Socialismo comunitario de Evo Morales |
Claudio Katz (especial para
ARGENPRESS.info)
El modelo social-desarrollista
ha generado en Bolivia un gran crecimiento sin transformaciones estructurales,
desde un piso de gran subdesarrollo. La solidez electoral del gobierno deriva
de logros democráticos previamente conquistados en las calles. Pero una nueva
escala de avances enfrenta la coraza del capitalismo.
El proyecto de socialismo
comunitario se inspira en tradiciones vigentes, pero con menor proyección que
en el pasado y enfrenta gran incompatibilidad con los escenarios
internacionales de competencia. Estas mismas limitaciones afectan al estado
plurinacional, que logró autoridad en todo el territorio a partir del
desplazamiento de las elites racistas. El indianismo ha sido reemplazado por
proyectos de convivencia más afines al ideal de diversidad político-cultural.
El establishment
comunicacional que maltrata a Venezuela ha sido considerado con Bolivia. Esta
dualidad se extiende a otras incoherencias ideológicas de la derecha, que
enfrenta en el Altiplano un gran límite para su contraofensiva regional.
Bolivia comparte con Venezuela
el modelo económico social-desarrollista, la fisonomía nacionalista radical del
gobierno y el ideario socialista, pero con modalidades muy distintas. También
difieren los resultados y los balances que la prensa internacional difunde de
la gestión de Evo Morales, en comparación a Chávez-Maduro. El programa
redistributivo fue aplicado en Bolivia con igual contundencia que en Venezuela.
Se utilizó una renta energética (gasífera) para impulsar el consumo, mediante incentivos
a la demanda orientados por el estado.
Como en el resto de América
Latina este esquema fue dinamizado por el incremento de los precios de las
materias primas exportadas. Los ingresos por estas ventas externas subieron de
2000 a 10000 millones de dólares por año.
Pero lo más significativo de
Bolivia ha sido la elevada captación estatal de la renta generada por los
combustibles. El incremento de las regalías absorbidas por el estado aumentó de
300 millones a 6000 millones de dólares al año.
En la década precedente las
finanzas estatales sólo capturaban el 18 % de ese total y las empresas
transnacionales se quedaban con el 82 % restante. La nacionalización parcial de
los hidrocarburos (2006) revirtió esta relación. Basta recordar la enorme incidencia
de la venta de combustibles y minerales en el PBI boliviano, para mensurar esa
mutación (Navarro, 2014).
Un giro semejante se verificó
en Venezuela con la recuperación de PDVSA, pero la dimensión del cambio ha sido
superior en Bolivia. En este país el estado se había quedado sin recursos y
toda la renta se filtraba al exterior.
Las consecuencias económicas
de esta transformación han sido mayúsculas. El gasto público se triplicó, el
empleo público aumentó significativamente y los precios de los alimentos se
estabilizaron.
Algunas estimaciones
consideran que la mejora del salario mínimo alcanzó 64% (2005-13), mientras que
los bonos de asistencia cubren al 33% de la población, en un marco de tarifas
de electricidad y de combustible congeladas (Bárcena, 2014).
Otras evaluaciones destacan
que la pobreza extrema urbana se redujo del 24% al 14% y su equivalente rural
del 63 al 43%. Los programas sociales han influido directamente sobre este
resultado, a través de auxilios percibidos por todos los sectores marginados
del mercado laboral. Hay bonos para los niños que van a la escuela (Juancito
Pinto), para las mujeres que recién tuvieron familia (Juana Azurduy) y para los
ancianos que nunca hicieron aportes jubilatorios (Renta Dignidad) (Molina,
2013).
Avances desde el subsuelo
Las mejoras sociales
conquistas han sido semejantes a las registradas en Venezuela durante el primer
período del modelo social-desarrollista. Pero una diferencia importante radica
en el nivel de estabilización que logró este esquema en Bolivia. Este soporte
se refleja en el creciente flujo de inversiones extranjeras directas.
La afluencia de divisas ha
consolidado un elevado volumen de reservas (47% del PBI), en un contexto de
moderado endeudamiento público (35 % del PIB). La tradicional fuga de capitales
que caracterizaba al país se detuvo y dio lugar a un incipiente proceso inverso
(Bárcena, 2014).
Esta secuencia de crecimiento
continuado diferencia al país de Venezuela. Bolivia lidera en los últimos años
la tasa de crecimiento regional y esos resultados han generado un esperable
elogio de CEPAL y una sorpresiva felicitación del FMI. El producto bruto pasó
de 9.525 millones (2005) a 30.381 millones de dólares (2013) y el PBI per
cápita saltó de 1.010 a 2.757 dólares.
Esta expansión se concretó con
una baja tasa de inflación y una llamativa preocupación por preservar el
equilibrio fiscal. Algunos analistas atribuyen ese resultado a un manejo
prudente de las variables macro-económicas, como consecuencia del trauma legado
por la hiperinflación del último gobierno de izquierda (1982-1985). También
destacan la psicología campesina de Evo y su aversión al endeudamiento
(Stefanoni, 2014).
En la gestión actual se ha priorizado la
construcción de caminos, puentes y ciertos emprendimientos como el satélite
Tupac Katari o el teleférico entre La Paz y El Alto. Estas obras recuperan la
autoestima de una sociedad afectada por la ausencia de realizaciones.
¿El modelo social-desarrollista ha pasado la prueba? ¿Demostró su
viabilidad? ¿Augura una siguiente etapa de superación del subdesarrollo?
Nadie se atreve a cantar
victoria en una economía tan dependiente de la mono-exportación de
combustibles. El Altiplano ha podido usufructuar más que otros países de la
excepcional coyuntura de altos precios de las materias primas. Utilizó la renta
generada por ese incremento para impulsar el consumo y redistribuir los
ingresos.
Pero la ausencia de
transformaciones productivas prende luces rojas para el futuro. Bolivia ha
consumado avances que ya experimentaron en el pasado países más
industrializados (como Argentina) o con estructuras medianas (como Venezuela) y
enfrentará los mismos límites que encontraron esos antecesores.
El Altiplano parte de un piso
muy bajo de subdesarrollo y cuenta con márgenes mayores para las expansiones
rápidas. Pero ese retraso también determina un alto nivel de vulnerabilidad, en
comparación con economías que cuentan con más recursos y capitales acumulados.
Los límites del modelo se
vislumbran en la esfera de los hidrocarburos que financian todos los programas
del estado. Luego de renegociar 44 contratos de concesión las compañías
extranjeras mantienen considerables posiciones (especialmente REPSOL y
PETROBRAS). La experiencia ilustra especialmente los peligros de utilizar los ingresos
fiscales en subvenciones a los contratistas. La indemnización de 1045 millones
de dólares recientemente concedida a la empresa Pan American Energy (por la
expropiación de acciones realizada en el 2009) es una advertencia de esos
antecedentes. Bolivia necesita todos sus recursos para procesos de
industrialización (como la utilización del gas para elaborar fertilizantes y
plásticos).
En el agro se verifican
problemas semejantes. Comenzaron a normalizarse las situaciones irregulares que
afectan a los dueños de las pequeñas parcelas. Pero la reforma agraria continúa
demorada y la elevadísima concentración de la propiedad en un centenar de
clanes terratenientes no se ha modificado.
Inéditas conquistas
El secreto de la estabilidad
económica hay que buscarlo en la solidez del poder político construido por Evo
Morales. Tras 8 años de gobierno, el líder del MAS conquistó en el 2014 un
nuevo mandato, con un porcentaje de votos superior al 60%. Ese resultado se
ubica por encima de la victoria del 2005 y se aproxima al triunfo del 2009. Ha
ganado en 8 de los 9 departamentos y logró mayoría en las regiones
anteriormente adversas de Oriente (con ciertas pérdidas en sus bastiones del
Altiplano).
Hasta ahora Evo ha podido
sobrellevar el temido desgaste que genera el ejercicio del gobierno y mantiene
la mayoría absoluta en ambas cámaras. Sus éxitos en los comicios se inscriben
en el nuevo orden constituyente que introdujo a partir del 2006, luego de la
aprobación de una nueva carta magna con el 72% de los sufragios.
Este nivel de fortaleza
electoral no tiene precedentes en un país que tuvo 36 presidentes que no
superaron el primer año de ejercicio. Evo será el mandatario más duradero de
esa larga historia de fragilidades presidenciales. Ha logrado revertir la
improvisada búsqueda de equilibrios entre las corporaciones que dominaba la
vida política.
La consistencia que exhibe Evo
contrasta con el desangre económico-social que sufrió Bolivia durante el largo
período neoliberal iniciado en 1985. Esa nefasta etapa ha sido reemplazada por
un aluvión electoral que convalida los triunfos previamente obtenidos por el
pueblo en las calles.
Esa extraordinaria sucesión de
luchas sociales fue comenzada por los productores de coca y posteriormente
encabezada por los campesinos y trabajadores que libraron la guerra del agua.
Derrotaron a los privatizadores, expulsaron a los concesionarios extranjeros y
abrieron una gran secuencia de victorias desde abajo. Al costo de 77 muertos
impusieron la huida del sanguinario Sánchez de Lozada.
El gobierno de Evo surgió de
estas batallas y se consolidó derrotando las conspiraciones de la derecha.
Doblegó a los reaccionarios en las urnas, luego de aplastar la sublevación fascista
del 2008 (masacre de Pando). Esa victoria explica la fortaleza de su
administración.
Morales ha sido el único
presidente de la región que surgió directamente de acciones insurgentes de los
movimientos sociales. Por esta razón puso en marcha el contundente paquete de
iniciativas democráticas y descolonizadoras que consagraron el establecimiento
del estado plurinacional. La población indígena logró un reconocimiento sin
precedentes de derechos colectivos para 40 etnias, en numerosos terrenos de la
lengua, la cultura, la representatividad y la democracia participativa
(Mayorga, 2014).
Nuevos conflictos
En pocos años se han
introducido reformas políticas y sociales que Bolivia desconocía desde los años
50. La derecha tradicional presenta esas mejoras reales como simples fantasías
retóricas. También señala que el gobierno populista desaprovechó el ventajoso
escenario económico internacional. Le resulta inadmisible haber perdido el
control sobre esos lucros y no logra entender cómo su derrota ha desembocado en
un escenario de estabilidad capitalista.
Otros sectores conservadores
optaron por subirse al carro victorioso del MAS. Incorporaron especialmente en
Oriente una parte de sus viejas fuerzas (MNR, ADN) al oficialismo. Con esta
absorción Evo logró mayoría en las zonas en disputa, pero hay sumas electorales
que restan consistencia política. Esas ampliaciones nunca fueron gratuitas para
los gobiernos populares (Arkonada Katu, 2014a).
Evo lidera un proceso
reformista radical no sólo en el plano interno. También desenvuelve ese perfil
a escala internacional, mediante impactantes cónclaves para exigir la defensa
efectiva del medio ambiente, como la Cumbre de Cochabamba (Arkona, 2014b).
Lo más significativo de esa
intervención geopolítica es una postura antiimperialista que desborda el
terreno declarativo. La expulsión de los conspiradores yanquis (disfrazados de
funcionarios de USAID) fue seguida de un retiro impuesto al embajador
estadounidense que ha dejado vacante esa delegación. Además, los gobernantes de
Israel fueron acusados de terrorismo de estado y el viejo reclamo a Chile de
una salida al mar ha sido expuesto con gran contundencia frente a Piñera y
Bachelet.
Morales promueve una ideología
que combina nacionalismo con indigenismo. Comanda un sistema político que ha
desplazado a la vieja elite de oligarcas blancos. Inició su gobierno
prometiendo “transformar las protestas en propuestas” y proclama que Bolivia
necesita “socios y no patrones”.
Pero el desenvolvimiento de su
proyecto enfrenta un techo muy estricto en los marcos del capitalismo. Hasta
ahora su esquema concilió alivios populares con privilegios de las clases
dominantes. Son dos metas en conflicto, que emergen a la superficie cada vez
que el gobierno adopta alguna medida favorable a los grupos de poder.
En esos casos la reacción
popular ha sido contundente. Ya ocurrió en diciembre del 2010 con el incremento
de los precios de los combustibles (“Gasolinazo”) y durante las marchas contra
la construcción de una carretera que atraviesa territorios indígenas (TIPNIS).
El gobierno ha contemporizado
con esas protestas y buscó resolver las tensiones en la mesa de negociación.
Pero estos conflictos se acrecientan, a medida que Bolivia se transforma en una
sociedad urbana con mayores exigencias sociales.
El capitalismo impide la
satisfacción de esas nuevas demandas y reduce los márgenes para conciliar los
intereses en pugna. Hasta ahora Evo logró soslayar estos problemas, pero no
podrá eludirlos en el futuro.
Socialismo comunitario
A diferencia de Venezuela el
socialismo no está presente en Bolivia en los discursos oficiales, en las
campañas electorales o en las exposiciones ideológicas corrientes de los
gobernantes. Pero forma parte de la tradición política del país y de las
principales organizaciones populares. El propio agrupamiento oficial (MAS)
incluye la denominación socialista y Evo dedicó su reciente victoria electoral
a Fidel y a Chávez, convocando a reafirmar la lucha contra el capitalismo.
El socialismo tiene cabida en
otro plano, a través de la conceptualización teórica que ha desarrollado el
vicepresidente García Linera. Su punto de partida es la crítica a los
catastróficos efectos del capitalismo. Describe cómo este sistema multiplica la
desigualdad, el desempleo y la destrucción de la naturaleza. Cuestiona el
principio del beneficio, los efectos de la explotación y las agresiones del
imperialismo.
Linera retoma el proyecto
socialista como respuesta a ese escenario. Defiende ese modelo en términos
tradicionales, polemizando con las distorsionadas interpretaciones que difundió
la propaganda anticomunista. Recuerda que el capitalismo ha ocupado un breve
lapso en la historia y destaca la vigencia del socialismo para superar los
tormentos del capitalismo (García Linera, 2010a: 7-18).
Estas contundentes definiciones
contradicen el planteo que expuso al asumir como segunda figura del gobierno de
Evo. En ese momento propuso impulsar un modelo de “capitalismo
andino-amazónico”, tomando distancia de la convocatoria de Chávez a forjar el
socialismo del siglo XXI. Sugirió que en Bolivia era conveniente la
implementación de alguna variante económica del desarrollismo. Con sus nuevas
definiciones a favor del socialismo parece revisar ese enfoque precedente.
Pero la peculiaridad del
planteo de Linera radica en el perfil comunitario de su propuesta socialista.
Subraya la vitalidad que mantienen las comunidades en Bolivia y la consiguiente
vigencia de principios de trabajo asociativo, con fuertes valores éticos de
fraternidad, tanto en el campo como los barrios populares de las ciudades.
El vicepresidente considera
que esa continuidad permite gestar una variante de socialismo comunitario,
semejante al aplicable en Ecuador o a ciertas zonas de México, India y África.
Estima que este proyecto no es realizable en los países desarrollados (o de
capitalismo intermedio), que han perdido toda memoria de las viejas formas
económicas colectivas (García Linera, 2010a: 7-18).
Su propuesta está acotada a
las regiones del planeta que conservan legados comunitarios. Linera no postula
los proyectos generales de construcción cooperativista que impulsan las
corrientes autonomistas. Tampoco propone crear comunas rurales, fábricas
auto-gestionadas o economías del tercer sector como anticipos del socialismo.
Se limita a señalar que el proyecto anticapitalista puede apoyarse en ciertos
países, en la herencia legada por las antiguas estructuras comunitarias.
Esta tesis retoma la
especificidad del socialismo andino que en 1920-30 intuyó Mariátegui. El
intelectual peruano estimaba que el capitalismo había arrasado en su país con
las comunidades incaicas del Ayllu. Pero también destacaba la subsistencia del
espíritu solidario gestado por esa tradición. Convocaba a trabajar en la
organización de una economía colectiva a partir de esos principios de comunismo
agrario (Mariátegui, 2007: 119-121).
Linera actualiza esa
concepción y considera que su visión es coherente con la propia maduración de
Marx, que en los últimos estudios de su vida remarcó las potencialidades
revolucionarias de las comunidades agrarias rusas (Mir) (Kohan, 2000: 94-111).
Pero los 140 años
transcurridos desde esa caracterización han incluido intensos desarrollos
capitalistas, procesos revolucionarios y ensayos de construcción socialista. El
grado de subsistencia material de las comunidades en el siglo XXI es
significativamente menor al observado por Marx o por Mariátegui. Aunque Linera
pone el acento en el legado político-cultural y no en las estructuras
económicas de esas formaciones, las mutaciones han sido muy grandes en todos
los planos.
Existe otra significativa
diferencia con esos antecedentes. Tanto Marx como Mariátegui formularon sus
hipótesis, apostando a una victoria próxima del socialismo a escala mundial.
Con esa perspectiva en mente imaginaban empalmes de los resabios del Mir ruso o
del Ayllu peruano con pujantes desarrollos industriales de la periferia,
apuntalados por las economías pos-capitalistas de Europa.
Linera reafirma esa eventual
conexión entre un socialismo de raíces indígenas con el desenvolvimiento de
alternativas anticapitalistas a escala mundial. Por eso rechaza cualquier
ilusión de forjar un modelo socialista encerrado en el Altiplano. Pero también
destaca que esa transición será un prolongado proceso de imprevisible duración
(García Linera, 2008: 345-349).
En este esquema no aclara cómo
se produciría el enlace de las antiguas formas comunitarias con el socialismo
global. El cambio de temporalidad del proyecto no es un dato menor. La
experiencia confirma que cuando esas modalidades quedan sujetas a un contacto
dominante con el capitalismo se reduce significativamente la posibilidad de un
empalme con cursos socialistas. La competencia mercantil, la generalización del
trabajo asalariado y las inversiones del agro-negocio impiden esa convergencia.
Esta contradicción acentúa las
propias ambigüedades del enfoque de Linera, que pondera la meta socialista sin
abandonar su propuesta previa de capitalismo andino amazónico. Más bien sugiere
algún tipo de coexistencia entre ambos esquemas, mediante fragmentos de capitalismo
que convivirían con pedazos de socialismo. Supone que durante esa concordancia
el segundo sistema erosionará gradualmente al primero (García Linera, 2010a:
7-18).
Pero no define cómo se
consumaría esa transición. En sus textos evita precisar si concibe una tensión
entre el mercado y la planificación durante el pasaje al socialismo o si
proyecta un fortalecimiento previo del capitalismo, antes de cualquier comienzo
socialista.
Estados y gobiernos
Linera estima que el
socialismo comunitario será precedido por una gran consolidación del estado.
Considera que esa institución ha quedado sometida en la actualidad a un
contradictorio proceso de mayor centralidad y vulnerabilidad. Puede manejar
grandes presupuestos e intervenir con más contundencia en la economía, pero se
encuentra más condicionada y sometida a los flujos internacionales del capital.
El vicepresidente entiende que
para afianzar los derechos populares resulta indispensable fortalecer al estado
nacional. Postula esta caracterización en abierta polémica con teóricos como
Negri, que cuestionan ese propósito (García Linera, 2010b: 11-39).
Con este planteo Linera cierra
su etapa de pensamiento autonomista. Pone fin a un período de expectativas en
el protagonismo de los movimientos sociales y teorizaciones afines al concepto
de multitud. Su llegada al gobierno implicó el abandono de esos conceptos y la
adopción de una firme convicción en la centralidad del estado (Stefanoni, 2008:
9-26).
En esta nueva mirada la
naturaleza de clase del estado es eludida. No se sabe si la institución que
permitiría incorporar grandes derechos populares se inscribirá en una
transición socialista o en el ámbito burgués.
Linera subraya que en Bolivia el estado debe
primero asegurar la descolonización, incorporando los derechos negados durante
siglos a los pueblos indígenas. Describe cómo se avanzó en ese terreno
legitimando toda la variedad de idiomas y culturas reconocidas en la nueva
configuración plurinacional. Estima que este cambio constituye el punto de partida
para sustituir el estado aparente de las minorías oligárquicas por el estado
integral de las mayorías populares (García Linera, 2010b: 11-39).
En los hechos postula
construir una estructura estatal sólida que ejerza su autoridad sobre todo el
territorio. A diferencia del grueso de América Latina, esta construcción nunca
fue completada en Bolivia. El gobierno de Evo ha intentado concluirla, creando
una nueva red de funcionarios sustitutiva de las elites racistas precedentes.
Linera entiende que este paso
será efectivizado por un gobierno popular, que en los hechos se desenvolverá en
el marco capitalista. También aquí su planteo de socialismo comunitario queda
diluido, ante la decisión práctica de preservar el régimen social vigente.
El vicepresidente también
remarca la radicalidad del proceso boliviano, en comparación a otros países
como Sudáfrica. Señala que allí se introdujeron drásticos avances
descolonizadores con la eliminación del Apartheid, pero sin alterar la
dominación económica de los grandes negocios. Considera que en Bolivia se
consiguieron logros democráticos del mismo alcance, pero con nacionalizaciones
y recuperación del poder económico del estado (García Linera, 2010: 11-39).
Esas medidas efectivamente
incrementaron la captura estatal de la renta de los hidrocarburos, pero no
iniciaron las transformaciones requeridas para una transición socialista.
Linera evita evaluar esta limitación y sólo remarca la dimensión política del
proyecto anticapitalista. Señala que esa estrategia requiere unidad de las
organizaciones populares, seducción de las capas medias y aislamiento del
imperialismo. Estima que en esas condiciones se podrá forjar gradualmente el
socialismo (García Linera, 2010: 11-39).
¿Cómo concretar ese proceso?
La gran popularidad y estabilidad del gobierno de Evo permite evitar estas
preguntas. Pero no resuelve las dificultades que enfrentaron todos los procesos
que siguieron el camino propuesto por Linera.
Indianismo y marxismo
Los indígenas ocupan un lugar
prioritario en la nueva realidad boliviana. Linera remarca ese papel,
recordando que Evo recupera un liderazgo perdido desde la época del Manco Inca
(1540).
El vicepresidente resalta esta
gravitación en polémica con los marxistas clásicos, que subrayaban el papel
conductor del proletariado en las alianzas populares. Destaca el declive de la
condición obrera, al calor de las transformaciones registradas en la minería.
También remarca la incapacidad política de la vieja central sindical (COB) para
adaptarse a este cambio y pondera el nuevo liderazgo indígena-campesino.
Esta visión de Linera proviene
de su anterior proximidad con el indianismo katarista, que postulaba la
reinvención del indígena como sujeto de la emancipación. El vicepresidente
estima que esa gravitación quedó confirmada en la última década de bloqueos de
caminos, que condujeron al surgimiento de una central sindical campesina
(CSUTCB) (García Linera, 2008: 373-385).
Pero las conclusiones actuales
de Linera no emergen sólo de esa trayectoria. También incorporan su alejamiento
del katarismo. En los años 70 defendía las tesis indianistas, luego participó
en la acción guerrillera y permaneció cinco años en la cárcel, manteniendo el
ideario de autodeterminación de las naciones aimara y quecha. Pero el encuentro
de su grupo (Comuna) con Evo luego de la guerra del gas, lo separó de ese
pasado político.
En la actualidad se sitúa en
una vertiente integracionista del indianismo que reconoce la pluralidad y los
aportes de la izquierda. Cuestiona la corriente culturalista (pachamámica) que
promueve la simple folkorización y es crítico de la tendencia opuesta que
propone construir una república india transnacional (en toda la región) o
territorial (en Bolivia) (García Linera, 2008: 378-385).
El distanciamiento del
katarismo y la aproximación al marxismo explican su caracterización actual del
socialismo comunitario. Dejó atrás el programa de indianización total y
participa en un gobierno que realza la gravitación de los indígenas, sin
aceptar su separación del resto de sociedad. Esta visión de Linera tiene más
proximidades con la izquierda mariateguista que con el indianismo katarista.
Con este nuevo enfoque reformula el proyecto socialista manteniendo la
centralidad de la cuestión indígena.
Interrogantes de una evolución
Las rebeliones sociales de la
última década pusieron de relieve la opresión padecida en América Latina por 45
millones de individuos pertenecientes a 485 grupos étnicos distintos. Esta
resistencia ha derivado en un significativo incremento del número de indígenas que
auto-reconoce su identidad.
El último censo registró un gran aumento de la
población que asume esa pertenencia. Agrupan al 8,3 % de los habitantes de la
región, pero constituyen el 62% de los habitantes de Bolivia. La enorme brecha
que separa este porcentual del resto del continente (con la única excepción del
41% en Guatemala) explica la centralidad del problema indígena en el Altiplano
(CEPAL, 2014).
Luego de siglos de
avasallamientos, la convergencia de las demandas político-culturales de los
indígenas con planteos antiimperialistas tradicionales ha generado nuevas
síntesis políticas. Se ha demostrado que los oprimidos pueden asumir varias
identidades, combinando aspiraciones culturales, nacionales y sociales (Katz,
2008: 23-28).
Linera inscribe su visión en
este reconocimiento, tomando distancia del indianismo extremo. Su visión previa
mantenía vínculos con una vertiente del esencialismo étnico que rechaza la
existencia de estándares comparativos universales, para evaluar políticas y
estrategias populares.
Ese enfoque realza la
superioridad cultural de cierto grupo, mediante un atrincheramiento en las
identidades que no deja lugar a la armonización y el entendimiento entre las
distintas culturas. Objeta la insensibilidad liberal frente a la diversidad,
pero reivindicando un particularismo que ignora el interés común de oprimidos
(Díaz Polanco, 2006: 28-30).
El enfoque actual de Linera es
más compatible con los ideales de la izquierda, que promueven la defensa
conjunta de la igualdad y la diferencia. Marx alentaba el proyecto comunista y
el anticolonialismo, Lenin auspiciaba el internacionalismo y el derecho a la
auto-determinación nacional y Mariátegui apuntalaba el socialismo y el indigenismo
(Díaz Polanco, 2006: 28-30).
Con su proyecto de socialismo
comunitario el vicepresidente retoma la búsqueda de esos puentes entre
indianismo y marxismo. Esta síntesis complementa varios cambios de su enfoque.
Reemplazó las propuestas de autodeterminación por la prioridad del estado
plurinacional y sustituyó el protagonismo de la multitud por un gobierno de
movimientos sociales. Sus ideas iniciales de comunismo aldeano evolucionaron
hacia una expectativa de capitalismo andino-amazónico, que actualmente ha
devenido en un programa de socialismo comunitario.
Estas modificaciones tienen
cierto parentesco con el itinerario intelectual de Chávez, que empezó
coqueteando con la Tercera Vía, se relacionó con los militares derechistas
argentinos, perfeccionó el nacionalismo militar revolucionario y terminó
adoptando el socialismo.
La complejidad, riqueza y
potencialidad de estas trayectorias no son registradas por las evaluaciones que
simplemente acusan a Linera de mantener un razonamiento pro-capitalista y
adverso a la revolución social (Ferreira, 2011).
Que el intelectual boliviano
haya colocado el proyecto socialista en el centro de su estrategia no es un
dato menor. El significado real de ese cambio quedará esclarecido con su
evolución y su práctica política. A pesar de sus vaguedades, contradicciones e
inconsistencias abre un terreno fértil para debatir la actualización del
horizonte anticapitalista.
Incoherencias de la derecha
La derecha se burla de
cualquier referencia al socialismo, considerando que apunta a entretener al
electorado. Pero las menciones de su opuesto -el capitalismo- son vistas como
consideraciones de gran trascendencia. Presenta la glorificación del mercado,
la competencia o la ganancia como sinónimos de pensamiento profundo y ubica la
defensa de la igualdad en un terreno de puro palabrerío.
Utilizando ese criterio
ponderó la eliminación de todas las alusiones del MAS al socialismo durante la
última campaña electoral. Atribuyó ese abandono al reforzamiento de un discurso
conciliador y pro empresarial alejado de Venezuela (Guillemi, 2014). Pero esta
interpretación no se condice con la dedicatoria del éxito electoral que hizo
Evo a los pueblos que luchan contra el capitalismo
Es igualmente llamativa la
diferencia de actitud que asume el establishment frente a Evo y Chávez-Maduro.
El mismo tipo de socialismo que no entrañaría consecuencias para Bolivia es
presentado como un terrorífico peligro para Venezuela. Ese temor es propagado
por un pool de 82 periódicos latinoamericanos integrados a la SIP, que publica
desde hace varios meses una página diaria de descripción del caos chavista.
Mientras que algunos medios
anuncian el colapso final de la producción petrolera venezolana, otros retratan
intenciones masivas de abandono del país (Oppenheimer, 2014; Vyas, 2014).
Vargas Llosa encabeza esa campaña reaccionaria, proclamando la necesidad de
acciones más contundentes que la simple protesta pacífica para derrocar al
gobierno (Vargas Llosa, 2014).
La doble vara de la derecha
frente a Bolivia y Venezuela no se basa en distinciones teóricas entre el
socialismo comunitario (aceptable) y el socialismo del siglo XXI (indigerible).
El problema de los conservadores radica en la dificultad para encontrar
argumentos creíbles de ataque a Bolivia, luego de los logros conseguidos en la
última década. El gobierno del MAS ha puesto de relieve el sistema político
discriminatorio que ha regido en el Altiplano durante siglos y nadie se atreve
a defender ese apartheid.
Por otra parte, el tamaño, los
recursos y la gravitación regional determinan una incidencia geopolítica de
Bolivia muy inferior a Venezuela. El imperialismo no se resigna a perder el
manejo del principal territorio petrolero de América Latina y conspira para
recuperar el control de PDVSA.
Estados Unidos no dudó en el
pasado en invadir países más chicos que Bolivia (como Granada o Panamá) y
mantiene desde hace décadas su asedio contra la isla de Cuba. Pero en la última
década transformó a Venezuela en el eje del mal, porque este país demostró
capacidad de desafío con la construcción del ALBA, la diplomacia del petróleo y
la concreción de alianzas extra-regionales inadmisibles para el Departamento de
Estado.
El lugar que ocupa cada nación
en los ataques imperiales cambia en cada coyuntura y no está determinado sólo
por razones ideológicas. El gobierno de Argentina es agredido últimamente con
la misma intensidad que su par venezolano, a pesar del explícito rechazo
peronista de cualquier proyecto socialista.
La derecha diaboliza a ambos
países, contrastando sus pesares con el bienestar imperante en el resto de
Latinoamérica. Contrapone la excelente situación que atraviesan las naciones
gobernadas por el neoliberalismo, con las desgracias sufridas bajo las
administraciones populistas. Destaca como en Venezuela y Argentina se destruye
la cultura del esfuerzo, el ahorro y la inversión por la politización del
quehacer cotidiano (La Nación, 2014). También difunde datos que sitúan a ambos
países al tope de los indicadores negativos de la región (Bazzan, 2014).
Con esas anteojeras ni
siquiera registran las enormes diferencias que separan a las dos naciones.
Mientras que en Venezuela la burguesía conspira para recuperar el manejo de
renta petrolera, en Argentina la renta agraria está en manos del sector privado
y sólo se disputa el monto de la tajada impositiva que absorbe el estado.
El modelo económico
social-desarrollista de reformas sociales y redistribución del ingreso, que se
ensaya en el primer caso difiere sustancialmente del programa neo-desarrollista
de recomposición de la burguesía industrial, que se intentó en el segundo país.
El chavismo confrontó con el imperialismo, movilizando a las masas y afrontando
escaladas golpistas. En cambio el kirchnerismo sólo ha liderado una experiencia
de centro-izquierda con autonomía de Estados Unidos, pero sin prácticas
antiimperialistas.
El ataque indiferenciado de la
derecha contra Venezuela y Argentina y su implícita consideración hacia Bolivia
retrata la total inconsistencia de los mensajes derechistas. No explican cómo
en el Altiplano se ha logrado una estabilidad macroeconómica bajo un régimen
político liderado por caudillo, que reúne todas las pesadillas del populismo.
Tampoco aclara de qué forma un gobierno tan alejado de sus formatos políticos
ha logrado niveles de inflación, inversión o tranquilidad cambiaria semejantes
a los países con gobiernos ultra-liberales.
La derecha realza a estas
últimas administraciones ocultando los índices de exclusión, criminalidad o
explotación. Nunca habla de la precarización laboral de Perú, del desastre de
la jubilación en Chile o de la tragedia de los emigrantes de México y
Centroamérica.
La omisión de noticias
adversas en los países gobernados por la derecha, los silencios sobre Bolivia,
las calumnias contra Venezuela y las campañas contra Argentina retratan cómo
operan los medios de comunicación. Moldean un sentido común distorsionado para
fijar la agenda pública al servicio de la dominación burguesa.
Los comunicadores de las
grandes cadenas periodísticas nunca actúan con independencia, profesionalidad u
objetividad. Aprovechan su condición de personajes influyentes para construir
realidades virtuales divorciadas de los acontecimientos reales.
Por eso las batallas en este
campo son decisivas y cualquier paso hacia la democratización del espacio
comunicacional es vital. Desafiar el mensaje conformista, contrapesar la
manipulación de las imágenes y demostrar que la información es un derecho en
conflicto con la rentabilidad es una prioridad para la acción de la izquierda.
Coyunturas y futuros
El afianzamiento de un
proyecto político radical con imaginarios socialistas en Bolivia retrata los
límites de la contraofensiva actual de la derecha latinoamericana. Los
conservadores buscan reinventarse con discursos más sociales, compromisos de
asistencialismo y perfiles juveniles. Proclaman la disolución de las
ideologías, despolitizan las campañas electorales y enfatizan la centralidad de
la gestión.
La derecha pretende aprovechar
el estancamiento del ciclo de ascenso popular, que comenzó a fines de los 90 en
Venezuela y alcanzó su máxima intensidad entre el 2000 y el 2005. La
resistencia de Honduras, las marchas campesinas en Colombia, las protestas
estudiantiles en Chile y el despertar juvenil en Brasil no tuvieron la
dimensión de las rebeliones previas de Venezuela, Argentina, Bolivia o Ecuador que
tumbaron gobiernos neoliberales.
Pero no es la primera vez en
la historia latinoamericana que un fuerte despegue de revueltas populares es
sucedido por un escenario de contragolpes e indefiniciones. Los equilibrios de
los últimos años estuvieron muy influidos por la recuperación económica y la
afluencia de divisas generadas por la revalorización de las exportaciones
agro-mineras. Ambos fenómenos tienden a frenarse.
Nadie sabe qué rumbo adoptará
la resistencia popular en los próximos años. Pero la situación actual de
Bolivia ilustra cómo la experiencia de la última década ha creado un piso de
convicciones ideológicas y definiciones políticas que elevaron el nivel de
conciencia popular. Este acervo constituye el basamento para debatir las
estrategias de la izquierda.
Estas reflexiones presuponen
una revalorización del socialismo, en contraposición a la presentación
derechista de este debate como un simple juego de palabras, en torno a
etiquetas sin contenido.
Esa discusión permite destacar
que América Latina no afronta sólo escenarios neoliberales o
neo-desarrollistas, sino también posibilidades anticapitalistas. Las
experiencias de Venezuela y Bolivia alimentan reflexiones sobre estrategias,
ritmos y caminos al socialismo. También inducen a soñar con ese futuro.
Claudio Katz es economista,
investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI.
Ver también:
- Concepciones social-desarrollistas
- Miradas pos-desarrollistas
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