Disfrazado de tango, haciendo el muertito en el océano de
farsa donde siempre ha vivido, Fujimori demostró que también es peruano. Sabe
fingir. Actúa. Interpreta un papel. Es teatro puro.
Fue siempre así. En enero de 1990, cuando lo
investigamos, descubrimos que había defraudado al fisco en las 34 operaciones
inmobiliarias que efectuó teniendo a la ingeniera civil Susana Higuchi como
socia y cómplice. Pero se presentaba como el japonesito honesto construido por
los asesores de campaña que el Apra le prestó.
Fue un farsante desde que simuló una intoxicación por
bacalao descompuesto (fue la vez que no quiso presentarse a hablar de su
programa de gobierno) hasta cuando anunció, en plena campaña, que él jamás haría
“el shock” que ya sabía que haría porque
era imprescindible.
Fue un farsante cuando traicionó a su electorado, cuando
fue ingrato con su secuaz García, cuando cerró el Congreso.
Lo fue cuando encerró a su mejer gracias a una puerta
soldada, cuando dijo que no sabía nada de la corruptela de su familia a raíz de
las donaciones japonesas.
Fue farsante intrínseco cuando quiso asilarse en la
embajada del Japón el día del intento de golpe de Salinas Sedó y, más tarde,
debelada la conspiración, salió, enérgico, a decir que nadie lo movía de su
puesto.
Farsante. Toda su vida una farsa. Una farsa su gobierno,
una farsa su identidad nacional, una farsa su reelección adulterada. Farsa en
plenitud cuando fingía que los obuses ecuatorianos le pasaban por encima de la
cabeza y farsa frenética cuando decía respetar los derechos humanos mientras
condecoraba a los colina y los ascendía y luego los tenía que amnistiar para
que nadie los tocara.
Farsa cuando mandó a la Chávez a calumniar a los muertos
de la Cantuta. Farsa supurada cuando mandaba a los matones de la prensa a
insultar a sus enemigos.
Farsa cuando mandó comprar a los congresistas vendibles
para hacer una mayoría de hampones en el 2000.Y farsa cuando “se espantó” al
ver el video de Kouri. Y más farsa todavía cuando hizo que un edecán suyo se
disfrazara de fiscal de turno para entrar a buscar los videos que lo comprometían.
Farsa cuando dijo que volvería desde Brunéi y se quedó en
Tokio. Farsa cuando renunció a la presidencia y les dijo a sus allegados que su
vida corría peligro.
Toda una vida fingiendo. La farsa es para Fujimori un modelo
de ser criollo, peruano de pura cepa, un no caído del palto. Farsa en el amor,
farsa pública: juego de máscaras.
Él dispuso que 122 millones de los bajos fondos del SIN
alimentaran a las alimañas como Olaya para denigrar a la oposición. Firmó
decretos secretos para esos trasiegos de dinero.
La farsa de la “Operación Siberia” fue un auténtico clímax.
En aquella conferencia de prensa apareció junto a Montesinos volviendo a
fingir. Esta vez para decir que “habían descubierto” un pase de armas a las
FARC de Colombia. Era al revés. La CIA había detectado, en Jordania, ls
operación de los 10,000 fusiles vendidos por Montesinos y Fujimori tuvo que
encubrirlo. Pero Washington dejó de ser su aliado en ese momento.
Nada en la vida de Fujimori ha sido transparente,
rotundo, varonil. Cuando se paseó esquivando cadáveres en la residencia
recuperada del embajador japonés su cara era la del estratega que había
cumplido su tarea. Después se supo: no tuvo ninguna intervención ni en el
diseño ni en la ejecución del impecable operativo.
¿No se cansa Fujimori? ¿No tiene dignidad? ¿Lo veremos en
pijama, peinado con cerquillo, pidiendo un cambio de jueces y clamando otra vez
su inocencia?
Ahora se ha conseguido un abogado perfecto para sus
planes. Alguien que viene de la oscuridad y va hacia la sordidez con el paso
firme de muchos abogados peruanos. Pero no se la crea del todo. El aliento
pagado de sus allegados no es el del país. El país está asqueado por lo que ha
visto. Y a estas alturas lo mejor sería que el juicio por lo que hizo Fujimori
con su prensa inmunda fuese a puertas cerradas. Como los que a él le gustaba
celebrar.
Hildebrandt en sus
trece
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