viernes, 31 de mayo de 2013

LOS COMODONES VIGILANTES DEL PRESIDENTE



Por: Santiago Pedraglio
Analista político
La estrategia de la derecha para controlar al presidente Ollanta Humala después de que no pudieron impedir su victoria en las elecciones del 2011 consiste en tenerlo permanentemente contra las cuerdas. O “con los pies en la tierra”, como diría Mario Ghibellini (Somos, 20.4.2013). Lo conservan a cierta distancia, pero bajo una constante mezcla de presión con susto. Así han conseguido, en gran medida, los efectos deseados; pero, a pesar de esto, la derecha no deja de agitar el cuco alertando al país de que en cualquier momento irrumpirá, desde el mismísimo centro existencial de Ollanta Humala, su espeluznante esencia chavista.
Los medios de comunicación y los opinadores políticos de derecha dramatizan destempladamente el riesgo de esa mímesis-simbiosis. Al mismo tiempo, los políticos oportunistas de la oposición se pelean por servir de caja de resonancia de esos anuncios mediáticos. Y finalmente los diarios, las radios y la televisión, mordiéndole la cola a la misma noticia, cubren en sus espacios las agudas declaraciones de esos políticos tan atentos a la agenda que dictan los medios.
La historia de esta historia comenzó el día en que Humala ganó las presidenciales. Ese domingo, en la noche, prácticamente todos los programas políticos, sus conductores y la gran mayoría de sus invitados insistían hasta el cansancio en que el Presidente debía, en el más breve plazo, anunciar el nombre de su Ministro de Economía. Querían que les asegurara que provendría de las canteras seguras y ortodoxas de la burocracia del Ministerio de Economía y Finanzas. Y lograron su objetivo: Humala les dio en la yema del gusto al poner a un ministro del agrado de ellos.
A partir de entonces comenzó el pleito por remover al Gabinete presidido por Salomón Lerner. Demasiados izquierdistas: había que licuarlos en el plazo más breve. El Presidente debía darles más muestras de que se ajustaba perfectamente a la interpretación auténtica que hacían de la “Hoja de Ruta” de la segunda vuelta presidencial. El caso Conga resultó paradigmático. Su puesta en marcha contra viento y marea fue, en ese momento, la mejor expresión de que ¡aleluya!, había un presidente continuista. Se puso en marcha, otra vez, el piloto automático… y a todo motor.
Ayudado por algunos errores de quienes conformaban el primer Gabinete, Salomón Lerner fue reemplazado por Óscar Valdez; él sí, de toda confianza para la legión presionadora: ejecutivo, ex militar y amigo de los mineros.
El presidente Humala jugó su carta Valdez, pero, aun así, fracasó. Su segundo Premier no solo no pudo poner en marcha el Proyecto Conga, sino que la represión fue dura y careció de todo éxito político práctico. ¿Qué pasó? Pues que el asunto no era tan sencillo, porque no eran cuatro locos sueltos los que se oponían a las prácticas de Yanacocha. Toda la monserga que sostenía que solo era un pequeño grupo de agitadores el que incitaba las movilizaciones y los desmanes se vino abajo cuando Ipsos Apoyo publicó, a mediados del 2012, que 82% de los pobladores rurales de Cajamarca eran contrarios al Proyecto Conga.
Los que tienen pesadillas con Chávez, los que conservan a la mano a su fantasma para arrinconar a Humala, sufrieron entonces una derrota. Paso siguiente: nuevo cambio de Gabinete, ingreso de Juan Jiménez al premierato y chau Conga (hasta nuevo aviso). El Presidente, empeñado en concretar este proyecto a cualquier precio, había tenido un gran bajón en las encuestas, y eso trajo consigo su debilitamiento. Esto produjo también su mayor dependencia respecto a los que habían sido sus más acérrimos opositores —y que siguen siéndolo, aun cuando de vez en cuando le sonríen con cierta amabilidad condescendiente (sucede que Ollanta Humala no es de los suyos).
Para esa derecha que cada vez que quiere arrinconar a Humala saca la bandera del chavismo, un aspecto clave es que el Estado se abstenga de intervenir en la producción y la comercialización. No se cansa de repetir que hay que privatizar Sedapal, y se preocupa cada hora de todos sus días de que Petroperú no regrese a la exploración y explotación de gas y petróleo. Curiosamente, no le interesa en lo más mínimo que pueda venir la empresa estatal de petróleos chilena, Enap, o Ecopetrol, la estatal colombiana, a explotar y comercializar o a manejar el sistema de conexión eléctrica nacional, por mencionar los casos más importantes.
Los que tienen pesadillas con Chávez, los que conservan a la mano a su fantasma para arrinconar a Humala, sufrieron entonces una derrota.
Si la empresa estatal es extranjera, todo bien; si es peruana: qué horror, va a fracasar de todos modos, la corrupción es inevitable porque la tenemos en el ADN. ¿De qué se tratan estas pataletas? De una mezcla de intereses económicos con una irracionalidad ideológica extrema. Porque, al mismo tiempo que reclaman eficiencia, hacen reiteradas campañas para que, por ejemplo, Petroperú no modernice la Refinería de Talara.
En las últimas semanas andan indignados porque el Gobierno anunció el interés del Estado por comprar la Refinería La Pampilla y los grifos hoy en poder de Repsol (sin duda, el Gobierno deberá evaluar si es rentable o no). De nuevo, el fantasma del chavismo: qué espanto, Humala —crecido por una aprobación superior al 52%— desempolvó planteamientos viejos, como el de potenciar la empresa petrolera nacional. Pero, de nuevo, no importa si una empresa estatal vecina viene, compra en el Perú y se hace de ese buen negocio.
Entre una y otra coyuntura surgen, una y otra vez, temas que permiten recordarle a Humala que debe mantener “los pies en la tierra”: cuando se aprobó la nueva Ley de Carrera Magisterial, se acusó al Gobierno de querer entregarle la educación al Sutep; cuando quiso reformar el manejo de las AFP, llovieron las acusaciones de “intervencionismo”; y cuando se resiste a otorgar el indulto a Alberto Fujimori, se le pretende colocar como un personaje vengativo.
La supuesta candidatura de Nadine Heredia es otra gran preocupación de los “aterrados”. No pueden evitar que esta posibilidad se les aparezca ya no como un riesgo del cambio de modelo o de reedición del chavismo, sino como una prima variante: el esquema Kirchner. Hay una normatividad legal que le impide postular, todos lo saben, pero lo que torna en vehementes a los enemigos de su candidatura es el origen de su oposición: no es una intranquilidad de índole legal, entonces, sino eminentemente política. ¿Por qué tan radicales? ¿Porque no quieren que se implante una sucesión antidemocrática? Quizá, pero… ¿no será, más bien, porque Nadine Heredia, a pesar de todos los esfuerzos, incluido su nuevo look, no es uno de ellos? No es de su colegio, no es del club, no ha gozado las mismas vacaciones, no ha ido a los mismos matrimonios. Esto significa, también, que no pueden llegar a ella con facilidad. Resulta, pues, que le temen a la entronización de un poder que no tienen bajo control pleno; de lo contrario, lo más probable es que les diera lo mismo. Finalmente, están un poco cansados de su esfuerzo controlador y, más que tener “pisando tierra” al personaje que sea, quieren sencillamente que el presidente de turno sea uno de ellos, para poder relajarse y pasarlo mejor, sin tantas preocupaciones porque “estos astutos” se les puedan “voltear”.
¿Y quién será el que los relaje? Más que la propia Keiko Fujimori, hoy por hoy: Alan García. El jefe del Partido Aprista es el ejemplo más típico del representante orgánico de esos sectores de la derecha para los cuales el manejo político se reduce casi solo a asegurar las grandes inversiones (y a que la plata siga llegando sola).
Mirando las cosas desde la otra vereda, es probable que Nadine Heredia no sea candidata en el 2016. Pero en Palacio, sabedores de la preocupación que despierta la aprobación por encima del 60% de la Primera Dama, quieren seguir amagando con su candidatura. Así tendrá ella más poder —es evidente que el día que diga que no será candidata su encanto disminuirá— y, simultáneamente, alimentará la popularidad y la aprobación de su esposo, el Presidente de la República. Porque hasta ahora por lo menos, no le quita nada; le ha sumado siempre, con excepción de un par de ocasiones, entre ellas la del “rescate” de niños del VRAE. Por lo menos eso dicen las encuestas.
El capítulo más reciente de este serial se ha producido en torno a las elecciones venezolanas, la reunión de Unasur en Lima y el consecuente viaje del presidente Humala a la asunción de mando de Nicolás Maduro. No sabemos si cuando se publiquen estas líneas se habrá interpelado y quizá hasta censurado al canciller Rafael Roncagliolo; sin embargo, al margen del rechazo que deba generar el autoritario estilo chavista, y de la prepotencia de Maduro y del presidente del Congreso, Diosdado Cabello, ha sido del todo ridículo que la oposición peruana resultara más caprilista que Capriles.
Porque Capriles —principal opositor a Nicolás Maduro—, quien alcanzó una votación espectacular en las últimas elecciones, siempre puso en su mira que debía haber una auditoría completa de los votos. No avizoró un boicot a su candidatura; si no, no se presentaba y se dedicaba a movilizar a Venezuela en contra de un proceso amañado. Y luego, concluidas las elecciones, tampoco denunció fraude sino que mantuvo la adrenalina política a tope para incomodar lo más posible al régimen continuista. Capriles jugó políticamente, lo hizo bien y viene consiguiendo un resultado a todas luces exitoso. Con solo 40 años, es decir, con un largo futuro político por delante, este dirigente es y será la principal alternativa al chavismo.
Queda por subrayar, en esta nota, que mientras toda la prensa sudamericana asimilaba con naturalidad los viajes de sus respectivos presidentes —todos fueron, salvo el chileno Sebastián Piñera—, la mayoría de los medios de comunicación peruanos estaban encendidos de ira por el viaje de Humala. Y algo más: mientras Capriles declaraba a un canal de televisión del Perú el domingo 21 de abril que él no tenía nada que reprocharle a Ollanta Humala —por el contrario, reconocía que había abogado por la auditoría que él reclamaba—, la comparsa opositora al Presidente peruano lo acusaba de ser cómplice del “fraude”. Plop.

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