miércoles, 9 de julio de 2014

DESTRUCCIÓN SOCIAL Y CAOS MUNDIAL (I)

- Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.
Primera parte
ALAI, América Latina en Movimiento
Es difícil no sentir que el mundo, la humanidad y nuestra madre tierra, están siendo empujadas a la catástrofe por el imperio neoliberal, o sea Estados Unidos (EE.UU.) y sus aliados de la OTAN. Esto es tan válido si hablamos de la naturaleza, de la acelerada extinción de especies y el recalentamiento global, como de las sociedades, o mejor dicho de lo que de ellas resta en tantos Estados-naciones que se han dejado o están siendo empujados a despojarse de toda soberanía nacional y popular.
Este caos actual es el producto de las políticas de un imperialismo que desde el derrumbe de la Unión Soviética trata de mantener un orden unipolar para instaurar mundialmente y sin alternativa de cambio el neoliberalismo, hacer realidad el “no hay otra alternativa” de Margaret Thatcher.
Pero, como quedó demostrado cuando EE.UU. fue forzado a cambiar su política de agresión en Siria, a partir de septiembre del 2013, la unipolaridad ya no es posible no solo por el activo papel que juegan dos grandes potencias, como lo son Rusia y China, sino por la mayoría de países en el mundo que apoyan el retorno a un multilateralismo y se oponen a perder la soberanía nacional y popular que les permita adoptar sus propias políticas socioeconómicas e integrarse internacional o regionalmente de manera compatible con sus legítimos intereses nacionales.
La unipolaridad ya estaba comprometida por la constatación en el Oriente Medio, África y Asia de que EE.UU. y sus aliados provocan guerras que no ganan –Afganistán, Irak, Libia y Siria-, pero que siempre dejan el caos, muertes, refugiados, miseria y destrucción económica y social.
En el 2011 los dos principales aliados del imperio en el Oriente Medio, Israel y Arabia Saudita, criticaron abiertamente a Washington por no haber lanzado una guerra contra Irán y haber permitido el derrocamiento del presidente Mubarak en Egipto, haciéndole llegar al presidente Barack Obama el mensaje de que ``no se abandona a los aliados``. Todo el mundo, y en primer lugar los aliados de Washington, saben que las guerras que lanzan EE.UU. y sus aliados no se ganan, que destruyen países, economías y sociedades, y dejan el caos. Desde Afganistán hasta Siria, pasando por Irak y Libia –sin olvidar Paquistán, Sudan y otros países africanos-, solo han dejado destrucción, cruentas luchas entre comunidades religiosas y grupos étnicos, y cientos de miles de muertos, heridos y refugiados, y una gran miseria. EE.UU. no tiene nada de positivo que mostrar.
Hace casi dos décadas el economista ítalo-estadounidense David Calleo escribió sobre las fases de decadencia final de los imperios de Holanda e Inglaterra, calificándolas como “hegemonía explotadora”, en las cuales el imperio no tiene nada que ofrecer de positivo (desarrollo socioeconómico o seguridad militar, por ejemplo) a los países que domina y componen el sistema, incluyendo a la economía y sociedad del imperio, y entonces se dedica a exprimirlos a fondo, a vivir de las rentas que por todos los medios puede extraer de esos países. El imperio estadounidense se encuentra en esa fase.
Para muestra basta un botón: en una conversación privada el ministro de Relaciones Exteriores de Polonia, Radoslaw Sikorski, puso en claro que la alianza de su país con EE.UU. y la OTAN no los beneficia y que, al contrario, provoca peligrosos focos de tensiones con los países vecinos (1). Lo mismo debe estar pensando cualquier persona honesta que aún esté en el gobierno creado por el golpe de Estado en Ucrania, último país al que EE.UU. y sus aliados de la OTAN han llevado al borde de la guerra civil para provocar foco de constante confrontación con Rusia.
Al mismo tiempo, signo de que el imperio ya no puede controlar a todo el mundo durante todo el tiempo, en Latinoamérica y el Caribe se prosigue la creación de los mecanismos de integración regional y subregional en los cuales EE.UU. no figura ni puede controlar. Por su parte el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) sigue avanzando con sus proyectos de creación de un banco de desarrollo e instrumentos monetarios y financieros fuera del alcance de EE.UU. y del dólar, mientras que asistimos al reforzamiento de lazos económicos, comerciales y monetarios entre Rusia y China, entre otros procesos regionales en curso en Asia y Eurasia.
Nada de esto constituye en sí una alternativa anticapitalista, más bien la casi totalidad de países funcionan dentro de un sistema capitalista, aunque tengan importantes sectores estatales en la economía y puedan estar priorizando formas de propiedad social como sustituto a la propiedad privada en ramas de la economía. Pero, detalle clave, en prácticamente todos los países la intervención estatal en la economía es un hecho.
Asimismo, en todos esos procesos el regionalismo incluye la participación e intervención de los Estados, de sus instituciones y empresas, así como niveles de planificación sectorial en las áreas industriales, energéticas, comerciales y de servicios, y sistemas financieros y monetarios que se promete o avizora estarán fuera del control del imperio y sus aliados. Una forma de regionalismo de este tipo como alternativa al “capitalismo universal”, lo que hoy llamamos neoliberalismo, fue propuesto por el intelectual húngaro Karl Polanyi en 1945 (2), tema sobre el cual retornaremos en la segunda parte de este artículo.
Pero aun no siendo una alternativa socialista o anticapitalista, es claro que estos procesos regionales y multilaterales constituyen una formidable barrera a los planes del imperio, una barrera que el imperialismo está tratando de derribar con todos los instrumentos a su alcance, como la ofensiva para concluir rápidamente y en el más completo secreto los Acuerdos de “última generación” -el Acuerdo Transpacífico de Asociación económica , la Asociación Transatlántica sobre Comercio e Inversiones y el Acuerdo sobre el comercio en servicios-, o tratando de entorpecer los acuerdos regionales a través de los políticos, burócratas, profesionales y empresarios que están al servicio del imperio.
Los mencionados Acuerdos tienen por objetivo la eliminación de la soberanía nacional y la sujeción de los Estados signatarios a respetar los términos de esos tratados negociados en secreto, que respetan una sola ley, la de EE.UU., e incluyen mecanismos por los cuales los Estados que no respeten los términos pueden ser llevados ante tribunales de arbitraje por los monopolios. Esos Estados pasan a ser garantes de las inversiones de los monopolios extranjeros para apropiarse de los sectores económicos que les interesan, incluyendo los que dejarán los Estados al privatizar los servicios públicos.
Pero esos Acuerdos no son cosa hecha porque el rechazo crece en las poblaciones que no quieren abandonar sus legítimos sentimientos e intereses nacionales, y en los intereses capitalistas locales que saben que serán aplastados por los monopolios extranjeros. Y mientras que el regionalismo avanza, en la Casa Blanca y el Congreso de Washington no les queda otra que aferrarse a seguir creyendo que el imperio es invulnerable y puede seguir actuando, él y sus aliados estratégicos, con la impunidad que les dio el (relativamente breve) orden unipolar.
Es en este contexto que tiene su dimensión el discurso del presidente ruso Vladimir Putin ante los embajadores de Rusia, el 1 de julio, donde les recordó que EE.UU. está aplicando a su país la misma política de “contención” que durante la Guerra Fría aplicó contra la Unión Soviética, y que esperaba que el pragmatismo prevalecerá, que los países occidentales se despojarán de ambiciones, de tratar de “establecer ‘cuarteles mundiales’ para organizar todo acorde a rangos, e imponer reglas uniformes de comportamiento y de vida de la sociedad”
Putin señaló que los diplomáticos rusos saben cuán dinámicos e impredecibles los acontecimientos internacionales pueden a veces ser. Parecen haber sido presados juntos de una sola vez y por desgracia no son todos de carácter positivo. El potencial de conflicto está creciendo en el mundo, las viejas contradicciones se agudizan y otras nuevas están siendo provocadas. Muy seguido nos encontramos con este tipo de situaciones, a menudo de forma inesperada, y observamos con pesar que el derecho internacional no está funcionando, que las leyes internacionales no funcionan, que las elementales normas de decencia son descartadas y que triunfa el principio de todo-está-permitido… Es tiempo de que reconozcamos el derecho de los demás a ser diferentes, el derecho de cada país a construir su vida por sí mismo, no por las avasallantes instrucciones de algunos () el desarrollo global no puede ser unificado, pero podemos y debemos buscar un terreno común, ver socios en cada uno de los demás, no rivales, y establecer cooperación entre los Estados, sus asociaciones y las estructuras integradas. Y refiriéndose a los conflictos que asolan varias regiones del mundo. Putin subrayó que “el mapa mundial tiene de más en más regiones donde las situaciones están crónicamente enfebrecidas, sufriendo de un “déficit de seguridad” (3).
Horas antes, en el Encuentro Internacional Antiimperialista convocado por la Federación Sindical Mundial (FSM) y realizado en Cochabamba, Bolivia, el presidente boliviano Evo Morales señaló que “es importante identificar” los instrumentos actuales de dominación del capitalismo, del imperialismo, porque “por lo menos en América Latina ya no se ven golpes de Estado, ya no hay tanto las dictaduras militares como antes”, sino más bien “pueblos que defienden las democracias, pueblos que con mucha claridad plantean programas y proyectos, proyectos políticos de liberación”.
Y en este contexto, según el Presidente boliviano, hay que preguntarse qué hace el imperio: “provoca conflictos en cada país, financia enfrentamientos de un pueblo, de un país y después con el pretexto de defensa de los derechos humanos, del niño, de la mujer, del anciano intervienen con el Consejo de Seguridad; ¿qué Consejo de Seguridad?, para mí sigue siendo ese llamado Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas un consejo de inseguridad, un consejo de invasión a los pueblos del mundo”.
Para enfrentar esta agresión imperialista Morales pidió a los delegados de la FSM que elaboren “una nueva tesis política para liberar a los pueblos del mundo", que sobrepase “las reivindicaciones sectoriales para ahondar la crisis en el capitalismo y acabarlo, al igual que las oligarquías y jerarquías” (4).
Resumiendo, para un observador que no haya perdido la memoria histórica, lo que Putin dijo no es más que una explicación a los diplomáticos rusos de la conclusión a la que el pueblo ruso, y al menos una parte de sus dirigentes, han llegado después de haber sufrido la experiencia de la Perestroika y la aplicación brutal de las políticas neoliberales, y de vivir la experiencia actual de cómo se comporta el imperialismo estadounidense cuando un pueblo quiere buscar su propia vía, aun dentro del capitalismo, sin menospreciar que todo eso debe haber ayudado a revivir lo que el imperialismo buscó enterrar: las enseñanzas de Lenin sobre el imperialismo.
No es tan fácil borrar la memoria histórica de los pueblos, y mientras eso pensaba leí el artículo “Una mirada al pasado” de Ricardo Alarcón de Quesada, ex presidente de la Asamblea Nacional de Cuba, que concluye con la siguiente frase: Al volver la mirada hacia aquellos años soñadores viene a la mente la advertencia de William Faulkner: “El pasado nunca muere. Ni siquiera es pasado” (publicado en la revista chilena Punto Final, edición nro. 807 del 27 de junio de 2014)
Pocos días antes de la reunión de la FSM el presidente Evo Morales fue anfitrión de la reunión de los 77+China, y sin duda allí registró muchos sentimientos sobre el brutal accionar del imperialismo y la voluntad de muchos gobiernos de poder defender sus legítimos intereses nacionales, algo que bajo el imperio neoliberal está prohibido. Nuevamente, cuando los pueblos viven bajo la férula imperial y recuperan la memoria histórica, es lógico que retorne la necesidad de una estrategia antiimperialista.
En un reciente análisis titulado “America’s  Real Foreign Policy – A Corporate Protection Racket”, el intelectual estadounidense Noam Chomsky describe el verdadero objetivo histórico de la política exterior de EE.UU.: proteger los intereses del sector de las grandes empresas con un “nacionalismo económico (un proteccionismo que) depende en gran medida de la intervención estatal masiva”, y por eso en regla general se ha opuesto por todos los medios a que los demás países tengan políticas de “nacionalismo económico”.
Esto, fundamenta Chomsky con referencias documentales, es válido para toda el análisis de la política estadounidense hacia América latina y el Caribe, y es el trasfondo del conjunto de la política exterior estadounidense en todo el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando el sistema mundial que iba a ser dominado por EE.UU. fue amenazado por lo que los documentos internos llamaban "regímenes radicales y nacionalistas" que responden a las presiones populares para un desarrollo independiente (5).
Lo que documenta Chomsky se encuadra con lo que en 1945 anticipaba Karl Polanyi, de que EE.UU. ha sido el hogar del capitalismo liberal del siglo 19 y es lo suficientemente poderoso para proseguir solo la utópica política de restaurar el liberalismo (ver llamada 2).
Y, en ese sentido y con todas las limitaciones que conlleva, el regionalismo es por ahora el principal frente antiimperialista, y el otro tendrá que ser construido por los pueblos, por sus organizaciones políticas, sindicales y sociales.
(Fin de la primera parte)
- Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.
1.-Grabacion de la conversación de Radoslaw Sikorski: La Vanguardia
2. - Karl Polanyi, Universal Capitalism or Regional Planning? publicado en enero de 1945 en The London Quarterly of World Affairs. En francés está incluido en el libro Essais de Karl Polanyi, Editions du Seuil, páginas 485 a 493.
3.- Esta cita del discurso del presidente Vladimir Putin ante los embajadores de Rusia, el 1 de julio 2014 fue traducida por el autor del artículo. La versión oficial en inglés está disponible en el URL
4.- Cita del discurso de Evo Morales tomada de la Agencia Boliviana de   Información, URL http://www3.abi.bo/#
5. - Noam Chomsky, How Washington Protects Itself and the Corporate Sector
EL ANTIIMPERIALISMO Y EL “SER O NO SER” DE LA IZQUIERDA (II)
 
Alberto Rabilotta
          
 




Segunda y última parte
En el artículo anterior (Destrucción social y caos mundial, esencia del imperialismo neoliberal), planteábamos que los procesos de integración regional en Latinoamérica y Eurasia con la participación activa de los Estados y sus instituciones, aun con las limitaciones que conllevan al inscribirse en una estrategia que no se plantea la salida del capitalismo, es por ahora el principal frente antiimperialista. Y concluíamos señalando que el otro frente antiimperialista, el que el presidente boliviano Evo Morales pidió a la Federación Sindical Mundial, tendrá que ser construido por los pueblos, por sus organizaciones políticas, sindicales y sociales (1).
Evo Morales dio en el clavo al pedir la identificación de "los instrumentos actuales de dominación del capitalismo, del imperialismo” para poder elaborar “una nueva tesis política para liberar a los pueblos del mundo" que sobrepase “las reivindicaciones sectoriales para ahondar la crisis en el capitalismo y acabarlo, al igual que las oligarquías y jerarquías”.
Esta identificación es crucial porque el imperialismo neoliberal es más que la suma de sus partes conocidas y visibles, como la OTAN y las miles de bases militares de Estados Unidos (EE.UU.) presentes en todo el mundo, o los acuerdos de libre comercio y protección de las inversiones.
Este es un sistema de dominación mucho más elaborado, destructivo y totalitario de lo que aparenta, y que gracias a la conspicua sociedad de consumo, al control de los medios de comunicación y a la promoción de un individualismo antisocial, posee la capacidad de “colarse” por todos lados, de contaminar las culturas para destruir toda capacidad de oposición. Y la lista de sus nefastas consecuencias es demasiado larga como para continuarla en este artículo.
Por eso la “inteligencia social” de los pueblos, y de la izquierda, debe ser dirigida a pensar, analizar y formular, en sus ámbitos respectivos, las buenas preguntas que nos guíen en la búsqueda de la verdadera imagen del imperialismo neoliberal y que identifique a sus aliados, así como las clases y grupos sociales que son las víctimas principales y deben ser protagonistas en esta lucha. Que designe los aspectos estratégicos que deben constituir los objetivos principales, y a partir de ahí construir una estrategia antiimperialista para librar las luchas en los diferentes frentes, las que ya están librando los pueblos de la actual o pasada periferia y las extremadamente importantes que tienen que librar los pueblos de los países centrales del imperio, y asegurar que ambas confluyan en el objetivo común de superar el capitalismo.
Al emprender esta tarea debemos entender que un “regionalismo” que incluya la intervención de los Estados para desarrollar las fuerzas productivas del conjunto de las economías nacionales, sean de propiedad estatal, privada o social, permitirá seguir resolviendo los problemas de atraso, pobreza y exclusión social y económica que dejó el subdesarrollo creado por la dependencia y que agravó la experimentación de las políticas neoliberales en las últimas tres décadas del siglo 10, como es el caso en la mayoría de países de Latinoamérica y el Caribe.
En el caso de Rusia -y otros países de la ex Unión Soviética-, este tipo de regionalismo, y más aún si se complementa con uno que incluya a China y otros países de Asia-, permitirá desarrollar las fuerzas productivas del conjunto de las economías y la reconstrucción de los Estados e instituciones destruidos o desmantelados por la aplicación de las recetas neoliberales a partir de los años 90, las cuales provocaron el empobrecimiento masivo de pueblos que habían alcanzado buenos niveles de vida, de seguridad y de justicia social.
China es un caso y ejemplo particular para el desarrollo del regionalismo planificado porque es un país que se proclama socialista y donde se combinan la propiedad estatal socialista –dominante en sectores básicos- con la propiedad privada de tipo capitalista –preponderante en muchas ramas de la economía-, y nichos de propiedad comunal. Como tal China ha logrado que la entrada del neoliberalismo (a través de las empresas transnacionales o los acuerdos comerciales) no debilitara de manera notable las capacidades del Estado o de sus principales instituciones y empresas, continuando así una política de defensa del Estado central que en ese milenario país tiene una muy larga historia.
La política china de hacer respetar los controles estatales por las filiales de las empresas transnacionales en el país logró, como señalaban los sociólogos Giovanni Arrighi y Beverly Silver, que en EE.UU. dudaran de la “fidelidad” de estas filiales hacia los intereses estadounidenses (Caos y orden en el sistema-mundo moderno, Ediciones Akal, 2001). En ese sentido se pueden interpretar los objetivos de la inserción de países socialistas con una larga y fiel tradición antiimperialista, como Vietnam o Cuba, en procesos de integración regional que implican una apertura al mercado y el capital extranjero.
Varios analistas avizoran que las recientes negociaciones entre Rusia y China para aumentar la cooperación, el comercio y las inversiones, así como efectuar los intercambios en sus monedas nacionales para escapar al dominio del dólar –objetivo que figura en la agenda del BRICS-, creará una masa crítica para la expansión del regionalismo con una robusta intervención estatal hacia países como Irán, India y Paquistán, creando o fortaleciendo los vínculos con la integración regional en Latinoamérica y el Caribe, y tal vez propiciando algo similar en África, como era el objetivo del líder libio Muammar el Gadafi, y probablemente la razón para su derrocamiento y asesinato en el 2011 por las fuerzas combinadas de Francia, Gran Bretaña y EE.UU.
Empero, todo esto depende de que estas experiencias de regionalismo se concreten y muestren resultados en la vida concreta de los pueblos, y que resistan a los torpedos cotidianos de los agentes del imperialismo neoliberal en esos países y a las agresiones económicas, financieras, subversivas o militares del imperialismo y sus aliados desde el exterior.
Un aspecto esencial de todas estas experiencias de integración regional, que vale destacar, es el manifiesto interés –visible en los discursos de muchos gobernantes, entre ellos de Vladimir Putin-, de “reincrustrar” o de mantener “incrustadas” las economías en las sociedades, o sea que las economías vuelvan a estar o se mantengan subordinadas a las sociedades, y en ese sentido este es un ataque a un aspecto central del imperialismo neoliberal, que la primera ministra británica Margaret Thatcher definió con claridad en 1987, cuando dijo que “there is no such thing as society”, o sea que, como tal la sociedad no existe, requisito para hacer efectivo el lema neoliberal de que “no hay otra alternativa” a este sistema, también enunciado por la señora Thatcher.
Pero hay que aclarar que la garantía de que estas integraciones regionales serán algo más que una episódica “resistencia antiimperialista” dependerá de la participación y presión social y política para que el desarrollo se dirija hacia los objetivos sociales más amplios posibles, para que se creen las democracias participativas que permitan defender y profundizar las políticas antiimperialistas,  tarea esta que por intereses de clase deben llevar a cabo las organizaciones sociales, laborales y políticas del pueblo trabajador, los estudiantes y todos los sectores sociales que han sido, están siendo o podrán ser las víctimas principales de la aplanadora neoliberal.
EL ANTIIMPERIALISMO EN LOS PAÍSES CENTRALES DEL CAPITALISMO
Con el imperialismo neoliberal ha quedado en claro y fuera de discusión que el conjunto de las clases que viven de un ingreso laboral en EE.UU., los países de la Unión Europea (UE) y otros países del campo imperialista, están perdiendo rápidamente lo conquistado durante la breve era (1945-1975) del Estado-benefactor.
El desempleo y la exclusión social aumentan, ya prácticamente nadie tiene seguridad laboral y el empleo a tiempo parcial y mal pagado es la norma. Y estamos asistiendo a un fenómeno nunca visto, el de una generación de jóvenes con elevados niveles de conocimientos que en gran parte quedará fuera del mercado laboral, y de retirados cuyas pensiones bajan o están amenazadas de desaparición.
Esto es resultado de políticas aplicadas en los países del capitalismo avanzado para seguir acumulando la riqueza social en muy pocas manos, lo que provoca las obscenas disparidades de ingresos que todos conocemos, mientras que en la práctica nunca ha sido tan grande la capacidad de producir los bienes y servicios socialmente necesarios, gracias al enorme desarrollo de las fuerzas productivas.
Las transnacionales de los países centrales del imperio proporcionan cada vez menos empleos y pagan menos salarios en las sociedades en las cuales se formaron y transfieren sus operaciones a las filiales que han creado en cercanos o lejanos países donde emplean a trabajadores mal pagados. De esas operaciones proviene alrededor de la mitad de las ganancias de estas empresas, que llegan como renta diferencial –la plusvalía producida en otro país llega como renta diferencial- a los dueños de los monopolios y las transnacionales. Esto explica el aumento de las ganancias de las trasnacionales, y la pérdida de trabajos asalariados es la clave de la baja de la demanda final y del bajo crecimiento de la economía real en los países centrales.
No es necesario explicar los dramas sociales que viven las mayorías en los países del capitalismo avanzado. Las derechas y las izquierdas lo conocen y en su superficie lo detallan frecuentemente, pero lo que asombra es la falta de análisis más profundo sobre el cambio estructural en el modo de producir del capitalismo y sus efectos en la sociedad, en el sistema político, que hace décadas André Gorz y otros más describieron, y que poco o nada influyeron en el pensamiento y los programas de las principales fuerzas de la izquierda.
Sin embargo, es en estos países donde el capitalismo industrial se topó ya con las barreras sistémicas que lo están haciendo “saltar por los aires”, donde ya no puede reproducirse en tanto que tal y como sociedad, como Karl Marx planteaba, y donde ya existen las condiciones económicas y sociales para cambios radicales, por no nombrar lo que muy raramente se nombra, para llevar a cabo la revolución social que complete la salida del capitalismo en todas sus formas.
Y si de revolución social se trata, porque el capitalismo dominante ya no tiene absolutamente nada que ofrecer de positivo a las sociedades y pueblos de los países del capitalismo central, es grave constatar la ausencia de una clara política antiimperialista que lleve nombre y apellido en los discursos y programas de los partidos de la izquierda radical, porque el imperio neoliberal de EE.UU. tiene muchos socios dispuestos a participar en el saqueo, como se ha visto con la activa participación de países de la UE en las agresiones militares en Libia y Siria, del apoyo de la UE en las sanciones y hostigamiento de Irán, y ahora el apoyo al golpe de Estado con ayuda de los neonazis en Ucrania.
¿Y qué decir del apoyo o del cómplice silencio de partidos de la izquierda radical ante estas políticas de países de la UE o directamente de la UE?
La UE es un proyecto neoliberal que aplica el neoliberalismo a ultranza en los países que la componen, y es parte del imperio neoliberal. Su política exterior, como la de Japón y otros aliados del imperio, está dirigida a tratar de apropiarse de la mayor parte posible del “pastel” de la explotación mundial, y prosiguiendo ese objetivo algunos países de la UE o la UE en sí misma están creando o agravando los conflictos que están destruyendo las economías y las sociedades muchos países del Oriente Medio y África.
Esto, en lugar de ser denunciado y combatido como parte de una política para luchar contra las políticas imperialistas “dentro de casa”, primer escalón para combatirlo a escala internacional, brilla por su ausencia o no tiene el lugar que debería tener en los programas y la práctica política de muchas fuerzas y partidos que se definen como parte de la izquierda radical.
De ahí la importancia de definir una estrategia antiimperialista que incorpore esta realidad, que borre las vergonzosas claudicaciones ideológicas del pasado y asuma plenamente las teorías revolucionarias, para que esta estrategia antiimperialista se convierta en la guía y la herramienta que oriente las luchas políticas y sociales en lo interno y lo externo, y haga renacer una efectiva solidaridad internacional.
En síntesis, construir una política antiimperialista lúcida y radical, que nombre a las cosas por su nombre, es la cuestión del “ser o no ser” para las izquierdas y demás fuerzas que luchan o dicen luchar, en esta etapa crucial de la humanidad y de nuestra Madre Tierra, para poner fin al imperio neoliberal antes de que destruya definitivamente las sociedades y el planeta.
- Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.

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