- Alberto Rabilotta es periodista
argentino - canadiense.
Primera parte
ALAI, América Latina en
Movimiento
Es difícil no sentir que el
mundo, la humanidad y nuestra madre tierra, están siendo empujadas a la
catástrofe por el imperio neoliberal, o sea Estados Unidos (EE.UU.) y sus
aliados de la OTAN. Esto es tan válido si hablamos de la naturaleza, de la
acelerada extinción de especies y el recalentamiento global, como de las
sociedades, o mejor dicho de lo que de ellas resta en tantos Estados-naciones
que se han dejado o están siendo empujados a despojarse de toda soberanía
nacional y popular.
Este caos actual es el
producto de las políticas de un imperialismo que desde el derrumbe de la Unión
Soviética trata de mantener un orden unipolar para instaurar mundialmente y sin
alternativa de cambio el neoliberalismo, hacer realidad el “no hay otra
alternativa” de Margaret Thatcher.
Pero, como quedó demostrado
cuando EE.UU. fue forzado a cambiar su política de agresión en Siria, a partir
de septiembre del 2013, la unipolaridad ya no es posible no solo por el activo
papel que juegan dos grandes potencias, como lo son Rusia y China, sino por la
mayoría de países en el mundo que apoyan el retorno a un multilateralismo y se
oponen a perder la soberanía nacional y popular que les permita adoptar sus
propias políticas socioeconómicas e integrarse internacional o regionalmente de
manera compatible con sus legítimos intereses nacionales.
La unipolaridad ya estaba
comprometida por la constatación en el Oriente Medio, África y Asia de que
EE.UU. y sus aliados provocan guerras que no ganan –Afganistán, Irak, Libia y
Siria-, pero que siempre dejan el caos, muertes, refugiados, miseria y
destrucción económica y social.
En el 2011 los dos principales
aliados del imperio en el Oriente Medio, Israel y Arabia Saudita, criticaron
abiertamente a Washington por no haber lanzado una guerra contra Irán y haber
permitido el derrocamiento del presidente Mubarak en Egipto, haciéndole llegar
al presidente Barack Obama el mensaje de que ``no se abandona a los aliados``.
Todo el mundo, y en primer lugar los aliados de Washington, saben que las
guerras que lanzan EE.UU. y sus aliados no se ganan, que destruyen países,
economías y sociedades, y dejan el caos. Desde Afganistán hasta Siria, pasando
por Irak y Libia –sin olvidar Paquistán, Sudan y otros países africanos-, solo
han dejado destrucción, cruentas luchas entre comunidades religiosas y grupos
étnicos, y cientos de miles de muertos, heridos y refugiados, y una gran
miseria. EE.UU. no tiene nada de positivo que mostrar.
Hace casi dos décadas el
economista ítalo-estadounidense David Calleo escribió sobre las fases de
decadencia final de los imperios de Holanda e Inglaterra, calificándolas como
“hegemonía explotadora”, en las cuales el imperio no tiene nada que ofrecer de
positivo (desarrollo socioeconómico o seguridad militar, por ejemplo) a los
países que domina y componen el sistema, incluyendo a la economía y sociedad
del imperio, y entonces se dedica a exprimirlos a fondo, a vivir de las rentas
que por todos los medios puede extraer de esos países. El imperio
estadounidense se encuentra en esa fase.
Para muestra basta un botón:
en una conversación privada el ministro de Relaciones Exteriores de Polonia,
Radoslaw Sikorski, puso en claro que la alianza de su país con EE.UU. y la OTAN
no los beneficia y que, al contrario, provoca peligrosos focos de tensiones con
los países vecinos (1). Lo mismo debe estar pensando cualquier persona honesta
que aún esté en el gobierno creado por el golpe de Estado en Ucrania, último país
al que EE.UU. y sus aliados de la OTAN han llevado al borde de la guerra civil
para provocar foco de constante confrontación con Rusia.
Al mismo tiempo, signo de que
el imperio ya no puede controlar a todo el mundo durante todo el tiempo, en
Latinoamérica y el Caribe se prosigue la creación de los mecanismos de
integración regional y subregional en los cuales EE.UU. no figura ni puede
controlar. Por su parte el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica)
sigue avanzando con sus proyectos de creación de un banco de desarrollo e
instrumentos monetarios y financieros fuera del alcance de EE.UU. y del dólar,
mientras que asistimos al reforzamiento de lazos económicos, comerciales y
monetarios entre Rusia y China, entre otros procesos regionales en curso en
Asia y Eurasia.
Nada de esto constituye en sí
una alternativa anticapitalista, más bien la casi totalidad de países funcionan
dentro de un sistema capitalista, aunque tengan importantes sectores estatales
en la economía y puedan estar priorizando formas de propiedad social como
sustituto a la propiedad privada en ramas de la economía. Pero, detalle clave,
en prácticamente todos los países la intervención estatal en la economía es un
hecho.
Asimismo, en todos esos
procesos el regionalismo incluye la participación e intervención de los
Estados, de sus instituciones y empresas, así como niveles de planificación
sectorial en las áreas industriales, energéticas, comerciales y de servicios, y
sistemas financieros y monetarios que se promete o avizora estarán fuera del
control del imperio y sus aliados. Una forma de regionalismo de este tipo como
alternativa al “capitalismo universal”, lo que hoy llamamos neoliberalismo, fue
propuesto por el intelectual húngaro Karl Polanyi en 1945 (2), tema sobre el cual
retornaremos en la segunda parte de este artículo.
Pero aun no siendo una
alternativa socialista o anticapitalista, es claro que estos procesos
regionales y multilaterales constituyen una formidable barrera a los planes del
imperio, una barrera que el imperialismo está tratando de derribar con todos
los instrumentos a su alcance, como la ofensiva para concluir rápidamente y en
el más completo secreto los Acuerdos de “última generación” -el Acuerdo
Transpacífico de Asociación económica , la Asociación Transatlántica sobre
Comercio e Inversiones y el Acuerdo sobre el comercio en servicios-, o tratando
de entorpecer los acuerdos regionales a través de los políticos, burócratas,
profesionales y empresarios que están al servicio del imperio.
Los mencionados Acuerdos
tienen por objetivo la eliminación de la soberanía nacional y la sujeción de
los Estados signatarios a respetar los términos de esos tratados negociados en
secreto, que respetan una sola ley, la de EE.UU., e incluyen mecanismos por los
cuales los Estados que no respeten los términos pueden ser llevados ante
tribunales de arbitraje por los monopolios. Esos Estados pasan a ser garantes
de las inversiones de los monopolios extranjeros para apropiarse de los
sectores económicos que les interesan, incluyendo los que dejarán los Estados
al privatizar los servicios públicos.
Pero esos Acuerdos no son cosa
hecha porque el rechazo crece en las poblaciones que no quieren abandonar sus
legítimos sentimientos e intereses nacionales, y en los intereses capitalistas
locales que saben que serán aplastados por los monopolios extranjeros. Y
mientras que el regionalismo avanza, en la Casa Blanca y el Congreso de
Washington no les queda otra que aferrarse a seguir creyendo que el imperio es
invulnerable y puede seguir actuando, él y sus aliados estratégicos, con la
impunidad que les dio el (relativamente breve) orden unipolar.
Es en este contexto que tiene
su dimensión el discurso del presidente ruso Vladimir Putin ante los
embajadores de Rusia, el 1 de julio, donde les recordó que EE.UU. está
aplicando a su país la misma política de “contención” que durante la Guerra
Fría aplicó contra la Unión Soviética, y que esperaba que el pragmatismo
prevalecerá, que los países occidentales se despojarán de ambiciones, de tratar
de “establecer ‘cuarteles mundiales’ para organizar todo acorde a rangos, e
imponer reglas uniformes de comportamiento y de vida de la sociedad”
Putin señaló que los
diplomáticos rusos saben cuán dinámicos e impredecibles los acontecimientos
internacionales pueden a veces ser. Parecen haber sido presados juntos de una
sola vez y por desgracia no son todos de carácter positivo. El potencial de
conflicto está creciendo en el mundo, las viejas contradicciones se agudizan y
otras nuevas están siendo provocadas. Muy seguido nos encontramos con este tipo
de situaciones, a menudo de forma inesperada, y observamos con pesar que el
derecho internacional no está funcionando, que las leyes internacionales no
funcionan, que las elementales normas de decencia son descartadas y que triunfa
el principio de todo-está-permitido… Es tiempo de que reconozcamos el derecho
de los demás a ser diferentes, el derecho de cada país a construir su vida por
sí mismo, no por las avasallantes instrucciones de algunos () el desarrollo
global no puede ser unificado, pero podemos y debemos buscar un terreno común,
ver socios en cada uno de los demás, no rivales, y establecer cooperación entre
los Estados, sus asociaciones y las estructuras integradas. Y refiriéndose a
los conflictos que asolan varias regiones del mundo. Putin subrayó que “el mapa
mundial tiene de más en más regiones donde las situaciones están crónicamente
enfebrecidas, sufriendo de un “déficit de seguridad” (3).
Horas antes, en el Encuentro
Internacional Antiimperialista convocado por la Federación Sindical Mundial
(FSM) y realizado en Cochabamba, Bolivia, el presidente boliviano Evo Morales
señaló que “es importante identificar” los instrumentos actuales de dominación
del capitalismo, del imperialismo, porque “por lo menos en América Latina ya no
se ven golpes de Estado, ya no hay tanto las dictaduras militares como antes”,
sino más bien “pueblos que defienden las democracias, pueblos que con mucha
claridad plantean programas y proyectos, proyectos políticos de liberación”.
Y en este contexto, según el
Presidente boliviano, hay que preguntarse qué hace el imperio: “provoca
conflictos en cada país, financia enfrentamientos de un pueblo, de un país y
después con el pretexto de defensa de los derechos humanos, del niño, de la
mujer, del anciano intervienen con el Consejo de Seguridad; ¿qué Consejo de
Seguridad?, para mí sigue siendo ese llamado Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas un consejo de inseguridad, un consejo de invasión a los pueblos
del mundo”.
Para enfrentar esta agresión
imperialista Morales pidió a los delegados de la FSM que elaboren “una nueva
tesis política para liberar a los pueblos del mundo", que sobrepase “las
reivindicaciones sectoriales para ahondar la crisis en el capitalismo y
acabarlo, al igual que las oligarquías y jerarquías” (4).
Resumiendo, para un observador
que no haya perdido la memoria histórica, lo que Putin dijo no es más que una
explicación a los diplomáticos rusos de la conclusión a la que el pueblo ruso,
y al menos una parte de sus dirigentes, han llegado después de haber sufrido la
experiencia de la Perestroika y la aplicación brutal de las políticas
neoliberales, y de vivir la experiencia actual de cómo se comporta el
imperialismo estadounidense cuando un pueblo quiere buscar su propia vía, aun
dentro del capitalismo, sin menospreciar que todo eso debe haber ayudado a
revivir lo que el imperialismo buscó enterrar: las enseñanzas de Lenin sobre el
imperialismo.
No es tan fácil borrar la
memoria histórica de los pueblos, y mientras eso pensaba leí el artículo “Una
mirada al pasado” de Ricardo Alarcón de Quesada, ex presidente de la Asamblea
Nacional de Cuba, que concluye con la siguiente frase: Al volver la mirada
hacia aquellos años soñadores viene a la mente la advertencia de William
Faulkner: “El pasado nunca muere. Ni siquiera es pasado” (publicado en la
revista chilena Punto Final, edición nro. 807 del 27 de junio de 2014)
Pocos días antes de la reunión
de la FSM el presidente Evo Morales fue anfitrión de la reunión de los
77+China, y sin duda allí registró muchos sentimientos sobre el brutal accionar
del imperialismo y la voluntad de muchos gobiernos de poder defender sus
legítimos intereses nacionales, algo que bajo el imperio neoliberal está
prohibido. Nuevamente, cuando los pueblos viven bajo la férula imperial y
recuperan la memoria histórica, es lógico que retorne la necesidad de una
estrategia antiimperialista.
En un reciente análisis
titulado “America’s Real Foreign Policy
– A Corporate Protection Racket”, el intelectual estadounidense Noam Chomsky
describe el verdadero objetivo histórico de la política exterior de EE.UU.:
proteger los intereses del sector de las grandes empresas con un “nacionalismo
económico (un proteccionismo que) depende en gran medida de la intervención
estatal masiva”, y por eso en regla general se ha opuesto por todos los medios
a que los demás países tengan políticas de “nacionalismo económico”.
Esto, fundamenta Chomsky con
referencias documentales, es válido para toda el análisis de la política
estadounidense hacia América latina y el Caribe, y es el trasfondo del conjunto
de la política exterior estadounidense en todo el período posterior a la
Segunda Guerra Mundial, cuando el sistema mundial que iba a ser dominado por
EE.UU. fue amenazado por lo que los documentos internos llamaban
"regímenes radicales y nacionalistas" que responden a las presiones
populares para un desarrollo independiente (5).
Lo que documenta Chomsky se
encuadra con lo que en 1945 anticipaba Karl Polanyi, de que EE.UU. ha sido el
hogar del capitalismo liberal del siglo 19 y es lo suficientemente poderoso
para proseguir solo la utópica política de restaurar el liberalismo (ver
llamada 2).
Y, en ese sentido y con todas
las limitaciones que conlleva, el regionalismo es por ahora el principal frente
antiimperialista, y el otro tendrá que ser construido por los pueblos, por sus
organizaciones políticas, sindicales y sociales.
(Fin de la primera parte)
- Alberto Rabilotta es
periodista argentino - canadiense.
1.-Grabacion de la
conversación de Radoslaw Sikorski: La Vanguardia
2. - Karl Polanyi, Universal
Capitalism or Regional Planning? publicado en enero de 1945 en The London
Quarterly of World Affairs. En francés está incluido en el libro Essais de Karl
Polanyi, Editions du Seuil, páginas 485 a 493.
3.- Esta cita del discurso del
presidente Vladimir Putin ante los embajadores de Rusia, el 1 de julio 2014 fue
traducida por el autor del artículo. La versión oficial en inglés está
disponible en el URL
4.- Cita del discurso de Evo
Morales tomada de la Agencia Boliviana de
Información, URL http://www3.abi.bo/#
5. - Noam Chomsky, How
Washington Protects Itself and the Corporate Sector
EL ANTIIMPERIALISMO Y EL “SER
O NO SER” DE LA IZQUIERDA (II)
Alberto Rabilotta
Segunda y última parte
En el artículo anterior
(Destrucción social y caos mundial, esencia del imperialismo neoliberal),
planteábamos que los procesos de integración regional en Latinoamérica y
Eurasia con la participación activa de los Estados y sus instituciones, aun con
las limitaciones que conllevan al inscribirse en una estrategia que no se
plantea la salida del capitalismo, es por ahora el principal frente
antiimperialista. Y concluíamos señalando que el otro frente antiimperialista,
el que el presidente boliviano Evo Morales pidió a la Federación Sindical
Mundial, tendrá que ser construido por los pueblos, por sus organizaciones
políticas, sindicales y sociales (1).
Evo Morales dio en el clavo al
pedir la identificación de "los instrumentos actuales de dominación del
capitalismo, del imperialismo” para poder elaborar “una nueva tesis política
para liberar a los pueblos del mundo" que sobrepase “las reivindicaciones
sectoriales para ahondar la crisis en el capitalismo y acabarlo, al igual que
las oligarquías y jerarquías”.
Esta identificación es crucial
porque el imperialismo neoliberal es más que la suma de sus partes conocidas y
visibles, como la OTAN y las miles de bases militares de Estados Unidos
(EE.UU.) presentes en todo el mundo, o los acuerdos de libre comercio y
protección de las inversiones.
Este es un sistema de
dominación mucho más elaborado, destructivo y totalitario de lo que aparenta, y
que gracias a la conspicua sociedad de consumo, al control de los medios de
comunicación y a la promoción de un individualismo antisocial, posee la
capacidad de “colarse” por todos lados, de contaminar las culturas para
destruir toda capacidad de oposición. Y la lista de sus nefastas consecuencias
es demasiado larga como para continuarla en este artículo.
Por eso la “inteligencia
social” de los pueblos, y de la izquierda, debe ser dirigida a pensar, analizar
y formular, en sus ámbitos respectivos, las buenas preguntas que nos guíen en
la búsqueda de la verdadera imagen del imperialismo neoliberal y que identifique
a sus aliados, así como las clases y grupos sociales que son las víctimas
principales y deben ser protagonistas en esta lucha. Que designe los aspectos
estratégicos que deben constituir los objetivos principales, y a partir de ahí
construir una estrategia antiimperialista para librar las luchas en los
diferentes frentes, las que ya están librando los pueblos de la actual o pasada
periferia y las extremadamente importantes que tienen que librar los pueblos de
los países centrales del imperio, y asegurar que ambas confluyan en el objetivo
común de superar el capitalismo.
Al emprender esta tarea
debemos entender que un “regionalismo” que incluya la intervención de los
Estados para desarrollar las fuerzas productivas del conjunto de las economías
nacionales, sean de propiedad estatal, privada o social, permitirá seguir
resolviendo los problemas de atraso, pobreza y exclusión social y económica que
dejó el subdesarrollo creado por la dependencia y que agravó la experimentación
de las políticas neoliberales en las últimas tres décadas del siglo 10, como es
el caso en la mayoría de países de Latinoamérica y el Caribe.
En el caso de Rusia -y otros
países de la ex Unión Soviética-, este tipo de regionalismo, y más aún si se
complementa con uno que incluya a China y otros países de Asia-, permitirá
desarrollar las fuerzas productivas del conjunto de las economías y la
reconstrucción de los Estados e instituciones destruidos o desmantelados por la
aplicación de las recetas neoliberales a partir de los años 90, las cuales
provocaron el empobrecimiento masivo de pueblos que habían alcanzado buenos
niveles de vida, de seguridad y de justicia social.
China es un caso y ejemplo
particular para el desarrollo del regionalismo planificado porque es un país
que se proclama socialista y donde se combinan la propiedad estatal socialista
–dominante en sectores básicos- con la propiedad privada de tipo capitalista
–preponderante en muchas ramas de la economía-, y nichos de propiedad comunal.
Como tal China ha logrado que la entrada del neoliberalismo (a través de las
empresas transnacionales o los acuerdos comerciales) no debilitara de manera
notable las capacidades del Estado o de sus principales instituciones y
empresas, continuando así una política de defensa del Estado central que en ese
milenario país tiene una muy larga historia.
La política china de hacer
respetar los controles estatales por las filiales de las empresas
transnacionales en el país logró, como señalaban los sociólogos Giovanni
Arrighi y Beverly Silver, que en EE.UU. dudaran de la “fidelidad” de estas
filiales hacia los intereses estadounidenses (Caos y orden en el sistema-mundo
moderno, Ediciones Akal, 2001). En ese sentido se pueden interpretar los
objetivos de la inserción de países socialistas con una larga y fiel tradición
antiimperialista, como Vietnam o Cuba, en procesos de integración regional que
implican una apertura al mercado y el capital extranjero.
Varios analistas avizoran que
las recientes negociaciones entre Rusia y China para aumentar la cooperación,
el comercio y las inversiones, así como efectuar los intercambios en sus
monedas nacionales para escapar al dominio del dólar –objetivo que figura en la
agenda del BRICS-, creará una masa crítica para la expansión del regionalismo
con una robusta intervención estatal hacia países como Irán, India y Paquistán,
creando o fortaleciendo los vínculos con la integración regional en
Latinoamérica y el Caribe, y tal vez propiciando algo similar en África, como
era el objetivo del líder libio Muammar el Gadafi, y probablemente la razón
para su derrocamiento y asesinato en el 2011 por las fuerzas combinadas de
Francia, Gran Bretaña y EE.UU.
Empero, todo esto depende de
que estas experiencias de regionalismo se concreten y muestren resultados en la
vida concreta de los pueblos, y que resistan a los torpedos cotidianos de los
agentes del imperialismo neoliberal en esos países y a las agresiones
económicas, financieras, subversivas o militares del imperialismo y sus aliados
desde el exterior.
Un aspecto esencial de todas
estas experiencias de integración regional, que vale destacar, es el manifiesto
interés –visible en los discursos de muchos gobernantes, entre ellos de
Vladimir Putin-, de “reincrustrar” o de mantener “incrustadas” las economías en
las sociedades, o sea que las economías vuelvan a estar o se mantengan
subordinadas a las sociedades, y en ese sentido este es un ataque a un aspecto
central del imperialismo neoliberal, que la primera ministra británica Margaret
Thatcher definió con claridad en 1987, cuando dijo que “there is no such thing
as society”, o sea que, como tal la sociedad no existe, requisito para hacer
efectivo el lema neoliberal de que “no hay otra alternativa” a este sistema,
también enunciado por la señora Thatcher.
Pero hay que aclarar que la
garantía de que estas integraciones regionales serán algo más que una episódica
“resistencia antiimperialista” dependerá de la participación y presión social y
política para que el desarrollo se dirija hacia los objetivos sociales más
amplios posibles, para que se creen las democracias participativas que permitan
defender y profundizar las políticas antiimperialistas, tarea esta que por intereses de clase deben
llevar a cabo las organizaciones sociales, laborales y políticas del pueblo
trabajador, los estudiantes y todos los sectores sociales que han sido, están
siendo o podrán ser las víctimas principales de la aplanadora neoliberal.
EL ANTIIMPERIALISMO EN LOS PAÍSES CENTRALES DEL CAPITALISMO
Con el imperialismo neoliberal
ha quedado en claro y fuera de discusión que el conjunto de las clases que
viven de un ingreso laboral en EE.UU., los países de la Unión Europea (UE) y
otros países del campo imperialista, están perdiendo rápidamente lo conquistado
durante la breve era (1945-1975) del Estado-benefactor.
El desempleo y la exclusión
social aumentan, ya prácticamente nadie tiene seguridad laboral y el empleo a
tiempo parcial y mal pagado es la norma. Y estamos asistiendo a un fenómeno
nunca visto, el de una generación de jóvenes con elevados niveles de
conocimientos que en gran parte quedará fuera del mercado laboral, y de
retirados cuyas pensiones bajan o están amenazadas de desaparición.
Esto es resultado de políticas
aplicadas en los países del capitalismo avanzado para seguir acumulando la
riqueza social en muy pocas manos, lo que provoca las obscenas disparidades de
ingresos que todos conocemos, mientras que en la práctica nunca ha sido tan
grande la capacidad de producir los bienes y servicios socialmente necesarios,
gracias al enorme desarrollo de las fuerzas productivas.
Las transnacionales de los
países centrales del imperio proporcionan cada vez menos empleos y pagan menos
salarios en las sociedades en las cuales se formaron y transfieren sus
operaciones a las filiales que han creado en cercanos o lejanos países donde
emplean a trabajadores mal pagados. De esas operaciones proviene alrededor de
la mitad de las ganancias de estas empresas, que llegan como renta diferencial
–la plusvalía producida en otro país llega como renta diferencial- a los dueños
de los monopolios y las transnacionales. Esto explica el aumento de las
ganancias de las trasnacionales, y la pérdida de trabajos asalariados es la
clave de la baja de la demanda final y del bajo crecimiento de la economía real
en los países centrales.
No es necesario explicar los
dramas sociales que viven las mayorías en los países del capitalismo avanzado.
Las derechas y las izquierdas lo conocen y en su superficie lo detallan
frecuentemente, pero lo que asombra es la falta de análisis más profundo sobre
el cambio estructural en el modo de producir del capitalismo y sus efectos en
la sociedad, en el sistema político, que hace décadas André Gorz y otros más
describieron, y que poco o nada influyeron en el pensamiento y los programas de
las principales fuerzas de la izquierda.
Sin embargo, es en estos
países donde el capitalismo industrial se topó ya con las barreras sistémicas
que lo están haciendo “saltar por los aires”, donde ya no puede reproducirse en
tanto que tal y como sociedad, como Karl Marx planteaba, y donde ya existen las
condiciones económicas y sociales para cambios radicales, por no nombrar lo que
muy raramente se nombra, para llevar a cabo la revolución social que complete
la salida del capitalismo en todas sus formas.
Y si de revolución social se
trata, porque el capitalismo dominante ya no tiene absolutamente nada que
ofrecer de positivo a las sociedades y pueblos de los países del capitalismo
central, es grave constatar la ausencia de una clara política antiimperialista
que lleve nombre y apellido en los discursos y programas de los partidos de la
izquierda radical, porque el imperio neoliberal de EE.UU. tiene muchos socios
dispuestos a participar en el saqueo, como se ha visto con la activa
participación de países de la UE en las agresiones militares en Libia y Siria,
del apoyo de la UE en las sanciones y hostigamiento de Irán, y ahora el apoyo
al golpe de Estado con ayuda de los neonazis en Ucrania.
¿Y qué decir del apoyo o del cómplice silencio de partidos de la
izquierda radical ante estas políticas de países de la UE o directamente de la
UE?
La UE es un proyecto
neoliberal que aplica el neoliberalismo a ultranza en los países que la
componen, y es parte del imperio neoliberal. Su política exterior, como la de
Japón y otros aliados del imperio, está dirigida a tratar de apropiarse de la
mayor parte posible del “pastel” de la explotación mundial, y prosiguiendo ese
objetivo algunos países de la UE o la UE en sí misma están creando o agravando
los conflictos que están destruyendo las economías y las sociedades muchos
países del Oriente Medio y África.
Esto, en lugar de ser
denunciado y combatido como parte de una política para luchar contra las
políticas imperialistas “dentro de casa”, primer escalón para combatirlo a
escala internacional, brilla por su ausencia o no tiene el lugar que debería
tener en los programas y la práctica política de muchas fuerzas y partidos que
se definen como parte de la izquierda radical.
De ahí la importancia de
definir una estrategia antiimperialista que incorpore esta realidad, que borre
las vergonzosas claudicaciones ideológicas del pasado y asuma plenamente las
teorías revolucionarias, para que esta estrategia antiimperialista se convierta
en la guía y la herramienta que oriente las luchas políticas y sociales en lo
interno y lo externo, y haga renacer una efectiva solidaridad internacional.
En síntesis, construir una
política antiimperialista lúcida y radical, que nombre a las cosas por su
nombre, es la cuestión del “ser o no ser” para las izquierdas y demás fuerzas
que luchan o dicen luchar, en esta etapa crucial de la humanidad y de nuestra
Madre Tierra, para poner fin al imperio neoliberal antes de que destruya
definitivamente las sociedades y el planeta.
- Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.
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