César Hildedbrandt
Tomado de “HILDEBRANDT EN SUS
TRECE” N 270, 9OCT2015 p. 11
El TPP es el arma con que
Estados Unidos quiere arrinconar a China mientras termina de doblegar la
voluntad del mundo. No sabemos si pero lo que es indiscutible es que el TPP es
el arma nuclear creada por la cultura corporativa con sede en Washington.
El secretismo del tratado, vergüenza para quienes lo suscribieron,
se explica. Ni la sesgada OMC (Organización Mundial del Comercio) se habría
atrevido a tanto.
El blindaje absoluto de las inversiones extranjeras, la extensión de
las patentes en el mercado de las
medicinas biológicas (el futuro inminente de la medicina) la renuncia de toda soberanía en materia de
contenciosos con las multinacionales es algo que manchará al ya manchado Humala
y que obligará al congreso del 2016 a
rechazar el TPP ya no nombre de alguna ideología sino por la más elemental
dignidad.
Pobre Diablo Humala.
Le vende medio país minero a
los chinos y después se subasta ante los Estados Unidos. ¿Peor será Bachelet,
que se dice socialista y que acepta que Obama la llame para urgirla y
recordarle que la negociación de Atlanta está a la espera de la firma del
delegado de Chile? Seguramente. ¿Y México? bueno, como es público y notorio, México,
en muchos sentidos, un Estado supernumerario del coloso del norte; un satélite
de espaldas chorreantes y deportables (Trump dixit).
Lo que está en juego es una
nueva fase del dominio mundial, una embestida renovada del imperialismo. Esta
vez no son tierras conquistadas ni petróleo bajo vigilancia sino patentes,
nanotecnología, información, softwares, invención de nuevos materiales,
ingeniería genética, aplicaciones de las células madre. Estados Unidos aspira a
controlar al mundo a base de regalías por lo que sus científicos puedan
descubrir. Es el fin de cualquier mundo solidario que algún iluso (me incluyo)
habría podido imaginar. Y Japón juega el papel de secuaz inferior. Así quedó
desde los dos bombazos de agosto de 1945.
Este mundo era desagradable antes del TPP. Ahora lo es más.
Por eso digo: en manos del
Congreso -no este envilecido sino del próximo- está la posibilidad de librarnos
de esta nueva humillación.
Las preguntas que me hago son muchas.
¿Por qué los pueblos no se
rebelan?
¿Por qué aceptamos que un
tratado que decidirá si podremos acceder a un tratamiento moderno contra el
cáncer se discuta en absoluto secreto durante cinco años?
¿Qué nos han hecho para que
nos hundamos en esta apatía, en esta complicidad indigente y churrupaca?
¿Qué mundo es este en el que
los tiburones convencen al sardinaje de que no hay inequidad en la lucha?
¿Qué nos pudrió?
¿Qué nos mató?
¿Por qué todo termina como con
Tsipras en Grecia o como con Iglesias en España?
Marx, ¿por qué diablos te moriste?
Lenin, ¿por qué toleraste que
el socialismo cayera en manos de un campesino georgiano con tendencias
criminales?
Váyanse al carajo.
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