USA EN CRISIS |
Por Adán Salgado Andrade
En distintas épocas
históricas, la humanidad ha atestiguado el ascenso y caída de imperios. Uno de
ellos, el romano, que por varios siglos se mostró como la potencia económica y
bélica de entonces, sucumbió debido a sus excesos, en todos los sentidos,...
...sobre todo su deseo de
crecer y crecer territorialmente, hasta que llegó el momento en que esa
grandeza fue, justo, su decadencia. Pensar en que todo podía conseguirse por su
sólo poder bélico, fue uno de sus errores, pues su actitud guerrera llevó a la
Roma Imperial a descuidar el resto de sus actividades y sociedad. Ni el
libertinaje promovido entre sus habitantes, evitó la descomposición y
desmoronamiento del imperio romano (el breve reinado del emperador Calígula,
muestra la frivolidad y perversión a las que hasta sus mismos gobernantes
habían llegado). Y, como golpe adicional, la llegada del Cristianismo, fue el
tiro de gracia que acabó, definitivamente con la pasada grandeza de dicho
imperio.
Eso mismo sucede en la
actualidad con Estados Unidos, nación que se considera invencible en muchos
aspectos, sobre todo militarmente y que ingenuamente imagina que el American
Dream de los viejos tiempos, entre mediados de los cuarentas y finales de los
sesentas, cuando la mayoría de los estadounidenses gozaban de un, más que
aceptable, nivel de vida, aún es factible. Nada más alejado de la realidad.
En recientes visitas que he realizado a
Estados Unidos, he constatado varios signos que permiten afirmar la decadencia
de Estados Unidos, sobre todo cuando se ven cada vez más indigentes en las
calles, desempleados, plazas comerciales semivacías, agencias automotrices con
cientos de autos esperando ser adquiridos, miles de casas desocupadas por
embargos bancarios, sin nadie que esté ansioso por comprarlas, calles con
baches, basura y en mal estado, fugas de agua que no se reparan pronto… y así,
teniendo, de repente, la sensación de que no está uno en un país avanzado y
“rico”, sino en una nación subdesarrollada (ver mi artículo:
Y en mis puntos de vista, cada
vez existe mayor acuerdo, como el del profesor Vaclav Smil, erudito estudioso
de la ciencia y la sociedad, de quien ya me he referido en otra ocasión a su
crítico análisis de la ciencia moderna, en la cual, afirma, no basta con
innovar o adelantarse científicamente, sino que ello debe de ir acompañado de
un cambio en el sistema económico, que dé como resultado una modificación en
los patrones de consumo y una redistribución de la riqueza social (ver mi
trabajo: http://www.argenpress.info/2014/01/vaclav-smil-y-la-ciencia-consciente.html).
El profesor Smil también
demuestra, de forma ampliamente veraz y documentada, que Estados Unidos es un
país decadente y que además tiende a desindustrializarse aceleradamente, lo
cual, a su parecer (con lo cual concuerdo), le deja muy poco tiempo y margen
para corregir el rumbo o, de plano, convertirse en una mediocre nación que,
incluso, ponga en peligro su existencia como tal.
En su más reciente obra, “The
rise and Retreat of American Manufacturing” (El ascenso y caída de la
manufactura estadounidense, MIT Press, 2013), el profesor Smil analiza con todo
detalle los factores históricos debido a los cuales Estados Unidos se convirtió
en una potencia industrial desde mediados del siglo 19, y mantuvo ese papel
hasta finales de los años 1960’s, a partir de los cuales, sobre todo desde
1971, ha iniciado su declive industrial y su decadencia económica, situación
que se acelerado a partir del año 2000.
Hay que decir, de entrada, que
tanto la decadencia económica, así como la desindustrialización estadounidense,
son la clara consecuencia de la tendencia del capitalismo salvaje, de actuar
siempre de acuerdo a los intereses que le permitan seguirse renovando, aunque
cada día su existencia sea más y más caótica y crónicamente autodestructiva.
La razón de ser del
capitalismo es la de generar y amasar ganancia, tanta como se pueda. Sin
embargo, como Marx demostró, la tasa de ganancia media tiende a disminuir con
el tiempo, principalmente porque en la composición del capital, se incrementa
desproporcionadamente el capital constante (instrumentos de trabajo y materias
primas), en relación al capital variable (fuerza de trabajo). El capital
variable es la única parte de esa relación que genera más valor en proporción a
su precio, o sea, es el trabajo no pagado que el salario no cubre, lo que
genera más valor, la llamada plusvalía. Así, con procesos de trabajo cada vez
más mecanizados y automatizados, se va prescindiendo de la fuerza de trabajo,
la única generadora de plusvalía, por lo que, inevitablemente, va descendiendo
la ganancia esperada.
Por tales motivos, muy
sucintamente expuestos, es que las grandes corporaciones, las de los países más
adelantados tecnológicamente, en especial, buscan todos los medios posibles
para revertir esa tendencia, la cual, no es de que se pueda evitar, sino que
por la forma inherente de funcionamiento de tal sistema, es, justamente,
inevitable. Es una cuestión de sobrevivencia, pues las empresas de cada ramo o
sector industrial, compiten mediante el precio, sobreviviendo las que puedan
ofrecer el artículo más atractivo de cierta categoría (funcionalidad,
apariencia, utilidad, innovador), pero que al mismo tiempo su precio sea
atractivo, o sea, que pueda ser adquirido mayoritariamente por el sector social
al que se dirige. Y entre más bajo sea tal precio, más posibilidades de éxito
y, sobre todo, de sobrevivencia tendrá tal empresa. Claro que la tendencia
actual es no sólo la de vender un producto, sino la de diversificar la oferta
de artículos que produzca una corporación, pues la monoproducción está
destinada a la pronta eliminación (por ejemplo, General Electric comenzó
vendiendo focos y ahora éstos, sólo montan el 1% de sus ventas. Casi 50% de sus
ingresos, se deben a su división financiera, GE Capital).
Pero a pesar de la innovación
y la diversificación, no es suficiente para que una empresa de un país
adelantado, justo como Estados Unidos, revierta la tendencia decreciente de la
tasa de ganancia, así que la alternativa ha sido la de ir desmantelando la
infraestructura productiva en el país de origen y llevarse una buena parte de
los empleos a países con mediana infraestructura para que una parte de los
procesos de fabricación o, incluso, la totalidad, se realicen en tales países
(México o China, por ejemplo). No sólo eso, sino que con tal de bajar aún más
los precios se han llevado también, incluso, los procesos de investigación y
desarrollo, con tal de abaratarlos, para, así, bajar aún más los costos (es lo
que se llama outsourcing de R&D. Ver mi artículo: http://adansalgadoandrade.blogspot.mx/2007/11/el-outsourcing-en-r.html).
La tendencia descrita es la
que ha impuesto el capitalismo salvaje en Estados Unidos (y en muchos de los
países más desarrollados tecnológicamente), y a pesar de que éste país es
defensor a ultranza de dicho sistema, ha ido decayendo, justo como consecuencia
de tales circunstancias. Y es algo que, en general, sucede con todas las
corporaciones de los países más adelantados, que tienden a ser apátridas, o
sea, buscan sus personales intereses, antes que los del país de origen. Es lo
que señala Smil, citando a P. Nolan, que “los activos foráneos de las cien
multinacionales más grandes del mundo, representan el 60% de sus activos
totales, y también poseen proporciones similares en cuanto a sus empleados y
ventas. No es de sorprender que la relación entre tales compañías y sus países
de origen se ha ido debilitando constantemente, en la medida en que su
identidad y sus intereses se han ido progresivamente desligando de aquéllos de
los países en donde se fundaron, por lo que tienen un incentivo cada vez menor
para trabajar con los gobiernos nacionales, los que tratan de promover
políticas industriales específicas”.
Justamente la mayoría de las
grandes corporaciones estadounidenses, simplemente han buscado su beneficio
específico, sin importar que el país ha ido perdiendo, increíblemente, su lugar
como potencia industrial mundial, quedando en el nivel de casi un importador
neto, en el cual, empresas como Walmart, que no crea nada, sólo vende, es el
mayor empleador de dicho país, vendiendo mayoritariamente mercancías chinas
baratas.
Y eso ha sido consecuencia de
la tendencia descrita, combinada con un absurdo beneplácito de gobierno y
economistas miopes que han dicho que tal tendencia, la desindustrialización, es
“sana”, pues es, dicen, una especie de obligada evolución, debido a la cual
Estados Unidos puede depender de la fabricación extranjera de casi todo cuanto
requiera. Además, dicen esos economistas, así Estados Unidos se deshace de
actividades industriales que no son “vitales”, pero, sí, muy contaminantes y de
ese modo contribuye a bajar la producción de gases efecto invernadero,
ahorrando también consumo energético. Sin embargo este último argumento, señala
Smil, se ha dado ya frente al hecho de la preocupante desindustrialización.
La ciudad emblema de la industria automotriz en caída libre, pero es
sólo la punta del iceberg.
Sin embargo, el argumento de
“fuerza”, que justifica que Estados Unidos deje de producir muchas cosas, como
electrodomésticos, por ejemplo, es que sólo está conservando las actividades
industriales avanzadas, de punta, en el supuesto teórico de que esa
“superioridad tecnológica” compensará con creces todo lo que se ha renunciado a
fabricar allí, en Estados Unidos, y la balanza comercial, al final, se
inclinará en favor de Estados Unidos. Es lo que se denomina ATP (advanced
technology products), productos de tecnología avanzada, debido a los cuales,
Estados Unidos considera que superará con creces su balanza comercial, pero en
casi tres décadas, no ha sucedido eso y, al contrario, su déficit comercial
tiende a elevarse.
Como el profesor Smil
demuestra, eso no ha funcionado y las exportaciones de tecnología de punta,
como superconductores o aviones de pasajeros de Boeing, aunque importantes, no
compensan el brutal cúmulo de importaciones dadas año con año, que han ido
incrementando el déficit comercial de dicho país en cientos de miles de
millones de dólares (mdd) anualmente.
Señala que “Cuando el balance
del comercio aeronáutico es visto en una perspectiva más amplia, el impacto del
éxito de la tecnología de punta de Estados Unidos se muestra descorazonadamente
modesta. Entre el 2006 y el 2010, Estados Unidos exportó anualmente alrededor
de $35 mil mdd e importó más o menos $15 mil mdd de aviones, lo que le dio un
superávit anual del orden de $25 mil mdd. Como comparación, eso es menos que la
importación anual de pantallas de TV, unos $30 mil mdd en el 2009 o de
carriolas de bebé, juguetes y artículos deportivos y también es más o menos lo
mismo que se gasta para importar alimentos del mar y bebidas alcohólicas - más
o menos 1.5% de las importaciones totales de Estados Unidos en el 2009. ¿Puede
haber un testimonio más desconsolador sobre la falacia de la ventaja que da la
alta tecnología que el hecho de que el superávit de Estados Unidos en comercio
aeronáutico no podría comprar ni siquiera las importaciones anuales de
pantallas de TV?”.
Por otro lado, tampoco la tan
alardeada creación de empleos por las ATP, que, supuestamente, repondrían los
empleos perdidos durante décadas e, incluso, superarían tales pérdidas, tampoco
se ha cumplido. Al contrario, son cada vez menos los empleos que dichas,
industrias, llamadas de punta, están creando, pues la tendencia capitalista, es
la de producir más con menos obreros (eso también ocasiona que la tasa de
ganancia disminuya, pues, como comento antes, el capital variable va
disminuyendo y es el único que produce plusvalía). Señala el profesor Smil que
“la manufactura estadounidense que comenzó el siglo 21 con 17.2 millones de
obreros, ha sufrido un severo desplome de 17% en tan sólo cinco años. Otro
deprimente declive se alcanzó en el 2003: 22 años después de que los empleados
del gobierno eran los más abundantes, el sector de servicios, ventas, sobre
todo, se colocó en segundo sitio, sobrepasando a los obreros activos en más de
600 mil personas. Para el 2005, esa diferencia había crecido a 1.2 millones de
personas y para el 2009, a pesar de que declinó el gasto en consumo, debido a
una de las recesiones más graves desde la Segunda Guerra Mundial, la del 2008,
la diferencia entre empleados en servicios y obreros fue de casi tres millones,
una muy deprimente realidad de una decadente economía en donde la mayoría de
las nuevas oportunidades de trabajo han sido empleos de medio tiempo con bajos
sueldos, ocupados en vender ropa y electrodomésticos chinos comprados a
crédito. La pérdida de empleos en la manufactura continuó cuando otros 2.7
millones de obreros fueron despedidos entre el 2005 y el 2010, un corte de 10%
en cinco años, que dejó un total de empleos perdidos para toda la década de 5.7
millones, casi exactamente un tercio de la fuerza de trabajo obrera que existía
en el 2000”.
En efecto si se revisan las
cifras disponibles, la creación de empleos por parte de las ATP ha sido mínima.
De las 10 empresas que más empleados tienen en Estados Unidos, sólo tres,
General Electric (GE), Hewlett-Packard (HP) e IBM, figuran entre ellas. GE, en
el décimo sitio, con 305,000 empleados, HP, en el noveno, con 331,800 e IBM, en
el cuarto lugar, con poco más de 434,246 trabajadores. Compárense esas cifras
con las que emplean empresas de ventas, como Walmart (1º sitio), Target (6º
sitio), Home Depot (8º sitio), Kroger (7º sitio) o las de comida rápida, como
Yum! Brands (dueña de KFC, Taco Bell y Pizza Hut, 2º sitio) , Mc Donald’s (3º
sitio) o la empresa de paquetería UPS (6º sitio). Walmart, la ganadora, emplea
poco más de 1.3 millones de personas, Yum! Brands, 523,000, Mc Donald´s,
440,000 empleos, empresa de la que, por cierto, se dice que es la que ofrece
los trabajos más mal pagados y explotados y que exigen pocas habilidades. Por
ello, los empleos similares han dado en llamarse Mc Jobs. De las empresas
restantes, Target emplea a 361,000 personas, Kroger, 343,000, Home Depot,
340,000 y UPS emplea a 399,000 personas (http://www.usatoday.com/story/money/business/2013/08/22/ten-largest-employers/2680249/).
En total, esas diez empresas
dan trabajo a poco más de 4 millones, 777 mil personas, de las cuales, las tres
empresas ATP, de punta, incluidas en la lista, sólo emplean al 9.82%, o sea,
que, generalizando, apenas 1 de cada 10 empleos son ofrecidos por las ATP (en
un artículo anterior, analizo, justo, esa tendencia:
Mientras tanto, Walmart, por
sí sola, emplea a poco más de 27.2% de personas ocupadas, o sea, casi tres de
cada diez y, como señala el profesor Smil, vendiendo baratijas chinas. Eso lo
he podido constatar, como ya he señalado, en visitas recientes a Estados
Unidos, en donde, en efecto, la mayoría de los productos manufacturados, no
sólo electrónicos o electrodomésticos, sino también ropa, tenis, zapatos,
herramientas… son chinos. Incluso, al adquirir suvenires como gorras o llaveros
de Arizona, por ejemplo, lucen, irónicamente, la etiqueta con la leyenda “Made
in China”. Igual sucede con los suvenires vendidos en Disneylandia o cualquier
otro parque temático. Y tampoco a Walmart le importa que la mayoría de lo que
vende se fabrica en China, si con eso aumenta sus ganancias, aunque Estados
Unidos se esté quedando sin empleos y en plena decadencia. Y esa precarización
de los empleos, exigiendo personas cada vez menos preparadas, ha redundado en
que para muchas empresas manufactureras, cada vez es más difícil hacerse de trabajadores
realmente hábiles, a tal nivel, que el profesor Smil cita la siguiente
declaración, hecha por el jefe de la planta Camiones Daimler de Norte América,
quien “sentía que los trabajadores de la planta de dicha empresa en México
estaban mejor capacitados que los de Estados Unidos, a los que, incluso, a
muchos se les debía de enseñar matemáticas y habilidades de escritura”.
Increíble que algunos trabajadores de Estados Unidos hayan llegado a esos
niveles de descalificación.
También, esto, trabajadores mediocres,
es consecuencia de que la decadencia de Estados Unidos se refleja hasta en sus
niveles educativos, pues ocupa de los últimos lugares en educación con respecto
a los países más avanzados. Como señala el profesor Smil, Estados Unidos ha
masificado el nivel educativo de secundaria y medio (High School), al haberla
hecho obligatoria, pero, por lo mismo, la calidad se ha ido deteriorando, sobre
todo porque no se ofrece en ese nivel una educación tecnológica, con tal de que
los estudiantes aprendan una habilidad que les permita integrarse a una
fábrica, por ejemplo. Eso, comenta, se aplica en Alemania, en donde desde el
noveno grado de la High School, se les enseña a los estudiantes una habilidad
técnica, que les permite entrar a trabajar a la industria, incluso, sin que
terminen la totalidad del nivel medio superior o sin que vayan a una
universidad. (Eso es lo que se ha hecho en México, con la llamada “educación
técnica” a nivel medio, que es la que forma obreros semicalificados. Claro,
como se nos ve sólo como eso, como un país maquilador, pues se ha seguido tal
tendencia). Esa falta de formación técnica, agrega Smil, también es la base del
problema del desempleo en Estados Unidos hasta en personas que tienen una
costosa carrera universitaria (doscientos mil dólares en promedio es su costo),
pues ya no encuentran trabajo, a pesar de tanto dinero que se gastó, la mayoría
a crédito. Por eso hace dos años, los egresados universitarios iniciaron una
protesta, Ocupa Wall Street, por la falta de oportunidades. Eso significa que
el esquema educativo estadounidense, nunca contempló que se pudieran formar
trabajadores aún antes de que estudiaran una universidad y por eso existe la
disparidad educacional y el abierto desempleo entre los universitarios.
Pues vaya si es grave lo que sucede en Estados Unidos, sintomático de
que eventos peores están por venir.
El profesor Smil realiza todo
un muy interesante análisis de cómo ha sido la génesis de Estados Unidos al
actual estado en que se encuentra.
Uno de los problemas es que la
forma en que se clasifica la producción de manufacturas en Estados Unidos, sólo
considera los productos finales, terminados, de tal modo que la producción neta
sólo se contabiliza como todo lo que se requiere comprar, tanto materias
primas, como productos intermedios, sean nacionales e importados. Pero todas
las actividades extras que se requieren para producir, no se consideran. Como
señala Smil “Estamos anclados en un término anacrónico, que no sólo es
insuficiente para abarcar el hecho de que la manufactura moderna se ha vuelto
alta y mundialmente muy mecanizada, pero que tampoco da indicios de que
computadoras y dispositivos controlados por éstas, ahora son usados en todo el
proceso de la producción, desde el diseño de los prototipos, hasta la fabricación
misma, la prueba de calidad y el empaquetado de los productos finales (por lo
que) la manufactura no puede limitarse a conceptos arbitrarios e insuficientes,
pues ya posee componentes tan importantes como la Investigación y Desarrollo
(R&D), el procesamiento de componentes de alta calidad, ensamblado
específico, publicidad nacional e internacional y servicios de ventas
(actualmente hechos en línea), requisitos que los mayores productores
actualmente los comisionan (outsourcing) o subcontratan a otros países”. Y esa
es una de las razones por la cual, muchas empresas estadounidenses han ido
llevando parte o la totalidad de su producción a otros países, claro, en
defensa pura de sus intereses, no los de Estados Unidos o de sus trabajadores,
que con cada emigración de empresas a China, por ejemplo, van perdiendo
irremediablemente empleos, los cuales jamás volverán a recuperarse. “No hay
duda alguna de que muchas compañías estadounidenses se han convertido en
activos participantes de la desindustrialización de Estados Unidos, al haberse
inclinado a favor de invertir y fabricar en China, con tal de maximizar sus
ganancias. Esta tendencia a obtener la máxima ganancia, (propia del
capitalismo, agregaría yo) es muy clara si tomamos el caso del iPhone de Apple,
el cual sólo es ensamblado en China (eso equivale a casi el 4% del costo, pero
el 96% del restante es por las partes que se hacen en otros países, entre
ellos, Japón, Alemania y en los propios Estados Unidos). El ensamblado está a
cargo de Foxconn, una empresa taiwanesa establecida en Shenzhen, en la
provincia china de Guangdong, la que cobra sólo $6.50 dólares por celular. El
costo total es de $178.96 dólares, que Apple vende en Estados Unidos por $500
dólares, por lo que su utilidad es de 64%”.
Más claramente no puede
señalarlo el profesor Smil, que, en efecto, la decadencia de Estados Unidos se
debe a que “sus” empresas, sobre todo las mayores, sólo han buscado su interés,
la maximización de la ganancia, no sólo fabricando en el exterior, sino también
buscando por todos los medios evadir impuestos o pagar menos de los requeridos.
La base impositiva es cada vez menor, lo que ha ocasionado una brutal
concentración de la riqueza entre barones del dinero y corporaciones. Robert
Reich, ex secretario del trabajo, señala que “hoy día los 400 estadounidenses
más ricos tienen más riqueza que los 150 millones de estadounidenses más
pobres, el 1 por ciento más rico es dueño de más del 35% de los bienes privados
del país y captó 95% de las ganancias económicas desde el inicio de la
recuperación en 2009”
Todo lo narrado, no son más que los efectos de dejar que el capitalismo
salvaje actúe a sus anchas.
Por otro lado, explica Smil
que gran parte de la desindustrialización de Estados Unidos es que, muchas
empresas, inclinadas a satisfacer la demanda que un país tan consumista como lo
es Estados Unidos, miraron como algo natural producir en otros países, con tal
de satisfacer esa demanda e incrementar, de paso, sus utilidades.
Señala que “los orígenes del
compulsivo consumismo son simples: la mayoría de las personas prefiere amasar
posesiones y sólo la falta de medios para adquirirlas o la incapacidad de los
productores para suplirlas, limita esa circunstancia. Durante el cuarto de
siglo de la expansión económica de la posguerra, los estadounidenses fácilmente
podían adquirir muchos bienes (los salarios de las familias de clase media,
medidos en dólares constantes, casi se habían duplicado), así que los
productores estadounidenses estaban ansiosos de proporcionar no sólo lo que ya
existía y era demandado, sino también de crear nuevos productos que también
fueran adquiridos por lo que, incluso, invertían bastante en publicidad para
lograrlo”.
Y así fue. Se refiere el
profesor al periodo de gran auge que tuvo Estados Unidos al salir victorioso de
la segunda guerra y que dicho país “ayudó” a los destruidos países a
reconstruir sus economías y sus industrias. Fue una gran época de prosperidad
para Estados Unidos, de donde surgieron las frases “The American Way of Life” y
“The American Dream”, gracias a la cual, Estados Unidos tuvo incrementos de su
PIB muy considerables, en algunos casos, de hasta el 50% de crecimiento anual,
con respecto a años anteriores. Incluso, llegó a representar tal PIB más de un
tercio de la economía mundial. Por lo mismo, en efecto, el nivel de vida del
estadounidense medio fue envidiable. Ese pasajero espejismo se empleó como contrafuerte
ideológico para tratar de opacar la influencia de la Unión Soviética y el
llamado “socialismo” (más bien, economía de planificación central) que este
país practicaba y trataba de expandir por todo el mundo, enfrentamiento que
devino, finalmente, en una absurda “carrera armamentista” (guerra fría) basada
en una ridícula superioridad “atómica”, cuya principal finalidad, desde
entonces, ha sido la disuasión nuclear (ver mi artículo al respecto: http://www.argenpress.info/2012/07/el-mortifero-legado-nuclear.html).
Y ese progreso material,
señala el profesor Smil, se dio en tres aspectos principales, que han sido la
quintaescencia del sistema de consumo estadounidense “primero, la amplia gama
de máquinas, dispositivos y artículos eléctricos y electrónicos que llenaron
las casas de los estadounidenses durante ese cuarto de siglo de expansión
económica. Enseguida, la propiedad y empleo de vehículos. Finalmente, la acelerada
expansión de una nueva forma de viajar rápido, pero muy accesible, al
incorporar turbinas en aviones que, de esa forma, tuvieron gran capacidad y
velocidad, como nunca antes había sido”.
Señala que el estadounidense,
a partir de entonces, fue muy dado en viajar en avión, no sólo dentro de su
país, sino fuera. Muy común era, en esos tiempos, ver a turistas
estadounidenses visitar todo tipo de países y sitios y gastar generosamente sus
dólares. Eso, también, ha ido disminuyendo con el tiempo, ya que actualmente,
sólo 12% de los estadounidenses viajan fuera de su país.
Ese auge en los viajes por
avión fue consecuencia de la excesiva capacidad instalada para fabricar aviones
que quedó luego del final de la segunda guerra. Muchas fueron las empresas que
se pusieron a construir aviones, dada la fuerte demanda por aeronaves militares
que demandaban las fuerzas aliadas. Compañías como General Motors, Chrysler,
Hudson o Ford establecieron enormes hangares de fabricación de aviones, con tal
de suplir la demanda. Henry Ford, incluso, alardeó que “la empresa va a
construir 1000 aviones diarios”, pero cuando estuvo en funciones, no llegó ni a
18 por día, y con muchos defectos casi todos, tanto que era común que se
dijera, medio en broma, medio en serio, la frase “¿Volará eso?”, de lo mal que
estaban fabricados, pues, de hecho, muchos caían en el aire por fallas en los
motores o que se fracturaban sus fuselajes. Algo similar sucedió con la
construcción de embarcaciones, las cuales también eran tan demandadas por la
guerra, que muchas, como las fabricadas masivamente por la empresa Liberty,
tenían tantos defectos en el casco y la quilla, que hasta se partían en dos, en
plena misión marina. Eso era porque eran empleados cuantos trabajadores
estuvieran disponibles, tanto los muy hábiles, como los aprendices, los que
hacían muy pobres trabajos de soldadura y remachado.
Como fuera, eso dejó mucha
capacidad instalada, a pesar de la reconversión que, de nuevo, muchas empresas,
finalizada la guerra, tuvieron que hacer para producir lo que originalmente
fabricaban, autos, por ejemplo. Compañías como Boeing y McDonnell Douglas, se
especializaron en fabricar aviones civiles, los cuales mejoraron muchísimo
cuando se introdujo la propulsión a chorro (los jets). Aviones como el 747de
Boeing y el Douglas DC-3, de McDonnell Douglas, han sido los símbolos del
poderío industrial y tecnológico que alguna vez caracterizó la pasada (y
perdida) época de auge de la industria estadounidense.
Por ello es que se comenzaron
a hacer masivamente aviones y todo eso se acompañó de campañas mercadotécnicas
y mediáticas que incitaban a las familias de la clase media estadounidense a
viajar con toda comodidad, seguridad, rapidez y a precios accesibles en los
aviones ofrecidos por las aerolíneas que se formaron o ya existían, como Panam,
American Airlines, Transwold Airlines y otras (en la cinta “El Aviador”, de
Martin Scorsese, sobre la vida de Howard Hughes, puede verse la evolución que
tuvo la aviación gracias a las aportaciones de ese extravagante, millonario
inventor).
El crecimiento de la industria
aeronáutica actuó también como un multiplicador, pues se demandaron todas las
actividades involucradas, como la producción de acero, caucho, cobre, productos
eléctricos, electrónicos y muchas otras, las que influyeron, también, al auge
económico de Estados Unidos en dicha época.
En cuanto a los artículos
domésticos, la expansión de su uso se debió a que con el tiempo, más y más
estadounidenses poseyeron casa propia. A comienzos del siglo 20, sólo 47% de
los estadounidenses eran propietarios de su casa, pero luego de la guerra,
gracias a la prosperidad que se dio, en 1950, la propiedad de casas había
ascendido a 55%, en 1960, ya era de 62%. Y para 1973, se mantuvo en 65%. No
sólo creció la posesión de casas, sino que también su tamaño aumentó, pues para
1950, el área promedio era de casi 90 m², pero para 1973, el área había crecido
hasta casi 140 m², un incremento de 52%, o sea, casi la mitad. Incluso, varias
casas rebasaban los 1600 m². Por lo mismo, señala el profesor Smil, “esta
combinación de una creciente propiedad de casas, creciente tamaño de ellas, así
como una creciente distancia del trabajo, demandaron tanto viejos materiales de
construcción (madera, cemento, ladrillos, tuberías), así como nuevos (plásticos,
cancelería de aluminio) y, por tanto, una masiva demanda de más artículos de
plomería, muebles, tapetes. Igualmente, se demandaron una serie de artículos
que eran, comparativamente hablando, o muy raros o nuevos, de acuerdo con lo
existente antes de la guerra, pero que para los 1970’s eran ya estándar en los
hogares promedio”. De esta forma, ya fue común en los 1970’s poseer calefacción
central, refrigerador, aire acondicionado, televisión, lavadoras de ropa, de
trastes, teléfono… y otras cosas que para los inicios de los 1950’s no todos
los tenían.
La televisión, agrega, fue “el
primer aparato doméstico caro, cuya propiedad sólo se hizo común hasta los
1950’s. La producción doméstica de televisores se incrementó espectacularmente,
de menos de un millón de unidades en 1948 a casi 7.5 millones en 1950. En 1948,
sólo 172,000 hogares tenían TV, pero para 1960, el total había sobrepasado los
45 millones y esos aparatos eran poseídos por el 90% de todos los hogares.
Durante los 1960’s, la propiedad masiva de electrodomésticos se extendió a las
lavatrastes (poseídos por más de un tercio de familias en 1970), congeladores
(en casi el 40% de los hogares), secadoras de ropa (en 1950, era una rareza,
pero en 1973, más de la mitad de los hogares las poseían), así como televisores
de color. Las transmisiones en color comenzaron en 1954, pero los primeros
televisores de color eran caros y la subida de ventas sólo se dio cuando
comenzaron a lanzarse modelos más baratos después de 1965. En este año, 5% de
los hogares tenían TV de color. En 1970, 40% ya lo poseían. Para 1970, la TV de
color estaba en dos de cada tres hogares estadounidenses”.
De esa forma explica el
profesor Smil la propensión al consumo de electrodomésticos y que, por
desgracia, sigue en aumento, a pesar de las crisis. Los fabricantes
estadounidenses, ante esa creciente demanda, buscaron aumentar la producción,
pero sin que subieran demasiado los costos, con tal de mantenerse competitivos,
y que también aumentaran considerablemente sus ganancias. La “solución” fue
llevarse la fabricación a otros países con mano de obra y materias primas
baratas, como China, esquema que, en efecto, logró ambos objetivos. Por lo
mismo, se ha seguido esa tendencia, hasta los niveles actuales en que, como
señala Smil, ya no se fabrica en Estados Unidos una sola pantalla o un solo
refrigerador. “Llegan cargueros con cientos de contenedores llenos de productos
asiáticos, principalmente chinos, y de otros países, para ser descargados.
Luego, regresan, totalmente vacíos a sus lugares de origen, lo que evidencia
por qué el déficit comercial sube muchísimo año con año”, señala Smil.
Un tercer aspecto del
consumismo estadounidense es la posesión de autos. De hecho, también la
excesiva producción automotriz fue un remanente de la gran capacidad instalada
que demandó la guerra. Y siguiendo el patrón demandado por la sociedad de
consumo, que exigía bienes en masa, siempre disponibles, los fabricantes de
autos satisficieron ese requisito, o sea, una gran oferta de autos sin que les
importara si éstos eran realmente eficientes, seguros, funcionales…no. Como
señala el profesor Smil “algunos diseños carecían totalmente de funcionalidad o
sensatez: sólo debemos de pensar en los grandes adornos cromados y risibles
aletas de los autos de los 1950’s”. En el siguiente video se pude ver la
publicidad que anunciaba el tipo de autos a los que se refiere el profesor:
Mientras en Estados Unidos se
ofrecían autos exageradamente grandes e ineficientes en su consumo de
combustible (algunos, de cuando mucho tres kilómetros por litro), en Europa
abundaban los modelos compactos, muy eficientes en el consumo de combustible e,
incluso, atractivos en su diseño, en este video, un ejemplo de auto europeo de
entonces:
Los motores V-8 de los autos
estadounidenses prevalecieron sin cambios, desde los 1950’s hasta los 1970’s,
sobre todo porque en 1965, un barril de petróleo costaba lo mismo que en 1950,
o sea, que en realidad costaba menos, en términos nominales. Así que los autos
se diseñaban (y muchas otras cosas), en el entendido de que la energía barata
estaría allí por siempre. Sólo que cuando se comenzó a encarecer el petróleo,
tanto por el agotamiento de la producción estadounidense, así como por los
problemas geopolíticos que empezaron a ocurrir, tales como el embargo de la
OPEP a principios de los setentas, surge y aumenta gradualmente la preferencia
de los estadounidenses por la importación de autos eficientes y confiables,
tanto de Europa, como de Japón. Así, “en 1950, cerca del 95% de autos vendidos
en Estados Unidos eran hechos por compañías estadounidenses. Sesenta años
después, el país que inventó la producción masiva de autos, compró muchos de
sus autos de empresas extranjeras y lo peor sucedió en el 2007, cuando los tres
restantes fabricantes de Detroit (alguna vez una emblemática, industriosa
ciudad, que hoy se encuentra quebrada y sólo ocupada en un 70%) comenzaron a
vender menos de la mitad de todos los vehículos de pasajeros y camiones ligeros
comprados por estadounidenses”.
De las Big Three, sólo Ford ha
logrado en algo mantenerse a flote. Pero General Motors, quebró en el 2009 y
debió de ser “rescatada” por el gobierno. Chrysler se “fusionó” con Fiat y
apenas si sobrevive. De todos modos, el problema es que, señala Smil, siguen
cometiendo los mismos errores, fabricando autos grandes y poco eficientes. En
su opinión, sus días están contados.
Por otro lado, el problema de
la desindustrialización es que también se inhibe la innovación, señala el
profesor Smil, pues es gracias a los departamentos de investigación de las
empresas que se logran los avances. De hecho, el que Estados Unidos estuviera a
la cabeza industrial mundial por casi 120 años (desde 1880 hasta el 2000), fue
gracias a que los avances tecnológicos debidos a sus industrias lo permitieron.
Los departamentos de investigación de muchas compañías no cesaban de innovar y
diversificar sus productos. A Estados Unidos se deben inventos tan
revolucionarios como la máquina de escribir, la fabricación masiva de papel,
las computadoras… incluso, el sistema de armado en serie de los autos,
propuesto por Henry Ford, fue, justo, una innovación tecnológica surgida desde
una compañía.
También fue gracias a los
avances en la utilización de nuevas energías que, por ejemplo, se comenzó a
emplear la electricidad, a finales del siglo 19, como el nuevo energético,
sustituyendo a productos como las máquinas de vapor, alimentadas con carbón o
leña. Precisamente fue la diversificación e innovación energética la que
impulsó aún más la industrialización de Estados Unidos, primero, y luego del
resto del planeta.
Señala Smil que “la producción
de electricidad se elevó casi diez veces entre 1900 y 1920. Luego, se elevó al
más del doble durante los 1920’s. Esto se reflejó en que cada vez más empresas
confiaban en la electricidad ofrecida desde una línea exterior. En 1899, sólo
4% de las empresas compraban electricidad. Pero diez años después, el
porcentaje era de 20%, llegando a 50% luego de la primera guerra mundial. Para
1929, ya era de 75%. Y mientras que en 1899 poco más de un quinto de los
motores eléctricos producidos eran para fábricas, para 1910, el porcentaje era
del 50%, en tanto que para los 1920’s, casi todos los motores eléctricos
fabricados iban a parar a fábricas. Como resultado, durante los 30 años previos
a la Gran Depresión (la de 1929), la electrificación dirigida a las industrias
se elevó mas de cuatro veces, pasando de 7.3 GW a 32.2 GW, en tanto que la
capacidad de los motores eléctricos creció más de 70 veces, pasando de sólo 350
MW a 25.2 GW”. Estos datos indican qué tan importante fue la electrificación,
la que, con el tiempo, se convirtió en una infraestructura básica, sin la cual,
no puede existir la industrialización.
Y también el efecto que una
mayor disposición energética ocasionó fue que se posibilitó la concepción del
moderno urbanismo, con alumbrado público, telefonía, servicios públicos,
calles, avenidas, rascacielos, sobre todo de acero y concreto, y todo lo que
ello requería (La adopción del automóvil como medio masivo de transporte,
también contribuyó a esos drásticos cambios). Por ejemplo, al construirse
rascacielos más y más altos, se necesitaron elevadores, como los que la empresa
Otis Elevator Company (que aún domina el mercado de elevadores), fundada para
tal fin, comenzó a ofrecer.
Eso impulsó, a su vez, la
industria del hierro y acero, sin la cual, nada de eso habría sido posible. Y a
pesar del estallido en la producción de diversos ingenios electrónicos, como
las computadoras mismas, señala Smil, aún domina la era del acero, pues los
autos, productos que involucran a un 75%, directa o indirectamente, de las
industrias, siguen fabricándose mayoritariamente de acero, al igual que muchas
otras cosas (es un error, afirma decir que estamos en la era del silicón).
Perro hasta la producción de acero ha disminuido drásticamente Estados Unidos,
importando casi todo el que requiere.
Otro ejemplo que proporciona
el profesor Smil es el de que en las épocas recientes se ha dado en algunos
productos la desmaterialización, sobre todo en las computadoras. Esto significa
que ahora son más poderosas tanto en cómputo, como en memoria que lo que hacían
hace veinte años, digamos, pero con una masa mucho menor, ocupando menos
material en todo lo que requieren. Esa desmaterialización, por desgracia, sólo
ha sucedido en contados productos, pues la mayoría lo han hecho en mucho, menor
escala o nada. Y es algo que también critica Smil, pues señala que de nada
sirve que ahora se hagan productos más eficientes, como autos que consumen
menos combustible, si eso se eclipsa al haber millones de autos eficientes, con
lo que esos supuestos ahorros energéticos, de nada sirven. Y si un país se
desindustrializa, como Estados Unidos, menos va a estar en posición de innovar
con tecnologías que, realmente, sean eficientes en todo el sentido de la
palabra. Por ejemplo, esos avances tecnológicos podrían proponer otra forma de
transporte, verdaderamente eficaz, que prescindiera de los contaminantes autos,
y que realmente ahorrara en energéticos y en materiales, aunque su fabricación
fuera masiva.
Además, el efecto
multiplicador de la industria en Estados Unidos es tan importante, que cada
dólar de productos manufacturados, contribuye a un dólar con cuarenta centavos
de actividades extras. Como comparación, los servicios de transporte sólo
generan un dólar, en tanto que ventas, servicios profesionales y de negocios
(financieros), son los que menos aportan, pues sólo lo hacen con sesenta
centavos de dólar, por cada dólar invertido en ellos. Justo el sector
financiero (el capital parásito) es el que, últimamente, está teniendo un boom,
no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Los “inversionistas”
prefieren el parasitismo, con tal de lograr grandes y rápidas ganancias, a la
inversión productiva. En eso, también, Estados Unidos se ha ido transformando,
pues es un país en donde importa más invertir en acciones de la bolsa, que en
crear industrias.
Lo más grave de la
desindustrialización, señala el profesor Smil, es que está dejando sin empleos
a millones de estadounidenses, incidiendo en un generalizado nivel de vida que
se tiende a pauperizar. Actualmente, uno de cada dos estadounidenses se
considera que es pobre, la clase media está reduciéndose, ciudades antes
prósperas, se han ido vaciando de gente y tienen muy altos niveles de
delincuencia y criminalidad, sobre todo de adolescentes y jóvenes, quienes se
enfrentan armados y se matan a diario (ver mi artículo:
Millones de pobres
estadounidenses viven de los vales de comida gubernamentales, al no tener
empleo, ni alguna forma de ganarse la vida
Ciudades antes tan
industriosas, orgullo estadounidense, como Detroit, la meca de la industria
automotriz, ahora está quebrada y sólo ocupada en un 70%, con calles obscuras y
peligrosas por la noche, pues hasta el servicio eléctrico se ha restringido,
con tal de “ahorrar”, mientras que manadas de perros semisalvajes las recorren,
siendo un problema de salud pública y de seguridad.
Es tan brutal la concentración
de la riqueza, que Estados Unidos está volviendo a los niveles de extrema
desigualdad que existían a finales del siglo 19, cuando menos del uno por
ciento de la población poseía la mayor parte de la riqueza de ese país. Y sigue
empeorando (http://www.jornada.unam.mx/2014/04/28/opinion/032o1mun).
Algo muy importante que señala
el profesor Smil es que tampoco se trata de conservar industrias que produzcan
“artículos de consumo materialista que son, claramente, frivolidades
dispensables, una categoría que una crítica revisión podría asignar a muchos de
los artículos hallados en los modernos hogares estadounidenses”. Tiene razón,
pues, como lo menciona, se necesitan cosas tales como camas, platos, cubiertos,
vasos, ropa, zapatos, jabón toallas, artículos esenciales. En climas fríos,
“valoramos muros bien aislados, buenas puertas y ventanas, así como estufas y
chimeneas confiables. También, en todos lados, se aprecia una buena cocina y
luces para alumbrarnos en las noches. Para ir a trabajar, se requieren
vehículos confiables como bicicletas, trenes, trenes subterráneos y así”. Yo
agregaría también que los aparatos médicos son igualmente indispensables. Es
decir, que hay cosas que realmente requerimos, son esenciales y sólo adecuadas
industrias y una constante innovación pueden suplirlas.
Por desgracia, algo que
agregaría (que no aborda, extrañamente, el profesor Smil), es que se
desperdician enormes recursos en la producción más inútil y nefasta que podría
existir y es en la fabricación de armas, las que, en Estados Unidos, como es
lógico, se siguen fabricando allí, siendo muy pocas las importaciones de
armamento. De hecho, la industria armamentista, no sólo en Estados Unidos, sino
a nivel mundial, es tan importante, que hasta se realizan varias ferias, en
donde los armeros exhiben, orgullosos, su material bélico. Es una industria que
asciende a más de un billón (millón de millones) de dólares por año (ver mi
artículo: http://www.argenpress.info/2011/12/ferias-de-armas-exhibicion-de-fuerza-de.html
.
Y en Estados Unidos está tan
arraigada la cultura por las armas, que es un grave problema social la
violencia que se genera a diario por el empleo de los millones de armas
poseídos por los estadounidenses. Son ya cotidianas las notas sobre tiroteos en
espacios públicos, como escuelas u oficinas (ver mi artículo:
Un artículo reciente indica
que a pesar de la crisis y del aumento de pobres en Estados Unidos, la venta de
armas sigue al alza, sobre todo en el estado de Florida, en donde, en el 2013,
se rompió el record de ventas
En fin, que lo expuesto por el
profesor Smil no sólo es importante para Estados Unidos, sino que bien podría
aplicarse en México, en donde las pocas industrias, digamos que nacionales, que
hemos tenido a lo largo de los años, se han ido perdiendo por equivocadas,
nefastas políticas aplicadas por las ineptas mafias que han tenido el poder
durante décadas y que, dichas “estrategias”, se han dado más para el beneficio
del capitalismo salvaje, que el del país y de sus ciudadanos, justo lo que ha
sucedido en Estados Unidos en donde las corporaciones han buscado su beneficio,
antes que el del país y el de los estadounidenses.
En México, ni siquiera
nuestros alimentos somos capaces de producir, un sector quizá hasta más
importante que la misma industria, pues, primero que nada, debemos de comer.
Y los problemas que ya de por
sí se le presentan a Estados Unidos con su desindustrialización, tienden a
agravarse, pues hasta la calidad de sus productos va en picada, como
recientemente se mostró al revelarse que autos de modelos 2004 de General
Motors tenían un defecto que apagaba de repente el motor y atascaba el volante,
lo que ha ocasionado muchos accidentes y muertes
Ese defecto pudo haberse
arreglado con menos de un dólar por auto, sólo 57 centavos, pero la nefasta
empresa adujo que, como estaba siendo “rescatada”, no podía darse el lujo de
“gastar tanto”. Ahora le saldrá mucho más caro, pues tuvo que hacer un llamado
a todos los propietarios de esos vehículos y tendrá que indemnizar a las
familias de las víctimas.
¡Vaya absurdo, haber querido
ahorrar menos de un dólar por auto! Con ese criterio tan estúpido, entonces que
GM, en lugar de seguir fabricando autos, que mejor importe y venda en sus
agencias vehículos chinos. Quizá hasta gane más.
De acuerdo a lo señalado por
el profesor Smil, así como va Estados Unidos, hasta eso es posible ya.
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