Salomón Lerner Febres
Es triste decirlo, pero nuestro Poder Judicial está todavía muy lejos de convertirse en esa rama del Estado autónoma, independiente, plena de solvencia intelectual y cívica
El Perú
necesita practicar una sincera y valiente memoria de la violencia. Eso se viene
diciendo desde que se creó la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Esa
memoria es necesaria por diversas razones. La principal de ellas es la
justicia: no necesaria ni únicamente la de los tribunales, sino también aquella
de carácter moral que se expresa en la noción de “reconocimiento” a las
víctimas. También se precisa de la memoria para aprender de los errores y de
las faltas del pasado; y, desterrar mentiras que nos ofenden y disminuyen a
todos como seres humanos y como ciudadanos.
¿De qué mentiras hablamos?
Fundamentalmente, de aquellas que, banalizan o justifican los atroces crímenes cometidos por Sendero
Luminoso, pero también de las que niegan
ciertos crímenes cometidos por los agentes del Estado peruano.
Los caminos para esa memoria contraria a la
negación son variados. Desde hace diez años se proponen diversas opciones desde la sociedad
organizada: lugares consagrados al recuerdo, programas educativos, conmemoraciones,
investigaciones académicas, etc. Sucesivos gobiernos han ignorado esas
propuestas, cuando no las han
satanizado. Y hoy se propone la forma más superficial, errónea,
contraproducente y, tal vez, oportunista que se podría imaginar: una ley que
castigue penalmente la negación de los crímenes cometidos por Sendero.
Se trata de una de esas normas que los
políticos peruanos dan cuando, antes que aportar soluciones, desean crear
golpes de efecto favorables. Desde luego es merecidamente generalizado el
repudio a los apologistas de los crímenes de SL y es por ello, contando con esa
amplia indignación, que se propone la ley. Pero examinada la cuestión con algún detenimiento, su falta de sustento
salta a la vista.
Es una propuesta que confunde el síntoma con
la causa, y por eso es una aproximación
superficial, que, además, podría vulnerar la libertad de opinión. No es con la
amenaza de castigo penal como se desactiva un pensamiento cínico, inhumano y de
orientación criminal como el de SL. Se
precisa, en lugar de eso, la pedagogía cívica que este como otros gobiernos
parecen rechazar. Criticar esta norma no es, de ningún modo, un llamado a la anuencia o a la lenidad
frente a la prédica repudiable del pro-senderismo. Esta debe ser enfrentada
con memoria, comprensión, perspectiva
histórica y un razonamiento ético y democrático. Hacerlo de otra forma es
torpe, pues sólo se brindaría un
pretexto argumental a quienes una y otra vez tratan de desacreditar nuestra
democracia.
Además,
se trata de una propuesta cuya aplicación ha de analizarse en el
contexto de las débiles instituciones peruanas. Es triste decirlo, pero nuestro
Poder Judicial está todavía muy lejos de convertirse en esa rama del Estado
autónoma, independiente, plena de solvencia intelectual y cívica que los
peruanos merecemos tener. Sigue siendo,
en buena medida, un sector de los poderes públicos susceptible de ser
manipulado por el poder político. Ya en los últimos años, ha dado muestras de
no sentirse obligado siquiera a ser coherente con su propia jurisprudencia en
lo que atañe a la defensa de los derechos humanos. Recientes sentencias nos lo
revelan más interesado en complacer intereses subalternos que en satisfacer el
derecho a la justicia de la ciudadanía. En ese contexto de arbitrariedad, una
ley como la que se propone sólo siembra incertidumbres. ¿No podrá ser ella,
acaso, e irónicamente, una norma que sirva precisamente a la sanción y la
negación de una historia compleja sobre la violencia como la que reconstruyó la
Comisión de la Verdad y Reconciliación?
Por último, hay que señalar que detrás de esa
propuesta hay una visión parcial y, por tanto, deformante de la realidad al no
contemplarse los crímenes cometidos por el Estado. Los delitos de Sendero Luminoso deben ser recordados
y denunciados con la máxima severidad. Pero también hay miles de víctimas del
Estado desconocidos por voces muy audibles que una y otra vez ofenden
a esas víctimas negando, trivializando o justificando los crímenes cometidos
por agentes estatales. ¿No es lo que hace la sentencia que retiró a los
crímenes del grupo Colina el calificativo de crímenes contra la humanidad?
La memoria que requerimos, la que debe servir
a un mejor futuro, debe ser el resultado
de un proceso social de reflexión, reconocimiento y pedagogía, no mero
gesto de políticos oportunistas.
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