Fortaleza presidencial y debilidad
institucional.
Más allá de
constatar la alta aprobación al presidente Ollanta Humala, será interesante
conocer cómo piensa él invertir ese capital político acumulado en lo que va de
su gobierno.
Para Datum, la
aprobación presidencial creció nueve puntos en el último mes, de 51 a 60%, y la
desaprobación tuvo una caída igualmente significativa de ocho puntos, de 42% en
marzo a 34% en abril. Para CPI, la aprobación está en 53.8% en una trayectoria
alcista de varios meses.
Al margen de
que cada balanza tiene su propia tara, todas las encuestas constatan un
crecimiento de la aprobación presidencial que ahora es muy superior al de los
predecesores de Humala –Alan García y Alejandro Toledo– y que, además, podría
seguir subiendo en el futuro.
Esta alza
puede ser el resultado de varios factores. En el muy corto plazo, el del último
mes, la aprobación presidencial parece haberse beneficiado del encontrón con
Alan García, pero hay temas que son, ciertamente, más de fondo.
Por un lado,
están las políticas públicas que están siendo capaces de mantener un
crecimiento relevante de la economía con una sólida demanda interna, en armonía
con la puesta en marcha de programas sociales que están llegando a los más
pobres, lo cual conforma un combo que está satisfaciendo a los más ricos y a los
más pobres.
Por el otro
lado, un factor relevante en la aprobación a Humala es la empatía personal que
él proyecta ante la gente gracias a una imagen que, sin grandilocuencia –algo
de lo que muchos desconfían–, es la de alguien austero, honesto, chambero y
preocupado por los pobres.
Es evidente,
además, que la participación de la primera dama Nadine Heredia es crucial en
este combo llamado ‘la pareja presidencial’.
Todo esto
sirve como teflón para que deficiencias clamorosas como la que hay en la seguridad
ciudadana, no se le pegue al presidente Humala.
En un país de instituciones frágiles, como
lamentablemente aún es el Perú, una alta aprobación presidencial es fundamental
para la marcha y estabilidad de un gobierno.
Por esa
fragilidad institucional, la fortaleza presidencial puede usarse de manera
positiva para el impulso de reformas de fondo –educación, salud, etc.– que
mejoren de forma estructural la calidad de vida de la población, algo en lo que
este gobierno aún no está muy entusiasta.
Pero esa
fortaleza presidencial, en medio de una debilidad institucional, también puede
servir para aprovecharse de esta con el fin de impulsar planes negativos como,
por ejemplo, la reelección conyugal en lo político, o, en el plano económico,
revivir políticas estatistas.
Ojalá el
presidente Humala sepa invertir bien su capital político.
Augusto Álvarez
Rodrich
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