Entre enero y marzo de este
año deberán dilucidarse, bajo la apariencia de lo que debía ser una consulta
ciudadana acerca de la gestión de la alcaldesa de Lima, varios problemas
políticos de primera magnitud. En el voto a favor o en contra de la revocatoria
del 17 de marzo, la capital del país volverá decidir sobre el cambio o el
regreso al pasado, si opta como ciudad progresista o si se repliega como la
trinchera conservadora del país.
No es cierto que la gestión de
Susana Villarán sea “pésima” respecto a la de sus antecesores como se ha querido decir desde antes que
asumiera el cargo, como tampoco es que hay estado extensa de errores y malos momentos, especialmente por el intento
de acometer desafíos grandes, que otras administraciones eludieron. Porque ese
precisamente es el problema, que en el Perú no se puede por vía democrática
emprender reformas de importancia por las resistencias que se desatan.
El tema es que los derrotados
de las elecciones del 2010 y el 2011, los mismos que han logrado cercar a
Ollanta Humala, quieren tumbarse al
gobierno municipal de Lima para continuar la tarea de sacarle la vuelta al
sistema electoral. Convertir a un presidente elegido con los votos de los
pobres y de las provincias en un vocero de la Confiep, como advierte Álvarez
Roodrich, y lograr sacar a la alcaldesa de izquierda a la mitad de su mandato
son como la gran venganza de los perdedores y de ahí tanta tensión que se
genera en este asunto.
Lo que hay que decir de todos
modos es que esta no es una pelea decente. No se trata de una revocatoria en la
que hay cargos concretos de mala administración: corrupción (como a que hubo en
a gestión previa) , actuación sin tomar en cuenta a sus electores,
incumplimiento de promesas específicas, por decir alguna posibilidades, sino un
sentimiento difuso de “a mi no me gusta la alcaldesa”, introducido a través de
una amalgama de ideas que apuntan a que las insatisfacciones más o menos
difusas de la gente encuentren un blanco en la alcaldesa. Así se usa fórmulas
que caminan por el lado del insulto: “incapaz” ,“vaga”, “pro-gay”, “pituca”,
etc.
Los revocadores han resumido
estas supuestas “características” a partir de la ola de la Herradura, el primer
día del traslado a Santa Anita o la reciente brecha en el muro del río Rímac.
Basta la imagen para hacer la operación más sencilla del mundo: negar la obra y
sobrestimar sus dificultades que todos saben que siempre existen.
Como es obvio, para una
campaña de destrucción personal y política de la alcaldesa de Lima como la que
se ha planteado, se requiere una primera línea mafiosa, que actúa por dinero y
sin ningún escrúpulo, y que encubre a los tres revocadores básicos Castañeda,
Fujimori y García, que quieren aparentar cierta distancia mientras hacen
cálculos de la ganancia que tendrán si a revocatoria prospera.
Pero la clave del ambiente
cargado de la revocatoria lo dan los medios que ya no informan sino que
combaten porque caiga el gobierno municipal. Luego de haber probado que su
poder no era el que creían en la elección de Villarán y Humala, ahora vuelven a
la carga. Por supuesto que Marco Turbio y el mudo de Comunicore serían nada sin
la sensación de potencia que les da el periódico de Aldo M y otros. Es una
poderosa coalición reaccionaria para el 17 de marzo. Y habrá que derrotarla.
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