MUY INTERESANTE HILDEBRANDT
La mayoría de la gente está harta
de usted. Harta de su
insaciabilidad, de su amor por la figuración, de la flagrante inmoralidad que
consiste en construirse una imagen de perfil electoral con los ilimitados
recursos públicos. Harta, en fin, de su indiscreta manera de
ambicionarlo todo.
Sí, señora. Aunque los sobones no se lo digan tiene usted que saber
que se ha convertido en una amenaza.
Para que la derecha la acoja como
una de las suyas.
¿Cree usted que la derecha la siente como una de las suyas?
Se equivoca.
Para ese papel están Keiko, PPK y hasta el García.
¡EL
ENANO EN SU SALSA!
A QUIEN
HABRÍA QUE VACAR ES A USTED
No sé si usted sabe cuánto daño le ha causado
su conducta a su marido. Entérese, señora: a su marido no lo respeta nadie.
No lo respetan quienes, desde
el empresariado, hablan de su sensatez cuando, en realidad, ellos confunden la
sensatez con el sometimiento. No lo dude, señora: si el presidente de la
CONFIEP tuviera alguna queja la llamaría a usted, no al ministro sectorial y
fantasmagórico que con usted coordina ni al "primer ministro"
holográfico y decorativo que hoy apellida -creo- Cornejo y que estará allí
hasta que a usted se le ocurra. Nunca
como ahora las palabras "primer ministro", "gabinete",
"Ejecutivo" han sonado tan vacías.
No respetan a su marido, señora,
los peruanos que votaron por él creyendo que, de ganar las elecciones, él sería
quien gobernaría el país.
¿Sabe usted que la actual
popularidad del presidente llega al mísero 13 por ciento en el sur del país?
Señora: su marido ganó las elecciones gracias al sur, que quería un
cambio y que supuso que el cambio prometido por Humala se cumpliría apenas
pisara palacio de gobierno.
¿Recuerda usted cuando
acompañaba a su marido a los estudios de TV y en las pausas comerciales le
exigía más claridad, más definición y más radicalismo seductor? ¿Creía usted en
todo aquello o estaba construyendo el fantoche que la llevaría a la cima, a la
portada de "Hola", a las confidencias con los principales ejecutivos
de las grandes empresas?
Eso lo sabrá usted en su fuero
interno. Lo que sabe la gente es que de aquel Humala que convocaba a los peruanos
a cambiar algunas cosas no queda nada. Bueno, queda lo que vemos: un hombre
inseguro, un presidente usurpado, una sombra, un modo del silencio.
Y no es que las promesas del
Humala original anunciaran el apocalipsis. Nadie en su sano juicio quería el
estatismo canceroso que ya conocíamos ni las nacionalizaciones forzadas que
recordábamos como pesadillas. Nadie quería, en suma, un remedo soviético ni una
sucursal cubana ni una imitación chavista en el Perú.
Lo que muchos querían -y para
eso hicieron ganar a su marido, señora- es que esta republiquita plutocrática,
donde sólo manda el dinero, fuese sustituida por una república de todos. Lo que
querían los que se volvieron humalistas ante la posibilidad de que Keiko
Fujimori accediese al poder es que los trabajadores volviesen a tener voz, que
el Estado regulase de veras, que la
CONFIEP no gobernase a periodicazos, que la agricultura de consumo interno
fuese atendida, que algunos aspectos de los TLC pudiesen ser renegociados, que
la minería fuese una gran opción pero no la única, que el Estado pudiese tener
(como en Chile o Colombia) empresas que contribuyeran a una más justa fijación
de algunos precios. En suma, que el "modelo fujimorista" que la
CONFIEP procreó en barraganía con los periodistas que hoy se sienten portadores
de la "única verdad" fuese corregido en parte, matizado en algunos
aspectos, rectificado creativamente en otros.
¿Ve usted, señora? De eso se trataban los cambios que su marido juró
realizar. Nada del otro mundo.
Y sin embargo, nada se ha
hecho. Su marido pudo ser el mandatario que humanizara el liberalismo extremo
que Fujimori impuso con un golpe de Estado. En vez de eso será recordado como
un fraude, como un mentiroso, como un intermedio. Y usted, señora, que dice
quererlo, ha contribuido decisivamente a la devastación política de su pareja.
Sus últimas intervenciones,
señora Heredia, han rozado el golpismo y han constituido la más grosera
intromisión de una persona sin cargo oficial ni responsabilidades formales en
el manejo de la cosa pública.
¿Se siente usted triunfante? Desde el poder que le ha cedido su
marido las cosas se pueden mirar de un modo muy torcido. Sobre todo si, como es
el caso, son los aduladores a sueldo quienes la estimulan a seguir su plan
usurpador.
Emboscar a Villanueva
empleando a Castilla -ese ujier de la CONFIEP, ese ideólogo de "El
Comercio"- es algo que sus amigas incondicionales deben haber festejado
entre risotadas. Pero sus amigas, señora, no son el país. La mayoría de la
gente está harta de usted. Harta de su insaciabilidad, de su amor por la
figuración, de la flagrante inmoralidad que consiste en construirse una imagen
de perfil electoral con los ilimitados recursos públicos. Harta, en fin, de su
indiscreta manera de ambicionarlo todo. Y harta de que su afán de ser lideresa
subida en los helicópteros oficiales y repartiendo regalos subsidiados por
quienes pagan sus impuestos sin duplicarse el sueldo haya supuesto erosionar la
institución de la presidencia de la república y menoscabar, hasta el patetismo,
la figura de su diluido cónyuge.
Señora: el pueblo eligió a su
marido para que hiciera los cambios que prometió hacer solemnemente. El pueblo
no la eligió a usted. Si el Perú fuese una telenovela de mal gusto usted sería
la exitosa intrigante que llegó a la cima pisoteando derechos ajenos y
duplicando los propios. Pero como el Perú no es todavía, felizmente, una
telenovela -aunque a veces, con su protagonismo zampón, lo parezca- el daño
institucional que usted está causando puede ser un peligro para la estabilidad
democrática.
Sí, señora. Aunque los sobones
no se lo digan tiene usted que saber que se ha convertido en una amenaza.
Porque al pueblo que su marido
engañó le importa un comino eso del "gobierno en familia", eso de
"la pareja cogobernante", eso de la señora protagonista. A la herida
del programa olvidado y la traición añade usted el agravio de la suplantación.
Ya es mucho. Y sus ideas, por otra parte, señora, no tienen el brillo que su
entorno le dice que tienen. Son tan originales como el odriísmo, como el
pradismo, como el beltranismo. Usted podría ser la muy guapa bisnieta de
Enrique Chirinos Soto, que pensaba como usted pero que tenía el don del
lenguaje y la gracia de la buena sintaxis.
Pregúnteles usted a los
cusqueños alzados si oponerse a la elevación del sueldo mínimo es algo que el
pueblo deba agradecer.
Porque, señora, aclaremos este
asunto de una vez por todas: su injerencismo descarado no tiene como fin
rescatar a su marido del secuestro derechista del que ha sido víctima. Al
contrario, cada vez que el pálido Humala puede hacer algo por quienes creyeron
en él, allí está usted, embajadora de los grandes intereses, conspirando para
que "todo vuelva a la normalidad" y para que la derecha la acoja como
una de las suyas. ¿Cree usted que la derecha la siente como una de las suyas?
Se equivoca. Para ese papel están Keiko, PPK y hasta el García reconciliado que
hoy habla del gas esquisto como salida energética del futuro (sin pensar en los
pavorosos daños ambientales que su búsqueda ya está causando en los Estados
Unidos). Alguien, señora, ha planteado, exageradamente, la vacancia
presidencial. A quien habría que vacar es a usted.
(*) “Hildebrandt en sus trece”
N° 191, 28 de febrero de 2014
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