EL BAGUAZO CON ALAN LO PERSIGUE |
Enrique Fernández Maldonado
Estos últimos días se ha
discutido intensamente sobre el lanzamiento público de dos frentes de
izquierda. La imagen que ha primado en medios y redes es la de su secular
fragmentación y división. Aunque todavía faltan algunos meses para la
definición de las candidaturas al 2016, las posibilidades de un único frente
anti neoliberal y anticorrupción son remotas, aunque no imposibles. Dependerá
de cómo se perfilen las preferencias electorales y sus implicancias concretas
para un realineamiento de las fuerzas políticas.
Más allá de las diferencias y
heterogeneidad doctrinaria e ideológica que existen en el “campo” de izquierda
o progresista, encuentro una serie de elementos –de carácter programático,
ideológico, políticos y personales– que las caracterizan y diferencian al mismo
tiempo. Quienes representan estas posiciones deberán ponderarlas para definir
su posición en el escenario electoral que se viene.
Por un lado, los diversos
grupos de izquierda actualmente activos coinciden –con sus matices– en:
• Su oposición al modelo
neoliberal y la necesidad de transitar hacia otro esquema de desarrollo.
• La necesidad de contar con
un Estado fuerte y activo en la regulación de la economía, la promoción del
desarrollo económico y social, la preservación del medio ambiente y el
reconocimiento pleno de los derechos humanos de toda la ciudadanía.
• La necesidad de articular un
proyecto político de cambio con las fuerzas vivas de la sociedad:
organizaciones y movimientos sociales que están en procesos de movilización y resistencia
en defensa de sus territorios y derechos colectivos.
• Su oposición frontal a la
corrupción y la impunidad, encarnadas principalmente por el fujimorismo y el
aprismo.
• Una desconfianza y
prejuicios entre sus dirigencias, que son asumidas por un sector de la
militancia, incluidos algunos jóvenes.
• Algunos esfuerzos
importantes por promover un recambio generacional en los liderazgos.
Paralelamente a estos
elementos familiares, las corrientes actuales de la izquierda peruana se
distinguen básicamente por:
• La apuesta de un sector por
disputar el gobierno el 2016 a través de una coalición amplia de centro
izquierda, frente a otro que postula una candidatura exclusivamente de
izquierda, nacida de elecciones primarias. Se diferencian en la estrategia:
formar un frente antifujimorista y antiaprista –que incluya a organizaciones de
centroderecha como Perú Posible, o liderazgos polémicos como Yehude Simon– para
tentar pasar a segunda vuelta; frente a la expectativa de alcanzar una
representación parlamentaria que permita acumular experiencia congresal, en una
lógica de mediano y largo plazo.
• El énfasis puesto al enfoque
ambientalista-post-extractivista, frente a la continuidad del modelo primario
exportador como base del crecimiento con redistribución.
Mirado en el corto plazo, las
chances electorales de la izquierda peruana son, a estas alturas del partido,
mínimas. La encrucijada del progresismo local gira en torno a ese 50% del
electorado que no votaría por Keiko, Alan o PPK y el reto de representarlos
políticamente. Lo cual pasa por constituir una opción –de izquierda,
progresista o nacional popular, el nombre es accesorio– que intente representar
con éxito las demandas de cambio y de lucha contra la corrupción al que aspira
un sector importante de la población. Como escribiera Sinesio López, un
escenario difícil, pero no imposible.
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