Por: César Hildebrandt
El Perú tiene varias marcas
mundiales en su haber.
La marca mundial del
narcisismo idiota –categoría pecho y espalda, nado sincronizado, estilo
mariposa-, por ejemplo. Narcisismo idiota que se expresa en la frase “Dios es
peruano”, o en la creencia de que nuestra comida es insuperable, nuestros
paisajes son únicos y nuestro folclore no tiene pares.
Los peruanos somos como los
brasileños. Lo único que nos diferencia es que no hemos ganado cinco veces el
campeonato mundial de fútbol ni hemos tenido a Ayrton Senna –para no hablar de
la industria aeronáutica brasileña, del tamaño de su PBI y de las cualidades
humanas y éticas de Lula-.
Lo curioso es que si un
observador imparcial llegara a estas tierras y preguntara a la gente –la gente
de este gran pueblo que se supone que somos- por quién votaría en las próximas
elecciones, 22 por ciento de los que contestaran dirían: “Keiko Fujimori”. Y
entonces ese observador se caería de espaldas.
Porque Keiko Fujimori Higuchi
es hija del delincuente convicto Alberto Fujimori Fujimori-alias Kenya
Fujimori, alias Presidente de la República, alias Pacificador y alias Su
Excelencia-, merecedor de tres condenas que suman 38 años de carcelería
efectiva.
Este ladrón que robaba en
sacos, este asesino que empleaba armas del Estado, este peruano que se hizo
japonés para eludir la justicia, este japonés que fingió ser peruano para
gobernar, este cónyuge que encerró a su cónyuge cuando ésta lo denunció por
robar donaciones japonesas, este resumen de todas las taras yakuzo-peruvianas
que uno puede imaginar, es el padre de quien se perfila como la próxima
mandataria de la nación (así, todo con minúsculas).
Y no es que la señora Keiko
haya huido de su ADN ni de la maldición de la herencia. Porque la señorita
Keiko estudió en Boston con dinero robado por su padre, felonía que ejecutaba
Vladimiro Montesinos pero que mandaba hacer el propio AlbertoFujimori.
Y eso sería una mancha muy fea
en cualquier país donde la decencia fuera un requisito para entrar a política.
No es una mancha, sin embargo,
en el Perú. Porque en este país, de aparente enorme ego, se tolera todo.
Se tolera, por ejemplo, que el
programa político de la señora Keiko se resuma en este grito clanesco:
“¡indulto para mi papá!” (Con
lo que el Perú no tendrá una presidenta sino una alcaide y seremos, por fin, lo
que Saravá siempre soñó que fuéramos: un vasto Lurigancho).
Porque si Dios es peruano,
como dicen los huachafos, entonces Satanás también pasó por la Reniec.
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