Agente extranjero Álvaro Vargas
Llosa publica alegato en favor del enemigo chileno en diario chileno "La
Tercera"
Límites territoriales
Por César Vásquez Bazán
Escriba de alquiler hace ver que,
al igual que en 1879, la ultraderecha residente en el Perú está más cerca de
Chile que de nuestro país.-
El despatriado "Álvarito": de colaborador
de "Radio Martí" a vendido al oro chileno
El agente de propaganda enemiga
Álvaro Vargas Llosa puso hoy un huevo en el diario chileno La Tercera.
El
escriba ultraderechista se despachó en una vergonzosa apología de la posición
chilena.
No podía ser de otra manera:
Alvarito es hijo de un pendejerete que renunció a la nacionalidad peruana y que
para no pagar impuestos en el Perú lo colocaba en sus declaraciones de
impuestos como carga de familia.
Al igual que el padre, Álvaro
Vargas Llosa se gana la vida como instrumento de la extrema derecha internacional.
Por varias décadas ha estado pagado por el oro imperial, teniendo entre sus
principales méritos haber sido colaborador de esa excrecencia llamada “Radio
Martí”, la emisora anticastrista financiada por la CIA.
Carta abierta a Torre Tagle
Álvaro Vargas Llosa -
15/12/2012
Creo que las posibilidades de
que el Perú obtenga el triunfo son mínimas en lo que se refiere al reclamo
principal —una delimitación marítima basada en una línea equidistante— y algo
mayores, pero no muy grandes, en lo que se refiere al segundo, es decir, la
determinación de nuestra soberanía sobre el llamado triángulo exterior, que
está fuera de la zona marítima chilena y estaría dentro de la nuestra si ella
rebasara el paralelo de latitud.
Me dirijo a ustedes —el
Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú— usando el apelativo con el que se
los conoce por la casona virreinal que les sirve de sede principal. Lo hago con
respeto por sus vivos y sus muertos, entre quienes están algunos de los peruanos
que más admiro. Tengo la esperanza de que vean un ánimo constructivo en estas
líneas, con las que quiero expresarles que ha llegado la hora de un gran cambio
de mentalidad.
Lo hago ahora que la fase oral
del proceso de La Haya ha acabado y sólo falta el dictamen, probablemente
dentro de pocos meses. Creo que las posibilidades de que el Perú obtenga el
triunfo son mínimas en lo que se refiere al reclamo principal —una delimitación
marítima basada en una línea equidistante— y algo mayores, pero no muy grandes,
en lo que se refiere al segundo, es decir, la determinación de nuestra
soberanía sobre el llamado triángulo exterior, que está fuera de la zona
marítima chilena y estaría dentro de la nuestra si ella rebasara el paralelo de
latitud.
Explicaré en seguida las
razones por las que creo esto y me apresuro a decir que preferiría equivocarme.
Temo, además, que el orgullo herido de muchos compatriotas pueda, si el fallo
nos es adverso, frenar durante un tiempo el proceso de superación del trauma
histórico, del que es prueba el vuelco que hemos dado a nuestras relaciones.
No dramatizo las cosas: confío
en que la dinámica de los intercambios y el espíritu de los tiempos nos
volverán a acercar, pase lo que pase. Pero es mejor celebrar triunfos que no se
dan por seguros que sufrir derrotas que no se le pasan a uno por la cabeza,
especialmente en el terreno de las relaciones exteriores, donde los
sentimientos suelen adquirir una intensidad tribal muy poderosa que no facilita
la sindéresis y el sentido de las prioridades. De allí mi aprensión.
El cambio de mentalidad que
urge en Torre Tagle exige dejar atrás una forma de entender nuestras relaciones
exteriores que tuvo mucho sentido en el pasado, porque la independencia
latinoamericana produjo repúblicas indefinidas en tantos sentidos.
Esa mentalidad —de la que la
generación que nos representa gallardamente en La Haya es tal vez el canto de
cisne— se concentró en la definición de nuestras fronteras y nuestra identidad
republicana de cara a los vecinos y el resto del mundo.
Hoy día, sólo una inseguridad
en nosotros mismos puede justificar que ustedes sigan dedicando los mejores
esfuerzos a algo que está esencialmente resuelto y que se resistan a actualizar
la mentalidad decimonónica. Urge una nueva perspectiva que vea en la integración
real —no la ritual que silba en la boca de políticos de poca monta, ni la
dictada por la moda o la corrección política— la forma inteligente y patriótica
de honrar la promesa de nuestra independencia, de la que pronto se cumplirán
200 años.
En el empeño de la afirmación
de nuestras fronteras volcaron sus predecesores en la Cancillería peruana lo
mejor de sí. No desmerezco ni por un instante lo que hicieron: sin ellos, no
habría República del Perú. Entre los cancilleres que contribuyeron a la afirmación
de nuestro espacio como república soberana hay figuras deslumbrantes.
Cito algunas: el liberal
Sánchez Carrión, que entendió bien que, a pesar de su mesianismo, Bolívar era
indispensable para derrotar a España; el escritor Felipe Pardo y Aliaga, cuyos
méritos fueron mayores fuera de la cancillería, pero que dio lustre y cultura a
esa institución; y un Toribio Pacheco, el mejor canciller de nuestra historia a
decir de los historiadores Riva Agüero y Basadre, un genio que logró la alianza
de Perú, Chile, Ecuador y Bolivia ante la amenaza naval española en 1865 y
1866, y que poco antes explicó al mundo en textos memorables la justicia de
nuestra causa.
La mejor prueba de que era
necesario que sus antecesores dedicaran sus esfuerzos a la afirmación de los
límites de la república es que con frecuencia los tratados que se firmaban eran
superados por nuevos conflictos o circunstancias que obligaban a hacer nuevos
tratados.
Por eso hubo que hacer un
nuevo tratado con Brasil en 1909, a pesar del que habíamos firmado medio siglo
antes; por eso hubo que ratificar el que teníamos con Colombia, y que una
guerra había puesto en cuestión en 1932 y 1933; por eso seguíamos firmando
protocolos con Bolivia en 1925, 23 años después del primer tratado limítrofe
con ellos; y por eso en 1998 hubo que acabar de sellar una frontera con
Ecuador, a pesar de que existía un tratado desde 1942.
No sorprende, pues, que
estemos ahora litigando en La Haya, a pesar de que en 1999, poco después del
Acta de Ejecución que firmamos con Chile, el Perú anunció que se habían acabado
para siempre los conflictos.
Me siento obligado, por un
elemental respeto a ustedes, a explicar por qué creo que tenemos mínimas
posibilidades de ganar en lo referente al reclamo principal y algo mayores,
pero no muy grandes, en lo que atañe al segundo.
La tradición jurídica y
política peruana mezcla muchos elementos que van a contrapelo de la formación
de quienes van a decidir esto en Holanda. El positivismo jurídico, el
formalismo y el reglamentarismo de nuestra tradición hicieron que a menudo le
busquemos tres pies al gato. La ley no suele ser para nosotros un conjunto de
principios derivados de la sabiduría de los siglos, sino cualquier cosa que
dice el que manda.
La hacemos con tanto grado de
irrealidad y la interpretamos de una forma tan puntillosa y jesuítica que
cualquier cosa puede ser vista como la ley y cualquier cosa como su violación.
Esta tradición hace que nos importe la letra pero no el espíritu.
No importa que el espíritu
diga una cosa si la letra, torcida por nuestro formalismo interpretativo, dice
otra. Por eso en la Colonia se decía “se acata pero no se cumple”. Por eso
también tenemos los peruanos una economía informal tan grande y un respeto tan
escaso por la legalidad.
¿A dónde voy? A que si aplicamos esta tradición a los documentos
clave del proceso de La Haya —el Decreto Supremo en el que el Presidente
Bustamante y Rivero proclamó la soberanía sobre las 200 millas marítimas frente
a las costas peruanas, la Declaración de Santiago de 1952 y el Convenio sobre
Zona Especial Fronteriza Marítima de 1954—, podemos concluir que, en efecto, no
hay un tratado perfecto e integral, como lo hubiésemos hecho hoy, de delimitación
marítima con Chile.
Pero, para jueces que prestan
más atención a cómo entendían los firmantes lo que firmaban, cómo actuaron esos
gobiernos y los subsiguientes a partir de dichos documentos, y a cuál era el
espíritu, además de la letra, de esos solemnes papeles, será
extraordinariamente difícil concluir que no se acordó nunca una frontera
marítima.
Y eso —haber acordado una
frontera marítima— es lo único que pide el texto de la Convención sobre el
Derecho del Mar de 1982, al que nos aferramos como tabla de salvación. Ella
establece que nadie podrá extender su mar territorial más allá de la línea
equidistante “salvo acuerdo en contrario” (artículo 15), y que la delimitación
de la zona económica exclusiva y la plataforma continental se hará “por
acuerdo” entre las partes (artículos 74 y 83).
No dice cómo tiene que ser el
acuerdo, ni si puede o no estar incluido en un texto que se ocupe también de
otras cosas, ni si tiene que tener una redacción determinada. Una revisión a
vuelo de cóndor de la jurisprudencia de la corte sugiere que a este tribunal le
importa mucho más si, a partir de los textos y la práctica derivada de ellos,
se puede interpretar que hay un acuerdo que el estilo, la amplitud, el detalle
y las formalidades de lo suscrito.
Bajo esta premisa, enumero
aquí algunos elementos que lesionan nuestro caso. Ofrezco primero los que se
refieren al reclamo principal y luego los que tienen que ver con el segundo
reclamo.
– El Decreto Supremo de 1947,
con el cual el Perú proclamó su soberanía y jurisdicción sobre las 200 millas,
siguió a la declaración con la que el Presidente de Chile hizo lo mismo. Los
gobiernos notificaron uno al otro esta proclamación.
En 1952, ante la violación de
sus respectivos espacios por flotas extranjeras, se reunieron Perú y Chile, y
se les sumó Ecuador, para formalizar en términos internacionales lo que habían
hecho unilateralmente en 1947. Como prueban las actas de la reunión, hay una
decisiva línea de continuidad entre los textos de 1947 y la Declaración de
Santiago de 1952. Esto ayuda a entender la falta de especificidad y detalle en
el texto de 1952 y lo mucho que todas las partes daban por establecido.
—En 1955, García Sayán, el
canciller peruano que firmó con Bustamante y Rivero el Decreto Supremo de 1947,
publicó un boceto en su libro Notas sobre la soberanía marítima del Perú con la
zona marítima peruana. Allí figuran los paralelos como límites.
—El Decreto Supremo de 1947
dice que las 200 millas se medirán siguiendo los paralelos geográficos, que era
entonces la manera de trazar el perímetro exterior de una zona marítima. Así se
había hecho en 1939, en la Declaración de Panamá, para establecer un cordón de
seguridad en el mar alrededor de todo el continente americano. Hoy el Perú ya
no usa el método para fijar las 200 millas, pero el cambio no afecta los
paralelos, sólo lo que está en su zona.
—Cuando Chile invitó a Ecuador
a la reunión en la que se iba a firmar la Declaración de Santiago y otros
convenios en 1952, le comunicó que determinar “el mar territorial” era el
primer objetivo. No dijo que el objetivo era sólo firmar un convenio de pesca.
—La idea de que la Declaración
de Santiago es un simple convenio pesquero choca con dos hechos: al mismo
tiempo que ese documento, que fue el principal, se firmaron otros más, entre
ellos uno de pesca. Además, el título, el preámbulo y el texto confirman que
los países estaban fijando su soberanía marítima, algo, por lo demás, que sentó
precedente mundial: el principio de las 200 millas que se incrustó en el
derecho marítimo universal, como lo dice la ONU, nació allí y en las
proclamaciones de 1947.
—El artículo IV de la
Declaración de Santiago, que se refiere al paralelo como límite de la zona marítima,
lo hace en referencia al caso de que haya islas de un país firmante que estén a
menos de 200 millas de la “zona marítima general” de otro. El artículo supone,
pues, la existencia de una zona marítima general claramente delimitada de cada
uno de los tres países. Si no, ¿cómo puede una isla estar a menos de 200 millas
de ella?
—Las actas de la reunión que
produjo la Declaración de Santiago registran que el artículo IV nació como
producto de un pedido del delegado ecuatoriano, quien solicitó que se dejase en
claro que “la línea limítrofe de la zona jurisdiccional de cada país” era el
paralelo del punto en que la frontera terrestre llega al mar. Los delegados del
Perú y Chile redactaron el famoso artículo IV con ese entendido, que las actas
han inmortalizado.
—En 1954, en las reuniones
para suscribir los acuerdos de ese año, se discutió la Declaración de Santiago
firmada en 1952 y la correcta interpretación del artículo IV, que habla del
paralelo en caso de haber islas. Ecuador pidió incorporar un artículo que
dejara muy claro que el paralelo es la frontera que divide las aguas
jurisdiccionales. Los delegados de Perú y Chile, como dicen las actas
oficiales, dijeron que ello sería redundante porque estaba claro en el artículo
IV de la Declaración de Santiago. Todos estuvieron de acuerdo en que figurara
oficialmente en las actas.
—El Convenio de Zona Especial
Fronteriza Marítima de 1954 fija la frontera en el paralelo en su primer
artículo expresamente, sin mencionar islas.
—En la Comisión de Relaciones
Exteriores del Congreso peruano que en 1955 ratificó la Declaración de Santiago
y la Convención de 1954, el diputado Peña Prado afirmó que el propósito de la
conferencia de 1952 había sido establecer los límites marítimos. Es el único
discurso que se conoce porque lo publicó La Crónica completo.
—Hay varios mapas del Perú
aprobados por la Cancillería con los límites marítimos basados en el paralelo
de latitud, de acuerdo con un Decreto Supremo de 1957 que decía que no se podía
publicar mapas sin su autorización.
—Cuando Colombia firmó su
tratado de límites con Ecuador en 1975, el canciller colombiano fue al Congreso
a sustentar el pedido de ratificación. Allí justificó el uso del paralelo como
límite marítimo porque había sido el utilizado en la Declaración de Santiago
por Perú, Chile y Ecuador. Por otro lado, el Departamento de Estado
norteamericano ha publicado el mapa con los límites marítimos del Perú y Chile.
—Entre los demás países
sudamericanos, el método de delimitación que rige es el del paralelo de
latitud, no la línea equidistante u otra fórmula. Todos ellos, cuyos tratados
son muy posteriores a los años 50, se inspiraron en el Perú, Chile y Ecuador.
—En 1969, en el juicio sobre
el mar del Norte en La Haya, bajo la Presidencia de Bustamante y Rivero, el
tribunal oyó a Alemania, Holanda y Dinamarca referirse a la Declaración de
Santiago como el documento que había fijado límites marítimos entre Perú, Chile
y Ecuador. Junto con el fallo final, Bustamante Rivero emitió, como se
acostumbra, una opinión personal sobre el caso. No objetó esa interpretación.
—El Acta de 1930, que dio
cuenta del trabajo de la Comisión Mixta de peruanos y chilenos por encargo oficial
para demarcar la frontera terrestre de acuerdo con el Tratado de Lima, dice que
la “línea demarcada de frontera parte del océano en un punto en la orilla del
mar situado a 10 kilómetros hacia el noroeste del primer puente sobre el río
Lluta”.
Al decir que el primer hito
está en la orilla del mar, no hay contradicción que salte inmediatamente a los
ojos entre eso y los textos que muchos años después hablan del paralelo “del
punto en que llega al mar la frontera terrestre” (1952) y del “hito número uno,
situado en la orilla del mar” (Acta de 1969 de Comisión Mixta que tuvo el
encargo oficial de poner las marcas de enfilación para materializar la frontera
marítima).
Como La Haya no está facultada
para fallar sobre la frontera terrestre, le es indiferente la eventual
diferencia entre el hito y un punto exacto en que la frontera toque el mar.
—Antes de acordar los límites
marítimos con Ecuador en 2011, el Perú sostenía (lo hizo incluso en la
documentación inicial presentada en La Haya en 2009) que no había un problema
de delimitación marítima con el vecino del norte. ¿Hay congruencia entre esto y
decir que lo que fijó las fronteras con Ecuador es el acuerdo de 2011 y no la
Declaración de Santiago? El propio Presidente de Ecuador y el Presidente de
Chile hicieron una declaración conjunta formal el 1 de diciembre de 2005, en la
que sostuvieron que los límites habían sido fijados por la Declaración de
Santiago.
—Cuando el embajador Bákula
viajó a Chile en 1986, para plantear la posición peruana contraria al paralelo
como límite, el Perú recogió en un memorándum su actuación. Se decía que esa
era la “primera presentación” de la posición peruana. Habían pasado varias
décadas desde los documentos oficiales que se referían al paralelo.
La tesis de que un arreglo
provisional puede durar tantas décadas es rebuscada. Bákula también dejó en
claro que el planteamiento surgía de los nuevos elementos de la Convención
sobre el Derecho del Mar de 1982. La tesis chilena de que el Perú firmó y
aceptó durante mucho tiempo una frontera, y luego la quiso modificar en vista
de la evolución del derecho marítimo, tiene aquí un punto de apoyo.
Con respecto al triángulo
exterior, estos son algunos elementos que hacen muy difícil que se atienda el
segundo reclamo peruano:
—Hay seis fronteras marítimas
en Sudamérica y varias más en otras partes del mundo que crean triángulos
exteriores. Suele ocurrir cuando se usa el paralelo como límite. Cuando se fija
una frontera, sólo se ejerce soberanía, según la jurisprudencia de la corte de La
Haya, en la zona delimitada, aunque quede una zona exterior que de otro modo
hubiera pertenecido a las 200 millas de una de las partes.
—El Decreto Supremo del Perú
de 1947 dejaba abierta la posibilidad de extender la zona marítima más allá de
las 200 millas, algo que también Chile había determinado oficialmente. Aunque
sabemos que no ocurrirá, este entendimiento fijado en normas legales dificulta
que el Perú ejerza soberanía en el triángulo exterior.
Pero como los jueces no son
máquinas sino seres humanos, siempre cabe la posibilidad de que quieran
evitarle al Perú un revés sin contemplaciones y nos den esta zona buscando
argumentos jurídicos para ello.
Me equivoque o no, lo esencial
de esta carta seguirá en pie: ha llegado la hora de que Torre Tagle dé un salto
mental muy grande. El Perú tiene que poner su política exterior a la altura de
su progreso económico y del mundo en que vivimos, que exige menos fronteras
psicológicas y más imaginación. Una forma de hacerlo es acelerar la integración
con nuestros vecinos.
¿Cuál es la razón por la que no debemos venderle a Chile gas natural o
electricidad, como sostienen tantos compatriotas nuestros?
En la eventualidad de que
quisieran comprarlo, lo que no será fácil, dado el escarmiento que sufrieron
por confiar en un acuerdo de suministro de gas con Argentina que Buenos Aires
incumplió, no sólo haríamos un buen negocio: también acometeríamos un acto de
integración irreversible. Integrar nuestras redes de interconexión eléctrica es
algo que está al alcance de la mano.
Hay muchas formas, pero lo que
importa es el principio y la voluntad. Vender gas a Chile, además de
electricidad, como se lo vendemos a una decena de países, no es un acto de lesa
patria: no hacerlo es un acto poco moderno.
También tendríamos que pensar
—y qué rol tan importante podría jugar una Cancillería desprejuiciada en esto—
en no ser un obstáculo para que Chile y Bolivia lleguen a un acuerdo que voltee
la página del eterno conflicto por la mediterraneidad del segundo.
Siempre hemos vetado, porque
el Protocolo Complementario del Tratado de Lima de 1929 nos lo permite, el que
Chile otorgue a Bolivia un corredor por el norte de Arica, antiguo territorio
peruano. No habrá razón para seguir vetando semejante solución si, eventualmente
fortalecido por un resultado airoso en La Haya, Chile decide, con este gobierno
o el siguiente, explorar semejante posibilidad.
Si en lugar de estar
enfrentados en juicios internacionales diéramos un impulso mucho más audaz a la Alianza del Pacífico, un esfuerzo
regional potencialmente más dinámico que
el Mercosur y el Unasur, dado
que México está preparándose para una gran década y que Brasil se resiste a
ejercer el liderazgo regional que todos quisiéramos, lograríamos triunfos más
transformadores para nuestros ciudadanos que los de cualquier tribunal
extranjero.
¿Por qué tenemos, en nombre de
una buena vecindad mal entendida, que resignarnos a que los países del Alba
sean los que marcan la pauta al continente en temas regionales en lugar de intentar,
sin confrontaciones ideológicas contraproducentes, que seamos los mejores
quienes marcamos ese rumbo? Por “mejores” entiendo los países que van a la
vanguardia de América en lo que se refiere a su ímpetu en pos del desarrollo.
Chile será el primero en
cruzar ese umbral, del que lo separan unos cinco mil dólares per cápita, y el
Perú puede ser uno de los tres o cuatro siguientes si logra acabar de
incorporar a los de abajo a la prosperidad. Para lograrlo, tenemos que
desapolillar una mentalidad que nos sirvió durante mucho tiempo, pero que ahora
es un enemigo al que debemos derrotar en el tribunal del siglo XXI.
Ojalá que, si sufrimos un
revés en La Haya, no nos abandonemos al rencor y lo convirtamos en una
oportunidad para mostrarnos a nosotros mismos que hemos dejado atrás la
infancia de la república. En parte dependerá de ustedes.
Fuente chilena:
Diario La Tercera
Santiago de Chile
Diciembre 15, 2012
http://www.larepublica.pe/17-12-2012/alvaro-vargas-llosa-me-ratifico-en-mi-posicion
Albarito vargas LLosa, ¿Por qué no te mueres?
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