César Lévano |
César
Lévano
El
siguiente texto fue escrito a pedido de Tinta Azul, revista de la Universidad
Jaime Bausate y Meza. Se publicó en diciembre del 2018.
Hace
casi un siglo, en los años 30 del siglo pasado, bajo la dictadura del general
Oscar R. Benavides, para leer los 7 Ensayos en la Biblioteca Nacional había que
pedir permiso a la Prefectura.
Así
me lo refirieron veteranos bibliotecarios.
¿Por
qué causaba pánico en los poderes públicos ese libro sabio y sereno? Algunas
frases de José Carlos Mariátegui pueden abrir acceso a la respuesta. En la
breve Advertencia del libro, no más de una página, se lee: “Tengo una declarada
y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del socialismo peruano.”
El
título de ese libro precursor es elocuente: 7 Ensayos de interpretación de la
realidad peruana. Es un hondo examen de ese país que él definió como nación en
formación. Como se sabe, no se compuso como un libro deliberado, sino que se
fue integrando por partes, como quien compone un cuadro a base de mosaicos.
Todo el Perú, en pasado, presente y futuro está allí. El problema de la tierra
y el agua, el problema del indio, el destino de las comunidades campesinas, el
desarrollo del capitalismo, la penetración imperialista, el movimiento obrero,
el regionalismo y el descentralismo, la educación y la cultura.
Equipado
de una brújula, un microscopio y un telescopio, como recomendaba el gran
cronista rojo vienés Egon Erwin Kisch, Mariátegui mostró que el Perú no era un
país semifeudal, sino un país capitalista dependiente, con remanentes feudales,
gamonalescos, en el agro.
El
ensayo sobre el indio concluye con dos líneas: “El nuevo plantamiento consiste
en buscar el problema del indio en el problema de la tierra.”
Una
frase que define su idea y su estado es: “El problema del indio es el problema
de la tierra” ¡Qué lejos de la jerigonza palabrera de ciertos sociólogos y
políticos!
Hay
que precisar que pensamientos como ese inspiraron a Ciro Alegría en El mundo es
ancho y ajeno (“el indio es un Cristo clavado en una cruz de siglos”) y a José
María Arguedas a lo largo de su obra.
En
los años 70 del siglo XX descubrí en la revista La Sierra la olvidada respuesta
del Amauta a una encuesta de esa publicación. Es el último texto ideológico y
político de gran calado de Mariátegui. Lo publiqué en una edición modesta, para
la cual escribí un prólogo. Por ahí anda, traspapelada.
En
conversación telefónica comuniqué mi hallazgo a Javier Mariátegui, quien tuvo
el acierto de incorporar esa respuesta a la décima octava edición del volumen
Ideología y Política en 1988. Una verdad rotunda se enuncia allí.
“Un
formal capitalismo está ya establecido. Aunque no se ha logrado aún la
liquidación de la feudalidad y nuestra incipiente y mediocre burguesía se
muestra incapaz de realizarla, el Perú está en un período de crecimiento
capitalista.”
En
otro escrito mariateguiano también reproducido por La Sierra se precisa: “Estoy
por una solución social, nacional, revolucionaria, como la que en México ha
planteado la revolución agrarista.”
Una
de las ideas-fuerza del escrito mariateguiano fue la referente al futuro de la
comunidad campesina. En los años del texto de Mariátegui había un debate sobre
esa institución social. Un sector de marxistas del mundo consideraba a la
comunidad como organización obsoleta, traba para el desarrollo agrario. Esa
crítica primó en la naciente Unión Soviética y tuvo muchos adeptos entre los
comunistas del mundo, el Perú incluido.
A
fines del siglo XIX, Karl Marx había sentado una base de principios sobre el
punto. Una joven revolucionaria populista, Vera Ivanovna Sassulich, dirigió una
carta a Marx en la que pedía su opinión porque muchos jóvenes rusos estaban
empezando a leer a Marx y creían que el autor del Capital sostenía la tesis de
caducidad de las comunidades campesinas.
Marx
respondió que él se había referido a la evolución de la comunidad romana, que
no consistía en un fenómeno universalmente válido, pero que su subsistencia
dependía de que se eliminaran las cadenas del zarismo. Hasta 1882 Marx y Engels
creían posible una transformación socialista de las comunidades a condición de
que estallara la revolución en Europa Occidente y en Rusia. Con esa mira, la
comunidad vuelta socialista podía servir al renacimiento de Rusia. La carta
final sobre ese tema figura en el volumen 35 de las obras completas de Marx y
Engels en alemán. (Marx Engels Werke-MEW).
Recuerdo
que al volver yo de Rusia, me visitó César Hildebrandt, a quien comuniqué el
dato sobre la carta a Vera Sassulich. En el Perú, la defensa de la comunidad
había corrido a cargo de Hildebrando Castro Pozo, José Antonio Encinas y Erasmo
Roca, un ancashino que fue el primer intelectual que se acercó al movimiento
obrero y anarquista, aunque durante una etapa derivó al leguiísmo. En la Unión
Soviética predominó el estatismo agrario. Mariátegui, defensor de la revolución
rusa, no seguía en eso a los bolcheviques.
Fue
una seña más de la actitud independiente y de principios de Mariátegui. En
estos días, un académico holandés me obsequió el valioso libro La historia de
una familia revolucionaria escrito por Antonio Gramsci Junior, nieto del gran
pensador italiano, que cobra renovada actualidad en la Europa -incluida Italia-
en grave crisis. Ese trabajo tiene prólogo de Juan Carlos Monedero, el fundador
del Movimiento Podemos, de España. Ese proemio aporta una cita del filósofo
venezolano Ludovico Silva: “Si los loros fueran marxistas, serían marxistas
ortodoxos”. Mariátegui no era un loro.
Otra
gran contribución del Amauta se refiere al regionalismo. Jorge Basadre me
señaló una vez que el Perú era un país en peligro por tener muchas fronteras y
porque en su interior hay fuerzas centrífugas.
La
esencia del planteamiento del ensayo sobre regionalismo y descentralismo está
en este párrafo:
“El
fin histórico de una descentralización no es secesionista, sino, por el
contrario, unionista. Se descentraliza no para separar y dividir a las regiones
sino para asegurar y perfeccionar su unidad dentro de una convivencia más
orgánica y menos coercitiva. Regionalismo no quiere decir separatismo.”
Hace
algunos años me enteré por casualidad de que un grupo de organizaciones de Puno
iba a realizar en el Centro Cultural de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos en foro sobre descentralización. En el prospecto de invitación se
afirmaba que la tesis de crear una república aymara y otra quechua correspondía
a Mariátegui. Conversando con los organizadores les advertí que la tesis de
autodeterminación no era de Mariátegui, sino de Eudocio Ravines.
En
efecto, en 1931, muerto Mariátegui, el PCP dirigido por Ravines lanzó la
candidatura presidencial de Eduardo Quispe Quispe, campesino del ayllu de
Pupuja, Puno, que ni siquiera fue inscrito. En Hoz y martillo, órgano
clandestino del partido, aparecía Quispe a página entera. En la leyenda de la
imagen se publicaban las promesas del candidato, entre ellas la
autodeterminación de los pueblos quechua y aymara.
Pues
bien, en los años 80 me enteré, gracias a un diplomático peruano, que la
diplomática chilena María Teresa Infante visitaba con frecuencia Puno para
propagar la idea de la república aymara, con aymaras del Perú, Bolivia y Chile.
En Chile, me asegura un profesor, hay una ley que declara que aymara es todo
aquel que se declara tal, aunque no sepa ni una palabra de aymara ni conozca
ninguna canción del rico folclor del altiplano. He denunciado, todo esto, con
foto de la señora Infante, orientadora de los afines expansionistas de su país
desde el régimen de Pinochet.
Una
larga experiencia con la izquierda peruana me ha persuadido de que muchos de
los que elogian a Mariátegui no se han tomado la precaución de leer este libro
fundamental y vigente.
24 marzo, 2019 Editor 0
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Ensayos, César
Lévano, José
Carlos Mariátegui, Marxismo,
Perú, Socialismo
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