Por Alberto Adrianzén M.
Frente a la renuncia de Rafael Roncagliolo estamos en la obligación de ir más allá de los problemas coyunturales que la determinaron y comenzar a discutir cuál debe ser el rumbo de la política exterior peruana luego de su salida. Es decir, ir más allá de los últimos incidentes diplomáticos en los que estuvieron involucrados Ecuador y Venezuela o el tema, importante por cierto, sobre la salud del excanciller. También de los argumentos de una derecha que hace mucho tiempo buscaba su renuncia. Sostener, como hace este sector, que Roncagliolo renunció por presiones del presidente venezolano Nicolás Maduro es una tesis interesada ya que busca “venezolanizar” la política interna y la agenda externa del país.
En realidad, Roncagliolo -más allá de sus errores y aciertos- ha sido víctima de cuatro hechos muy concretos: a) la fragmentación de la política exterior, b) las inconsecuencias de un Presidente que, por mandato de la Constitución, es el encargado de dirigir y darle coherencia a la política exterior; c) la ofensiva de una derecha que hace tiempo quería ver lejos de Torre Tagle al excanciller; y, d) el silencio de los sectores progresistas que opinaban poco respecto al rumbo de la política exterior y al proceso de integración en la región.
No hay que ser demasiado zahorí para darse cuenta que la política exterior peruana presenta una serie de desacuerdos y desencuentros entre los distintos actores, sectores y entidades que se encargan de su conducción y ejecución. La política exterior, por lo tanto, es también un terreno de disputa como lo son otras áreas del Estado, muchas de las cuales ya han pasado a estar controladas por la derecha. Unas, desde el inicio del gobierno (MEF, BCR, MINCETUR), otras, luego de la renuncia de Salomón Lerner a los pocos meses de instalarse Ollanta Humala en palacio. Ejemplo de estos avances de la derecha, antes y después de la renuncia de Lerner, fue la entrega de las agregadurías comerciales al MINCETUR y de DEVIDA a una persona con visibles vinculaciones con la Embajada de los EEUU.
La Cancillería, a diferencia del MEF o MINCETUR, era un sector del Estado donde la presencia y hegemonía de la derecha estaba en discusión. No hay que olvidar que Roncagliolo era, simbólicamente, el último representante de una corriente progresista al interior del gobierno que llegó con Salomón Lerner.
Roncagliolo, en realidad, no solo tuvo que enfrentar las presiones de una derecha (política y mediática) que hoy ha optado por ser parte de una derecha internacional contra los gobiernos progresistas de la región, sino también de una derecha al interior del gobierno que buscaba que la política exterior peruana sea, de un lado, expresión del continuismo neoliberal y de una alianza estratégica con los EEUU y, del otro, muro de contención a los procesos de integración de la región, en particular de la UNASUR. Se dice, incluso, que el ministro Silva era el más duro adversario del excanciller.
Como ejemplos de estas políticas contradictorias basta citar el poco interés del MEF y el BCR respecto al Banco del Sur y sobre la necesidad de “nueva arquitectura financiera” para la región. El exagerado interés de MINCETUR por los TLCs, por el Acuerdo de Asociación Transpacífico (conocido como TTP) y la poca importancia a la integración andina. Las propuestas del Ministerio de Defensa de reconstruir el inútil Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR) como pretende hoy Estados Unidos. O el cambio de rumbo en la lucha contra el narcotráfico y la presencia de bases militares norteamericanas en suelo peruano, como ha sido señalado Ricardo Soberón, exjefe de DEVIDA durante el gabinete Lerner. O, finalmente, el reciente voto peruano en la OMC por el candidato mexicano y no por el brasileño. Clara señal de que se favorecía a los países de la Alianza del Pacífico y no a UNASUR.
Rafael Roncagliolo, en este contexto, no pudo resolver la fragmentación en el manejo de la política exterior ni tampoco frenar las presiones de la derecha al interior del gobierno. Si de algo carecía el excanciller era de una correlación de fuerzas favorable, tanto dentro como fuera del gobierno, para impulsar lo que él mismo señaló en uno de sus últimos discursos: la integración regional y el fortalecimiento de la UNASUR. La derecha nunca le perdonó su independencia frente a los EEUU y su clara opción por acercar al país a los gobiernos progresistas.
En este contexto no resulta extraño que la Cancillería priorizara, además era su obligación hacerlo, el diferendo con Chile que representa asimismo el mayor logro de su gestión.
Pienso que Roncagliolo se va no tanto por sus errores sino sobre todo por las presiones de la derecha que está afuera y dentro del gobierno y también por las inconsecuencias de un Presidente que abandonó el programa de la Gran Transformación y también la Hoja de Ruta. Me pregunto, si se toma en cuenta estos hechos, cuál podría ser el futuro de la nueva canciller, Eda Rivas. Y por eso creo también que más importante que discutir las razones de su renuncia es debatir cuál es el rumbo que debe seguir nuestra política exterior.
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