Llevándole la contra a casi todos a los que
les he preguntado, me he atrevido a apostar que la esposa del Presidente no
postulará en las elecciones del 2016.
¿Por qué me atrevo a decirlo?
Primero,
reconozcamos que la señora es carismática. Pero lo es tanto como astuta
políticamente. Se ha colocado en el paraíso burocrático de tener autoridad sin
responsabilidad. Las malas noticias, las trae su marido; las buenas, ella. A
punta de no dar una sola entrevista polémica aparece multiplicada por todo el
Perú asociada a programas populares. Acompañada en sus giras siempre de un
ministro, para que no se diga que hace uso de recursos públicos, toma el micro
en la tarima y enfrenta al pueblo con más solvencia verbal que su marido.
Cuando quiere, da mensajes políticos
breves que sabe serán titulares. Ha pulido su imagen personal; se viste de
forma elegante, tiene una sonrisa empática y tres niños pequeños. La “obsesión
Nadine” es un combo ganador y aterrador para todos sus competidores. Pero las
pesadillas no son realidad. La campaña
sí lo es. Y es una realidad donde ya no es posible jugar este juego. Bien lo sabe ella.
Segundo, que
la señora tiene vanidad, la tiene. Pero estoy segura que esta es infinitamente
menor a la lealtad indestructible hacia su esposo. Es verdad que gusta de
desplegar su poder e influencia en los círculos presidenciales en este juego de
escondite con disfraces. Además, ¿cómo negarle a alguien dedicado a la política
el disfrute de leer encuestas en donde se ubica en los primeros puestos? Sin
embargo, sería incapaz de dañar a su esposo.
La he visto
desde el 2005 acomodarle la corbata y darle indicaciones en cada entrevista. Es
su “cheerleader”. Sé que no le agrada
tener más popularidad que él. Sabe lo que le ha costado a su marido que la
escoja a ella y a sus hijos versus sus padres y hermanos. Y no hay nada que
pueda hacerle, a la larga, más daño a Ollanta Humala que el desprestigio
interno y externo de una reelección encubierta. Bien lo sabe ella, también.
Tercero, hay
un futuro después de la Presidencia de su esposo. Un futuro agradable. Viajes
internacionales, charlas remuneradas, compra de casas y otras cositas que
suelen hacer los ex presidentes. No hay nada que le guste más a la señora que
ese mundo internacional. Lo ha gozado desde la vida diplomática hasta cuando,
con mucho menos aplomo que localmente, se paró ante la Asamblea de Naciones
Unidas a hablar de la quinua. Años después de su abrazo con Chávez en enero del
2006, comprendí las razones de ese mayúsculo error político: le encanta el
reconocimiento foráneo. Si decide ser candidata muchas de esas puertas se
cerrarán. Sobre todo, una que ella aprecia sobremanera, la de la familia Vargas
Llosa.
Cuarto, hay un
juramento de por medio. Me dirán que eso no sirve de nada y que no dice
exactamente que la señora no postula. Pero el sentido de este es bien claro. La
reelección encubierta es ilegal e inmoral. La experiencia de la reelección de
Fujimori dejó escaldado al Perú y se recordaría en toda la campaña. De todas
las comparaciones, esa no la soportaría. Nadie cambia tanto.
¿Por qué
entonces la señora no zanja la discusión? La mejor respuesta es una pregunta,
¿saca algún provecho haciéndolo hoy?
Como van, con 60% de popularidad, la ambigüedad los beneficia y alinea a
su partido. Eso sí, deben estar muertos de risa viendo desesperarse a tantos a
su alrededor.
Rosa María Palacios
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