La impresión que
nos quieren dar de Urresti, implicado en el caso del asesinato del periodista
Hugo Bustíos por diversas declaraciones de militares y civiles, e incluido en
el proceso desde junio del 2013, es que tal vez sea inocente ya que los jueces
no han dictado orden de detención preventiva en su contra y hay todo tipo de
autoridades, empezando por el presidente, que dicen que hay “presunción de
inocencia”, lo que además cuenta con una prensa que no se escandaliza de ver como
ministro a un presumible victimario de periodistas.
A la inversa, la idea que le han metido a muchas
personas, por lo menos acá en Lima, es que Gregorio Santos, posiblemente es
culpable, porque el fiscal y la jueza del caso le han impuesto 14 meses de
prisión preliminar, con el aplauso en altavoz de los grandes medios que lo han
llamado “ladrón” y otras lindezas, y con el presidente afirmando que ahora sí
se está combatiendo la corrupción, como si quisiera decir que en la detención
de Santos y varios presidentes regionales no sólo ha habido un asunto
penal-judicial, sino también político gubernamental.
En otras palabras, la decisión de mantener libre a quién
ya está en condición de acusado y encerrar en un penal de máxima seguridad al
que todavía está como investigado, hace una diferencia muy importante en la
percepción sobre la responsabilidad de las personas. La presunción de inocencia
a uno le sigue para seguir de ministro y con ese título acudir en adelante ante
los jueces; y al otro, por más presunción que se invoque, lo mandan a Piedras
Gordas, arguyendo que “podría escaparse” cuando ha acudido a todas las
citaciones, y porque su condena podría ser larga. ¿Y cómo sería la condena del
presunto autor de asesinato en el caso Bustíos?
Para procesar a Urresti existen cinco testigos que dan su
nombre para hacer sus declaraciones a pesar de que el aludido es un general del
ejército y que los temas de la guerra interna siguen generando tensiones, que
se perciben por ejemplo en las palabras del almirante Tubino, para el cual hay
que olvidarse de los muertos de la época de la violencia. En el caso de Santos
hay algunos “colaboradores eficaces” que son personas que declaran sin mostrar
la cara o dar su nombre, que hacen acusaciones luego de haberlas negociado con
la policía y los fiscales. Este sistema que es digno heredero de los
“arrepentidos” de la década de los 90, no existe en ninguna parte del mundo y
anula el derecho de defensa porque impide el careo entre las partes.
Por donde se le mire, los criterios con que la Justicia
mira a las personas son marcadamente diferentes y no tienen nada que ver con la
especial gravedad de uno u otro caso, o con la peligrosidad de los implicados.
Un buen ejemplo es el de la “centralita” de Chimbote, que los fiscales y jueces
no han terminado aún de definir de qué clase de delito se trata, al haber
descartado la idea del centro de chuponeo. Sin embargo hay casi cincuenta
personas para las que se ha dictado 36 meses de prisión preventiva, que
representan tres años, mientras los otros acusados del caso Bustíos salieron en
libertad a los cuatro años de ser condenados por matar a una persona y
dinamitar su cadáver.
¿Hay alguna proporcionalidad en la lógica de los jueces?
Por supuesto que no hay ninguna. Como que se invoca el “debido proceso” para
las citaciones de García, interfiriendo investigaciones parlamentarias sobre
grandes casos de corrupción, que la Fiscalía se resiste a investigar, y se
mantiene en libertad a corruptos emblemáticos como Aurelio Pastor o se deja sin
investigar a Hernán Garrido Lecca, y en otros casos se rellena la cárcel de
personas para “seguirlas investigando”.
DICTADURAS Y
DEMOCRACIA
El poder judicial peruano tiene obvios reflejos
dictatoriales que lo convierte muchas veces en subordinado al poder. En los
años 90, Fujimori “reorganizó” el aparato de justicia que ciertamente estaba
podrido e infiltrado de intereses económicos y políticos, y produjo una
recomposición en las distintas instancias con jueces al servicio del poder de
turno, entre los cuales eran cásicos los jueces constitucionales (como el caso
del juez Velásquez que sirve a Alan García), que tenían por tarea aprobar o desechar
las medidas cautelares que ordenaba Montesinos, una de las cuales que permitió
a Newmont apropiarse del yacimiento de oro de Yanacocha..
Salvo casos muy evidentes, al restaurarse la democracia,
la generación fujimorista se quedó en la judicatura pero sirviendo a nuevos
patrones y se revolvió con la vieja hornada aprista que regresó como uno de los
signos del nuevo período. El sistema que hoy tenemos está dominado por jueces
de la vieja hornada que se imponen a los jóvenes y que han sembrado una mentalidad
amilanada y acomodaticia en los magistrados que es fácilmente penetrable por la
corrupción. En el caso de Ancash se ve cuánto tiempo el poder judicial prefirió
andar del brazo con el pequeño dictador regional y no cuestionar lo que estaba
pasando, y de qué manera cuando reventó el escándalo se olvidaron del debido
proceso y de las etapas de la investigación, y ordenaron que medio mundo fuera
a la cárcel, consiguiendo que muchos de los implicados se escaparan.
Nunca ha habido una justicia anticorrupción en el Perú,
al margen del pomposo título que llevan algunos fiscales y jueces, y a pesar de
los esfuerzos de un puñado de magistrados probos que han hecho esfuerzos
verdaderos por enfrentar a corruptos encumbrados. Algo parecido podría decirse
de la justicia en materia de derechos humanos. El fiscal que ha dicho que está
convencido que Urresti participó en el crimen contra Bustíos y que le queda por
establecer si lo hizo solo dando órdenes o si usó su propia arma para
acribillarlo, y el juez que lo ha puesto en manos de la Sala Penal para que
inicie el juicio, son una excepción a línea de conducta de la justicia. Pero aun
así, no han podido impedir que el presunto culpable que goza de todos sus
derechos se convierta en ministro y vaya a enfrentar los siguientes
requerimientos en esa condición de fuerza.
El Dr. Nakasaki, abogado de lujo que tuvo Fujimori hasta
hace algunos meses, antes de reemplazarlo por un elemental camorrero, decía
esta semana en la radio que en un caso en el que ejerció la defensa, logró
reunir las pruebas que acreditaban la inocencia de su cliente y fue con ellas a
hablar con el juez que estaba dirigiendo el proceso, pero se encontró con que
el magistrado le decía algo así como: tiene razón doctor, pero qué hago, si la
prensa ya lo declaró culpable, cómo voy a decir que es inocente. A lo que
Nakasaki contestó preguntándole sobre cuál era entonces la salida para los
inocentes, ¿acaso tendrían que buscarse una prensa para contrarrestar la que le
es adversa?
Y la pregunta que sigue es si la jueza Caballero podría
haber dicho ante el pedido del fiscal para que se detenga a Santos, que
probablemente fue concertado durante la visita del Fiscal de la Nación, Ramos
Heredia a Yanacocha unos días antes, que este llevaría el proceso en libertad y
asumir el apanado total que le iba a caer de la gran prensa. O si habrá un
tribunal capaz de dictar la culpabilidad de un ministro. Y todavía dicen que
somos iguales ante la ley.
Publicado en
Hildebrandt en sus Trece
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