“No
memorices lecciones de Dictaduras ni encierros, la patria no la definen los que
suprimen a un pueblo” Ruben Blades, Patria
Fujimori había
llegado a ser presidente con el discurso que el no haría el programa económico
que Vargas Llosa pregonaba a voz en cuello. Luego de ganar las elecciones, se fue de viaje para
EEUU y regreso tan neoliberal y violento
que nadie en los cuarteles y en la extrema derecha extraño al literato.
Y aunque en
las entonces Cámaras de Diputados y Senadores el chino no tenía mayorías, se le
dieron poderes excepcionales para que propusiera
lo que le viniera en gana en el tema que mejor quisiera. Ni así bajo la
guardia. El golpe se cocinaba y había que decir que todo estaba podrido y que
si el país no avanzaba y el terrorismo ganaba era por culpa de la vieja clase
política.
La matazón de
la guerra interna generaba que un sector muy limeño, que recién sentía sus
efectos, quisiera que esta terminara por las
malas y las peores. Y en este sentir se apoyo Fujimori.
El 5 de abril
de 1992 llego y la famosa palabra “Disolver” era el epitafio en la lapida de
esa democracia recuperada 12 años atrás que nunca supo salir de la sala
de emergencias.
Llegaba otra
dictadura, con un civil como novedad. Llegaban los tanques y soldados a las Cámaras,
al Poder Judicial, al Colegio de abogados y llegaban más rápido a los medios de
comunicación. Secuestraban desde periodistas incómodos, hasta empresarios que
no se pusieron a su servicio.
Era el cheque
en blanco que lo más siniestro de las FFAA y Policiales y de la politiquería
abyecta a los mandatos del FMI necesitaban para matar a todo aquello que oliera
a resistencia del nuevo mundo que estaba naciendo. El neoliberalismo no
necesitaba ni sindicalistas peleones, ni estudiantes organizados, ni campesinos
que no se dejaran quitar la tierra. No necesitaba de alcaldes o congresistas de izquierda.
Necesitaban,
como en Chile o Argentina, soldados que dispararan y desaparecieran a todo el
que se interpusiera entre ellos y sus negocios. Y así, los Colinas y sus
derivados se convirtieron en los súper héroes de Marta Chávez, la Cuculiza y la Moyano.
Los medios de
comunicación, que al principio decían al aire que los soldados les apuntaban y
no les dejaban pasar las imágenes del golpe, luego comenzaron a gustar de la
mordaza. Le llamaron “libertad de empresa” a vender o alquilar su línea
editorial. Se convirtieron así, en el aliado que callaba lo que le venía mal al
régimen y agrandaba lo que pudieran estar haciendo bien. Fujimori era el
emperador y el periodismo la prostituta que lo hacía delirar cumpliéndole sus
deseos.
Con la
Dictadura entendimos que Fujimori quería que le agradezcamos que habían menos
apagones, pero que no le reclamásemos
que había entregado por las malas la empresa de Luz a los chilenos que nos cobraban
como si algo les hubiéramos hecho.
Entendimos que
su manera de “privatizar” era una forma nueva y elegante para vender lo que no
es tuyo y además con coima incluida, sin importar si era una empresa pública
que se entregaría a algún voraz extranjero que nos exprimiría como Telefónica o un territorio andino o amazónico para saqueo de
recursos minerales y crímenes ecológicos como en Cajamarca.
Entendimos que
se hacían colegios sobrevalorados por todos lados, aunque después se cayeran a
pedazos por lo mal construidos. Que se hacían con piscinas en lugares sin
servicio de agua potable y salas de computo donde no había luz.
Nos enteramos
que los derechos humanos eran una cojudez, de la boca del Cardenal Cipriani,
pastor de la Dictadura. También que habían estudiantes que se auto
secuestraban. Y que en las polladas senderistas se ajustaban cuentas entre
ellos. Que habían agentes de inteligencia disidentes que se auto torturaban.
Nos enteramos
que ganamos la guerra contra Ecuador, aunque ellos terminaron teniendo más
territorio y un santuario en Tiwinza. Y nos enteramos que sus patrióticas
compras de armas para esta guerra eran inservibles para todo el país, menos para sus bolsillos. Vimos a los altos
mandos de las FFAA y Policiales arrodillarse ante un traidor a la patria como
Montesinos.
Que robar era
relativo. Si eras hermano del Dictador hasta la ropa donada podía salir de la
lista de ese verbo pesado y aguafiestas. Que torturar era relativo también. Que
hasta la esposa del Dictador podía sufrirla, si no se cuadraba ante el.
Entendimos que
se puede luchar contra el terrorismo y
decir que con ellos no se negocia, pero siempre negociar. Ver a Guzmán dando mensajes
antes de cada proceso electoral, canjeando el futuro de su gente por una
canción de Sinatra, dormir con su mujer y pasear en tragamonedas de la av. la
marina, me ahorra mayor explicación.
Nos enseñaron
que las drogas eran muy malas y que había que quemar las zonas cocaleras, con
campesinos incluidos. Y al mismo tiempo encontramos cocaína por doquier en el
avión del Dictador, en los barcos de la Marina. Y vimos como un narco como
“Vaticano” confirmaba que le pagaba a Montesinos puntual, hasta que este le
quiso subir latarifa.
Entendimos que
las elecciones son buenas cuando gana el Dictador, sino, que las televisoras
pasen enlatados gringos hasta que los maniatados organismos electorales
arreglen los resultados.
Entendimos
que, si las riquezas que nos robaban las jugaban en la Bolsa de Valores, la
dignidad de los pobres la desvalorizaban con bolsas de arroz y fideos.
Vimos como esa
orgullosa y alzada nariz de la derecha que al principio ataco la dictadura, con
el paso de los años se acomodo, colaboro
activamente con ella y hasta de reciclaje político les sirve actualmente.
Vimos también
como esa vieja izquierda comenzó a taladrar la cabeza de los jóvenes con la
palabra derrota. Derrota gritaban los que
dejaron de llamarse camaradas. Derrota gritaban los que se pasaron a la Tercera
vía, que Toffler comenzaba a vender en los semáforos.
Alternativos,
progresistas. Nunca más comunistas, socialistas. Cerraban locales partidarios.
Abrían ongs. Ya no eran más militantes que analistas políticos. De ahora en
adelante solo lo último. Ya no había que buscar la forma de hacer la
revolución. Ahora solo acomodarse al estado y desde ahí, ver que se podía
hacer.
Desde todos
los rincones de la política, se dieron el lujo de llamar a la generación de los 90s, la
generación X, con todo el desprecio que eso significaba: sin ideología, sin
organización, sin líderes a quienes seguir, etc.
Un día esta
generación dijo basta. Y llamo Dictadura a la Dictadura. Y llamo crimen a lo de
Cantuta y Barrios altos. Y llamo fraude a los resultados electorales. Y llamo
narco a Montesinos. Y les dijo asesinos y corruptos a los militares que se
prestaron para enriquecer al dictador con la guerra del Cenepa que dejo muertos
y mutilados a jóvenes soldados. Y le dijeron a los policías que salían a
reprimirlos que había dos caminos: o con el pueblo o con los asesinos.
Y dijeron que
el modelo económico también tenía que irse junto a su régimen. Y esta
generación salió a las calles todas las semanas a violentar al violento.
Aguantando bombas, palos, rochabus, perros policías y policías perros. Pero
tirando piedras, cerrando calles y levantando barricadas. Aguantando
seguimientos, amenazas y titulares en los pasquines con editoriales de la
salita del SIN.
Y la
generación X, se sintió orgullosa de serlo. No le debían nada a nadie. Nadie
les había prestado nada. Nadie creía en ellos siquiera. Y se estaban tumbando
casi 11 años de un Dictador que creyó que su reinado no tenía fin.
Para ellos va
mi homenaje hoy que recuerdo el comienzo de la dictadura más miserable que este
país ha tenido que sufrir. A las miles de caras y puños, de las cuales solo he
visto unas cuantas luego. A los compañeros que me alcanzaron un poco de agua o
vinagre para aguantar las “vomitivas”. A la vecina que me escondió en su casa
en la marcha de los 4 suyos. Al que aguanto el varazo que tenia de destino mi cabeza.
A la compañera que se hizo pasar por mi novia cuando venían a detenernos. A los
que iban a ver a los detenidos. Con los que nos amanecíamos lavando banderas,
en épocas en que había que hacerlas a mano. A los que aprendieron, como yo, que
pintar por las noches lemas contra la dictadura era un placer muy peligroso,
pero que valía la pena si eso ayudaba al fin de la era Fujimori.
Hasta la
Victoria Siempre
Guillermo Bermejo Rojas
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