«Los Estados Unidos parecen destinados por la
Providencia a plagar la América de miserias en nombre de la libertad».
Carta al Coronel Patricio Campbell;
Guayaquil, 5 de agosto de 1829.
La semana pasada,
Alan García, asistió en Bogotá a un semanario internacional con los
expresidentes de Colombia y México, César Gaviria y Felipe Calderón, y se
despachó en alabanzas a la Alianza del Pacífico declarándola como la única
organización con futuro en el subcontinente por estar basado en el libre
comercio, en oposición a otros procesos integradores como Unasur, Celac o
Mercosur que acabarían en algún momento. En el clímax de su discurso García
dijo además que estaba orgulloso de haber creado la Alianza y que quería ser
recordado por ello, a lo que agregó que la obra era tan perfecta que parecía
provenir de Dios.
Es decir Dios y
García otra vez juntos como en los narcoindultos y nadie más para que responda
por sus creaciones. Pero si vamos a buscar la fuente de inspiración de la
bendita Alianza, confirmaremos seguramente que no es tan divina. A fines de
abril del 2011, el ego colosal estaba muy cerca de dejar el poder y existía una
alta posibilidad que la segunda vuelta de junio concluyese con la victoria
definitiva de Ollanta Humala, que por entonces era reputado como un amigo del bloque
de el Alba (Alianza Bolivariana de las Américas) y casi como un entenado del
Brasil de Lula y Rousseff. La Alianza del Pacífico era como decirle al favorito
que los aliados eran otros distintos a los que lo habían acompañado en la
campaña.
Ciertamente lo que
había en común entre los cuatro países involucrados en la coalición del
Pacífico no era ni una historia convergente, ni un comercio particularmente
intenso entre las partes, ni identidades culturales que los distinguieran de
otros, pero sí que todos ellos tenían gobiernos de derecha que estaban atados
por sus respectivos TLC con los Estados Unidos y se sentían incómodos con la
hegemonía que los regímenes progresistas y los más ambiguos, como Brasil,
mantenían en las organizaciones regionales.
Si Humala se
sometió a esta trampa tan obvia es porque no fue sino otro de los eslabones de
su transformación en garante del estatus quo. A esto García quizás le llame
obra de Dios, ya que le permitió encuadrar a Humala en lo internacional, como
lo hicieron el MEF y el BCR en lo nacional, y al mismo tiempo aparecer como
opositor y alternativo al actual gobierno.
El futuro de la
Alianza del Pacífico es un símbolo de que Estados Unidos sigue mandando por lo
menos en una parte del subcontinente y puede oponer a los que reclaman
autonomía y soberanía, el bloque de los que se sienten orgullosos de la
subordinación. Por cierto que como esto es una pelea política, depende mucho de
la orientación que mantengan los gobiernos dentro y fuera de la Alianza, para
que no se debilite y eventualmente pueda crecer.
Por eso las peleas
electorales se han hecho ahora mucho más fuertes que antes. Ya se vio en México
en el que después de intensas tensiones finalmente se impuso Peña Nieto que ha
sido casi una copia literal de su antecesor. Y falta ver si el discurso
izquierdizado de Bachelet la acerca más a América Latina y la aleja de los
Estados Unidos, lo que podría resentir la Alianza. En Colombia todavía parece
que las opciones son derecha-derecha (Santos contra Uribe), que es también como
se están preparando las cosas en el Perú con vistas al 2016.
Del Unasur A la
Alianza del Pacífico
La Alianza del
Pacífico, no por nada que tenga que ver con Dios, se armó de la noche a la
mañana, sin ninguna historia previa que anunciara este proyecto, ninguna
corriente dentro de cualquiera de los cuatro países que empujara en esa
dirección y sin la más mínima consulta o participación de la población. García
se jacta de haber sorprendido a todos con su idea, no obstante que si se le
mira bien se entenderá que está en la misma lógica que presidió todos los actos
de su segundo gobierno. Si en los 80, pretendía ser el populista alzado contra
el derechismo del segundo gobierno de Belaúnde, en los 2000 era el presidente
de los ricos y de las grandes inversiones. Igualmente si en su primer gobierno
alzó la bandera de Panamá en Palacio, contra la invasión imperialista al país
del Istmo, en su segundo gobierno fue un lacayo de Washington contra Venezuela
y el progresismo latinoamericano, sin la menor vergüenza.
En el 2005, un año
antes de la elección de García, nuestros países asistieron a un hecho que se
hubiera considerado imposible unos años atrás. En Mar del Plata una combinación
de movilización social de argentinos y activistas de distintos países, con la
intervención de los presidentes de Venezuela, Hugo Chávez, Argentina, Néstor
Kirchner, y Brasil, Lula Da Silva, puso punto final al intento de Washington de
alinear a todo el continente tras suyo a través del ALCA (Área de Libre
Comercio de las Américas), el gran TLC que nos convertiría en su mercado
trasero. Fue el momento culminante de un largo proceso, que nadie lo inventó en
sus horas de soledad y que no nació de la inspiración de algunos gobiernos sin
pueblo, sino que estuvo marcado por incontables movilizaciones.
Fue una de las
primeras derrotas de la globalización hegemonista y de ahí sobrevino en poco
tiempo el nacimiento de Unasur (Unión de Naciones Sudamericanas) el 2008, y de
la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) Celac, en el 2010. Ambas
entidades tenían una razón de ser evidente, buscaban salir del esquema de
“departamento de colonias” que siempre fue la OEA, donde se imponía la voluntad
del gigante del norte, y otorgarle una presencia propia a nuestros pueblos en
América y en el resto del mundo. La fuerza del movimiento fue tal que arrastró
a los gobiernos derechistas junto a los izquierdistas. El concepto de
integración adquirió un nuevo sentido al de mercados abiertos e inversiones
extranjeras, sin política internacional y movilización de los pueblos.
La Alianza del
Pacífico es una escisión alevosa para quebrar nuevamente el sueño bolivariano
de unir a nuestros pueblos.
Publicado en
Hildebrandt en sus Trece
No hay comentarios:
Publicar un comentario