Por: Santiago Pedraglio
Analista político
La estrategia de la derecha
para controlar al presidente Ollanta Humala después de que no pudieron impedir
su victoria en las elecciones del 2011 consiste en tenerlo permanentemente
contra las cuerdas. O “con los pies en la tierra”, como diría Mario Ghibellini
(Somos, 20.4.2013). Lo conservan a cierta distancia, pero bajo una constante
mezcla de presión con susto. Así han conseguido, en gran medida, los efectos
deseados; pero, a pesar de esto, la derecha no deja de agitar el cuco alertando
al país de que en cualquier momento irrumpirá, desde el mismísimo centro
existencial de Ollanta Humala, su espeluznante esencia chavista.
Los medios de comunicación y
los opinadores políticos de derecha dramatizan destempladamente el riesgo de
esa mímesis-simbiosis. Al mismo tiempo, los políticos oportunistas de la
oposición se pelean por servir de caja de resonancia de esos anuncios
mediáticos. Y finalmente los diarios, las radios y la televisión, mordiéndole
la cola a la misma noticia, cubren en sus espacios las agudas declaraciones de
esos políticos tan atentos a la agenda que dictan los medios.
La historia de esta historia
comenzó el día en que Humala ganó las presidenciales. Ese domingo, en la noche,
prácticamente todos los programas políticos, sus conductores y la gran mayoría
de sus invitados insistían hasta el cansancio en que el Presidente debía, en el
más breve plazo, anunciar el nombre de su Ministro de Economía. Querían que les
asegurara que provendría de las canteras seguras y ortodoxas de la burocracia
del Ministerio de Economía y Finanzas. Y lograron su objetivo: Humala les dio
en la yema del gusto al poner a un ministro del agrado de ellos.
A partir de entonces comenzó
el pleito por remover al Gabinete presidido por Salomón Lerner. Demasiados
izquierdistas: había que licuarlos en el plazo más breve. El Presidente debía
darles más muestras de que se ajustaba perfectamente a la interpretación
auténtica que hacían de la “Hoja de Ruta” de la segunda vuelta presidencial. El
caso Conga resultó paradigmático. Su puesta en marcha contra viento y marea
fue, en ese momento, la mejor expresión de que ¡aleluya!, había un presidente
continuista. Se puso en marcha, otra vez, el piloto automático… y a todo motor.
Ayudado por algunos errores de
quienes conformaban el primer Gabinete, Salomón Lerner fue reemplazado por
Óscar Valdez; él sí, de toda confianza para la legión presionadora: ejecutivo,
ex militar y amigo de los mineros.
El presidente Humala jugó su
carta Valdez, pero, aun así, fracasó. Su segundo Premier no solo no pudo poner
en marcha el Proyecto Conga, sino que la represión fue dura y careció de todo
éxito político práctico. ¿Qué pasó? Pues que el asunto no era tan sencillo,
porque no eran cuatro locos sueltos los que se oponían a las prácticas de
Yanacocha. Toda la monserga que sostenía que solo era un pequeño grupo de
agitadores el que incitaba las movilizaciones y los desmanes se vino abajo
cuando Ipsos Apoyo publicó, a mediados del 2012, que 82% de los pobladores
rurales de Cajamarca eran contrarios al Proyecto Conga.
Los que tienen pesadillas con
Chávez, los que conservan a la mano a su fantasma para arrinconar a Humala,
sufrieron entonces una derrota. Paso siguiente: nuevo cambio de Gabinete,
ingreso de Juan Jiménez al premierato y chau Conga (hasta nuevo aviso). El
Presidente, empeñado en concretar este proyecto a cualquier precio, había
tenido un gran bajón en las encuestas, y eso trajo consigo su debilitamiento.
Esto produjo también su mayor dependencia respecto a los que habían sido sus
más acérrimos opositores —y que siguen siéndolo, aun cuando de vez en cuando le
sonríen con cierta amabilidad condescendiente (sucede que Ollanta Humala no es
de los suyos).
Para esa derecha que cada vez
que quiere arrinconar a Humala saca la bandera del chavismo, un aspecto clave
es que el Estado se abstenga de intervenir en la producción y la
comercialización. No se cansa de repetir que hay que privatizar Sedapal, y se
preocupa cada hora de todos sus días de que Petroperú no regrese a la
exploración y explotación de gas y petróleo. Curiosamente, no le interesa en lo
más mínimo que pueda venir la empresa estatal de petróleos chilena, Enap, o
Ecopetrol, la estatal colombiana, a explotar y comercializar o a manejar el
sistema de conexión eléctrica nacional, por mencionar los casos más
importantes.
Los que tienen pesadillas con
Chávez, los que conservan a la mano a su fantasma para arrinconar a Humala,
sufrieron entonces una derrota.
Si la empresa estatal es
extranjera, todo bien; si es peruana: qué horror, va a fracasar de todos modos,
la corrupción es inevitable porque la tenemos en el ADN. ¿De qué se tratan
estas pataletas? De una mezcla de intereses económicos con una irracionalidad
ideológica extrema. Porque, al mismo tiempo que reclaman eficiencia, hacen
reiteradas campañas para que, por ejemplo, Petroperú no modernice la Refinería
de Talara.
En las últimas semanas andan
indignados porque el Gobierno anunció el interés del Estado por comprar la
Refinería La Pampilla y los grifos hoy en poder de Repsol (sin duda, el Gobierno
deberá evaluar si es rentable o no). De nuevo, el fantasma del chavismo: qué
espanto, Humala —crecido por una aprobación superior al 52%— desempolvó
planteamientos viejos, como el de potenciar la empresa petrolera nacional.
Pero, de nuevo, no importa si una empresa estatal vecina viene, compra en el
Perú y se hace de ese buen negocio.
Entre una y otra coyuntura
surgen, una y otra vez, temas que permiten recordarle a Humala que debe
mantener “los pies en la tierra”: cuando se aprobó la nueva Ley de Carrera
Magisterial, se acusó al Gobierno de querer entregarle la educación al Sutep;
cuando quiso reformar el manejo de las AFP, llovieron las acusaciones de
“intervencionismo”; y cuando se resiste a otorgar el indulto a Alberto
Fujimori, se le pretende colocar como un personaje vengativo.
La supuesta candidatura de
Nadine Heredia es otra gran preocupación de los “aterrados”. No pueden evitar
que esta posibilidad se les aparezca ya no como un riesgo del cambio de modelo
o de reedición del chavismo, sino como una prima variante: el esquema Kirchner.
Hay una normatividad legal que le impide postular, todos lo saben, pero lo que
torna en vehementes a los enemigos de su candidatura es el origen de su
oposición: no es una intranquilidad de índole legal, entonces, sino
eminentemente política. ¿Por qué tan radicales? ¿Porque no quieren que se
implante una sucesión antidemocrática? Quizá, pero… ¿no será, más bien, porque
Nadine Heredia, a pesar de todos los esfuerzos, incluido su nuevo look, no es
uno de ellos? No es de su colegio, no es del club, no ha gozado las mismas
vacaciones, no ha ido a los mismos matrimonios. Esto significa, también, que no
pueden llegar a ella con facilidad. Resulta, pues, que le temen a la
entronización de un poder que no tienen bajo control pleno; de lo contrario, lo
más probable es que les diera lo mismo. Finalmente, están un poco cansados de
su esfuerzo controlador y, más que tener “pisando tierra” al personaje que sea,
quieren sencillamente que el presidente de turno sea uno de ellos, para poder
relajarse y pasarlo mejor, sin tantas preocupaciones porque “estos astutos” se
les puedan “voltear”.
¿Y quién será el que los
relaje? Más que la propia Keiko Fujimori, hoy por hoy: Alan García. El jefe del
Partido Aprista es el ejemplo más típico del representante orgánico de esos
sectores de la derecha para los cuales el manejo político se reduce casi solo a
asegurar las grandes inversiones (y a que la plata siga llegando sola).
Mirando las cosas desde la
otra vereda, es probable que Nadine Heredia no sea candidata en el 2016. Pero
en Palacio, sabedores de la preocupación que despierta la aprobación por encima
del 60% de la Primera Dama, quieren seguir amagando con su candidatura. Así
tendrá ella más poder —es evidente que el día que diga que no será candidata su
encanto disminuirá— y, simultáneamente, alimentará la popularidad y la
aprobación de su esposo, el Presidente de la República. Porque hasta ahora por
lo menos, no le quita nada; le ha sumado siempre, con excepción de un par de
ocasiones, entre ellas la del “rescate” de niños del VRAE. Por lo menos eso
dicen las encuestas.
El capítulo más reciente de
este serial se ha producido en torno a las elecciones venezolanas, la reunión
de Unasur en Lima y el consecuente viaje del presidente Humala a la asunción de
mando de Nicolás Maduro. No sabemos si cuando se publiquen estas líneas se
habrá interpelado y quizá hasta censurado al canciller Rafael Roncagliolo; sin
embargo, al margen del rechazo que deba generar el autoritario estilo chavista,
y de la prepotencia de Maduro y del presidente del Congreso, Diosdado Cabello,
ha sido del todo ridículo que la oposición peruana resultara más caprilista que
Capriles.
Porque Capriles —principal
opositor a Nicolás Maduro—, quien alcanzó una votación espectacular en las
últimas elecciones, siempre puso en su mira que debía haber una auditoría
completa de los votos. No avizoró un boicot a su candidatura; si no, no se
presentaba y se dedicaba a movilizar a Venezuela en contra de un proceso
amañado. Y luego, concluidas las elecciones, tampoco denunció fraude sino que
mantuvo la adrenalina política a tope para incomodar lo más posible al régimen
continuista. Capriles jugó políticamente, lo hizo bien y viene consiguiendo un
resultado a todas luces exitoso. Con solo 40 años, es decir, con un largo futuro
político por delante, este dirigente es y será la principal alternativa al
chavismo.
Queda por subrayar, en esta
nota, que mientras toda la prensa sudamericana asimilaba con naturalidad los
viajes de sus respectivos presidentes —todos fueron, salvo el chileno Sebastián
Piñera—, la mayoría de los medios de comunicación peruanos estaban encendidos
de ira por el viaje de Humala. Y algo más: mientras Capriles declaraba a un
canal de televisión del Perú el domingo 21 de abril que él no tenía nada que
reprocharle a Ollanta Humala —por el contrario, reconocía que había abogado por
la auditoría que él reclamaba—, la comparsa opositora al Presidente peruano lo
acusaba de ser cómplice del “fraude”. Plop.
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