martes, 11 de diciembre de 2012

Vale todo

 “…vamos a ver como impacta en el futuro su pésimo manejo del Metropolitano”.

La Columna del Director
A nadie se le escapa de que detrás del alza de pasajes del Metropolitano hay una clara presión política para alimentar otra vez la sensación de ineficiencia, mala suerte o lo que sea en contra la Municipalidad de Lima.  Los consorcios, principalmente extranjeros, con los que contrató Castañeda, recibieron el insólito poder de determinar por su cuenta y de manera claramente concertada las alzas de precios en el servicio, dejando a la autoridad de la ciudad pintada en la pared.
 Y ahora, estos mismos empresarios tienen un representante que más parece un político de la revocatoria anunciando que es la Municipalidad la que no tiene nada que decir cuando ellos toman sus decisiones, aunque al final termine pagando los platos rotos. Para el jefe periodístico de la campaña para sacar a Susana del sillón municipal este es el producto del “pésimo manejo” de la alcaldesa; como lo es que el primer día del cierre de La Parada no se lograra el objetivo (que se consiguió dos días después); o que el mar se llevara la arena de La Herradura (como si no hubiera habido una remodelación de la playa que estaba en estado de abandono); o que la reforma del transporte consistiese sólo en los supervisores dela avenida Abancay; o no hubiera obra física de la que hablar, salvo pintar las escaleras.
 Claro que todo este resumen es de una mezquindad asombrosa pero responde a un criterio político. Para cierta derecha, la caída de Villarán está al alcance de la mano y la cosa es empujar para que se produzca. Ahí no importa si se castiga a los usuarios con alzas injustificadas, si se levanta el lumpen para detener las reformas, si se niegan los trabajos en marcha, si se miente con desparpajo, o si se tapa la corrupción de la gestión anterior. Marco Turbio y Aldo M. tienen en común que no los torturan escrúpulos morales: uno quiere cobrar lo que le han ofrecido y otro quiere incrementar su currículum de primer perseguidor de la izquierda, para que ya  no intenten volver a gobernar.
 Nítido se ve que a Susana Villarán la han tomado de prueba de ensayo de lo que en América Latina ya se ha empezado a llamar los “golpes blancos”, que son modalidades aparentemente institucionales de tumbar autoridades, como en el caso de Honduras y Paraguay. La condición para que esto funciones es que el gobernante de izquierda o progresista haya triunfado sin evidenciar una mayoría indiscutible y que los partidos tradicionales hagan frente común para eliminarla. Este tipo de salida madura en un proceso y que es lo que estamos viendo en el Perú, donde cualquier medio es válido si se trata de aislar y destruir el blanco político sobre el que se busca forzar el cambio.
 No es que Susana sea especialmente amenazadora para las posiciones de extrema derecha en el Perú, sino que su victoria reveló los cabos que se habían dejado sueltos en la administración de la ciudad. Estamos pues ante una batalla para recuperar terreno perdido y que trata de pulverizar a la alcaldesa para que se sienta que el derechismo más rancio recupera el poder. La disputa sobre la revocatoria está por ello desbordando los legítimos espacios en los que puede expresarse el descontento, para transformarse en una inmensa maquinaria de manipulación. 

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