Por Ángel Guerra Cabrera
Cuba concluye 2013 con una
mortalidad infantil de 4.2 por cada mil nacidos vivos, índice que no alcanza
ningún otro país de América Latina y el Caribe y ni siquiera muchos países
desarrollados. Esa cifra la coloca en el selecto grupo de diez países
con menor muerte infantil en el mundo precisamente en el momento en que en
muchas otras naciones se reduce sustancialmente –como en la rica Europa– el
gasto público destinado a educación, salud y al bienestar de la población.
Lo que quiere decir este dato
es que en el año 55 del triunfo de su revolución Cuba continúa abrazada a la
utopía. En un mundo donde es tan frecuente inclinarse ante Estados Unidos la
isla no cede un milímetro ante sus enormes presiones y amenazas. Nada de
políticas de ajuste, nada de apertura indiscriminada al mercado, nada de
privatizaciones, nada de ceder un ápice de soberanía sobre sus recursos
naturales.
Cuando podría suponerse que décadas de lucha
merman sus fuerzas, se empeña en identificar sus propios yerros e
insuficiencias, que en algunos casos hunden sus raíces en los vicios generados
por siglos de dominación colonial y neocolonial o se deben a la copia de
esquemas del llamado socialismo real. Lo hace con el objetivo de "cambiar
todo lo que deba ser cambiado" para hacer sostenible y próspero el
socialismo cubano. Pese a los enormes obstáculos y eventuales retrocesos, en el
saldo general avanza, aunque a veces no lo parezca y los problemas a enfrentar
se antojen insuperables.
Todo esto en situación de permanente
hostilidad y tenaz bloqueo económico, comercial y financiero de su poderoso
vecino del norte, castigo no impuesto con ese rigor a ningún otro Estado en la
época contemporánea. Es el precio que Washington le hace pagar por atreverse a
ser independiente y trazar su propio camino al futuro.
Quién lo hubiera imaginado en aquella América
Latina de 1959, en plena guerra fría y delirante fobia anticomunista. Que un
país de poco más de seis millones de habitantes, carente de recursos naturales
estratégicos, un poco mayor en extensión territorial al estado mexicano de
Durango y ubicado en las fauces del imperio más poderoso de la historia pudiera
conquistar y mantener tanto tiempo su independencia ante aquel y desarrollar un
proyecto de trasformación social de tal magnitud, que ha sido estímulo y
ejemplo para todos los pueblos de la Tierra.
Para entender el conflicto entre Cuba y
Estados Unidos es necesario estudiar la historia latinoamericana. Ella
demuestra que la superpotencia no ha tolerado nunca a nuestros países
desarrollar una política interior o exterior que se aparte de sus dictados.
Acaban de cumplirse cuarenta años del sangriento golpe de Estado ordenado por
la Casa Blanca contra el gobierno constitucional de Salvador Allende y en la
última década hemos visto el montaje de una contraofensiva estadunidense para
arrasar con la revolución bolivariana y con todos los demás gobiernos
independientes y fuerzas populares de nuestra región. Poco importa que esos
gobiernos hayan sido electos según las normas más estrictas de la democracia
representativa. Si a Washington le preocupara la democracia como afirma no
habría auspiciado tantas dictaduras militares ni sería tan íntimo de los
petrorreyezuelos del golfo Pérsico.
En el caso de Cuba, su vecino del norte la ha
sometido a un virtual estado de guerra no declarada desde 1959 que dura hasta
hoy. De modo que es en esas circunstancias que ha conseguido las
extraordinarias conquistas en salud, educación y desarrollo humano en general,
que la colocan en esos campos a la cabeza de América Latina y el Caribe. Y es
también en ellas que se enfrenta a sus deficiencias.
Cuba está saliendo del gran cataclismo social
originado por el derrumbe de la URSS, que hizo colapsar gran parte de su
infraestructura económica. Pero además, afectó severamente la disciplina
laboral y social, efectos que aún se hacen sentir y constituyen una traba
fundamental al desarrollo económico y social y a la satisfacción de las
necesidades del pueblo, como se evidenció en las intervenciones de los
funcionarios y diputados en la sesión de la Asamblea Nacional de diciembre de
este año.
Allí Raúl Castro hizo esta puntualización al
vecino del norte: Si realmente deseamos avanzar en las relaciones bilaterales,
tendremos que aprender a respetar mutuamente nuestras diferencias y
acostumbrarnos a convivir pacíficamente con ellas… de lo contrario estamos
dispuestos a soportar otros 55 años en la misma situación.
Tomado de La Jornada
http://www.cubadebate.cu/opinion/2013/12/26/cuba-y-el-precio-de-la-independencia/
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