Alberto
Adrianzén M.
También
sorprenden las opiniones políticas e impertinentes del presidente del Tribunal
Constitucional que “recomendó” al presidente Humala no viajar a Caracas para la
toma de mando de Nicolás Maduro.
Manifestar que
lo que hoy sucede en Venezuela es similar a lo que se vivió en el Perú bajo la
dictadura Fujimorista no solo es un error, sino también una afirmación
temeraria. Basta decir que el Fujimorismo se mantuvo en el poder gracias a un
golpe de Estado y luego en base al fraude electoral, a la represión, a la
corrupción y al apoyo de organismos internacionales como la OEA, el FMI, el BM
y de países como EEUU. Eso pasó en 1992, luego en 1993, en 1995 y en el año
2000.
Para el caso
venezolano, a nuestros críticos no les importa que diversas misiones
electorales (OEA, Unasur, organismos electorales de países de la región, el
Centro Carter y otros) hayan dicho que el acto electoral del domingo pasado ha
sido correcto. Incluso, se sabe, porque es de conocimiento público, que
personalidades, lejos de toda sospecha, como Jimmy Carter, han afirmado que el
sistema electoral venezolano es uno de los mejores del mundo porque evita el
fraude. A ello se puede añadir que el sistema de voto electrónico fue auditado
15 veces antes de las elecciones.
Y si bien se
puede afirmar que el proceso electoral ha sido poco equitativo, lo que no se
puede decir, porque hasta ahora nadie ha presentado pruebas, es que las
elecciones del domingo pasado hayan sido fraudulentas, es decir, que se haya
adulterado la votación.
Eso es,
justamente, lo que ha querido Capriles al exigir que se vuelva a contar el 100%
de los votos: decir que estamos frente a un fraude porque él ha ganado las
elecciones y desconocer al Consejo Nacional Electoral (CNE).
Como sabemos,
el CNE, finalmente, ha terminado por aceptar que se auditen el 46% de las urnas
que quedan del 54% ya auditadas, lo que hay que subrayar, y que es un tema que
muchos medios no informan, es que del 54% los votos ya auditados, muestran que
los números del recuento y el resultado de las máquinas coinciden. Todo indica
que sucederá lo mismo con el 46% restante.
Por eso, lo
que se ha vivido en estos días en Venezuela no ha sido una protesta porque haya
existido un fraude electoral sino, mas bien, un intento por desestabilizar
políticamente a ese país y a su gobierno, intento que ha contado con el apoyo
abierto de una derecha internacional que se ha movilizado en cada uno de los
países de la región y de países como EEUU.
Por eso me
parece correcto que una mayoría en el Congreso haya votado a favor del viaje
del Presidente Humala a Caracas. No hacerlo, hubiese significado un serio
percance en la conducción presidencial de la política internacional del país en
momentos en que el Perú ejerce la presidencia pro-tempore de la Unasur.
El consenso
sobre el triunfo electoral de Maduro, alcanzado en la declaración del Consejo
de Jefes y Jefas de Estado de la Unasur, el jueves pasado en Lima, expresa la
voluntad de los países de la región de contribuir positivamente a mantener un
clima democrático y de paz en la región.
Nos preocupa,
sin embargo, que asistamos a una acometida de un sector de la derecha a escala
regional en contra de los procesos de cambios democráticos en la región. El
sonido de las cacerolas y de las ollas se escucha en Caracas y en muchas
capitales de SudAmérica. Estas movilizaciones se realizan no solo contra
Nicolás Maduro y Cristina Fernández de Kirchner, sino también contra Evo
Morales, Rafael Correa y los demás presidentes progresistas.
Me temo que
esa será la tendencia en los tiempos venideros. Todo parece indicar que
conforme el escenario internacional de crisis se complejice, nos encaminamos
hacia una mayor polarización y mientras las amenazas de una profundización de
la crisis económica internacional se incrementen, gobiernos progresistas como
los que hoy existen en América del Sur serán crecientemente cuestionados en su
determinación de mantener posiciones soberanas y políticas de inclusión social.
Debemos evitar
esta creciente ideologización de las relaciones internacionales, así como una
mayor polarización interna en los países donde se viven estos procesos de
cambio. La reciente declaración de la Cumbre Presidencial de la Unasur nos
permite esperar que más allá de las diferencias entre nuestros gobiernos y las
especificidades de cada proceso de cambio, podamos garantizar la democracia y
la paz en la región para poder avanzar en disminuir las enormes desigualdades
sociales que estigmatizan a nuestro continente.
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