Por Nicolás Lynch
La sentencia de un juez
constitucional librando a Alan García de las investigaciones parlamentarias
sobre su gobierno es contundente. Nos hace ver que seguimos viviendo las
consecuencias del golpe del cinco de abril de 1992 y, quizás, si la más
importante de ellas: la impunidad. El auge del sicariato y, peor todavía, su
reinado en varios gobiernos regionales corruptos que parecen haber asumido como
método de lucha política matar a sus adversarios, nos hace ver que las
lecciones del “todo vale”, que vienen del golpe del cinco de abril, han echado
raíces.
Por ello digo que las
consecuencias del golpe siguen determinando la vida social y política del Perú.
En esa fecha un grupo criminal asaltó el poder del Estado con el objetivo de
convertirlo en un aparato al servicio del delito. Si bien los principales
responsables están presos, Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, cumpliendo
sentencias del Poder Judicial, los procesos que pusieron en marcha no cesan de
causar daño e impedir el desarrollo del país. Incluso, nos enfrentamos a la
paradoja de un ex dictador que pide constantemente que lo saquen de la cárcel y
convierte ese reclamo, la impunidad, en la principal bandera de la organización
política que lo respalda.
Desde el punto de vista de la
coalición de poder que impulsó el golpe: grandes empresarios, tecnócratas y
organismos financieros internacionales, no había otra forma de llevar adelante
el modelo de capitalismo salvaje que buscaban implementar. Debían romper las
reglas de la convivencia civilizada y volver a romperlas cuando las nuevas
pudieran significar un obstáculo para sus fines. Eso fue lo que hizo la
dictadura de los noventas para beneficiar a sus promotores y beneficiarse a si
misma.
Todos los pretextos del golpe
han sido desmontados. Que terminó con el terrorismo, nada más falso. Carlos
Tapia ha demostrado con datos y fechas que el senderismo ya estaba derrotado
cuando el golpe se produjo. Que había necesidad de las reformas neoliberales y
no se podían hacer con la Constitución de 1979. Falso también. El parlamento
que cerró Fujimori en abril de 1992 ya había aprobado las leyes necesarias –más
allá de lo que pudiera pensarse sobre ellas– para el cambio económico. Lo que
no querían era control democrático para poder llevar adelante su desorden
criminal. De ahí que la causa inmediata del golpe fuera una ley de desarrollo
constitucional que había aprobado el Congreso de la época sobre el control
parlamentario de los actos normativos (decretos legislativos y decretos de
urgencia) del Presidente de la República, que pretendía limitar los desbordes
de Fujimori en materia de inteligencia y criminalización de la protesta.
No se trata entonces de un
golpe para implementar un neoliberalismo a secas. No. Se trata de un golpe para
implementar un neoliberalismo mafioso. Esa característica es la que se resume
en la denominación “capitalismo de amigotes”. Para hacer negocios, en gran
parte de los casos, con este capitalismo salvaje, hay que tener amigos en el
poder de turno. La rentabilidad no está determinada por la competitividad de
los factores de producción sino por las relaciones que se tengan con el poder.
La renta política se convierte así en un factor clave de los negocios.
El tránsito de la dictadura a
la democracia en el 2000 no terminó con esta relación entre los negocios y el
poder. Por el contrario, cualquier gobierno elegido que haya osado, aunque sea
parecer, que no era un aplicado seguidor de las reglas del cinco de abril, ha
sido rápidamente disciplinado por los poderes fácticos. El recurso más
socorrido han sido las campañas de los oligopolios mediáticos que, ante la
ausencia de partidos fuertes, asumen la mediación entre la sociedad y la
política. El método: los periodicazos. Unos más otros menos, parece que nadie
aguanta los periodicazos. Ya no son los diarios chicha de la época
fujimontesinista, aceitados con la plata de todos, sino directamente el poder
económico que usa a medios adictos para mantener su rentabilidad.
La situación es difícil porque
la fantasía del país exitoso y el salir adelante por cuenta propia para poder
pagar el mundo privatizado en el que vivimos, están muy arraigadas en la
población, pero tienen precisamente su matriz en el cinco de abril. Intentar
una versión distinta que revele lo sucedido tiene por ello poco prestigio y
menos tribuna. De ahí la circunstancia horrorosa de que 22 años después los
defensores del golpe puedan tener espacio para defender sus acciones y que, a
lo sumo, se permitan versiones descafeinadas que condenan “la ruptura del orden
constitucional”, pero señalan la necesidad de continuar con el orden presente
sin fijarse siquiera que vivimos con la constitución y las leyes de los
golpistas.
Debemos atrevernos a más. La
impunidad, los sicarios y el manejo mafioso del poder no pueden ser la manera
de relacionarnos entre los peruanos ni constituyen ningún proyecto de futuro
para el país. Cualquier alternativa debe también ser la negación de este golpe
nefasto.
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