Escribe la periodista Claudia
Cisneros, nieta, hija, sobrina, prima y amiga de muchos militares con honor y
dignidad.
El fujimorismo está desaforado, desesperado. Y
no porque su líder esté mal de salud, como bien demuestra la infame foto desde
su cama. Sus esbirros botan espuma por la boca. La realidad les ha pegado. Sus
métodos tramposos ya no son vinculantes. Tienen aún una corte en el Poder
Judicial y en algunos medios que los secundan, pero el pueblo no se traga la
yuca otra vez. Pese a que hayan querido abrumarlo con medias verdades, penosas
fotografías para generar ficticia lástima y con terminología médica confusa
para hacerle creer que Fujimori está al borde del colapso.
Fujimori tiene achaques de la edad, como
podrían tener mis padres si el cáncer no los hubiera matado, a ellos sí, de
verdad.
¿Cómo no
sentirse asqueado de ver cuán capaces siguen siendo de mentir, ocultar,
tergiversar, manipular y embarrar a quienes dicen la verdad?
No hay mayor contradicción que el perdón
calculado, que las disculpas maquilladas, matizadas en una paleta de color. Ni
mayor cinismo e hipocresía que decir que se quiere pedir perdón pero que no se
tiene la culpa. Cómo no pensar en los videos presentados antes para impactar
mediáticamente cuando Fujimori entró al INEN o cuando envió su “mensaje de
lucha”. Pero cuando se trata de asumir sus responsabilidades y condena, de
sentir conmiseración por aquellos a quienes sus acciones y directivas
afectaron, mataron, desaparecieron, dejaron huérfanos, Fujimori pierde el
habla. ¿Cómo creer que está realmente arrepentido?
¿Cómo creer en un partido y un líder cuya
biografía es un recuento de mentiras? Alberto Fujimori, el que dijo que se
intoxicó con bacalao para no presentar su plan de gobierno, el que dijo
no-shock e hizo shock, el que se decía demócrata y se hizo autogolpe copando
todos los poderes del Estado, el que no soportó la integridad de la primera
dama cuando denunció que sus cuñados robaban la ropa donada de los pobres, y a
quien luego sometió a tratos innombrables hasta defenestrarla del cargo, el que
se jactaba de ser Comandante de las FFAA y luego dijo desconocer los crímenes
de lesa humanidad del grupo paramilitar que su gobierno auspició y financió, y
a quienes él mismo amnistió tras las matanzas a estudiantes, inocentes y niños.
Cómo creerle al que usando su cargo allanó con
fiscal falso la casa de su socio Montesinos buscando pruebas, a quien en plena
crisis subió al avión presidencial diciendo que iba a la Cumbre Apec cuando en
verdad se estaba fugando, corriéndose de la justicia, abandonando a su
agrupación, y que tuvo el deshonor de renunciar por fax.
Ese que cuando un grupo de militares valientes
quisieron ponerlo en su lugar, se escondió asustado en la embajada japonesa,
que se decía peruano nacido en 28 y terminó postulando al Senado japonés desde
su escondite, el que fue capturado en Chile por la Interpol y traído de grado o
fuerza para responder a la justicia, el que prefirió callar cuando las
preguntas del juicio lo desnudaban y en vez de aclarar su cacareada inocencia
decía una y otra vez: no me acuerdo, el que se deja fotografiar en prendas
interiores, el que por años ha sido incapaz de pedir perdón cara a cara por la
sangre, muertos, desaparecidos, y la podredumbre moral, gubernamental e
institucional, y que ahora que tiene un objetivo para sí, envía un oportunista,
lacónico y miserable perdón a través de un cuadro. Qué manera de burlarse del
dolor de los caídos, los muertos y desaparecidos.
Ese Alberto Fujimori Fujimori, hoy libre de
enfermedad, sin cáncer en las últimas tres operaciones y cuyas biopsias del supuesto
cáncer deben ser analizadas con una prueba de ADN para confirmar que le
pertenecen, ese Alberto Fujimori no tiene palabra y menos perdón, mientras se
siga burlando de todos.
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