Ollanta Humala ha querido tranquilizar su conciencia, recordando que los recientes paquetes de medidas pro-inversión en diversos campos, no pueden ser calificados como “paquetazos” a la manera de los que se aplicaban en las décadas de los 70, 80 y 90, porque estos últimos afectaban los precios y la economía de las familias, mientras que los que acaban de aprobarse se proponen reanimar la economía y volver a la senda del crecimiento.
Por supuesto de que esto de que la economía va a crecer porque les eliminan o rebajan a un tercio, las multas a las empresas cuando violan estándares ambientales o incumplen disposiciones laborales, o porque les condonan deudas o les dan estabilidad tributaria a los grandes proyectos, aunque no lo pidan, para que ya no vengan futuros candidatos a promover impuestos a las sobreganancias mineras, es una cosa que el pobre Ollanta se ha creído porque está sintiendo que se le mueve el piso económico, que imaginaba como lo único fuerte de su gobierno.
Pero no se ha puesto a pensar que si la fórmula que Castilla le ha propuesto no funciona, porque los empresarios luego de aprovechar las nuevas ventajas, igual no ponen plata nueva porque el mercado no es tan atractivo como lo era, el costo fiscal de todas maneras tendrá que trasladarlo a otra parte, es decir a los consumidores. Este es por cierto, el problema de los paquetes proinversión, sobre todo de los que no logran resultado. Tal como se lee en los medios de la gran concentración, la etapa de desconcierto por la jugada de Castilla de enamorar a la CONFIEP, recogiendo los pedidos de sus abogados, ya pasó y ahora están más atentos a “lo que falta”, esto es al siguiente paquete.
Ya se ha empezado (léase la columna del director de Perú 21 del domingo), con la nueva cantaleta de que a pesar del paquete Castilla-CONFIEP, que para Humala no es paquetazo, los impuestos corporativos son todavía muy altos, o los costos laborales recontra elevados, en un país que se vende en el mundo por tener como ventaja competitiva uno de los promedios salariales más bajos del mundo. En realidad es el aprovechamiento del nuevo sentido común que se está instalando en el país, en la lógica de que cualquier cosa que aliente al sector privado a invertir es bueno, aunque le cueste el alma al Estado, a los trabajadores y al ambiente, y después caiga sobre la sociedad en su conjunto.
Vamos hacia un Estado aun más postrado a las demandas del capital, sin equilibrios, regulaciones o protecciones. Dependencia absoluta de la confianza que les otorguemos a las más gruesas billeteras. Y para eso Humala recorrió el país, pueblo por pueblo, levantando a los pobres y excluidos a cambiar sus relaciones con los grandes poderes que han manejado históricamente al país, para terminar postrado ante ellos.
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