martes, 16 de abril de 2013

Obsesión Nadine

 Llevándole la contra a casi todos a los que les he preguntado, me he atrevido a apostar que la esposa del Presidente no postulará en las elecciones del 2016.  
¿Por qué me atrevo a decirlo?
Primero, reconozcamos que la señora es carismática. Pero lo es tanto como astuta políticamente. Se ha colocado en el paraíso burocrático de tener autoridad sin responsabilidad. Las malas noticias, las trae su marido; las buenas, ella. A punta de no dar una sola entrevista polémica aparece multiplicada por todo el Perú asociada a programas populares. Acompañada en sus giras siempre de un ministro, para que no se diga que hace uso de recursos públicos, toma el micro en la tarima y enfrenta al pueblo con más solvencia verbal que su marido. Cuando quiere, da  mensajes políticos breves que sabe serán titulares. Ha pulido su imagen personal; se viste de forma elegante, tiene una sonrisa empática y tres niños pequeños. La “obsesión Nadine” es un combo ganador y aterrador para todos sus competidores. Pero las pesadillas no son realidad.  La campaña sí lo es. Y es una realidad donde ya no es posible  jugar este juego. Bien lo sabe ella.
Segundo, que la señora tiene vanidad, la tiene. Pero estoy segura que esta es infinitamente menor a la lealtad indestructible hacia su esposo. Es verdad que gusta de desplegar su poder e influencia en los círculos presidenciales en este juego de escondite con disfraces. Además, ¿cómo negarle a alguien dedicado a la política el disfrute de leer encuestas en donde se ubica en los primeros puestos? Sin embargo, sería incapaz de dañar a su esposo.
La he visto desde el 2005 acomodarle la corbata y darle indicaciones en cada entrevista. Es su  “cheerleader”. Sé que no le agrada tener más popularidad que él. Sabe lo que le ha costado a su marido que la escoja a ella y a sus hijos versus sus padres y hermanos. Y no hay nada que pueda hacerle, a la larga, más daño a Ollanta Humala que el desprestigio interno y externo de una reelección encubierta. Bien lo sabe ella, también.
Tercero, hay un futuro después de la Presidencia de su esposo. Un futuro agradable. Viajes internacionales, charlas remuneradas, compra de casas y otras cositas que suelen hacer los ex presidentes. No hay nada que le guste más a la señora que ese mundo internacional. Lo ha gozado desde la vida diplomática hasta cuando, con mucho menos aplomo que localmente, se paró ante la Asamblea de Naciones Unidas a hablar de la quinua. Años después de su abrazo con Chávez en enero del 2006, comprendí las razones de ese mayúsculo error político: le encanta el reconocimiento foráneo. Si decide ser candidata muchas de esas puertas se cerrarán. Sobre todo, una que ella aprecia sobremanera, la de la familia Vargas Llosa.
Cuarto, hay un juramento de por medio. Me dirán que eso no sirve de nada y que no dice exactamente que la señora no postula. Pero el sentido de este es bien claro. La reelección encubierta es ilegal e inmoral. La experiencia de la reelección de Fujimori dejó escaldado al Perú y se recordaría en toda la campaña. De todas las comparaciones, esa no la soportaría. Nadie cambia tanto.
¿Por qué entonces la señora no zanja la discusión? La mejor respuesta es una pregunta, ¿saca algún provecho haciéndolo hoy?  Como van, con 60% de popularidad, la ambigüedad los beneficia y alinea a su partido. Eso sí, deben estar muertos de risa viendo desesperarse a tantos a su alrededor.
Rosa María Palacios

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