Entrevista con Javier Iguiñiz Echeverría,
(Secretario Ejecutivo del Acuerdo Nacional)
Por Carlos Reyna y
Abelardo Sánchez León
- Casi setenta años después de que viniera
la Misión Kemmerer con la idea de ordenar la economía del Perú, estuvo en Lima
la misión de la OEA, para ordenar la política.
¿Qué te sugieren estas incursiones en la economía y la política
nacional?
- Aparte de la misión de la OEA en la política, debo
decir que en el campo de la economía el Perú ha renunciado a gobernarse a sí
mismo y para ello ha hecho una subdivisión durante los noventa entre el
Ministerio de la Presidencia, que sí era el ministerio donde el Presidente
presidía, y el Ministerio de Economía y Finanzas y el Banco Central de Reserva,
donde el presidente tenía muy poco que decir y eran manejados principalmente
desde Washington. Nunca antes ha habido tanta injerencia del exterior, tan poca
personalidad propia en el manejo de la política macroeconómica en el Perú como
en los últimos lustros. O sea que no sólo se trata de lo político; también en lo económico y en lo empresarial hay ordenamiento foráneo. El Perú ha pasado por un proceso de
desmoralización respecto de su propia capacidad de administrarse en el mundo de
la empresa y del Estado, lo que hace que estemos pagando para dejar de ser
dueños, que estemos vendiendo empresas privadas y públicas, con lo que
renunciamos a administrarlas.
- ¿Crees que es una corriente
latinoamericana esta tendencia de renuncia a pensar la economía nacional?
- En América Latina un factor muy importante de esa
tendencia fue el trauma de los ochenta. Esa década fue un período
hiperinflacionario traumático en varios países; atemorizó a todos y eso fue
bien aprovechado para cobrar el servicio de la deuda. La crisis de la deuda
externa que destruyó todo lo que encontró en el camino. Si hubiera encontrado
al neoliberalismo, igual lo iba a destruir; pero encontró otra cosa, y eso fue
destruido. En el caso del Perú, el asunto ha sido más radical porque lo que el
Perú ha hecho durante los noventa, sobre todo con el equipo de Boloña, es
mostrarnos que no sólo no debemos gobernar nuestra economía, que no debemos
poner la mano e influir en el curso de la economía, sino que debemos
amputárnosla por si se nos ocurriera volver a hacerlo.
El principal peligro, para los fundamentalistas, no era
hacer mal las cosas. ¡El principal peligro para esta élite neoliberal, acá y
afuera, era que se nos ocurriera gobernar la economía al servicio de nuestra
sociedad! ¡El peligro era que el Perú negociara en serio!
- Los neoliberales siempre han presumido de
ser técnicos, de tener una verdad más allá de la política.
- Yo creo que en países como el nuestro los neoliberales
en el gobierno son técnicos de mando medio. A mí me impresiona la petulancia
con la que algunos se exhiben como desempeñando un papel fundamental cuando son
sólo guardianes de algo que no han creado, que viene premasticado y que sólo
pueden ajustar ligeramente. Muchos economistas inteligentes terminan de
expertos cocineros de una sola receta, de un solo menú para la mañana y el
mediodía, para toda estación, para toda enfermedad.
- ¿Cómo ves en la década del noventa la
relación entre los políticos, los
empresarios y los técnicos?
- Es un tema interesante, porque los técnicos oficiales
en economía se han desconectado totalmente de los empresarios; no solamente
porque hablan otro idioma, sino porque tienen una tarea en buena medida
antiempresarial. ¿En qué sentido? Estamos
en un momento de baja del gran ciclo económico. En ese gran ciclo de baja los
macroeconomistas se han convertido en lo contrario de lo que eran cuando se
fundó ese campo de la especialidad. En vez de ser expertos en reactivar, lo son
en frenar un vehículo del que sólo les ha permitido usar el freno. Son los
administradores de la caída; eso al empresario le molesta, y al político
también.
El tema de la demanda es un ejemplo. Para los expertos,
la demanda es peligro y hay que reducirla; aunque haya caído fenomenalmente hay
que bajarla, porque nunca se cura ningún problema sin bajarla.
¿Alguien ha escuchado últimamente que para
curar a la economía hay que reavivarla?
No. A los enfermos se los cura deprimiéndolos. En cambio,
para los empresarios la única cura es que aumente la demanda para poder vender
y pagar deudas e impuestos. O sea, lo que es remedio para los empresarios es
enfermedad para los expertos más influyentes en economía y con más acceso a los
medios. Lo mismo pasa con los políticos.
El miedo a los políticos es total, de ahí el término «populista».
¿Por qué?
Porque para ellos el político tiene el peregrino deseo de
ganar una elección; quiere ofrecerle algo a la población y el economista
siempre está diciéndole: «no es posible», o «es irresponsable». «Si avanzas en
esa dirección, el remedio es peor que la enfermedad».
¿Cuál ha sido la consecuencia de esa tensión
entre expertos, empresarios y políticos?
Más desempleo y subempleo del necesario. El resultado de
toda política «sensata» es siempre una caída de remuneraciones. En 1979 los trabajadores del sector privado
ganábamos tres o cuatro veces más de lo que ganamos ahora, con una economía de
tamaño parecido a la actual. ¿Qué ha pasado?
Cada ajuste es una caída y una redistribución del ingreso
en contra de los que viven de su trabajo. ¡Después dicen que se acabó la lucha
de clases! Prácticamente cada vez que se
ha aplicado una política aprobada por el Fondo Monetario Internacional o
inspirada en sus criterios, los salarios caen, las ganancias suben y la
economía prolonga unos años más la crisis.
- Veámoslo, entonces, a la luz de las
críticas que José Saramago hace de la globalización. Este proceso de
globalización sería una nueva forma de dominación.
- Yo diría que hay dos globalizaciones que, a mi juicio,
hay que separar. Hay una globalización
que es la de la clonación, de los chips, etc. Ese tipo de globalización no
requiere lo que se ha hecho en el Perú: abrir unilateral e indiscriminadamente
los mercados al exterior, utilizar sistemáticamente el retraso cambiario para
bajar la inflación, producir una de las legislaciones laborales más brutales
del continente. La globalización basada en el cambio tecnológico es la
globalización «shumpeteriana», la de la «destrucción creadora» y es la que avanza por la fuerza de la innovación, no de las leyes. Esa es una
globalización. Pero la otra, la neoliberal,
no innova nada sustancial. Es la que
surge de las crisis de Inglaterra y Estados Unidos, la globalización Thatcher-Reagan,
que es la que comienza cuando sus países están en crisis competitiva y
pretenden contrarrestarla forzando a los países a abrir unilateralmente sus
fronteras para que puedan ampliar sus lánguidos mercados. Es una globalización
piraña que quita a otros del camino para hacerse un sitio, pero sin traer
novedades, sin traer tecnología, sin traer cultura. Se trata del neoliberalismo
en venganza contra el mundo de la socialdemocracia. Es una revancha
histórica. Esa globalización es la que
más hemos tenido nosotros durante los noventa. Salvo algunas inversiones
extranjeras que han traído innovaciones, en servicios, por ejemplo, se ha
tratado de insertar al mundo en nuestro mercado y no de insertarnos a nosotros
en él. El Perú se abre y todo el mundo se inserta acá. Esas dos globalizaciones
tienen un carácter distinto. Una es
destrucción creadora, la otra es depredadora.
¿Por qué?
Porque nos arruina
el camino: pasamos de la industria al
comercio, pone contra la pared y destruye a los pequeños y medianos
empresarios, desincentiva la exportación, desperdicia habilidades, abandona la
tecnología, trae casinos. Esa es la globalización neoliberal.
- Una de las cosas que se cuestionaba a los
cuestionadores de los neoliberales, era la ausencia o la poca visibilidad de
sus propuestas. ¿Qué respondes a eso?
- Supongamos que los críticos estábamos equivocados.
¿Por qué no se nos ha mostrado que lo
estábamos, debatiendo en la televisión y dejándonos en ridículo?
Alan García tiene lamentablemente razón al acuñar el
término «dictadura económica». Es un
buen término, en el sentido de que hemos tenido un manejo económico que no
soporta la luz pública, un debate previo. Los del gobierno anterior saben que
lo que ellos proponen es negativo para la población mayoritaria, saben que lo
que ellos pueden manejar con más libertad es el freno. Tienen que venir el
Banco Mundial y el BID para ofrecer el apoyo social necesario para parchar lo
que la economía no es capaz de ofrecer. Si el carro aumenta de velocidad, como
en el 93-97, es por una entrada de capitales que está fuera de control, como lo
está luego su salida. Una feliz casualidad que atribuyen a la confianza. Las
empresas no viven de confianza; viven de crecimiento económico y expansión de
mercados. De ahí el enorme temor a hacer las cosas en público, la desesperada avalancha de decretos al
comienzo de la gestión de Boloña; había que cambiar las cosas antes de que la
gente despertara del shock del final de la década. Por eso el mayor peso de los
abogados respecto a los economistas. Se trataba de cambiar leyes, no de
promover el cambio tecnológico. De ahí la enorme dependencia de los decretos
legislativos, el pánico a la opinión pública, a poner en discusión si hay que
hacer esto o lo otro. Es un temor muy
grande porque son operadores que ni desean ni tienen que rendir cuentas a la
sociedad y, lo que es peor, parecen considerar positivo el que sea así.
- Es un razonamiento intelectual…
- Miren, hay un
elemento legítimamente intelectual que es el de la adaptación de una economía a
las nuevas circunstancias de la competitividad internacional durante una crisis
cíclica de larga duración. Pero hay, además, intereses de por medio; por
ejemplo, el de pagar «religiosamente» la deuda externa. En este terreno el
gobierno ha tenido mucha suerte.
¿Por qué?
Porque si frenas
en un momento en el que estás recibiendo mucho capital, como fue a mediados de
los noventa, lo que estás haciendo es volver viable el pago de la deuda
externa. Ambas cosas juntas se expresan en el superávit fiscal. El superávit fiscal es una manera de
succionar recursos al sector privado, una manera de frenar la economía con la
finalidad de hacerle un sitio garantizado al pago de la deuda externa.
- Y estos tecnócratas empatan con Fujimori,
que fue visto él mismo como un tecnócrata.
- Yo pienso que Fujimori no quería esto. Creo que sus
ideas eran más cercanas a lo que dijo en su campaña. Pero cuando se es tan
débil como él, las ideas no cuentan.
- Pero a Fujimori lo quieren los empresarios
y los tecnócratas….
- A él lo quieren por otra razón. Yo creo que la
relación, en este caso, entre gobierno y empresario es la relación
antivelasquista. Velasco les dio mucho
dinero a los empresarios con protección del exterior, pero les quitó autoridad
en la empresa. Los empresarios estaban
enfurecidos por ese estilo. Lo que ha
hecho Fujimori es devolverles la autoridad, pero teniéndolos contra la pared,
dependientes de él. En realidad, la autoridad les ha traído una victoria
pírrica, pues han tenido que vender, que someterse como ciudadanos. Con la
política del SIN y de SUNAT, y de avisos y compras del Estado, de intervención
en las negociaciones, ser empresario en el Perú durante la década pasada ha
sido ser siervo, no ciudadano. Se acabó
el supuesto de que la propiedad es el camino a la libertad. En un país como el
nuestro, ser propietario de empresas es vivir como dependiente. Y eso no es liberalismo ni mercantilismo, eso
es debilidad competitiva estructural de las empresas nacionales en un hostil
contexto mundial agudizado a propósito por el gobierno.
- Uno de los argumentos de los tecnócratas
neoliberales para su opción autoritaria ha sido que las democracias producen
inflación. ¿Qué tienes que decir al respecto?
- Las democracias
son un medio para que las demandas de la sociedad a la economía se hagan
explícitas y fuertes, y para que la satisfacción de esas demandas constituya el
canal para obtener legitimidad política.
Es muy difícil compatibilizar los progresos democráticos con la política
económica neoliberal. Estoy diciendo a
propósito progreso.
¿Por
qué?
Porque el significado de democracia también lo podemos ir
cambiando y adaptando hasta que sea compatible con el neoliberalismo. Por eso digo progreso democrático, o sea lo neoliberal no es un factor que converge
con la maduración democrática y el
progreso en ese campo de la política. Puede soportar la democracia, pero el
neoliberalismo soporta a la democracia sólo cuando la ciudadanía ha renunciado
a reivindicaciones de una manera muy profunda. En nuestro caso, sobre todo por
el trauma de la gran crisis de los 80.
La sociedad ha quedado escaldada. Y en ese contexto democracia y
neoliberalismo se hacen compatibles porque hay una ciudadanía traumada y
temerosa. Por eso, los técnicos pueden decir: ¡Que nadie se meta en la
macroeconomía! ¡Que nadie toque los precios relativos!
-¿Es eso conveniente?
- ¡No!
¿Por qué?
Porque esta política macroeconómica agudiza la pérdida de
rentabilidad de los sectores productivos que compiten con el exterior. Reduce la viabilidad del crecimiento
económico. Tener políticas sectoriales con esta política macroeconómica
significa producir subempleo, no empleo.
Pero también se dice en estos días que lo
único estable es no cambiar nada.
Eso es no entender nada de la economía. La única economía
estable es la que cambia. Ésta de acá, la del Perú, es la más inestable de
todas las estabilidades, porque vamos establemente al desastre. Por eso hay que
gritar: ¡rompan filas! Estos precios relativos: o sea, tasa de cambio, tarifas
públicas, tasas de interés y salarios, que son los cuatro grandes precios de la
economía, están seriamente desalineados. Tienen tal nivel que si los mantenemos
estables no van a aumentar las exportaciones lo suficiente como para crecer y
pagar la deuda pública y privada de empresas y bancos. Y esta capacidad de pago y los residuos que
quedarán para ellas son lo que determina las expectativas de la inversión
nacional y extranjera; no los regímenes de excepción o los regalos. Pasada la
farra del 93-97 y con la política antiexportadora incólume para no perjudicar a
acreedores y empresas de servicios públicos, se genera una relación inversa
entre compromisos de pago e interés de inversionistas. A más compromisos de
pago de deuda pública externa, menos confianza de la inversión privada
extranjera y menos inversión.
No
hay dólares para todos.
Esto es lo que una aproximación demasiado legalista a la
economía no entiende. Si seguimos así, con esta estabilidad, vamos a tener
crisis externa no sé si en meses o en un par de años, dependiendo de los
calendarios políticos, de los programas de inversión, de la crisis
internacional.
- En una gestión alternativa, ¿cuál sería la
gran diferencia entre esta manera de manejar el país y otra distinta que no
termine en el barranco?
- Yo diría que el
problema principal es político, no
económico. Yo creo que los economistas estamos en condiciones de adaptarnos
conceptualmente y con flexibilidad a un proceso democrático en el cual la
población plantee sus prioridades; claro, no todas. No se trata de invitar a
una farra sin ningún criterio, pero sí de reorientar el rumbo del barco sin
necesidad de alterar un prudente equilibrio fiscal, externo y empresarial,
incluyendo en todo ello la cuestión del emparejamiento de monedas y plazos en
las relaciones financieras. Para que ello se produzca, el problema no es de
inteligencia, de técnicos calificados, de qué presidentes tenemos o de qué
ministros; es la presión social lo que cuenta. Creo que la única manera de que
desde la economía se diseñen alternativas originales, capaces de compatibilizar
una democracia vigorosa con crecimiento a largo plazo es que haya dos cosas: presión social y un
sector exportador muy dinámico.
- Los seguidores de Fujimori dicen que la
década del 90 ha sido una década de progreso; Pedro Pablo Kuczinsky afirma en
la revista Debate que la situación económica ha mejorado. La evaluación de la década no resulta tan
mala.
- No sé a qué se refiere. Pero si miramos todo desde el
desastre al borde de los 80, nada puede parecer peor. Claro, si yo soy
financista voy a decir que la década ha
sido buena. Si soy de los pocos mineros
importantes, con las concesivas condiciones que me han dado, también me parecerá
bien lo ocurrido. Depende, pues, dónde
esté ubicado uno. No tenemos sino que mirar a CONFIEP y la transparente defensa
de sus más influyentes socios. Pero, si yo hablo de empleo, ¿qué ha aumentado
en los exitosos noventa? ¡El empleo ilegal! , ¡el empleo sin contrato y el
empleo eventual! Empleo estable, o sea por tiempo indefinido, y a la vez legal,
ha caído en 19%. ¿Qué éxito es ése? ¿Éxito
para quién?
- ¿Y hasta qué punto eres optimista respecto
de la posibilidad de sacar adelante propuestas como las que estás mencionando?
- Yo tengo un
optimismo moderado, en el sentido de paciente.
En el corto plazo, creo que todavía tenemos tiempos malos por delante
antes de ponernos en una ruta viable. La década de los noventa ha preparado una
crisis y ha asegurado que cuando venga sea grande. Por un lado, tenemos una
década antiexportadora y de borrachera importadora que no ha explotado porque
la crisis asiática y las otras han frenado la economía de manera relativamente
suave, pero en un equilibrio que nos estanca. Por el otro, la coalición
antiexportadora es muy fuerte, pues está compuesta por acreedores externos,
grandes empresas extranjeras de servicios públicos, empresarios endeudados en
dólares con el sistema bancario, un Estado sin margen de acción y consumidores
también endeudados en dólares. Eso quiere decir que el cambio en precios
relativos para elevar la rentabilidad de las empresas que compiten con el
exterior y generar nuestros propios dólares vendrá por medio de una crisis
brusca. Si a eso le añadimos que la dependencia del sistema bancario de los
créditos del exterior ha sido agudizada por la política del gobierno y que la
dolarización actual obliga a recibir a pecho descubierto cualquier dificultad
proveniente del mercado externo, tenemos un panorama que obliga a adoptar
medidas difíciles para evitar peores crisis. Lo demás es confiar
irresponsablemente en el casino financiero internacional.
Pero tengo, sin embargo, gran expectativa en la pequeña y
mediana empresa que compite con el exterior. Las que hay han salido adelante a
pesar de la política económica, del abandono por el sistema bancario y de la
precariedad en infraestructura, a pesar de las tarifas de los servicios
públicos y de las tasas de interés. Están bien curtidas para las exigencias. Yo
estoy también optimista, pero a mediano plazo,
por el retorno de la democracia y del distrito múltiple. Habrá algo más
de descentralización y formación de pequeña y mediana empresa, y de líderes
políticos de provincias que se queden en ellas.
Cuando se aprobó el distrito electoral múltiple, me dije: «finalmente el
político de provincias va a tener que rendir cuentas y ser eficiente en
relación con el productor de
provincias».
Pienso, no sé si en mi desesperación o con un realismo
frío, que los verdaderos cambios van a venir desde fuera de la economía; desde
la presión ciudadana, desde la lucha por los derechos humanos, por la democracia, y por las
regiones. Por todos los sectores considerados peligrosos para la economía
durante las décadas pasadas.
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