El 9 de abril el Gobierno anunció un
golpe demoledor y definitivo al terrorismo en el país, luego de detener a 24
personas que no estaban realizando actos terroristas ni planeaban hacerlos.
Fernando Rospigliosi
En efecto, el Movadef nunca ha sido acusado de haber realizado ningún
atentado terrorista.
Tampoco la Policía le ha encontrado armas, explosivos o campos de entrenamiento
para realizar acciones armadas. El
Movadef no ha realizado ni realiza propaganda a favor de la lucha armada o la
violencia revolucionaria.
Es un grupo que aplica la
nueva estrategia de Abimael Guzmán, expresada públicamente en 1993 y ratificada
varias veces después: la guerra terminó,
fueron derrotados y ahora hay que buscar soluciones políticas.
Actualmente están dedicados a hacer propaganda a favor de la amnistía
para sus líderes y a tratar de conseguir la inscripción legal de su movimiento
para participar en elecciones. Son repudiados y repudiables, pero no
terroristas.
No se necesitan dos años de
investigación ni 300 policías y 47 fiscales y abogados dedicados a eso —como
dijo el presidente Ollanta Humala desde Canadá— para llegar a esa conclusión.
Tampoco para detener a decenas de dirigentes del Movadef —varios de la
tercera edad— que no estaban en la clandestinidad sino haciendo vida pública,
con direcciones conocidas.
La acusación se basa en
declaraciones de arrepentidos, algunas
de las cuales se han demostrado falsas. Por ejemplo, como ha verificado
IDL-Reporteros, la reunión entre Alfredo Crespo y Artemio el 14 de abril del
2008 en el Alto Huallaga, en la que Crespo supuestamente dijo “hay que liberar
a los camaradas para que la lucha armada no caiga”, nunca se realizó. En esa
fecha Crespo estaba en la Base Naval visitando a Guzmán. El otro abogado y
dirigente del Movadef, Manuel Fajardo, tampoco estuvo en Tingo María en esa
oportunidad.
Es más: desde principios del 2013 la Policía sabía que esa versión
del arrepentido era falsa, y un informe de Dircote enviado al ministro del
Interior y los mandos policiales así lo confirmaba.
Sin embargo, un año después el
Mininter filtró a sabiendas esa falsa información a los medios para apoyar y
sustentar la denuncia del Gobierno.
La versión del medio millón de
soles proveniente del narcotráfico que supuestamente entregó Artemio al Movadef
se basa en una suposición con muy poco asidero. Según el semanario Hildebrandt en sus Trece, un contador de la Policía
calculó que eso es lo que habría gastado el Movadef para intentar su
inscripción, y luego deduce que el dinero proviene del narcotráfico. Ambos
supuestos sin prueba alguna.
Aún más: toda la acusación se
basa en hechos presuntamente ocurridos hace seis u ocho años. Artemio fue
detenido en febrero del 2012 y en ese momento su banda ya estaba agonizando.
Que existe una relación
directa entre Guzmán y Crespo es algo obvio y no se requiere dos años de
investigación e inmensos recursos para demostrarlo. Como no se requiere una
gran pesquisa para saber que el abogado de Alberto Fujimori, William Castillo,
está tratando de crear un movimiento —ya compró el kit electoral— para abogar
por el indulto de su defendido. El tema es que eso no es un delito, como
afirman Humala, el ministro Walter Albán y el Gobierno.
Esto abona la idea de que se
trata de una maniobra política del Gobierno destinada a mostrar a la ciudadanía
que hace algo por la seguridad y cubrir su rotundo fracaso en la lucha contra
la delincuencia
Desde Canadá Humala se dio
tiempo para anunciar el gran éxito: los del Movadef “fueron capturados en la
operación Perseo 2014 por ser presuntos autores de los delitos de terrorismo y
financiamiento al terrorismo con dinero proveniente del narcotráfico”. Pero,
como ya es indudable ahora, hasta hoy no hay ninguna evidencia de ninguno de
esos delitos.
El periodista Pedro Tenorio ha
revelado que en octubre del 2013 las más altas autoridades del Mininter dijeron
confidencialmente que ya tenían todo listo para dar un gran golpe contra el
Movadef. Probablemente era cierto. Tenían preparada la operación propagandística
para hacerla pública cuando creyeran que la necesitaban.
Esto abona la idea de que se
trata de una maniobra política del Gobierno destinada a mostrar a la ciudadanía
que hace algo por la seguridad y cubrir su rotundo fracaso en la lucha contra
la delincuencia.
Con la ayuda de los medios,
han tenido relativo éxito: el 77% de los que conocen el asunto (que son el 65%
del total) aprueba la detención de los dirigentes del Movadef, según la
encuesta de Ipsos de abril.
Han repetido la experiencia del
operativo “Bokassa 2012”, cuando anunciaron que habían descubierto a
“narcoterroristas” que lavaron 100 millones de soles de los senderistas del
VRAE. El ministro del Interior de aquel entonces recorrió las propiedades
incautadas en el sur chico. Tuvieron primeras planas durante una semana. El
presidente Humala mencionó la operación en su mensaje del 28 de julio de ese
año como una muestra de los avances de su Gobierno en la lucha contra el
terrorismo.
Dos años después, todos los
capturados están libres. Jamás se demostró su relación con los senderistas del
VRAE. Pero sirvió para el propósito propagandístico del Gobierno en ese
momento. Los medios que le dieron cobertura nunca se ocuparon de rectificar las
mentiras oficiales.
Finalmente, es triste que un
ministro como Walter Albán, que adquirió prestigio en la Defensoría del Pueblo
como sostenedor de los derechos de los ciudadanos y garante de la justicia y la
legalidad, hoy se preste a una artimaña burda con el único propósito de tratar
de levantar la alicaída popularidad de su jefe, en lugar de dedicar sus
energías a luchar contra los verdaderos enemigos, la delincuencia y los
remanentes terroristas del ahora VRAEM.
EFECTISTA Y DESACERTADA
“Esto abona la idea de que se trata de
una maniobra política del Gobierno destinada a mostrar a la ciudadanía que hace
algo por la seguridad y cubrir su rotundo fracaso en la lucha contra la
delincuencia”
Por Gustavo Gorriti
La impresionante redada contra
el Movadef, que tuvo lugar la semana pasada, haría pensar, a juzgar por los
recursos movilizados, que el Gobierno peruano reaccionó en todos los frentes
ante un peligro mayor, claro e inminente.
Sobre todo si se la compara
con la extraña negligencia que mantuvo en otros casos urgentes en el ámbito de
seguridad.
Uno, por ejemplo, es el
crecimiento explosivo de narcovuelos, especialmente en el VRAE, que han
alcanzado dimensiones tales como para considerar reconstruido, (por más que sea
en otra dirección) el puente aéreo que marcó el auge del narcotráfico desde
comienzos de la década de 1980 hasta mediados de los 90.
Otro es la virulencia con que
ha crecido el crimen organizado, especialmente el más violento. Lo peligroso de
ese fenómeno es que no se trata de un proceso lento, sino uno que suele
desencadenarse con rapidez y que una vez afianzado resulta mucho más difícil de
enfrentar que cuando todavía es incipiente.
Ninguno de estos dos problemas
ha sido enfrentado, salvo esfuerzos meritorios pero aislados, por este Gobierno
con seriedad, responsabilidad y, menos aún, con eficiencia.
Entonces, al ver el aparatoso
despliegue de la redada contra el Movadef, pensé que de repente el Gobierno
sabía algo que los demás ignorábamos hasta ese momento.
Así que me pregunté y me
pregunto de nuevo: en el caso del Movadef, ¿hay algún peligro real, nuevo,
inminente? ¿Hay algo que no se conozca? Hasta donde he podido ver, no hay nada
que no se haya sabido una y cien veces.
El hecho es que se movilizó
los recursos operativos más selectos del Estado para capturar a gente que hace
vida pública y que no está en la clandestinidad. Al ver los arrestos, además,
daba la impresión de que alguien había tenido una mala lectura de González
Prada y estaba llevando a cabo una guerra alucinada contra la geriatría.
Lanzar a fuerzas combinadas de
la Policía y de la Fuerza Armada, junto con decenas de fiscales, contra una
organización derrotada, vencida, con un porcentaje muy alto de presos y de
viejos, varios de ellos en franca entropía vital, no tiene sentido.
¿Que el mensaje de estos
viejos ha calado en algunos jóvenes que desconocen o no conocen bien el pasado
terrible de la guerra interna? Es verdad. Pero, ¿cuál es ahora ese mensaje?
¿Existe alguna prueba, luego de todas las investigaciones, de que se esté organizando
a esos jóvenes desorientados, hacia la violencia, que se los esté preparando
para la insurrección? Ninguna. No la hay en ninguno de los documentos que
explican y justifican esa operación.
Debo decir que no tengo duda
sobre la relación estrecha y subordinada que existe entre el Movadef y el
PCP-SL que dirige Abimael Guzmán. Aquél es, en mi opinión, un ‘organismo
generado’ que sigue con disciplina los objetivos del PCP-SL de Guzmán.
Pero la pregunta por responder
es ¿cuáles son ahora esos objetivos?
“Perseo 2014” revela la
respuesta equivocada a esa pregunta a través de una ceguera histórica: el
intento de ignorar cambios fundamentales ocurridos desde 1992 hasta ahora.
Se actúa como si el SL de
Guzmán fuera todavía una organización en guerra o conspirando para volver a
ella.
Pero la realidad es que el SL
de Guzmán es una organización derrotada, que reconoce su derrota e intenta
concretar “un acuerdo de paz” desde 1993.
Lo que hasta entonces había
sido la proclama radical y disyuntiva de la inevitabilidad de la guerra y la
predeterminación del triunfo, se convirtió en la constatación de la derrota. Y
en la aceptación de la misma.
Lanzar a fuerzas combinadas de
la Policía y de la Fuerza Armada, junto con decenas de fiscales, contra una
organización derrotada, vencida, con un porcentaje muy alto de presos y de
viejos, varios de ellos en franca entropía vital, no tiene sentido
El llamado “pensamiento
Gonzalo” posterior a las negociaciones con Montesinos y sus asesores, no tiene
nada que ver con lo que antes pasaba como tal.
Abimael Guzmán consiguió parar
intelectualmente de cabeza a su organización, persuadirla de la necesidad de
creer en y defender posiciones que antes hubieran resultado anatema. El otrora
ardiente enemigo del revisionismo terminó revisando todo. Y tan fuerte fue el
culto a la personalidad en su organización, que la mayoría de sus militantes lo
siguió.
Desde que abortaran las
conversaciones con Montesinos y Fujimori hasta ahora, pasaron muchos años. Creo
que tanto Abimael Guzmán como Elena Iparraguirre asumen que morirán en prisión.
Los otros condenados a cadena perpetua, también.
Buena parte de lo que ahora
esperan es negociar mejoras en las condiciones penitenciarias para los que
seguirán en prisión así como la libertad para los que cumplieron sus condenas.
¿Tienen derecho a pedir hablar sobre eso y discutirlo? Por supuesto que lo
tienen.
Están vencidos, doblegados y
han sido castigados con la mayor dureza que establece la ley. Los que quedan en
prisión buscan condiciones más dignas de encierro; y los que han salido en
libertad, reclaman la posibilidad de ejercer derechos básicos, como el de
trabajar y expresarse libremente. Mientras sea un ejercicio pacífico y legal de
esos derechos, ¿qué razón hay en denegarlos?
¿Que no han pedido perdón ni
han reconocido públicamente su sangriento error y que tampoco han proclamado su
lealtad a la democracia constitucional y su repudio perpetuo a la vía de las
armas?
Es verdad que no lo han hecho
en forma lo suficientemente clara. Pero, ¿ha habido alguien dentro del Estado
que lo haya demandado dentro de un mínimo proceso de diálogo? ¿Que con ellos no
hay nada que conversar? ¿Y por qué nadie de la ultraderecha protestó cuando
hubo las conversaciones, Frank Sinatra y torta de chocolate de por medio, con
Montesinos?
¿Que esa es una táctica de
engaño del senderismo que practica “la guerra sin tiempo” y que esperará
pacientemente a salir en libertad para volver a la vía de las armas? Esa es una
falacia. No existe la “guerra sin tiempo”.
Hay guerras de toda duración,
desde las muy cortas hasta las muy prolongadas. Pero toda guerra tiene un
comienzo y un fin. Las protagonizan seres humanos insertados dentro de la
Historia, que con frecuencia entierra causas e ideas incluso antes de enterrar
a las personas. Y, pase lo que pase, estas eventualmente envejecen, declinan y
mueren.
En el caso de los senderistas,
han pagado y saben que van a seguir pagando el precio de la derrota. Han
querido negociar algunos términos de la misma con el Estado, y no han logrado
interlocutor. Ha sido un error. Otras naciones, que han manejado
contrainsurgencias inteligentes en el nivel político, han aceptado rendiciones
después de largas guerras insurgentes y logrado el mejoramiento de condiciones
de rendición o encierro a cambio de claras ventajas para la sociedad y el
Estado.
Por lo pronto, el hecho es que
entre los cientos de senderistas que salieron en libertad por cumplimiento de
condena, el porcentaje de gente que volvió al camino de la violencia armada
(política o criminal) es prácticamente inexistente.
Escribiré más sobre este tema
en el futuro próximo. Concluyo con lo que para mí es evidente: en medio de
problemas importantes de seguridad, que se agravan, la acción del Gobierno
contra el Movadef fue efectista y errada.
Si se patea a un adversario
vencido, la persecución exagerada crea un sentimiento de simpatía en muchos,
que puede tornarse en solidaridad. Y el efímero efecto se esfumará entre la
maraña de serios problemas desatendidos, ayer urgentes, mañana graves.
(Reproducción de la columna
‘Las palabras’ publicada en la edición 2330 de la revista ‘Caretas’).
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