Por Faith Karimi
(CNN) — Fue un abrazo que
derritió corazones alrededor del mundo.
El papa Francisco hizo una
pausa por un momento para orar y colocó sus manos en un hombre con una
enfermedad cutánea. El hombre cuidadosamente apoyó su cabeza en el pecho del
papa, muchos de sus tumores faciales eran visibles.
Su encuentro con el hombre
enfermo ocurrió en la Ciudad del Vaticano el miércoles al final de la audiencia
general, con cerca de 50.000 asistentes.
La imagen del abrazo del papa
en la Plaza de San Pedro se hizo viral en las redes sociales.
"Soy atea, pero mientras
más cosas escucho sobre el papa Francisco, más me gusta", escribió Donna
Hosie en Twitter.
Algunos dicen que el papa
Francisco cumple los ideales de su homónimo, San Francisco de Asís, una figura
destacada, que se consideró a sí mismo como un servidor de los pobres y
destituidos.
Desde que asumió el liderazgo
de los 1,2 millardos de católicos en el mundo, el Papa ha puesto de relieve la
necesidad de acercarse a los pobres y afligidos.
"Señor, enséñanos a salir
de nosotros mismos", escribió en Twitter en agosto. "Enséñanos a
salir a las calles y manifestar nuestro amor".
Un mes más tarde, hizo eco del
mismo sentimiento.
"La verdadera caridad
requiere valor: permítenos vencer al miedo de ensuciarnos para ayudar a
aquellos que lo necesitan", escribió en Twitter.
El papa ha hecho un llamado a
la interacción abierta con las personas de toda condición, especialmente los
pobres, débiles y vulnerables.
Y practica lo que predica.
El hombre a quien el papa consoló
sufre de neurofibromatosis, de acuerdo con la Agencia católica de noticias. El
desorden genético ocasiona dolor y miles de tumores en todo el cuerpo. Ocasiona
pérdida del oído y de la vista, complicaciones cardiovasculares y discapacidad
severa debido a la compresión nerviosa de los tumores.
Fue el último de una serie de
encuentros memorables para el papa.
El mes pasado, un pequeño
amiguito del papa se le unió en el escenario, y se negó a abandonarlo.
ABRAZO
Hay gestos que inexorablemente
se borran en segundos. Hay otros, en cambio, que trascienden y perduran porque
son lecciones de vida. Pensemos en el abrazo que esta semana el papa Francisco
le dio a un hombre desfigurado por la enfermedad. La imagen, captada durante la
audiencia general que se celebra todos los miércoles en la Plaza San Pedro, va
a quedar grabada en la historia. Si alguien todavía dudaba de las intenciones
de Jorge Bergoglio en el Vaticano, esta es una (palpable) demostración de su
manifiesto compromiso con quienes más exclusiones y padecimientos sufren en el
mundo hoy.
Fue la mañana del miércoles 6,
durante el lapso que el Papa dedica a saludar con una calidez nada protocolar a
los fieles que lo contemplan con delectación. Los cables describen la escena:
en medio de los abrazos, distingue el rostro devastado de alguien que permanece
cabizbajo y en silencio. Avanza hacia él. Cuando lo tiene enfrente, el Papa
coloca su mano izquierda sobre aquella cabeza deformada por tumefacciones y
protuberancias. Luego sujeta su rostro y lo bendice. Tres minutos ha durado el
encuentro con este hombre que es víctima de una enfermedad congénita conocida
como neurofibromatosis. Su identidad no importa, es mejor que no se conozca. Lo
que se sabe es que su mal causa ceguera, parálisis, retardo mental y tumores
malignos en la piel y en los huesos.
A raíz del gesto papal, se ha
recordado el encuentro de San Francisco de Asís con un hombre desfigurado por
la lepra. Este es un hecho que cambiaría la vida de aquel muchacho rico que
cabalgaba raudo cuando un leproso se apareció en su camino. Lejos de
rechazarlo, San Francisco descendió del caballo y lo abrazó con un amor
desbordado, capaz de vencer el miedo. Tiempo después, poco antes de morir,
escribiría a propósito de este encuentro: “Cuando estaba envuelto en pecados,
me era amargo ver a los leprosos; pero desde que el Señor me condujo en medio
de ellos y los traté con misericordia, lo que antes me parecía amargo se me
convirtió en dulzura del alma y del cuerpo”.
Ocho siglos más tarde, el
hombre que eligió llamarse Francisco, tras ser elegido sucesor de Benedicto
XVI, sostiene que necesitamos ver en los enfermos “la carne de Cristo”. Como
ocurrió con el santo de Asís, en el abrazo del papa Francisco se da la paradoja
de que los enfermos pueden curar a los sanos. El pastor de la Iglesia le está diciendo
a sus fieles que se salven, que le encuentren sentido a sus vidas
identificándose con los enfermos, sintiéndolos como iguales.
Marcados por la violencia de
una sociedad cada vez más desigual y egoísta, gestos como los del papa
Francisco reconfortan y nos señalan un derrotero que trasciende los credos
religiosos y las ideologías políticas. Valores como la solidaridad o la
compasión, tan soslayados por la cultura del lucro y la acumulación, encienden
de nuevo nuestra fe. Cuando volvamos a mirar esta imagen veámonos también allí.
En este abrazo, en este gesto de humanidad inconmensurable, estamos todos.
Abrazar.
Estrechar
entre los brazos a una persona en señal de afecto.
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