PERIODISTA: HUGO GUERRA
Hoy el
Perú es, literalmente, una especie de diablo embotellado: las múltiples
tensiones sociales, la violencia antiminera, la terrible ineficiencia del
gobierno, la crisis moral que rodea al jefe del Estado y a su esposa, la
judicialización de la política, los desvaríos ideológicos de varios candidatos
presidenciales, la tentación de censurar a tres ministros, el malestar en el
Ejército, la creciente inseguridad ciudadana y la declinante economía configuran
una situación nefasta.
Esta crisis tiene dos ejes incuestionables.
Esta crisis tiene dos ejes incuestionables.
En lo coyuntural el
problema lo ha generado, irresponsablemente, el falso nacionalismo, porque el gobierno del comandante Ollanta
Humala no solo es incompetente para administrar el país, sino que ha generado
una incesante confrontación tanto con los partidos de oposición como con los
gremios y los movimientos populares.
Además,
el inconstitucional poder paralelo de Nadine Heredia (por el que debería ser juzgado) ha terminado por sumir al gobierno en
el vergonzoso oprobio de ser el instrumento de los intereses personales, las
pasiones y la ambición desmedida de una intrusa que utiliza al Gabinete
ministerial y a la bancada oficialista como escudo ante las investigaciones
sobre la lacra de la corrupción. Y al final, por la miseria moral que
representa, este es un régimen que todos, desde la izquierda y la derecha,
quisiéramos borrar de la historia nacional.
Tan
grande es el sentimiento de frustración y el malestar ante la soberbia, la
desfachatez y la instrumentalización incluso de increíbles sentencias
judiciales (como el aberrante hábeas
corpus que favorece a Heredia y sus allegados) que deberíamos pedirle al
inefable mandatario que dé un paso al costado.
En lo estructural, el
problema se vincula con la fragilidad del sistema democrático y la
inconsistencia de los partidos que hoy, en su mayoría, vuelven a comportarse
como deleznables clubes electorales. La aprobación de una seudorreforma
electoral (es decir, de una ley parche que no resuelve los problemas medulares
de la representación ciudadana) demuestra la falta de voluntad para cambiar un
pésimo modelo que seguirá permitiendo la infiltración del narcotráfico y del
crimen organizado en la política peruana. A eso se le suma el desvarío
ideológico de una derecha que, como el fujimorismo, hoy saluda a una CVR pergeñadora
de la mayor distorsión histórica sobre el genocidio terrorista, y de una
izquierda siempre fragmentada, diletante y errática que coquetea con el
capitalismo; mientras en paralelo azuza el extremismo antiminero en niveles de
inaceptable violencia. En este contexto, apenas el Apra, el PPC y Patria Roja
mantienen coherencia doctrinal, mientras que casi todos los demás candidatos
son camaleones acomodaticios, aunque, claro, nadie peor que Daniel Urresti,
quien, además de ser procesado por el asesinato de un periodista, es también acusado de violador de una mujer.
Acusación de la cual, encima, se mofa.
La botella que contiene al diablo mejor no agitarla más,
porque, si el maligno llega a escaparse, nuestra patria puede ser escenario de
situaciones realmente extremas y hasta incontrolables. De modo que solo queda
actuar con prudencia y analizar muy bien nuestra próxima decisión electoral, a
no ser, por supuesto, que la realidad y las pruebas justifiquen la necesidad de
exigir sin miedo la vacancia presidencial.
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