AL QUE CUMPLE PROMESAS EL PUEBLO LO PREMIA |
NICOLÁS LYNCH
El abrumador triunfo de Evo Morales por más del 60 por
ciento de la votación para su tercera elección como Presidente de Bolivia en
nueve años, periodo en el que además ha ganado las siete elecciones nacionales
que se han convocado por diferentes motivos, nos lleva a señalar que su
liderazgo ha alcanzado un momento de hegemonía que establece, por un buen
periodo al menos, una democracia mayoritaria en Bolivia.
Si algo caracteriza a las democracias mayoritarias que se
han establecido en la región en los últimos años es que cumplen lo que
prometen, exactamente el principal reclamo de los ciudadanos latinoamericanos
de acuerdo con Latinobarómetro. Por eso ha sido reelegido Evo Morales, porque
ha cumplido lo prometido defendiendo los recursos naturales de Bolivia,
redistribuyendo la riqueza y afirmando el carácter plurinacional de su patria.
Esta característica de cumplir lo que prometen es lo que caracteriza a los
gobiernos progresistas en los últimos 20 años en América Latina. A diferencia
de lo que nos han acostumbrado en el Perú, decir una cosa para ganar elecciones
y hacer otra cuando se llega al poder, el progresismo empieza dándole una base
ética al mandato que consigue en las urnas.
Olvidar en el gobierno lo que se promete en campaña no es
solo un mal comportamiento de los candidatos que se convierten en gobernantes,
sino también una característica de la democracia de minorías que importamos de
los Estados Unidos en las dos últimas transiciones (1977-1980 y 1997-2001).
Esta última lo que pide a los ciudadanos es una autorización para que los
elegidos hagan lo que les parezca. Por algo, Carlos Franco repetía que el
producto de las transiciones, strictu sensu, eran gobiernos elegidos y no
democracias.
Ollanta Humala como antes Alan García y Alejandro Toledo
son un producto de esta democracia de minorías, que estimula el engaño como
forma de gobierno. Es más, quienes protestan contra el engaño, como lo hacía el
propio Ollanta en campaña, con tratados de “antisistema” o, peor aún,
considerados delincuentes, como Oscar Mollehuanca o Gregorio Santos,
señalándose que deben estar presos. Sin embargo, en ningún caso el viraje fue
tan drástico como con Ollanta Humala. Este nació a la vida política el 2000 con
su levantamiento en Locumba y desarrolló las campañas electorales de 2006 y
2011 con un plataforma similar a la de Evo Morales, prometiendo defender los
recursos naturales y redistribuir la riqueza, sin embargo, llegó al poder e
hizo lo contrario. Hoy sabemos que sus virajes iniciales no fueron “tácticos”
sino “estratégicos” y que no le importó traicionar los millones de votos que lo
llevaron donde está. ¿Por qué lo hizo? Es difícil saberlo aún, pero está claro
que más pudieron los encantos del poder que sus promesas electorales.
Curiosamente hace unos días la lideresa de Fuerza
Popular, Keiko Fujimori, declaraba, candorosamente, que ella recorría mucho el
país y que escuchaba que la gente le reclamaba a Ollanta que cumpliera con sus
promesas de campaña. No sé si la señora se habrá dado cuenta pero esto
significa que cumpla con el programa de la Gran Transformación que ella, como
nadie, denostó en su momento. Una prueba más de la frustración ciudadana con el
gobierno de Ollanta Humala.
Tenemos entonces que Evo Morales, a la cabeza de un
importante movimiento popular, se atrevió a enfrentarse con los enemigos de su
pueblo y este coraje le ha valido sucesivas victorias electorales y de masas.
Es más, estas victorias se han traducido en hegemonía simbólica y cultural,
difícilmente Bolivia volverá a ser como antes después de Morales. Ollanta
Humala, en cambio, da la impresión que le teme hasta a su sombra y pugna por
empequeñecerse más en cada coyuntura en la que permite que la derecha nacional
y transnacional continúen con la captura de los bienes públicos y sociales que
son arrebatados a los peruanos.
¡Qué destino tan
diferente el de estos países hermanos de Bolivia y el Perú!
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