Socios del continuismo |
Todavía
hay quién lamenta que el principal héroe de la transición del año 2000, esté
dando pena al no poder explicar el estrambótico negocio de la suegra que compra
mansiones y oficinas en el país de su yerno para seguir viviendo en un austero
departamento de la clase media belga. Es el cadáver que los fujimoristas
estaban esperando ver pasar se ha escrito por ahí.
Y
el propio Toledo ha querido defenderse apuntando que lo de hace 13 años es
pasado, como si estuviera buscando una tregua con los Fujimori que no se la van
a dar cuando está tan cerca la oportunidad de la venganza. Pero si se mira
bien, la caída de Toledo ha sido continua desde su hora de gloria el 27 de
julio del 2000. Su rol en la fase final de la dictadura no sólo fue nulo, sino
tristemente confuso al oponerse que el gobierno intermedio de Paniagua hiciera
la limpieza anticorrupción y la reforma constitucional que era necesaria para
iniciar un nuevo período, porque iba a ser en su gobierno que se haría todo lo
pendiente.
Ya
se sabe que Toledo no pudo con ninguna de sus promesas democráticas y
moralizadoras y eligió el camino de la “confianza” hacia los inversionistas,
que en su gran mayoría eran los que confiaban en Fujimori, y para marcar ese
camino puso al frente de la economía a PPK y como primer ministro a Dañino. El
resultado fue que todo se normalizó pero en “democracia”, es decir había
libertad de expresión, fuertemente dominada por los medios que colaboraron con
Fujimori, y elecciones periódicas más o menos confiables, que podían elegir al
tipo más contestatario como Humala, que en el poder iba a terminar preso de la
“confianza” y de ministros que le imponían los grupos económicos.
Esta
transición profundamente frustrante del fujimorismo al neoliberalismo post
fujimorista se la debemos en primer lugar a Toledo que ofreció un país distinto
al de los 90. Claro que también es culpa de AGP que creyó que así como 20 años
atrás lo que quiso es imitar a Velasco, su segundo gobierno tenía que ser otra
imitación, esta vez la de Fujimori, aún cuando lo que dice es que él fue el más
perseguido de aquellos años. Y finalmente la responsabilidad histórica también
recaerá en Humala que se levantó en armas para cambiar el país y las fuerzas
armadas, y produjo el gobierno más maniatado de nuestra historia.
En
resumen, el final de sainete de Alejandro Toledo simboliza la bancarrota de la
clase política peruana en todas sus versiones. Los que fueron apaleados por el
golpe del 92 y los que se rebelaron al continuismo en el 2000, han capitulado.
Y no les queda sino pedir chepa a los empresarios, los medios y los políticos
del fujimorismo.
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