GUSTAVO ESPINOZA |
POR GUSTAVO ESPINOZA M. (*)
Pareciera que, finalmente, la unidad de la izquierda es posible en el
Perú de hoy. No es aún una realidad, por cierto, pero sí una posibilidad
tangible a partir de la probable confluencia de los dos más significativos
segmentos que ahora asoman en el escenario. No obstante, se trata de un camino
que ha de encontrar obstáculos grandes y pequeños y que puede aún culminar con
un fracaso. Veamos.
El proceso que ha recorrido en los últimos meses lo que bien podríamos
denominar “el campo popular”, el espacio enfrentado a la mafia apro-fujimorista
empeñada en recuperar el Poder el 2016, se ha ido decantado de tal modo que hoy
asoman dos vertientes visibles. “Tierra y Libertad”, por un parte, y “Democracia
Directa”, por otra.
Ambos agrupamientos son los que tienen registro electoral válido y, por
tanto, los únicos de “este lado de la pista” que pueden inscribir candidatos.
Hay otros que carecen de este requisito, no porque fuera imposible alcanzarlo,
sino simplemente porque sus dirigentes no quisieron darse el trabajo de
recolectar firmas. Prefirieron esperar, para ver con quién podrían entenderse.
Eso, resultaba finalmente más cómodo.
Varios de estos grupos pequeños y sin inscripción, integraron UNETE, y se
cobijaron temporalmente a la sombra del Partido Humanista -con Yehude Simon-
que sí tiene registro electoral. Cuando este parlamentario se cansó de
tenerlos, habida cuenta que cuestionaban su candidatura, y resolvió marcar su
propio itinerario, se rompió esa alianza. En otras palabras, Yehude se fue con
su inscripción a cuestas, y sus aliados quedaron como el pintor de murales,
colgados de la brocha: les habían quitado la escalera.
Para estar en capacidad de jugar en el terreno electoral, aunque fuera con
otra pelota, los integrantes de UNETE ratificaron su alianza; y se fueron,
orondos, en busca de “Democracia Directa”, que sí tiene registro electoral. Esa
acción, curiosamente, fue la que abrió la puerta a un nuevo escenario que puede
lucir interesante.
“Democracia Directa” es una suerte de expresión política de los
Fonavistas, un conjunto de peruanos que luchan desde hace varios años porque se
les devuelva el monto del impuesto al Fondo de Vivienda -el FONAVI- que fuera
creado a fines de los años 70 por el gobierno de Morales Bermúdez.
Perspicaces, los líderes del FONAVI inscribieron hace unos años su
movimiento en el registro electoral y lo denominaron “Democracia Directa”. Hoy,
ofrecen su registro para que cobije un espectro de la izquierda. Loable propósito,
sin duda.
Otros movimientos se ligaron antes a “Democracia Directa”. El “Bloque
Popular”, liderado por el congresista Sergio Tejada Galindo se sumó allí y ganó
un aliado interesante: el ingeniero Gonzalo García Núñez, ingeniero industrial
y economista, antiguo dirigente de Izquierda Unida en los años de Barrantes y
que fuera también candidato a la primera Vice Presidencia de la República en la
fórmula de Ollanta Humala el 2006.
Gonzalo García, en el camino, fue líder gremial, miembro del Directorio de
Petro Perú, integrante del Consejo Nacional de la Magistratura y tuvo aún otras
elevadas funciones. Ellas le valieron establecer vínculos, ganar experiencia y
fortalecer una imagen que hoy asoma como válida en el contexto concreto.
Por presión de la gente, Democracia Directa se convirtió así en un polo
de atracción. Fue invitando, y sumando. Y haciendo concentraciones públicas en
las que levantó la bandera de la Unidad. Y eso, le resultó valioso. Tanto que
ahora, los colectivos nucleados en UNETE se han sumado a ella y han suscrito
una suerte de “pacto electoral”.
En pista paralela, el “Frente Amplio” hizo elección de candidato,
en un proceso al que concurrieron 7 postulantes. El resultado de la consulta
ungió a Verónica Mendoza, una joven y carismática congresista, como la
candidata presidencial de ese movimiento.
Ahora, lo que falta puede parecer pequeño, pero no lo es tanto: se trata
de lograr que el Frente Amplio y Democracia Directa sumen fuerzas y arriben a
un acuerdo. Y que, como consecuencia de él, asome un candidato que los
aglutine. Ya en algunos corrillos se habla de lo que bien podría ser una
“fórmula” mágica: Gonzalo García de Presidente y Verónica Mendoza y Sergio
Tejada de Vice Presidentes.
En ese orden, o en otro, las tres serían figuras interesantes en un
nuevo escenario y permitirían dar la impresión que, finalmente, salió
humo blanco por la chimenea del Concilio de los Obispos de la Izquierda
Oficial.
Si este entendimiento se concretara, se podría suponer que,
finalmente la Izquierda se unió. Claro que se trataría apenas de una “alianza
electoral”, que debiera complementarse -para hacerse algo más sólida- con un
acuerdo programático y una concertación política.
Lo del “acuerdo programático” luce más fácil, porque se trata de temas
comunes, de exigencias que se comparten, y de banderas que vienen “desde abajo”
y que se nutren de manera cotidiana con la demanda de las poblaciones. Lo otro,
lo de la concertación política, luce algo más complicado porque exige no solo
vocación concreta, sino también voluntad de trabajo. Y eso, es lo que a nuestra
izquierda oficial no le seduce.
Quizá no todos los que “se sumen” a un entendimiento entre Frente
Amplio” y “Democracia Directa” pueden suscribir un entendimiento político
porque la falta de unidad en la materia es por cierto evidente.
No debiera importar eso. Aunque fueran solo dos o tres fuerzas, de
las 12 o 14 que podría aglutinarse tras el membrete que se decida usar, sería
bueno que se sustentara y se suscribiera. Y que partiera de un compromiso obligatorio
para el caso: trabajar de manera conjunta y también por separado, en el
cumplimiento de una voluntad política común.
Ella tendría que incluir la defensa irrestricta de los intereses
nacionales, pero también a la solidaridad activa con el proceso emancipador
latinoamericano. Y eso, tiene nombre propio: Cuba, Venezuela, Bolivia, el Alca,
la Celac, son las más definidas exigencias.
La idea parte de un concepto que, lamentablemente resulta ajeno al
análisis de nuestros “políticos”: La lucha de los peruanos no se limita a las
fronteras nacionales, ni está desconectada del mundo que nos rodea. Sobre eso,
nos habló Mariàtegui. Nos dijo: “poco de internacionalismo, nos aleja de
nuestra realidad; mucho internacionalismo, nos acerca a ella”. El Amauta,
en la misma línea, nos aseguró que en su estudio de la experiencia mundial,
pudo descubrir mejo el drama peruano.
Y es verdad. Aunque algunos no lo asimilen y crean aún que se trata de
“fenómenos ajenos” y asuntos de “otras latitudes”; la realidad peruana está más
vinculada al escenario continental de lo que se supone. La afirmación del
proceso emancipador latinoamericano haría más próximo el derrotero liberador de
nuestro pueblo, en tanto que un retroceso en cualquiera de los países de la
región implicaría una derrota para todos.
El enunciado puede parecer digerible. Pero la consecuencia de la
formulación no siempre “pasa” por la garganta de quienes prefieren eludir
definiciones con la idea que ellas podrían “afectarle sus votos”. Prefieren
callar, o incluso “conceder” espacio al enemigo “reconociendo “, por ejemplo,
que “Venezuela no es una democracia”, o que Maduro “es un Presidente
autoritario”. Están seguros que diciendo eso, les “concederán espacios” y
podrán, de ese modo “ganar votos”.
Y es que, objetivamente, resulta en estos casos letal mezclar lo
electoral con lo político cuando se no se sabe a dónde se va ni por qué se
lucha. La unidad sin principios, es precaria, pero sobre todo endeble. Para
hacerla fuerte, hay que sustentarla en valores, y afirmarla en
concepciones definidas y en deberes solidarios. No debiera haber acuerdo
electoral, sin pacto político.
La experiencia enseña que la unidad es fortaleza. No suma, sino
multiplica. Y hace tangible una victoria. Los triunfalismos no ayudan. Tampoco
el optimismo excesivo. Pero sí, la acerada voluntad de un pueblo que no está
dispuesto a caer otra vez en manos de la Mafia.
(*) Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.pe
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