso es precisamente lo que falta en nuestro folklore político: debates de fondo. No solo se trata de que los medios y los candidatos eternos se enfrasquen en sus pequeñas agendas e intereses y olviden los temas de fondo. Lo peor es que, cuando alguien hace un esfuerzo analítico y – por ejemplo - publica un libro con algunos temas de fondo, pasa desapercibido y es poco usual que genere mayor discusión, menos aún en prensa.
El último artículo de Tanaka, publicado este domingo en La República, busca refutar las posturas de Félix Jiménez que son críticas al neoliberalismo. Pueden encontrar el texto de Jiménez aquí, y las respuestas de Tanaka aquí y aquí. Quiero concentrarme en este último texto. Dice Tanaka que en América Latina los gobiernos neoliberales “implementaron reformas fundamentales para el logro de un crecimiento sostenido, reducciones importantes de pobreza, fortalecimiento de instituciones; incluso, de políticas de desarrollo que buscan la diversificación productiva y menor dependencia de recursos naturales”.  Lamentablemente, no se anima a entrar en detalle a los ejemplos que propone.  Porque si lo hiciera, se vería que el “neoliberalismo” – entendido como las políticas económicas del “Consenso de Washington”: privatizaciones, liberalizaciones, menor rol del Estado, etc. - no es una explicación automática para el crecimiento económico, la reducción de la pobreza ni mucho menos la diversificación productiva.
Si miramos a Chile, por ejemplo, los aspectos que le han dado solidez a su economía son precisamente los aspectos no-neoliberales de su modelo, en particular la política industrial que permitió el surgimiento del sector salmonero, papelero, frutero y vinero con apoyo y planificación del Estado. En cambio, los aspectos netamente neoliberales del modelo son los que vienen haciendo agua, por ejemplo la privatización de la educación y el auge de las universidades con fines de lucro, que han generado protestas gigantescas en los últimos años.  Lo mismo puede observarse con Brasil, donde hay un proyecto de Estado con fuerte intervención pública a través del BNDES; y ni hablemos de Argentina, Bolivia, Ecuador o Venezuela donde fue precisamente el fracaso económico y social del neoliberalismo el que permitió el auge de otro tipo de modelos.
En el caso peruano, el crecimiento de la última década tiene poco que ver con las reformas neoliberales de Fujimori (tanto así, que todos nuestros vecinos no -neoliberales vienen creciendo a tasas cercanas). Jiménez hace muy bien al recordar que el crecimiento peruano entre 1990 y 1997 (el período dorado de las reformas y privatizaciones) fue de apenas 3.9% en promedio. Otro dato relevante: la pobreza a finales del gobierno de Fujimori estaba igual que al inicio, afectando a la mitad de la población.
Es recién en la década de los 2000 (diez años después de las reformas) que se inicia el crecimiento económico espectacular que vivimos ahora, y curiosamente coincide con el auge de los precios de los minerales. De hecho, buena parte del crecimiento se explica por la minería, y no porque esta haya mejorado su productividad sino simplemente porque los precios subieron exageradamente. Otros sectores importantes en ese crecimiento son la construcción (incentivada por el Estado a través de sus programas de vivienda con subsidios públicos) y el turismo que según datos muy interesantes publicados ayer por La República aporta casi 4 mil millones de dólares en divisas. ¿Cómo se ha logrado atraer tantos turistas? Si bien la liberalización puede haber contribuido a facilitar inversiones en ese sector, lo cierto es que toda la propaganda estatal y la “Marca Perú” han sido fundamentales en ese proceso, lo que puede considerarse una suerte de subsidio público al turismo.
Más aún: como nos recuerda el propio Jiménez, el crecimiento de los 2000 se produce tras las reformas monetarias y fiscales impulsadas por el BCR por economistas críticos al neoliberalismo. De hecho, entre ellos estaban los propios asesores del Humala de la “gran transformación”.  Así pues, es demasiado simplista que Tanaka asocie directamente “neoliberalismo” y “crecimiento” o “reducción de la pobreza”.
En toda la región, se está produciendo un viraje hacia otros modelos. Desde el eje del ALBA – Bolivia, Ecuador y Venezuela - hasta el Chile de Bachelet, pasando por el eje del MERCOSUR – Brasil, Argentina, Uruguay - es evidente que el modelo neoliberal está agotado y por ello se vienen impulsando – con diverso grado de éxito - modelos post-neoliberales. En todas partes se recuperan empresas estatales y se les da un nuevo rol en la economía; se garantizan derechos gratuitos universales, especialmente la salud y educación; y el PBI sigue creciendo, en la mayoría de los casos sin firmar TLCs y dejando de lado los dogmas del “Consenso de Washington”.
En el mundo ocurre lo propio: Obama ha logrado la entrada en vigencia de una reforma que implica un mayor rol del Estado en salud, contraviniendo el fanatismo neoliberal de los republicanos. Y el crecimiento de los países asiáticos – la actual locomotora del mundo - está asociada a un rol protagónico del Estado en la promoción de la industrialización, la planificación de la economía y la garantía pública de ciertos derechos esenciales. Nada de neoliberalismo por allí.
¿Tanaka no se ha enterado, o no se quiere enterar de estos temas? ¿Cómo así puede en pleno año 2013 tener un discurso económico tan noventero?  Pero Tanaka acaba su artículo diciendo algo realmente audaz: “la izquierda debería dejar de pelearse tanto con “el modelo” en abstracto (pedir la renuncia de Castilla), para concentrarse en hacer propuestas específicas en lo tributario, fiscal, monetario, institucional, en políticas sociales, etc.”.  Con esta frase, Tanaka se suma al cargamontón de siempre – “la izquierda no tiene propuestas” - lo que es grave pues se trata de un sambenito sin ningún asidero real. Es lamentable que un politólogo tan bien informado no haga el esfuerzo de reunir esa información antes de realizar afirmaciones ligeras.
La izquierda tiene propuestas específicas en lo económico (lo tributario, lo fiscal, lo monetario) que están incluidas en el programa de la Gran Transformación, que fue elaborado precisamente por la izquierda. Además, en la reunión del Frente Amplio con Jiménez presentó una serie de propuestas que pueden gustarle o no a Tanaka, pero que no se pueden invisibilizar como si no existieran. Son solo dos ejemplos: pretender que la izquierda “no tiene propuestas” es absurdo; lo que debe hacer un analista serio es, en todo caso, discutir con esas propuestas.  ¿Por qué la obsesión con la salida de Castilla? Pues precisamente porque son los talibanes del MEF los que están dispuestos a bloquear cualquier propuesta alternativa, pues se consideran los “guardianes del modelo”. Ese es el verdadero tema: propuestas hay, pero mientras el MEF siga siendo el ministerio todopoderoso en manos de los neoliberales, no tienen ninguna posibilidad de ser tomadas en cuenta. Por eso es tan pertinente este debate.
LAS ALTERNATIVAS AL NEOLIBERALISMO
Cierro esta semana, por el momento, la discusión sobre el neoliberalismo, comentando algo sobre las alternativas al mismo.
Después de la crisis 1998-2002, del “giro a la izquierda” ocurrido en muchos países de la región, y de la crisis financiera de 2007-2008, me parece claro que predicar la libertad irrestricta de los mercados y la minimización del papel del Estado suena descabellado. Lo interesante es que en esto coinciden, en lo teórico, tanto derechas como izquierdas. De un lado puede verse el libro de John Williamson y nuestro conocido Pedro Pablo Kuczynsky (eds.), Después del Consenso de Washington.
Relanzando el crecimiento y las reformas en América Latina (Lima, UPC, 2003).
Allí se sostiene que las reformas centradas en la liberalización de los mercados y en la promoción del crecimiento eran apenas una primera y parcial etapa de un proceso más ambicioso de reformas, que deberían consolidarse con una segunda fase, con énfasis en la equidad, mejoras en la distribución del ingreso y el fortalecimiento de las instituciones.
Para esto resultarían claves la reforma del servicio civil, la descentralización, la reforma del Poder Judicial, de la educación, de la salud, del sistema político.
Desde la izquierda, lo que se busca es cambiar de lógica, recuperando espacio para la planificación, el control y la iniciativa del Estado, especialmente en áreas “estratégicas”.
Es justo resaltar que por lo general no se plantea un retorno al pasado populista, sino que ese renovado protagonismo estatal se ubica dentro de los márgenes de la disciplina fiscal y de los equilibrios macroeconómicos, es decir, parcialmente dentro del canon del “Consenso de Washington”.
El plan de gobierno de Ollanta Humala de 2010, “La gran transformación”, podría ser un ejemplo de esto. Dentro de este marco general, una parte de la izquierda busca “recuperar” para el Estado el control de los recursos naturales para promover políticas de redistribución y diversificación productiva, mientras que otros piensan que debería abandonarse un modelo “extractivista” y buscar otras formas de desarrollo. Esto explica la división de las izquierdas frente a gobiernos como los de Evo Morales y Rafael Correa, por ejemplo.
En lo personal me parece importante resaltar dos cosas. Primero, que desde la derecha parece tenerse más que decir respecto a temas que interesan mucho a la ciudadanía, como la mejora en los servicios que debe dar el Estado en cuanto a seguridad, acceso a la justicia, a la educación y la salud. Desde la izquierda el énfasis está puesto en conseguir recursos para esas áreas (impuestos directos, por ejemplo) con fines distributivos, pero no tanto en cómo usarlos de manera eficiente. Segundo, acaso lo mejor para el desarrollo de los países sea una alternancia entre políticas con énfasis en el crecimiento y en la distribución, pero donde prime la continuidad y el fortalecimiento progresivo de las instituciones, antes que lógicas “refundacionales”.

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