No hay una sino
varias políticas anticorrupción.
Cada organismo de control tiene la suya que no es coordinada con la de
los otros. Los organismos de control funcionan como compartimientos estancos y
cada uno de ellos defiende celosamente su autonomía.
Existe entre ellos tensiones y contradicciones que los corruptos
aprovechan para hacer de las suyas.
Es ilustrativa al
respecto la pugna actual entre el Congreso y el Poder Judicial.
Los corruptos tienen sus cortes superiores, sus fiscalías y sus juzgados
favoritos que los investigan, los juzgan y los limpian de cualquier acusación
de corrupción.
Los organismos de control institucional tampoco coordinan con las
organizaciones de control social (la esfera pública y la sociedad civil) que
generalmente vigilan a los aparatos del Estado y a sus funcionarios. Pese a que
el control social no es vinculante (como el control institucional) sus
acusaciones y denuncias públicas tienen una incidencia especial gracias a lo
que Habermas llama la fuerza política de la publicidad (entendida esta como el
hecho de hacer públicas las denuncias). Esta es una vieja idea clásica (que se
conserva hasta ahora) según la cual lo público corrige las fallas
institucionales y nos hace mejores ciudadanos.
El control vertical que ejercen los ciudadanos en el momento de elegir a sus representantes y gobernantes no puede ser coordinado con los organismos de control institucional y social, pero un mejor funcionamiento de estos los ayuda a elegir mejor.
El control vertical que ejercen los ciudadanos en el momento de elegir a sus representantes y gobernantes no puede ser coordinado con los organismos de control institucional y social, pero un mejor funcionamiento de estos los ayuda a elegir mejor.
La cultura política
permisiva con la corrupción del 41% de los limeños tiene que ver con la
corrupción de los gobernantes nacionales y locales y con el mal funcionamiento
de los organismos de control que favorecen la impunidad y generan
desmoralización pública.
¿Qué hacer?
Teniendo en cuenta que el establecimiento de una política anticorrupción
es una tarea compleja, por ahora solo sugiero cuatro puntos que me parecen
centrales.
Primero, es necesario crear una autoridad autónoma del más alto nivel con poder
suficiente y legítimo para que pueda coordinar obligatoriamente con todos los
organismos de control institucional y social.
Segundo, dado el alto nivel de corrupción, de impunidad y de permisividad social
al que se ha llegado en el Perú, es necesario diseñar políticas anticorrupción
draconianas, pensando en una sociedad de canallas como dicen los especialistas
en el diseño institucional.
Las principales
medidas draconianas pueden ser las siguientes:
No hay prescripción para los delitos de corrupción, prisión efectiva y embargo
de todos los bienes del político corrupto, inhabilitación permanente para todo
cargo público (muerte civil).
Tercero, establecer legalmente la coordinación obligatoria de los organismos de
control institucional en todo lo que se refiere a las políticas de corrupción
respetando la especialización de cada una de ellas.
Cuarto, buscar un acuerdo de la autoridad anticorrupción, de los organismos de
control institucional con los medios y con las principales organizaciones de la
sociedad civil para impulsar una política común de lucha implacable contra la
corrupción. Esta coordinación podría ser muy efectiva.
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