La Gran Transformación sería para muchos el fin de un
sistema injusto e insostenible sustentando por los gobiernos anteriores. La
Gran Transformación era ese huracán de descontentos, rabias y revanchas que
solo podría generar una consecuencia, un nuevo modo de vida. Pero la mayoría
nos equivocamos.
Por: Ybrahim Luna
La Gran Transformación resultó, y en tiempo record, la
cereza del mismo helado. Si el mundo es ancho y ajeno, la GT fue un cerrojo más
de la reja. Pocos se creyeron lo de la Hoja de ruta; la mayoría, al menos en
provincia, la consideraba una excusa para ganarse a esos sectores vacilantes; y
qué mejor si se competía contra Keiko Fujimori. La expectativa era llegar con
la Hoja de ruta y gobernar con la GT.
Ni lo uno ni lo otro. Lo que gobierna es la soledad de un
pragmatismo de velas anchas, que se mueve de acuerdo a lo que los grupos de
siempre decidan.
El gobierno de Ollanta Humala es el lugar común de los lugares
comunes. Humala, o Nadine, ha logrado que la estática sea una nueva teoría política.
Quien introdujo el debate sobre “la inclusión social”
ahora ejerce la más fervorosa creencia en el asistencialismo como rescate
social. Humala (o Nadine), impedido de cambiar algo en serio, se ve en la
obligación de reinventar el chorreo en su más “emprendedora” versión, los
programas sociales. O sea, lo mismo que los gobiernos anteriores utilizaron
para anestesiar los ánimos, un placebo social.
La soledad de la GT es el éxito del modelo económico del
que Humala siempre renegaba, y que ahora defenderá con absoluta convicción
conyugal, y en nombre de la gobernabilidad, hasta el final de su mandato.
Porque si defiendes ese modelo, que antes prometiste
combatir, al final serás premiado por los medios y las encuestadoras. No
importarán todos los “impases” y escándalos de tu gobierno, ni los apanados
periodísticos. Todo lo tendrás que padecer estoicamente y hasta un tanto
aburrido.
Porque la recompensa de no tocar la política económica recomendada
será la dulce promesa de poder regresar al poder luego de cinco años de
descansos, condecoraciones y homenajes.
Cuando la oposición no existe, o es una feria de
medianías mafiosas disputándose beneficios, la soledad del rey (y la reina) se
acentúa; y se compensa con una corte de asesores agitando hojas llenas de
cifras optimistas, aunque nada tengan que ver con la realidad.
Entonces queda la foto institucional como neo-política
ficcional para reafirmar y recordar que algo se hizo al menos.
Que el 2013 sea un mejor año para todos, ya que ni los
Mayas podrán revivir la Gran Transformación. Estén tranquilos.
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